La guerra de Ucrania ha transformado la política energética de la Unión Europea. Desde la reaccionaria invasión de Putin a Ucrania, la política imperialista de la UE ha sido la de “salvar los muebles” a toda costa. Esto ha tenido como consecuencia que, en un ejercicio de irracionalidad capitalista, la UE declarara la energía nuclear y el gas como “energías renovables” y que la carrera en búsqueda de nuevas fuentes gasísticas (en concreto de gas natural licuado) se hiciera a cualquier coste.
En concreto, ese coste está siendo una política energética (y también alimentaria) imperialista, donde la UE acapara los recursos energéticos que servían para abastecer a los 500 millones de personas que viven en Bangladesh y Pakistán y que ahora no pueden enfrentar los desorbitados precios del gas. Se trata de países que sufren la desestabilización del mercado global de la energía y que viven de manera más descarnada las consecuencias de la guerra: si a los europeos la factura del gas se nos hace inasumible, las poblaciones de los países pobres podrían estar ante el riesgo de quedarse, directamente, sin electricidad.
La geopolítica europea desde el estallido de la guerra se encuentra marcada por la competencia en la búsqueda de este combustible, lo cual ha tenido como consecuencia que sus precios se hayan multiplicado en todo el mundo. Durante 2022, la UE importó 135.000 millones de metros cúbicos de gas natural licuado, con el propósito de evitar un posible desabastecimiento energético o racionamiento del gas. Y es que si antes de la guerra la UE importaba el 40% del gas desde Rusia, pasó a importar tan sólo el 15% a finales de año. Se trata de una situación que, incluso de terminar la guerra mañana mismo, permanecería inestable durante meses o años por el boicot a los gasoductos Nord Stream.
Las importaciones de gas natural licuado se incrementaron durante el año pasado en un 60% y ubicaron a Estados Unidos como el principal suministrador de la UE. Diversas compañías exportadoras, además, han dirigido sus buques a suelo europeo incumpliendo los contratos cerrados con otros países con el objetivo de aprovechar el momento de inestabilidad y de aumento de precios en Europa.
Por tanto, se puede decir, como señalaba el director de la revista Estrategia internacional, Juan Chingo que un resultado de la guerra es el levantamiento de un nuevo “Telón de Acero” y la ruptura de la interdependencia energética entre Alemania y Rusia, así como el fin del sueño de un “espacio euroasiático” que profundizara los lazos entre Alemania y China, ya que se cierra el canal de comunicación ruso entre ambos países.
Por otra parte, el política verde de la Unión Europea no comenzó con la guerra de Ucrania. Es la estrategia que ya definió Lenin en el libro Imperialismo, fase superior del capitalismo por el cual los países imperialistas establecen regímenes de dependencia económica a través de la explotación, la deuda y la monopolización de la economía.
La crisis climática y las guerras son ejemplos de cómo estos países hacen pagar las consecuencias de su política criminal a los países a los que mantienen en un régimen colonial o semicolonial. El mejor ejemplo concreto es el de las emisiones de dióxido de carbono (C02) y otros gases contaminantes a la atmósfera, que son en su mayor parte responsabilidad de países Europeos y de Estados Unidos, mientras que las peores consecuencias de la crisis climática las pagan los países pobres.
La supuesta transición energética que quieren poner en marcha las grandes potencias económicas, y con las que se llenan la boca en las cumbres del clima, así como políticas reformistas como la del famoso Pacto Verde son otros ejemplos de cómo se concibe la transición ecológica a costa de la salud y la vida de millones de personas en el mundo.
Mientras un país como Bélgica amplía la vida de sus centrales nucleares y Alemania la de sus minas de carbón, se resisten a la inversión de estructuras gasísticas en países africanos, que no resolverían la crisis pero garantizarían su suministro energético.
La guerra de Ucrania ha puesto de relieve algunas contradicciones del sistema, pero muchas otras están por venir. Tal y como señalan diversos informes, la crisis climática podría ser una de las fuentes de nuevos conflictos bélicos en un contexto en el que la irracionalidad capitalista se encrudece cada vez más.
Todo ello, sin embargo, puede ser la ventana de oportunidad de nuevas revueltas y procesos de lucha como el de Sri Lanka, que comenzó tras el estallido de la guerra ruso-ucraniana. Revueltas que deben poner en el centro las demandas de la clase trabajadora y el pueblo.
Además, desde los países imperialistas, la clase trabajadora no solo debe rebelarse contra las consecuencias económicas de la guerra (inflación, aumento de precios del gas) sino también contra este imperialismo, y apoyar sin reservas a la clase trabajadora y el pueblo de los países pobres que sufren las consecuencias de los dispendios y la desidia de los capitalistas. |