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La Izquierda Diario
11 de diciembre de 2024 Twitter Faceboock

DEBATES
Debates urgentes: robarle tiempo al trabajo, ganarle tiempo a la vida
Lucía Nistal | @Lucia_Nistal

Se vuelve a abrir el debate sobre la reducción de la jornada laboral. Desde Más Madrid, Errejón habla de semana laboral de cuatro días, pero lo que propone es un proyecto piloto con subvenciones públicas, bajando mínimamente la jornada y manteniendo la productividad. ¿Y si en lugar de subvencionar a los capitalistas hablamos de repartir las horas de trabajo y subir los salarios por encima de la inflación?

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En 1919, tras una enorme lucha, la jornada de 8 horas fue conquistada por la clase trabajadora en el Estado español. Han pasado más de cien años y la patronal no ha cedido ni un minuto más. Como explicábamos en otro artículo, “a pesar del desarrollo tecnológico y del consiguiente incremento sin precedentes de la productividad del trabajo, la jornada laboral legal no ha experimentado ninguna transformación, o muchas veces, se ha incrementado”. Hace demasiado que no tenemos una conquista respecto a la jornada laboral. Pero no precisamente porque no sea una de las principales preocupaciones de la clase trabajadora, siempre luchando contra el reloj, tratando de arrancarle minutos a las interminables jornadas de trabajo para dedicárselos a la vida.

De diferentes formas y con diferentes demandas, es una cuestión que siempre está presente, porque a las trabajadoras cada lunes nos duele, cada hora extra nos duele. Así que no es de extrañar que, de tanto en tanto, salte al debate público, como ha vuelto a suceder en las últimas semanas, en este caso de la mano de Más Madrid, inmersos en la campaña electoral.
En realidad, es un debate que plantean en esa formación política desde el año pasado, cuando empezaron a llegar resultados de distintas pruebas piloto en Suecia, Islandia o Reino Unido, donde algunas empresas han reducido la jornada laboral sin reducir la productividad. Estos fueron los ejemplos que tomaron desde Más Madrid para lanzar su campaña y negociar con el gobierno la realización de una prueba piloto en el Estado español.

Estas últimas semanas Errejón ha salido de nuevo en distintos medios defendiendo la semana laboral de cuatro días, con un discurso que habla de tener tiempo para hacer lo que nos gusta y de las ventajas económicas, psicológicas y medioambientales que esto tendría. No suena mal, pero ¿qué es exactamente lo que plantean? Pues el proyecto concreto que pactaron con el gobierno a finales del año pasado es el siguiente: introdujeron en los presupuestos subvenciones por valor de 10 millones de euros para costear parte de los gastos de empresas que presenten un plan para reducir a partir de un 10% de la jornada semanal al 25%-30% de la plantilla.

Es decir, no hay un reclamo para cambiar el máximo legal de la jornada laboral, como podría parecer por la grandilocuencia con la que hablan de “ganar tiempo para la vida”, lo que hay es una subvención con dinero público a empresas privadas que hagan un mínimo cambio a una pequeña parte de la plantilla. Empresas a las que además se asegura que van a ver aumentada la productividad de la plantilla, el argumento de oro que esgrimen los de Más Madrid.

Además de sumarse al sesgo productivista que acaba presionando a la plantilla a ritmos altísimos para sacar el mismo trabajo en menos horas, se olvidan de mencionar, como sí hace el sindicato ELA, que “este tipo de experiencias piloto se dan normalmente en empresas solventes y en las que los trabajadores y trabajadoras gozan de mejores condiciones laborales. Pero no hay que olvidar que la precariedad laboral está cada vez más extendida y que este colectivo está infrarrepresentado en este tipo de estudios”. Vamos, que ni si quiera este tipo de proyectos tan limitados podrían extenderse sin cuestionar la precariedad estructural. De hecho, uno de los proyectos de los que hablan en el partido verde (clarito) es el de Suecia, donde la patronal no quiso continuar con el experimento ni generalizarlo, e incluso el Partido de Izquierda que lo defendía afirmaba "¿Podemos hacer esto en todo el municipio? La respuesta es no, es demasiado caro".
Pero con poco nos conformaríamos si una demanda tan potente, justa y sentida por la clase trabajadora mundial acaba conducida hacia un nuevo trasvase de dinero público a la empresa privada sin cuestionar el productivismo salvaje ni, por supuesto, los beneficios que las empresas acumulan a costa de esas vidas para las que queremos ganar tiempo.

Nos podrían decir que solo así se puede convencer a la patronal, asegurándoles que ganan. Y tienen razón, los grandes capitalistas siempre presionan para aumentar la plusvalía que nos roban, y de hecho llevan décadas de victoria tras victoria, acumulando reformas laborales y legislación contra la clase trabajadora en esta larga noche neoliberal que avanza. Pero las conquistas nunca se han hecho convenciendo a los patrones, y si no repasemos, por ejemplo, cómo se consiguió la jornada de 8 horas que, por supuesto, los capitalistas dijeron que iba a suponer la ruina porque solo sacaban beneficios en la última hora de trabajo.

Veamos el escenario actual: jornadas interminables donde las 8 horas legales quedan atrás y acumulación de horas extra que nos dejan sin tiempo para vivir; según datos de 2022 las horas extra crecieron un 8,06 % llegando nada menos que hasta las 6.783.900 horas semanales, alcanzando niveles inéditos desde 2009, y además un 43% de las horas ni si quiera se pagan. Mientras, otros sectores muy precarizados tienen que sobrevivir con contratos a jornada parcial y un sueldo que no llega o encadenando contratos temporales. En concreto, según los últimos datos del INE, hay un 16% de jornadas a tiempo parcial y un 18% de contratos temporales, cifra que se dispara si tenemos en cuenta que 6 de cada 10 contratos que figuran como indefinidos son discontinuos (o sea, temporales) o a jornada parcial. Y además, un 13% de paro en el Estado español, según datos de este mismo enero, que sube hasta casi el 30% en la juventud. Esto es lo que nos ha dejado la ofensiva de décadas de neoliberalismo, una clase trabajadora dividida en distintas modalidades de contratación precaria y contradictoria, junto a ausencia de trabajo y, además, salarios que se quedan cortos, como estamos viendo bajo la crisis de inflación.

Con estos datos encima de la mesa, la conclusión lógica sería más bien: ¿y si reducimos la jornada laboral para repartir las horas de trabajo con un salario suficiente para la vida? Algo tan lógico como que, si hay personas que trabajan muchas horas y otras que están en el paro, el problema se podría resolver repartiendo las horas de trabajo entre la población activa. Algo tan básico como que esto no puede ir en detrimento de que haya sectores que no lleguen a fin de mes, mientras unos pocos se hacen multimillonarios a su costa, es decir, establezcamos una actualización automática de los salarios según la inflación. Una reivindicación, por cierto, que ya incluía Trotsky en 1938 en el Programa de Transición dentro del bloque “Escala móvil de salarios y escala móvil de horas de trabajo”.

Pero ¿por qué algo tan básico y racional aún no se ha conseguido? Porque atenta contra los intereses de los capitalistas. Que los salarios suban según aumentan los precios, como explica Matías Maiello en el libro De la Movilización a la revolución: “se contrapone a las dos políticas monetarias de la burguesía -especialmente gravosas para los trabajadores en momentos de crisis-: las inflacionarias y las de “estabilización” monetaria, deflacionarias y recesivas”. Además, como explica Paula Bach: “maximizar la jornada de trabajo y minimizar el salario es el objetivo de los propietarios del capital porque en la diferencia entre la duración de la jornada y el tiempo que el trabajador dedica a reproducir los bienes equivalentes a su salario, se encuentra el sustrato de la ganancia”.

Por su parte, que se repartan las horas de trabajo entre las manos disponibles: “apunta a terminar con la desocupación, no solo coyuntural sino estructural, y a evitar la degradación de la clase obrera. Consiste en que el trabajo disponible sea repartido entre todos los y las trabajadoras y que, en base a ese reparto, sea definida la duración de la jornada laboral a costa de las ganancias capitalistas”. Y es que la desaparición de lo que Marx llamó “ejército de reserva” que suponen los desempleados y que la patronal utiliza para presionar a la baja a los salarios y las condiciones de trabajo, sería un arma poderosísima para la clase trabajadora en la lucha por sus derechos.

Pero, que sea contrario a los intereses de los capitalistas, ¿impone tener que renunciar a unas demandas tan básicas? La respuesta de Más Madrid ya la sabemos, pero quienes estamos dispuestos a cuestionar el régimen del IBEX tenemos la obligación de cuestionar ese régimen de lo supuestamente posible en el que tratan de encerrarnos, que nos deja en las migajas, en los huesos.

Se puede plantear, como hace en Argentina el Frente de Izquierda y el PTS, reducir la jornada laboral como máximo a 6 horas, 5 días a la semana -u otra formulación que reduzca el tiempo de trabajo- con un salario que como mínimo cubra la canasta familiar, bajo el lema repartir las horas de trabajo para trabajar todas y todos. Una medida para toda la clase trabajadora que se puede y se debe imponer mediante la lucha. No para beneficiar a sectores de empresas subvencionadas, sino precisamente a costa de esas ganancias de las grandes empresas.

Mientras los capitalistas tratan de seguir avanzando sobre nuestros derechos se trata de oponer una lucha que cuestiona esos límites de lo posible impuestos por el capitalismo, como fue en su momento la lucha por imponer la jornada de 8 horas. Una pelea que apela al conjunto de la clase trabajadora, a los que trabajan jornadas interminables y a los parados y que así une lo que el capitalismo en su fase neoliberal (y las burocracias sindicales) han separado.

Solo desde esa unidad es desde donde podremos imponer esta y otras medidas, porque la CEOE no cede un milímetro si no la obligamos. Una pelea que apunta hacia una perspectiva revolucionaria, en la que, una vez que expropiemos a las expropiadores, podamos reducir al mínimo el trabajo como imposición hasta que represente una porción insignificante de nuestro tiempo, y podamos dedicarnos al arte, disfrutar de la naturaleza, de las relaciones personales, al sexo, a la lectura, a aprender, a la vida. A eso yo le llamo socialismo.

 
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