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La Izquierda Diario
25 de diciembre de 2022 Twitter Faceboock

Por las revistas: Daniel Campione
La revolución en el siglo XXI, algunos apuntes
Daniel Campione

Reproducimos el comentario de Daniel Campione sobre el libro De la movilización a la revolución (Ediciones IPS, 2022) de Matías Maiello publicado originalmente Tramas. Campione es politólogo e historiador, autor de La Guerra Civil española, Argentina y los argentinos, Leer Gramsci, entre otros.

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La tradición socialista en su vertiente marxista está signada por la idea de revolución. Volver a pensarla y discutirla, bajo el imperativo de su proyección al movimiento real de la sociedad, es el espíritu predominante en un libro de reciente edición.

Esta obra, en un importante ejercicio de reflexión, y un eficaz recorrido sobre temas ligados a la teoría de la revolución. Su mirada hace honor al título de la colección que integra, “Debates marxistas contemporáneos”.

La revuelta, las revueltas

El autor parte de la consideración de lo que caracteriza como dos ciclos de revueltas populares producidos con posterioridad a la profunda crisis de 2008. El primero abierto por la “primavera árabe” y los “indignados”, el segundo desplegado a partir de los “chalecos amarillos” en Francia.

Un saldo de todos esos procesos, con matices importantes, es que han sido “reabsorbidos” por los aparatos de hegemonía del sistema capitalista, sin dar lugar a transformaciones sustanciales y perdurables. Los mecanismos hegemónicos lograron incluso importantes grados de consenso popular hacia la restauración plena del orden de dominación.

Tal como se ejemplifica con meridiana claridad en casos cercanos y recientes, como el chileno. Y en estos mismos días con las dramáticas y cambiantes alternativas desencadenadas por la deposición del presidente peruano, que incluyen la rebelión de algunas unidades militares.

En términos simplificados podría afirmarse que la gran pregunta que recorre el libro es por qué esos episodios de rebeldía no condujeron a procesos revolucionarios, a la obtención del poder político por parte de las masas sublevadas o al menos a un nivel de confrontación más radical con el sistema imperante, vertebrada con un programa de transformaciones anticapitalistas.

¡Es la hegemonía de clase, estúpido!

La principal respuesta que se desarrolla es que en ninguno de esos sucesos llegó a desplegarse la hegemonía de la clase trabajadora.

Clase social de la que no omite considerar los enormes cambios que ha sufrido, con su heterogeneidad en aumento y las crecientes desigualdades en su interior. Lo que no lo inhibe para asignarle centralidad en el impulso de la sociedad en su conjunto a un proceso de transformación radical.

Buena parte del libro está planteada en polémica con enfoques como el de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, así como el de algunos autores que Maiello considera “neokautskianos”. También discute con un estudioso local, proveniente del trotskismo, Rolando Astarita.

Al abordaje “laclausiano” le critica la completa dilución de la clase social como sujeto, y su propuesta de articulación meramente discursiva de las demandas, que deja fuera del mapa sociopolítico a las relaciones materiales que se hallan en la base de la vida social y santifica a la democracia capitalista como horizonte exclusivo.

Con respecto a la corriente “neokautskiana” critica la escisión artificial entre “programa mínimo” y “programa máximo”. Elemento decisivo para acordar con políticas socialdemócratas, y con explícita o tácita subordinación a fuerzas alineadas con las clases dominantes.

Estas críticas no toman tanto como referencia la producción del “padre fundador” sino la de autores contemporáneos, aferrados a demandas consideradas “posibles”, que remiten las transformaciones radicales a un futuro impreciso, al que en el fondo se presume irrealizable.

La línea seguida por Maiello en esos debates abreva en el programa de transición de León Trotsky. Cuyos enunciados y vigencia defiende a través de un recorrido de varios textos del revolucionario ruso. Allí asoma el debate con vertientes del propio trotskismo que dan por superado ese programa.

Acompaña lo anterior con contribuciones de otras vertientes, en particular de Antonio Gramsci. Entre otros conceptos del revolucionario italiano toma muy en cuenta el de “guerra de posiciones” sobre el cual vertebra uno de los capítulos del libro.

Maiello se ocupa luego de un tema casi tabú en las últimas décadas, el del papel de la violencia en la lucha revolucionaria y de la problemática de la autodefensa en particular. El ninguneo no es nada casual, lo remarca, sino que condice a la perfección con la renuncia expresa o tácita al cuestionamiento a fondo al orden del capital.

Conclusiones provisorias

Creo que en el conjunto del libro el autor apunta a algo que resume sobre el final: ¿Por qué no se desenvuelven en las últimas décadas procesos revolucionarios de orientación socialista, ante un orden capitalista cada vez más injusto y con muchas causas de desprestigio?

A ese interrogante mayor lo acompañan otros también gravitantes, como los motivos de la eficacia que aún conserva el encubrimiento del contenido de clase de las democracias representativas.

Sin duda que juega su papel la enorme crisis de la perspectiva revolucionaria, alimentada por el derrumbe de los “países socialistas” al que Maiello califica de “tragedia histórica”, sin por eso incurrir en la menor defensa de esos regímenes.

No se trata sólo de ese “hundimiento”, sino de la fortaleza de los mecanismos de defensa del sistema. Éstos vienen logrando mantenerlo incólume, frente a movimientos que no consiguen por ahora la construcción colectiva de la praxis con efectivo potencial revolucionario.

Como se afirma en el libro, la idea del “fin de la historia” ha caducado, pero ha sido reemplazada más por la imaginación de alguna forma “poscapitalista” o incluso de “fin del mundo”, que por la perspectiva de una revolución de alcance mundial.

La apuesta del autor es que haya “futuros alternativos” (así se titula el último parágrafo del libro). Y en esa dirección propone “recrear el proyecto comunista en el siglo XXI”, en línea con “poder liberar para siempre las facultades creadoras del ser humano de todas las trabas, limitaciones y dependencias humillantes”.

Todo el trabajo, reiteramos, es una incitación a pensar el cambio social en términos de ruptura revolucionaria, con la clase obrera (con toda sus transformaciones) como sujeto protagonista. Y de pensarlo no sólo como encuadre intelectual, sino a modo de línea de acción política y cultural, de disputa por el sentido común.

Es una perspectiva que, como mínimo, debe volver al centro del debate. Discurrir sobre su pertinencia y factibilidad en el mundo de hoy y en el futuro cercano, es una cuestión decisiva para pensar en conjunto. Entre quienes descreemos de cualquier mejora o “humanización” del capitalismo. Y seguimos aspirando a una sociedad signada en su totalidad por la igualdad y la justicia.

 
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