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6 de noviembre de 2022 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Mike Davis y la batalla incansable por el derecho a la ciudad
Esteban Mercatante | @EMercatante
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El 25 de octubre falleció Mike Davis, quien fuera, desde la década de 1960, parte activa de la “nueva izquierda”, empezando su actividad como organizador sindical, en un activismo cuyo pulso nunca perdió en las décadas que siguieron y que compaginó con sus intervenciones en el terreno de las ideas. Sus libros y artículos dan cuenta de una gran amplitud de intereses: abordan la condición de la clase trabajadora en EE. UU., las brutalidades del imperialismo británico en sus colonias durante la época victoriana, la discusión de los fenómenos políticos en EE. UU., los desastres ecológicos del capitalismo, entre muchos otros.

Pero sus dos trabajos de mayor repercusión fueron los que se dedican a desmenuzar las configuraciones de la ciudad en el capitalismo contemporáneo, focalizándose uno de ellos en Los Ángeles, y el otro sobre la urbanización de villas miseria que ocurrió durante el neoliberalismo en buena parte del mundo capitalista no desarrollado. Ambos libros supieron ganarse un lugar destacado en las reflexiones críticas sobre el desarrollo urbano capitalista y la pelea por el derecho a la ciudad, junto a autores como Henri Lefebvre, Jane Jacobs, Lewis Mumford, David Harvey o Saskia Sassen. En este artículo vamos a presentar algunas de las ideas más destacadas y actuales de estas obras.

Los Ángeles al desnudo

Hay que entender que Los Ángeles no es simplemente una ciudad. Por el contrario, es, y lo ha sido desde 1988, un objeto de consumo; algo que hay que anunciar y venderle al pueblo de Estados Unidos, como los automóviles, los cigarrillos y el elixir dental.
Morrow Mayo, Los Angeles [1].

Ciudad de Cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles (1990), fue el segundo libro de Mike Davis. En 1986 había publicado Prisioneros del sueño americano en el que indagaba por qué la clase obrera estadounidense no había desarrollado ningún partido de masas independiente a lo largo de su historia, recorriendo para dar respuesta al interrogante toda la historia del país hasta el ascenso de Ronald Reagan–. Ciudad de cuarzo resultó un best seller instantáneo, y convirtió a su autor en una celebridad intelectual.

Davis disecciona en esta obra todo lo que se esconde detrás de la “marca LA”, aquello que sus promotores prefieren sacar de foco mientras acentúan sus playas soleadas, sus colinas con casas de lujo, su “fábrica de sueños” o la arquitectura hipermoderna y la vida cultural de última moda. Es decir, todo el brillo de la ciudad “posmoderna” que encandiló a Jean Braudillard y a muchos otros antes y después de él.

En Ciudad de cuarzo Los Ángeles emerge, por un lado, como una megalópolis cargada de particularidades. Su crecimiento acelerado a comienzos del siglo XX se produjo sin contar con una base industrial de relevancia que le diera sustento y condiciones de crecimiento económico, como sí ocurrió con otras grandes ciudades estadounidenses por la misma época. El frenesí inmobiliario, basado en la atracción de población “pudiente” –y de sus ahorros sobre todo– de otros lugares de EE. UU. y del extranjero hacia las casas de entornos idílicos promocionados en folletos vistosos, suplió esa carencia. Ciudad de cuarzo muestra cómo esta promoción inmobiliaria, hipertrofiada en proyectos cada vez más ambiciosos, continúa siendo la gran locomotora que bombea la actividad de Los Ángeles en las proximidades del siglo XXI. Por otro lado, el foco en LA le permite a Davis mostrar las mutaciones que caracterizaron al conjunto de la economía estadounidense, y la producción del espacio urbano que la caracterizó, durante el siglo XX. L.A., así como California y el Oeste estadounidense de conjunto, atravesó un auge de la industrialización durante el Segundo New Deal, el keynesianismo militar de la guerra y su posterior reconversión a industria para el consumo de masas. Esto legó la presencia en L.A. de la NASA y de la industria aeronáutica hasta el día de hoy, aunque fundamentalmente reestructurada en tiempos de cadenas globales de producción. Lo que ocurrió décadas después con ese entramado industrial, reconvertido, relocalizado o simplemente desmontado durante las reestructuraciones que siguieron a la crisis que marcó el fin del boom de posguerra, muestran otra vez cómo, dentro de una trayectoria común, otra vez emerge lo particular en L.A., donde las consecuencias fueron distintas que en otras partes del país. En este pedazo de California no quedaron los cadáveres de fábricas cerradas como en el rust belt, con sus pueblos agonizantes hasta hoy. Por el contrario, como cuenta Davis haciendo eje en el caso de Fontana (a 75 km de L.A.), donde hasta la década de 1980 siguió funcionando la acería de Kaiser, la desaparición fabril se convirtió en una oportunidad para otra ronda de destrucción creativa del sector inmobiliario.

Mike Davis presta mucha atención a las huellas que la lucha de clases produce en la trama urbana. Su libro comienza por trazar una genealogía de las tradiciones intelectuales que produjo L.A. en su historia, y se posiciona como una continuación y actualización de la labor de los “desenmascaradores” que durante la década de 1930 se metieron de lleno a combatir la visión idílica que desde el Times –propiedad del general Harrison Gray Otis– habían producido Charles Lester Lummis y su séquito desde finales del siglo XIX. Entre estos pioneros de la crítica a la marca L.A., Davis rescata a Louis Adamic y Morrow Mayo. La contribución más original de Adamic fue el énfasis puesto en “la centralidad de la violencia de clase en la construcción de la ciudad”. Una “guerra de Cuarenta años” (términos utilizados por el propio Times) entre el capital y el trabajo se libró entre 1880 y 1920. El “aquí-no-hay-sindicatos”, resultado de esa guerra que ganaron las patronales, fue una marca indeleble de la identidad de la ciudad hasta 1930, cuando finalmente los impulsos de organización obrera, en el marco de la Gran Depresión y el New Deal, lograron finalmente torcerle el brazo y conquistar el derecho a la organización sindical en algunos sectores fundamentales.

Pero cuarenta años después, desde mediados de los años 70, L.A. aparece otra vez como vanguardia en el desarrollo de los mecanismos para lidiar en el espacio urbano con los efectos de la polarización social producida por el neoliberalismo. La nueva geografía de la ciudad adelanta las políticas urbanas dirigidas a manejar la polarización a través de la segregación –por contraposición a cualquier objetivo de integración, meta que desapareció del mapa de los planificadores urbanos–. Con sutileza y mordacidad, Davis muestra cómo la arquitectura de vanguardia que producía admiración en los entusiastas del posmodernismo, empezando por los diseños del afamado Frank Gehry, estaban en realidad cargados de amenaza para aquellos que no tenían el beneficio de pertenecer. “Con una claridad a veces escalofriante, su obra hace visibles las relaciones subyacentes de represión, vigilancia y exclusión que caracterizan el concepto paranoico y fragmentado del espacio hacia el que Los Ángeles parece encaminarse” [2].

Para librar la guerra de clases contra los excluidos y los segregados raciales, tanto afroamericanos como latinos, la ciudad se convertía en fortaleza, y el espacio público era intencionalmente transformado para combatir cualquier aglomeración. Las tendencias aniquiladoras de lo urbano que Jane Jacobs había advertido décadas atrás en el modernismo tardío eran llevadas hasta las últimas consecuencias, con el fin de asegurar el derecho a la ciudad para algunos privilegiados, y evitar que deban atravesar por la desagradable experiencia de cruzarse con los “indeseables”.

El triunfo en esta guerra de clases no aseguraba, sin embargo, la perpetuación de un esquema de acumulación basado en “la mitología del crecimiento eterno y gestionado” [3]. Davis pone de relieve todas las manifestaciones que tempranamente había mostrado lo inviable de este modelo de urbanización que Peter Plagens llamó “la ecología del mal” [4]: contaminación creciente, desperdicio de agua y riesgos de escasez, incendios devastadores, inundaciones, aceleración de la actividad sísmica. Pero el principal palo en la rueda no vendría de la aceleración de la ocurrencia de estos eventos, sino de una impensada grieta entre los capitalistas inmobiliarios y sus compradores más opulentos. Como no podía ser de otra manera, llegado un cierto punto, la locomotora del crecimiento inmobiliario solo puede sostenerse aglomerando edificaciones, lo cual atenta contra las condiciones que permitieron atraer a los propietarios en primer lugar. Y, especialmente, contra el valor de sus propiedades. El leit motiv del “crecimiento lento” de la edificación y el rechazo a los edificios de departamento en altura en las inmediaciones de las unidades unifamiliares se convirtieron desde mediados de la década de 1970 en un dolor de cabeza para las constructoras y los planificadores urbanos, que vieron con sorpresa el activismo desplegado por los residentes. Sus reclamos de “crecimiento lento” terminarían imponiendo importantes restricciones en los códigos de edificación, aunque la constante inyección de dinero para edificar en L.A., cada vez más internacionalizada, seguiría buscando y encontrando formas para sostener la maquinaria.

Ciudad de cuarzo convoca a los intelectuales de oposición a poner manos a la obra en la tarea de combatir y desenmascarar los mitos del proyecto L.A. y su “crecimiento eterno”. Esto mismo continuó haciendo Mike Davis, tanto en sus libros y artículos como en su participación activa y apoyo a variados movimientos sociales.

Dickens recargado

La atención a las consecuencias de las dinámicas urbanas del capitalismo contemporáneo continuó muy presente en los trabajos de Mike Davis. Otro de sus libros que alcanzó gran popularidad fue Planeta de ciudades miseria. En esta oportunidad, puso el foco en el tipo de urbanización, cualitativamente más degradada, que se estaba produciendo en el Sur Global bajo la implementación de las políticas neoliberales.

Uno de los principales fenómenos de transformación demográfica a finales del siglo XX y comienzos del XXI fue el aumento acelerado de la proporción de población urbana en los países “en vías de desarrollo” o países “pobres”, según las distintas categorizaciones y jerarquizaciones de formaciones dependientes que suelen aplicar los organismos de crédito multilaterales como el FMI y el BM, o las agencias de la ONU. Si bien en China y en algunos otros países de la “periferia próspera” que lograron insertarse con cierto éxito en las cadenas globales de suministro se reprodujeron, con ritmos acelerados y en escala ampliada, las dinámicas de urbanización similares a las que forjaron las metrópolis de EE. UU. y Europa en los siglos XIX y comienzos del XX, esto no es así para la mayor parte de la periferia.

… en la mayor parte de los países en vías de desarrollo, el crecimiento de las ciudades carece por completo del poderoso motor que supone tanto las exportaciones de bienes de China, Corea y Taiwán como la inyección de capital extranjero que recibe China, un país al que se dirige en la actualidad la mitad de la inversión exterior que se realiza en todos los países en vías de desarrollo [5].

Si el sudeste asiático recibió ingentes inversiones para radicar procesos manufactureros, “las grandes ciudades industriales del hemisferio sur como Bombay, Johannesburgo, Buenos Aires, Belo Horizonte y São Paulo, han sufrido el cierre masivo de empresas y un progresivo desmantelamiento industrial” [6]. Otros entramados de formación más reciente surgieron directamente sin ninguna vinculación a dinámicas de acumulación de capital en esferas industriales. Más aún, en África subsahariana la urbanización ocurrió “incluso al margen de una de las supuestas premisas sine qua non del crecimiento urbano: el aumento de la productividad agrícola” [7]. El resultado es que la capacidad económica de una ciudad tiene poca relación con el tamaño de su población y a la inversa.

Mike Davis expone en Planeta de ciudades miseria cómo esta urbanización sin industrialización, que produjo aglomeraciones carentes de infraestructura básica, con poblaciones que sobreviven apiñadas en viviendas precarias, carecen de empleos formales y alcanzan ingresos bien por debajo de la línea de pobreza, son resultado de las “reformas estructurales” cuya aplicación el FMI forzó en todo el planeta, montado sobre las crisis de deuda y estrangulamiento de la balanza de pagos que se sucedieron desde la década de 1970 en los países “pobres” y “en desarrollo”.

La década de 1980, cuando el FMI y el Banco Mundial utilizaron la deuda como palanca para reestructurar las economías de la mayoría de los países del Tercer Mundo, son los años en que las áreas urbanas hiperdegradadas se convirtieron en un implacable destino no solamente para los emigrantes rurales, sino también para millones de personas que tradicionalmente habían vivido en los centros de las ciudades y que se vieron expulsadas hacia aquellas por la violencia del “ajuste” [8].

Yendo mucho más allá de las exigencias habituales para restituir la capacidad de pago de las economías endeudadas, las condiciones del FMI en sus créditos –secundado por el Banco Mundial y sus préstamos para reformas– apuntaron a un profundo rediseño de las economías en las que el capital tenía todavía mucho terreno por conquistar. La apertura de los sectores agrícolas al agronegocios se logró a través de la imposición de políticas de desregulación y apertura que impusieron una competencia de campesinos pequeños y medianos con la producción global. A medida que las redes locales estables iban desapareciendo, los pequeños campesinos se volvieron más vulnerables frente a circunstancias externas: sequía, inflación, aumento de los costos financieros o caída de los precios de venta de los granos. Su desplazamiento hacia las ciudades resultó imparable; se produjo “un éxodo de la mano de obra rural excedente hacia las áreas urbanas, aun cuando las ciudades habían dejado de ser máquinas de creación de empleo” [9].

El modelo clásico del campo poseedor de una gran mano de obra y de la ciudad como fuente de capital “se invierte en muchos lugares del Tercer Mundo, donde encontramos ciudades desindustrializadas poseedoras de una gran mano de obra, y regiones rurales con gran afluencia de capital” [10]. El motor de esta urbanización se encuentra en la reproducción de la pobreza y no en la reproducción del empleo.

¿Cuál es la fisonomía de las ciudades del nuevo milenio producidas por este tipo de urbanización? Como sostiene Davis,

…las ciudades del futuro se encuentran lejos del cristal y del acero con que las imaginaban generaciones anteriores de urbanistas: la realidad nos presenta un panorama de ladrillo sin cocer, paja, plástico reutilizado, bloques de cemento y tablones de madera. En lugar de ciudades de luz elevándose hacia el cielo, la mayor parte del mundo urbano del siglo XXI se mueve en la miseria, rodeado de contaminación, desechos y podredumbre.

Contrariando los relatos que permean las políticas de las agencias de desarrollo y los organismos multilaterales de crédito al servicio del capital trasnacional, Davis muestra que estos resultados no son un producto de la “falta de desarrollo” o la “necesidad de mayores reformas” procapitalistas, como suelen aconsejar rutinariamente los documentos de metas para la erradicación de la pobreza. Por el contrario, trazando un panorama global, Planeta de ciudades miseria muestra cómo estas urbanizaciones degradadas son donde se aloja una población global “excedente” que es el resultado de una reestructuración global del sistema capitalista que en su actualidad decadente no tiene uso rentable para bastas porciones de la fuerza laboral mundial.

Al mismo tiempo, para evitar que parte de la marea de excluidos pretenda escapar de estas urbanizaciones hiperdegradadas migrando hacia los países ricos y sus ciudades, también polarizadas y excluyentes, pero mucho más promisorias para intentar la supervivencia, la “‘gran muralla’ de alta tecnología” se levanta “para bloquear la emigración masiva hacia los países ricos”. Esto deja a las áreas urbanas hiperdegradadas “como la única solución al problema de cómo almacenar el excedente de población que ha producido este siglo” [11].

Mike Davis fue, como buscamos mostrar en el abordaje de dos de sus trabajos más destacados, un pensador marxista de gran originalidad en el abordaje de los temas y con mucha intuición para encontrar en la dimensión urbana la manifestación de los conflictos de clase, apostando y contribuyendo siempre a la intervención de la clase trabajadora y los sectores populares para terminar con este sistema de explotación y opresión.

 
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