Inmersos en el declive socioeconómico y la precarización laboral
José Natanson en su artículo “El día que el peronismo perdió a los jóvenes” toma como punto de partida para la comparación con la situación actual, la politización de la juventud en las décadas de gobierno de Nestor Kirchner y el primer mandato de Cristina Fernández. El escenario se presenta muy distinto al momento de crecimiento económico por el aumento de precios de las commodities y signado por la construcción de la identidad del kirchnerismo en su enfrentamiento con el campo en el 2008. Natanson afirma que el peronismo perdió a los jóvenes y no encuentra un diálogo para recuperarlos. Desde ese diagnóstico busca explicar este fenómeno en algunas transformaciones del contexto actual.
En su editorial dice:
“Además de la evolución política y del declive socioeconómico, hay un factor central, muy estructural, que ayuda a entender la dificultad del peronismo para seguir interpelando políticamente a los jóvenes: los cambios experimentados por las economías capitalistas de la periferia, y en particular el modo en que los jóvenes de todos los estratos sociales se insertan en el mundo del trabajo. Me refiero a los “trabajos” en servicios de reparto y apps de transporte, los empleos a comisión (por ejemplo en telemarketing), las oportunidades que ofrece la economía de plataforma para la creación de pequeños emprendimientos comerciales a partir del marketing digital(...)Se trata, en todos los casos, de la búsqueda de ingresos por vías no tradicionales en un contexto de creciente digitalización de las relaciones sociales y laborales.”
Luego, sintetiza que más allá de las diferencias sociales en los distintos sectores de la juventud, lo que hay en común es que se trata en todos los casos de “iniciativas individuales sostenidas en las ideas de libertad, pequeña propiedad, flexibilidad horaria, creatividad y emprendedorismo. El paradigma meritocrático del esfuerzo individual, la autosuperación y el mejorismo”. El enfoque es interesante porque permite analizar una base estructural que viven (y sufren) las nuevas generaciones: la enorme y extensiva precarización laboral, que en América Latina además, luego de la pandemia, llegó a porcentajes históricos.
No obstante, en esta realidad de precarización, vale hacer una distinción. No todos los jóvenes que se encuentran precarizados lo hacen de modo “individual”, como cuentapropistas o monotributistas, sino que en su gran mayoría son empleados en pequeñas empresas dispersas en las cuales predomina el trabajo no registrado. Si bien no existen estadísticas actualizadas sobre este punto, estudios que han analizado la evolución del empleo juvenil en las últimas décadas señalan que el 35% de los jóvenes se ocupa en empleos asalariados registrados, y el 52% lo hace en empleos asalariados no registrados [1]. Esto no es un aliciente a la descripción que plantea Natanson, pero permite pensar distintos puntos de apoyo para la organización de estos jóvenes y también comprender las posibles inserciones en sindicatos que hoy no los representan. Sobre esta cuestión volveremos más adelante, pero aquí basta con señalar que esta asalarización de la juventud precarizada implica la posibilidad de tender lazos subjetivos con el conjunto de los trabajadores, particularmente los que están en blanco y sindicalizados, cuestión clave para pensar cómo combatir esta realidad desde una salida “no meritocrática” ni individualista.
Yendo ahora a los datos más globales, vale señalar que un estudio realizado por La Izquierda Diario sobre la base de la información brindada en la Encuesta Permanente de Hogares, arroja la cifra del 70 % cuando mide a jóvenes de 18 a 29 años que trabajan en condiciones de precarización laboral extrema (no tienen aportes, ni jubilaciones, tienen contrato a término o son monotributistas o directamente están sin contrato) y que la misma va en aumento, empezando por las grandes ciudades.
Este es también un fenómeno internacional del capitalismo. La utilización de las nuevas tecnologías para nuevas “formas de empleo” bajo la ideología de que no son “trabajadores en relación de dependencia” si no, “independientes que manejan su tiempo” se ha extendido a lo largo del globo en los últimos años. La ideología neoliberal meritocrática que encierra estas lógicas busca justificar nuevas formas de precarización laboral. La idea de que “soy libre de trabajar las horas que quiero” se choca con el enorme muro de la miseria del pago por el trabajo a destajo que implica. Si te pagan $300 promedio por pedido, ¿cuántas horas “elegís” trabajar para poder vivir? Con la inflación y el atraso salarial, cada vez tenés que trabajar más para ganar menos. Incluso, en muchos casos, los empleos se combinan. En otros se da el fenómeno de los “dos empleos”, ya que uno no alcanza. De este modo, se pueden combinar distintas formas de precarización en una sola persona.
No se trata de un cambio automático en las economías capitalistas ni solamente de tendencias en el modo de inserción laboral de la juventud: es una política económica consciente que contó con el apoyo activo de los Estados en todo el mundo (el Frente de Todos en Argentina no es la excepción). Si bien en nuestro país no se han podido implementar reformas laborales sobre el conjunto de los sectores asalariados sindicalizados- porque las movilizaciones frente al congreso el 14 y el 18 de diciembre de 2017 no se lo permitieron a Macri- los distintos gobiernos en los últimos años vienen avanzando sobre el terreno de las condiciones laborales.
Desde la dictadura a esta parte, ninguna fuerza política modificó las bases estructurales neoliberales en nuestro país, tampoco el kirchnerismo. Vemos cómo las nuevas generaciones se transforman en mano de obra cada vez más barata, mientras se deja afuera a enormes "masas marginales" de desocupadxs y subocupadxs, mayoría jóvenes y mujeres. A su vez fueron avanzando por sector, como vimos en el caso de Toyota, ya que justamente ante la imposibilidad de hacerlo por ley, buscan hacerlo por convenio. Por un lado, los jóvenes trabajan más de 10 horas en comercios, bares, obras de construcción, por poner algunos ejemplos, por otro, el 22,4 % de los jóvenes de hasta 24 años está desocupado, según cifras publicadas este año por el CEPA. Garantizando este orden social se encuentran las conducciones de los movimientos sociales cooptados por el estado y los sindicatos oficialistas que actúan de manera dividida y fragmentaria.
La realidad actual es construida, también, por la intervención política del peronismo
Desde nuestro punto de vista, Natanson realiza un análisis sobre las características sociales y el contexto que moldean a la juventud (sobre las cuales se derivarían ciertas tendencias ideológicas y políticas), pero deja afuera la intervención concreta de las fuerzas políticas, particularmente la del propio peronismo/kirchnerismo, que construyen esa realidad social y material. El editorialista afirma:
“¿Qué tiene el peronismo para ofrecer a estas nuevas realidades juveniles? Su clásico discurso protector, su visión del Estado como igualador social y su apelación permanente a la acción colectiva de sindicatos o movimientos sociales tienen poco que ver con las trayectorias laborales –atomizadas, entrecortadas, zigzagueantes– de buena parte de los jóvenes de hoy.”.
No creemos que se trate de un problema, de un enfoque discursivo o una interpelación que no “encuadra” con una nueva subjetividad moldeada por un contexto nuevo al que el peronismo le cuesta adaptarse, sino de una realidad en la cual este interviene permanentemente y de la que es en gran parte responsable. Es el propio peronismo el que colaboró de manera central a la construcción de la realidad actual por la que la juventud hoy le es más adversa.
La descripción planteada en el apartado anterior es importante para explicar el problema político que plantea Natanson. En gran parte el peronismo no puede interpelar a estos jóvenes porque, por un lado, durante el presente gobierno peronista –en el que una franja de la juventud tenía puestas sus expectativas después del desastre macrista– estas condiciones se han profundizado. Por otro lado, porque en aquellos sindicatos donde tienen responsabilidades de dirección no ha planteado ninguna política activa para organizar a los trabajadores tercerizados, contratados o temporarios que en muchos casos representan a este sector de la juventud. O mejor dicho: han hecho lo posible por evitar su organización, desalentando cualquier intento de unir a los distintos sectores de trabajadores y por ende “naturalizando”, solidificando, las tendencias que el neoliberalismo ha impuesto en las condiciones de trabajo.
Mientras parte del kirchnerismo lamenta la desaparición del llamado “Estado de Bienestar” con su pleno empleo y sus formas de trabajo fordistas, bajo su gobierno se avanzó en la desarticulación de aquel tejido social en todas aquellas empresas y áreas de producción donde tiene la capacidad de enfrentarlas. Esto conlleva, a su vez, en general, una desconfianza respecto de las organizaciones sindicales y por ende de todo tipo de organización. A su vez, desde el propio Estado se alienta esta tendencia en la medida en que no se ofrece ninguna alternativa de empleo genuino a la juventud. Si bien desde la pandemia los índices de desocupación se han reducido, y el gobierno se vanagloria de los mismos, estos datos ocultan que la gran parte de ese nuevo empleo es precario: según los datos de diciembre de 2021, comparados con la situación de febrero de 2020, la cantidad de trabajadores registrados privados creció 0,8%, mientras que los monotributistas aumentaron 6,9% (plenos) y 9,8% (sociales). Esto implica que el 64,3% del crecimiento de las ocupaciones registradas en el último tiempo son explicadas por trabajo precario, con bajas condiciones laborales o monotributista.
Aquella política de división de las filas obreras va de la mano del enriquecimiento de las cúpulas sindicales que tienen a los mismos dirigentes sindicales hace 30 años, mafias que actúan como patotas que no sólo dejan a la juventud sin derechos a la merced de la supervivencia del más fuerte, sino, que además militan activamente para que no se desarrollen espacios de coordinación de luchas, procesos de autoconvocados y de mas expresiones colectivas que la juventud dio (aunque limitadas por el propio rol de la burocracia sindical) y va a seguir dando.
Fragmentar y pasivizar fortalece a Milei
Esta atomización y fragmentación se busca no solo en el ámbito estrictamente sindical, sino también en los distintos movimientos donde la juventud intenta dar expresiones colectivas, como es el movimiento de mujeres, el ambiental o el estudiantil. La permanente intervención del kirchnerismo para desviarlos, contenerlos, y derrotarlos no hace más que fortalecer las bases ideológicas, políticas y materiales de las cuales la derecha intenta montarse con nuevas variables políticas como Milei.
De hecho, el propio fenómeno libertariano creció y tomó fuerza como respuesta y reacción (entre otras causas) al movimiento de la “marea verde” que tuvo impacto internacional –no por casualidad el 60 % de los votantes de Milei son varones y le cuesta alcanzar el voto joven femenino, como señala Ezequiel Ipar en uno de los artículos del dossier–. El proceso por el cual se conquistó el derecho al aborto es un ejemplo contrario del “proyecto individual”, donde sobre la experiencia común de lucha contra el Estado y sus instituciones, los movimientos pueden conquistar derechos e incluso cambiar aspectos culturales importantes de la ideología dominante. La gran adhesión a las ideas de la diversidad sexual hoy en la juventud es producto de esa lucha colectiva. Pelear ampliamente la conclusión de que la lucha colectiva rompe esquemas culturales, sociales y conquista derechos, colabora en mejorar las condiciones de enfrentar a la ideología meritocrática e individualista que hoy alimenta fenómenos como el de la ultraderecha. El kirchnerismo actuó en sentido contrario y, desde el propio movimiento y el Estado, buscó pasivizar la movilización de las mujeres y sacarla de las calles por la vía de la institucionalización y el “feminismo de los ministerios” .
La tendencia a los movimientos colectivos por múltiples demandas es un hecho a nivel internacional y no hay una división “natural" entre la búsqueda de organización colectiva por derechos sindicales y los derechos democráticos. En uno de los paises mas antisindicales del mundo como lo es EEUU con una tasa de sindicalización por debajo del 6 % donde se gastan millonarios recursos económicos para evitar la emergencia de sindicatos, las nuevas generaciones que impulsaron el movimiento Black Lives Matter, antirepresivo y anti racista, le dio impulso a la generación “U” que busca múltiples formas de poner en pie nuevos sindicatos como lo hicieron en Amazon, Starbucks, Google, etc. Salvando las enormes diferencias entre EEUU y Argentina, un elemento que puede explicar la mayor pasivación acá es el peso estatal en las organizaciones y movimientos sociales (tarea concretizada históricamente por el peronismo) donde el kirchnerismo busca permanentemente absorber lo que emerge “por fuera” de las instituciones.
Desde este punto de vista el kirchnerismo, allí donde ha tenido la posibilidad de actuar a la cabeza de algún movimiento o demanda (aunque lo que prima es la ausencia en las luchas), lo ha hecho haciendo gala de un corporativismo total, del “sálvese quién pueda” por sector, mientras que cualquier política de unidad de las luchas fue desalentada o boicoteada abiertamente. Los estudiantes deben pelear por las demandas de los estudiantes (como demuestran en cada centro de estudiantes o federación que dirigen), las mujeres por los derechos de las mujeres, los trabajadores deben ocuparse de los temas de su gremio: esa parece ser la consigna del kirchnerismo. Una especie de “individualismo corporativo” que niega el hecho comprobado de que todas esas luchas han sido históricamente mucho más fuertes cuando han estado unidas y articuladas en torno a una identidad de clase proletaria y a la fuerza que esta puede tener desde las posiciones estratégicas que ocupa en la producción. En nuestro país, por ejemplo, la unidad obrero estudiantil cuenta con una enorme tradición y con gestas como el Cordobazo, que en su momento abrió una etapa revolucionaria en Argentina, marcando el comienzo del fin de la dictadura de Onganía.
Desde la izquierda venimos apostando a esta perspectiva. La buscamos desarrollar allí donde hemos podido, con nuestras corrientes estudiantiles y la Red de Trabajadorxs Precarizaxs en innumerables luchas, entre las que podemos mencionar como ejemplos la defensa del control obrero en Zanón o en MadyGraf, la lucha del Sutna, recientemente en GPS, las huelgas en salud en todo el país, el histórico conflicto en Kraft, contra los ataques a los convenios laborales en Bagley, peleando en unidad con organizaciones feministas como la Asamblea Ni Una Menos en la huelga de Pepsico, o enfrentando el desalojo de Berni y Kicillof en Guernica. No porque seamos “obreristas” sino porque el lugar que ocupan las y los trabajadores en la producción resulta una herramienta clave para enfrentar a las patronales y porque potencialmente es desde esas posiciones desde donde podemos pelear en mejores condiciones por el conjunto de las demandas del pueblo explotado y oprimido, siempre que superemos las tendencias corporativas y apostemos a una salida colectiva.
La tarea estratégica del kirchnerismo
Natanson afirma que “el kirchnerismo se presentaba a sí mismo como un movimiento contra-hegemónico, que aunque disponía de los resortes institucionales luchaba contra poderes más poderosos: las corporaciones, el campo, Clarín. Era, en su autovaloración, poder y contrapoder al mismo tiempo. Por eso, puesto frente a la novedad de un contingente de jóvenes que se incorporaban a la vida militante en su apoyo, hizo lo que solía hacer cuando descubría fenómenos de resistencia susceptibles de ser capitalizados, como los movimientos de derechos humanos, las organizaciones sociales y, en algún sentido, el rock: cooptarlo, relanzarlo y regularlo.”
El kirchnerismo emergió con fuerza militante politizando la juventud pos 2001 con el objetivo de cooptar los movimientos que desarrollaron en aquel entonces, como parte de su estrategia de reconstruir la autoridad estatal cuestionada por los años de crisis. Para eso debía volver a “encauzar” hacia las instituciones todas las expresiones colectivas que desconfiaban del régimen político. Incluso se adjudicó derechos conquistados por las propias luchas históricas con movilizaciones de miles que emergieron “desde abajo”.
¿Qué tiene el peronismo para ofrecer a estas nuevas realidades juveniles? Hoy el discurso de “Estado protector” se choca con una realidad que no trae más que precarización de la vida. La desmoralización que genera la política económica del Frente de Todos (a las vistas en lo cotidiano) en su base político-social, producto de atar el destino del país a la deuda ilegal y fraudulenta que contrajo la derecha macrista con el FMI, no hizo más que poner en crisis la idea de un proyecto político de cambiar la realidad desde “adentro del Estado”. La deuda que votaron continuar pagando ( junto a toda la derecha ) es una parte central para entender el ajuste que viven los jóvenes hoy y que el gobierno busca atar a su futuro.
El kirchnerismo como armador del Frente de Todos, también intentó ubicarse por momentos discursivamente como “opositor” dentro de su propio gobierno pero bajo un contexto económico muy distinto de los primeros años de la década del 2000. Política que terminó con Massa (que fue puesto por la mismísima Cristina Kirchner) multiplicando el ajuste que quería hacer Guzman.
Volviendo al ejemplo antes mencionado del 2017: allí la juventud fue un sector protagonista con sectores organizados del movimiento obrero y la izquierda. Participaron de las movilizaciones al congreso que frenaron las políticas de reformas “permanentes” del Macrismo. En esa unidad de sectores juveniles y trabajadores, nuevamente el Kirchnerismo buscó frenar la movilización con la promesa de recambio electoral, “hay 2019”, lo cual generó expectativas (aunque limitadas a la idea de que se trataba de un “mal menor) en gran parte de la juventud y llevó a Alberto Fernandez al gobierno. Las promesas de recomponer lo perdido con el macrismo chocaron rápidamente con la realidad y en estos años vemos una aceleración de la experiencia política de amplios sectores de esa misma juventud con el propio gobierno. La austeridad que impone a rajatabla el FMI, con sus consecuencias sobre los presupuestos educativos, en programas sociales, en salud, en exacerbar políticas extractivistas se profundizaron en los años 2019-2022 en la mayoría de los casos, a niveles históricos.
La apuesta por Massa (al igual que lo hacen grandes sectores de la burguesía, el capital financiero y el imperialismo) como “estabilizador” de la economía argentina mediante un duro ajuste, pone en crisis a sectores “progresistas” y organizaciones kirchneristas que, por cierto, tienen una agenda muy alejada de la realidad social de las mayorías. Quejándose del “envejecimiento de sus cuadros políticos”, los referentes de La Cámpora reconocen que pasaron “de la disputa del Estado, al apoyo de un capitalismo con buena onda” como señalan en algunos medios de comunicación.
Dedicados a una réplica de la resignación, las corrientes kirchneristas militan todos los días la idea de que la derecha se combate con el “mal menor”, pero es muy difícil borrar de la memoria de las nuevas generaciones que el Frente de Todos prometió mejorar la vida de las mayorías frente a la crisis y solo empeoró todo. Esto también es parte de explicar el rechazo a la política.
Una extrema derecha que crece “por la negativa”
El sociólogo Ezequiel Ipar en su artículo afirma que:
“Milei no consigue despertar en las juventudes el apoyo de las mujeres (el 60 % de sus votantes jóvenes son varones), ni logra una adhesión que dure en el tiempo; tampoco obtiene un apoyo cerrado a su programa afirmativo. Estas dificultades son, por un lado, propias del tipo de politización despolitizadora que promueve el neo-conservadurismo agresivo de Milei, plagado de exclusiones, prejuicios y violencias (...) Funciona porque expulsa (a las mujeres, las diversidades, los trabajadores estatales) y no busca que la juventud permanezca activa en la vida pública. Esto le pone un límite a su capacidad de construcción basada en la política del backlash cultural. Al mismo tiempo, los jóvenes que se sienten atraídos por el discurso de Milei parecen siempre a un paso de llegar a la conclusión de que la realización plena de su programa político los dejaría trágicamente del lado de los perdedores. Por eso muchos de sus seguidores, sobre todo en los sectores populares, prefieren elegirlo sin escucharlo hablar, porque cuando escuchan el modelo de sociedad hacia el que apunta su discurso se vuelven evidentes las contradicciones con los intereses de esas mismas juventudes”.
A la contradicción que señala el autor del artículo, podemos agregarle algunas más. Milei- por ahora- no tiene un partido estructurado. De hecho su inserción en estructuras universitarias es casi nula y depende en muchas regiones de alianzas con otros partidos para poder desarrollar campañas electorales, como lo vemos en Tucuman con el partido del genocida Bussi y en muchos otros distritos.
Las ideas de Milei, que se ubican a la derecha del clásico programa neoliberal, extremando las medidas de libertad de mercado, alentando la xenofobia, la represión y la misoginia, con valores profundamente conservadores, tienen un condicionante. Ya no estamos en los años 90, el neoliberalismo como proyecto político global está en crisis. Golpeando a los partidos tradicionales que han sostenido coaliciones que colaboran en lo fundamental para garantizar la gobernabilidad pero también poniendo límites a la implementación (pacífica) de sus programas políticos y económicos. Un mundo que solo ofrece incertidumbre, un proyecto político que trae desigualdad, hambre, epidemias y catástrofes ecológicas a las que ahora se suma la guerra nada más ni nada menos que en Europa y la tendencia a la militarización de los Estados capitalistas centrales, es difícil que genere una idea positiva de futuro y banderas que defender.
Pero sí cuenta con un enorme apoyo mediático y financiamiento. Basta con ver quienesposibilitan materialmente a estas “nuevas derechas” para que veamos que no son solamente el producto natural de un desencanto popular, sino la expresión política impulsada por sectores del establishment a quienes les es funcional que existan estas derechas. Estos recursos que se vuelcan a campañas nacionales, mediáticas, virtuales, por redes sociales etc., por supuesto que le dan ventaja en la disputa por atraer a la juventud.
A su vez, la izquierda que, por el contrario, enfrenta a los sectores de poder, no cuenta con esos recursos financieros y muchas veces sufre del bloqueo mediático. Sí cuenta con una considerable intervención en los procesos políticos y de lucha, con organización permanente y colectiva, campañas a pulmón y militantes. Desde la Juventud del PTS, por ejemplo, apostamos a intervenir activamente en el movimiento estudiantil, en el ambiental, en el movimiento de mujeres y entre la juventud trabajadora, siempre desde una perspectiva de clase, que tienda a unir estos movimientos bajo un programa anticapitalista y socialista. A su vez, frente a los gobiernos y burocracias que intentan separar la lucha de los ocupados, los desocupados, los precarios o los que pelean por vivienda digna, apostamos a la creación de instancias de coordinación y organización desde abajo para unir esas peleas, levantando consignas como el reparto de las horas de trabajo sin reducción salarial y con un salario igual a la canasta familiar. A la vez que, lógicamente, intenta organizar esta fuerza de manera independiente del Estado para llevar cada demanda hasta el final y sacar conclusiones de esas experiencias. Esto no puede quedar por fuera del análisis si se quiere pensar las tendencias político-ideológicas de la juventud, pero en ninguno de los artículos referidos se menciona al Frente de Izquierda y su militancia. Algo más que llamativo, ya que el crecimiento del FITU en distritos “peronistas” de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, es tema de discusión en la “mesa chica” del kirchnerismo. Incluso, para algunos analistas, como Julio Burdman en Le Monde Diplomatique, la izquierda podría ser una de las favorecidas del nuevo escenario político.
Como dice Fernando Rosso en un artículo publicado en DiarioAr:
“Hay que hacer un esfuerzo importante para negar que el retroceso de las coaliciones tradicionales no decantará un sector por izquierda (más con CFK fuera de la cancha) canalizable por el Frente de Izquierda y de los Trabajadores como ya sucedió en las elecciones de 2021” refiriéndose al fenómeno que expresó el crecimiento del FITU en el conurbano bonaerense con la adhesión a la figura de Nico del Caño, histórico bastión kirchnerista, o el 25% de Alejandro Vilca en las últimas elecciones jujeñas, o el avance en CABA con Myriam Bregman. De hecho Bregman tuvo una gran repercusión mediática en su enfrentamiento con Milei en el debate a diputados, por su dureza y los silencios que provocó en su contrincante, dejando casi al ridículo muchos de sus fundamentos más retrógrados.
No hay un giro categórico a la derecha en los jóvenes, lo que no niega el crecimiento de Milei basado en el muy profundo odio a la casta política, de una fuerza mediatizada intencionalmente y financiada por grandes grupos económicos que crece sobre la crisis de los partidos tradicionales (donde el macrismo le cede gran parte de su espacio), pero en esa disputa entra la izquierda como dato objetivo de la realidad, como fuerza política militante con cierta influencia política que la intenta organizar activamente.
Una nueva subjetividad, un nuevo futuro
Volviendo al comienzo. Si bien es cierto que las modalidades laborales o de especulación financiera que ofrecen las apps están configuradas para alentar la iniciativa individual, no hay una relación directa entre aquellos modos en los que la juventud busca ingresos y la incorporación en su subjetividad de las ideas de “libertad, pequeña propiedad, flexibilidad horaria, creatividad y emprendedorismo”.
Podemos graficar esto mejor con el propio ejemplo que Natanson usa para argumentar su punto. Para él, pese a que las oportunidades abiertas por la digitalidad a una influencer de Palermo o un estudiante de la Di Tella que desarrolla una app son profundamente diferentes a las de un repartidor de Rappi o un pibe que vende camisetas de la Selección por Mercado Libre, lo común es que prima la iniciativa individual. Sin embargo Natanson no saca todas las conclusiones de su propio ejemplo: la probabilidad de que tal iniciativa individual triunfe, que los ingresos generados garanticen un buen nivel de vida y se realice efectivamente el ideal meritocrático en la influencer o el programador de apps, son simplemente mayores que en el caso del repartidor o el revendedor de camisetas. Esto no es menor porque las ideologías que surgen de las condiciones estructurales del capitalismo (a modo de justificación y encubrimiento de las desigualdades) tienden a entrar en crisis cuando se enfrentan a la continuidad de las desigualdades. Ningún emprendedor o emprendedora, que, corriendo detrás de la inflación necesite de otro trabajo, va a creer para siempre en el emprendedurismo. Se acumula más bien una profunda insatisfacción y bronca.
Una de las principales razones de que esa insatisfacción siga buscando salidas individuales y se pueda establecer la relación que observa Natanson entre las condiciones materiales actuales y la subjetividad individualista, reside justamente allí. Sin organizaciones colectivas a las cuales acudir, ya que están plagadas de burocracias traidoras o totalmente institucionalizadas al punto de ser prácticamente inútiles, alientan la desconfianza hacia ellas y generan una incertidumbre cuyo único refugio parece ser la iniciativa individual.
Pero además de que ese no tiene por qué ser el destino de la juventud, no es la única tendencia de la realidad. La posibilidad para el desarrollo de una nueva subjetividad de la juventud está inscrita en las mismas contradicciones del capitalismo. De hecho la contracara que viene mostrando la crisis capitalista también son grandes muestras de organización colectiva de la juventud que pasan desde el Occupy Wall Street hasta grandes rebeliones protagonizadas por la juventud, como en Chile, Estados Unidos, o inclusive en las movilizaciones contra el golpe en Perú donde entró en escena el movimiento estudiantil en las últimas semanas desalojadas y encarceladas brutalmente por el gobierno golpista de Boluarte. En Argentina fue muy importante el último conflicto de concurrentes y residentes de la salud en varios hospitales del país. Allí se puede observar que la juventud jugó un rol central en enfrentar la precarización y defender la salud pública. En el libro de Nicolás del Caño Rebelde o Precarizada encontramos numerosos relatos y testimonios de cómo esa resistencia juvenil también existe por abajo y no viene desde ahora sino que, a la par que surge la precarización, también aparecen los jóvenes que le hacen frente.
Al mismo tiempo observamos cómo una y otra vez esas rebeliones son desviadas por partidos progresistas o populistas de izquierda que, como el kirchnerismo en el 2001 buscan recomponer los regímenes en crisis. Estrategias que los aferra cada vez más a buscar alianzas (y llevarlas a cabo) con sectores de derecha. Lo hace el kirchnerismo, lo vemos en el caso brasileño con Lula en alianza con Alckmin, políticas que buscan estabilizar las crisis pero bajo el sometimiento del imperialismo y que fortalecen lógicamente a las propias derechas. Más allá de parciales giros, la ubicación de muchos gobiernos progresistas ante el gobierno golpista de Boluarte lo grafica con muchísima claridad.
Por ello cualquier camino para construir una nueva subjetividad requiere de una política revolucionaria y socialista que rompa las cadenas que imponen las burocracias y los partidos del régimen, solo así se puede desarrollar el potencial de la juventud. Una política revolucionaria que unifique ese potencial con la clase trabajadora, gran parte compuesta por jóvenes, capaz no sólo de parar el sistema, sino también de poner a funcionar una nueva sociedad basada no en la ganancia capitalista sino en el desarrollo colectivo. Con esa intención desarrollamos el PTS en el Frente de Izquierda como herramienta política propia, la Red de Trabajadores Precarizadxs para impulsar la coordinación y la autorganización frente a las condiciones laborales, una corriente universitaria con agrupaciones en las principales universidades del país, que busca desde una perspectiva marxista y socialista, transformar la realidad. Más de conjunto, buscamos disputar políticamente a esa juventud que no le debe nada al capitalismo, de la influencia de la derecha y la extrema derecha, pero también de la experiencia desmoralizante del kirchnerismo . Así, queremos aportar a construir una nueva subjetividad y la posibilidad de un nuevo futuro. |