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28 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

Debates
Lanzamiento en Chile del libro "Tras las huellas del marxismo occidental"
Ideas Socialistas

El pasado martes 7 de marzo se realizó el lanzamiento del libro escrito por Santiago Roggerone, doctor en sociología de la Universidad de Buenos Aires y editado por el Instituto del Pensamiento Socialista (IPS) de Argentina. En el evento participó Marco Álvarez del Grupo de Estudios del Marxismo Latinoamericano de la U de Chile y Fabián Puelma, director de La Izquierda Diario.

Link: https://www.laizquierdadiario.cl/Lanzamiento-en-Chile-del-libro-Tras-las-huellas-del-marxismo-occidental-237416

La actividad se realizó en La Cafebrería en la ciudad de Santiago de Chile. Tras una serie de lanzamientos y espacios de debate generados a raíz de la publicación en Argentina, el libro fue presentado en Chile con la participación de su autor, Santiago Roggerone.

El libro fue publicado el año 2022 por la Editorial del Instituto del Pensamiento Socialista, en la colección de Debates Marxistas Contemporáneos.

El lanzamiento en Chile fue organizado por el Grupo de Estudios de Marxismo Latinoamericano de la U de Chile, la editorial Ideas Socialistas, el Grupo de Trabajo de CLACSO "Historia y coyuntura: perspectivas marxistas" y difundido por La Izquierda Diario.

Ve la presentación completa acá

Presentación de Marco Álvarez

Son múltiples las entradas que se pueden realizar de este libro, incluso, desde el punto de vista disciplinario. Sin embargo, intentaré versar cinco “consideraciones” sobre este libro desde el marxismo latinoamericano que donde me sitúo. También, serán consideraciones en el espíritu andersoniano con el objeto de entrar en atmosfera.

Primera consideración: un encuentro

¿Qué me llevó a leer el libro de Santiago? Todos quien trabajamos intelectualmente en el campo del marxismo nos sentimos tensionados por la categoría de “marxismo occidental” anclada por Perry Anderson en su afamado libro Consideraciones sobre el marxismo occidental publicado por primera vez en 1976.

¿Por qué digo tensión? Porque esta categoría, aunque su autor en establecer que se refiere a una “tradición intelectual común” en un tiempo/espacio, centro Europa de mediados de siglo XX, un poco antes, un poco después, con ciertos autores determinados (Gramsci, Benjamin, Althusser, etcétera) la noción de “occidente” que trabaja No da cuenta de las particularidades del marxismo en todo el mundo occidental, donde supuestamente entraría el mundo latinoamericano. Es decir, se construyó como una categoría tan famosa como polémica.

Leyendo el libro El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar (2017) del marxista italiano Domenico Losurdo, un gran texto crítico sobre el marxismo occidental y que Santiago considera “ser la última palabra importante de momento dicha sobre el marxismo occidental” (p. 122), me aparecieron una serie de inquietudes y/o incomodidades. Primero decir que el libro de Losurdo es un libro de gran consistencia filosófico marxista y, que su principal crítica a los marxistas occidentales de Anderson, son esclarecedoras en cuanto a develar las inconsistencias del marxismo occidental, sobre todo, la negativa de ver la problemática del “colonialismo”. Losurdo nos dirá que “el olvido del colonialismo hace imposible una adecuada comprensión del capitalismo” (p. 128); compartimos plenamente la tesis de este autor. Sin embargo, ya otorgándole todo el valor al libro de Losurdo, al terminar el texto nos deja dos sensaciones amargas: 1) es que el marxismo latinoamericano, como ocurre en el libro de Anderson, no existe en el libro de Losurdo; 2) la crítica de Losurdo es tan arrolladora, que pareciera que ninguno de los marxistas occidentales contribuye significativamente para repensar la emancipación por fuera de la Europa central. Es así como llego al libro de Santiago, buscando una mirada crítica del marxismo occidental desde nuestras propias realidades latinoamericanas.

Segunda consideración: un marxismo abierto

Ya en el libro de Santiago. Debo ser honesto, desde el primer párrafo “flipié” –como dicen los argentinos– con el libro de Santiago porque parte con una idea de Michel Löwy y se sostiene el libro en la definición de Löwy sobre el marxismo occidental; quienes me conocen saben mi cercanía intelectual con la obra de Löwy. Inmediatamente me pregunté, un libro editado por una editorial, IPS, de marcada vinculación con un sector del trotskismo, parte con un importante autor de otra corriente del trotskismo

¿A qué se debe esto? A modo de hipótesis es porque creo que Santiago tributa en las coordenadas del marxismo abierto o de “los mil marxismos” que él mismo hace referencia. Pero, me atrevería a decir, de un marxismo abierto occidental por decirlo de alguna forma. Recordemos que el marxismo occidental, a decir de Perry Anderson, es abierto, pues sus autores se relacionaron con otras constelaciones de pensamiento. En clave de apertura, el libro tiende a abrir un puente entre dos tradiciones intelectuales: una, la del marxismo occidental y, la otra, la del trotskismo. Y para ello, se toma de Daniel Bensaïd, el histórico dirigente de la LCR de Francia, quien en su última etapa articuló sus ideas entre el marxismo y las ciencias sociales, entre otros cruces heterodoxos.

Pero se extraña en el libro de Santiago, una alusión persistente de marxismo latinoamericano. A mí me encanta el legado teórico del Bensa, sin embargo, cuando uno lee las autorías del marxismo latinoamericano, se encuentra que podría establecerse como una de las características centrales del marxismo latinoamericano el comportamiento abierto, en contra del dogmatismo, de la capilla, etcétera. Por ejemplo, solo por dar un nombre emblemático del marxismo latinoamericano, José Aricó, a través de su intervención político y teórica en “Pasado y Presente”, sintetizó una fórmula de expresar el marxismo abierto, donde Gramsci y Althusser tenían un espacio compartido, hasta Bujarin salió de las purgas estalinistas, donde el trotskismo tenía un gran valor.

Tercera consideración: Teoría y práctica

“La primera y más fundamental de sus características fue el divorcio estructural entre este marxismo y la práctica política” (p. 41) dirá Perry Anderson en sus Consideraciones sobre el marxismo occidental. Bajo esta cita, ha corrido muchísima agua. Primero, porque es discutible eso de que todos los marxistas occidentales eran académicos y sin militancia política alguna. Pero, dónde nos gustaría poner el énfasis, es si es extrapolable esta característica al marxismo latinoamericano. Fabián Cabaluz y Tomás Torres en su libro Aproximaciones al marxismo latinoamericano… le otorgarán un acápite a esta polémica. Cito porque me parece de gran relevancia su reflexión:

“La intelectualidad marxista latinoamericana, en su conjunto, tiene esa singularidad (…), provocaría una suerte de porosidad entre el campo intelectual y el campo político en nuestro continente. El marxismo latinoamericano, entonces, surge como una corriente crítica que tiene una relación estrecha con la política, es más, creemos que el marxismo latinoamericano no puede comprenderse a cabalidad sin considerar los espacios de disputa con otras perspectivas o corrientes. Finalmente, creemos que esas son las diferencias las que hacen del marxismo latinoamericano, un claro contrapunto con respecto al marxismo occidental” (p. 49).

A esto, le podemos agregar que el marxismo latinoamericano no es un grupo de intelectuales que militan, sino militantes revolucionarios que piensan la revolución y ese es el gran legado de José Carlos Mariátegui en el continente. Esta consideración nos lleva a la noción de praxis…Y aquí a las izquierdas en general, pareciera que la cuestión teórica no es una prioridad y estas organizaciones se construyen más bien desde la dimensión estética y/o identitaria. Gramsci diría solo con el optimismo de la voluntad y sin el pesimismo de la razón.

Esto se expresa en las organizaciones en la carencia de espacios formativos, de producción intelectual propia, de relación con la intelectualidad crítica, entre muchas más, que atentan con la necesidad de activar el “pensamiento estratégico”.

Cuarta consideración: Perry Anderson, modelo de intelectual marxista

Este libro también es un esbozo político-intelectual de Perry Anderson. Este trabajo podría haber sido una biografía intelectual, pero es sabido, que a los cientistas sociales les aterra las biografías. Soy un convencido que las biografías son un género apropiado para difundir las ideas marxistas, pero ese es otro debate. Solo me llamó la atención el pasado trotskista de Anderson y atribuirle a eso sus contribuciones; ojalá, Santiago, no diera pista de eso después. También me gustaría que se refiriera al carácter estalinista de Domenico Losurdo para desacreditar sus tesis. Las biografías explican muchas cosas.

Quinta consideración: marxismo clásico, teoría crítica y melancolía de izquierdas
En esta última consideración me quiero detener en tres críticas que realiza Juan Dal Mazo en el posfacio del libro; posfacio de una página, incómodo, tenso.

Teoría crítica

La primera es la crítica que realiza a Santiago de considerar el marxismo como una teoría crítica de la modernidad. Si bien compartimos con Juan que hoy en día la categoría de “teoría crítica” se utiliza para cualquier cosa y, sobre todo, para cualquier teoría despolitizada, creemos que cuando Santiago hace alusión a ella se refiere a una “teoría crítico-práctica”, como Marx se refiere en su Tesis sobre Feuerbach. Michael Löwy en su Joven Marx dirá que “es crítico-práctica” en tres sentidos: en cuanto práctica orientada por una teoría crítica, en tanto crítica orientada hacia la práctica y en tanto práctica que ‘critica’ (niega) el estado de cosas existentes” (p. 140).

Si la modernidad como proyecto civilizatorio tiene dimensiones concretas como establece Bolívar Echeverría: “económica”, caracterizada por el capitalismo; “cultural”, expresada por el eurocentrismo; “política”, manifestada por la democracia burguesa; “epistemológica”, amparada en el positivismo, cientificismo; y espiritual, sostenida por el cristianismo…el marxismo como teoría crítico-práctica en palabras simples tiene como sello de impugnación a la modernidad una orientación política anticapitalista, antieurocentrista, antipositivista, antidemocraticoburguesa, secular, etcétera.

Bueno, si es un problema semántico, cuando sabemos que la semántica nunca es responsable de la realidad, poque la realidad la hacen los hombres y mujeres, tendríamos que cambiar las palabras. Dejé de creer en una hermosa frase de Daniel Bensaïd que dijo una vez en una escuela de formación política: “pareciera que en la actualidad las palabras están enfermas y será necesario ocupar otras, pero en el fono, seguimos siendo comunista”. Y no dejé de creer que seguimos siendo comunista, sino porque creo que hay que reivindicar las palabras asediadas por el enemigo y por experiencias fallidas. Es decir, reivindicar la palabra comunismo, aunque toda categoría no es infinita como diría el mismo Marx y Gramsci, pues sigue siendo la aterradora palabra correcta para cambiar el mundo.

Marxismo clásico

Segunda crítica, Juan nos dice que hay que volver al marxismo clásico, más que el marxismo occidental. Es cierto que siempre hay que volver a Marx, pero a modo de crítica a Perry Anderson, Doménico Losurdo, Santiago Roggerone, entre tantos otros, nadie plantea que hay que ir a las potencialidades del marxismo latinoamericano, cuando es este equipo intelectual propio el que ha realizado las mayores contribuciones para entender y transformar las realidades nuetroamericanas. Me pregunto ¿Cuánto sabemos realmente de las contribuciones teórico-políticas de un intelectual como Luis Vitale? No profundizaré en esto, porque es un campo en el que trabajo y hoy estamos comentando este libro.

Melancolía de izquierda

Una tercera crítica: recae sobre la noción de “melancolía de izquierdas”. Juan nos dice que esta categoría pareciera tener “efectos políticos improductivos” pues no permitiría pensar alternativas transformadoras presentes. La bella expresión de melancolía de izquierdas fue anclada por Enzo Traverso en un bello libro del mismo nombre. Santiago, cita a Traverso y dice que esta significa “repensar un proyecto revolucionario en una época no revolucionaria” y, esta significación, está lejos de ser una expresión vacía de la memoria, todo lo contrario, es la memoria alimentante del “pensamiento estratégico”. En un pasaje del libro Santiago habla del pensamiento estratégico y eso me parece importante, pues su apuesta de recuperar críticamente el legado de Perry Anderson apunta en esa dirección. Discrepar de la idea de memoria activa, me lleva a una de las peores versiones del marxismo, aquella anclada en el futuro desde una perspectiva teleología, es decir, la revolución es inevitable y nadie lo puede frenar, como si esta fuera una locomotora de la historia. Walter Benjamin, más bien nos hablaba que las revoluciones interrumpen el continuum de la historia, el tiempo lineal y homogéneo; esto no lo tengo que explicar, pues aquí la mayoría vivió la revuelta chilena.

A modo de conclusión: Juan Dal Maso finalmente dice que este dialogo que abre Santiago con su libro “contribuye a la recomposición de la teoría marxista”. Estoy totalmente de acuerdo. Además, eso, tomándome de la una idea de Trotsky en Literatura y revolución, a lo menos nos vuelve “compañeros de ruta” y, porque no decirlo, compañero a secas.

Presentación de Fabián Puelma

  •  El libro constituye una mapa muy valioso que nos ayuda a guiarnos y adentrarnos al panorama de debate intelectual del marxismo durante las últimas décadas.
  •  Se podría decir que el primer mérito es permitir este panorama general que entrega coordenadas que ordenan el debate y fuerzan al diálogo y polémica entre distintas corrientes intelectuales.
  •  En esto, comparte una de las virtudes del libro de Perry Anderson. No es lo mismo tener un mirada caótica del pasado que una mirada ordenada en torno a un esquema.

    Dependerá luego de intelectuales y militantes que este debate llegue a nuevos sectores. La publicación del libro es parte de un esfuerzo editorial del Instituto del Pensamiento Socialista de Argentina por publicar aportes y elaboraciones que hacen al debate marxista contemporáneo, con el objetivo explícito de ponerlo en tensión con nuevas y viejas generaciones militantes.

    Se trata de sacarlo del debate meramente académico e introducirlo en el seno de las organizaciones de izquierda. Pero no sólo dentro de la izquierda, sino buscar incentivar el debate para reinstalar el marxismo en las universidades.

    Esto es lo que ha permitido este libro, con presentaciones que han involucrado a diversos intelectuales como Ariane Díaz, Eduardo Grüner, Omar Acha, Alberto Bonnet, Christian Castillo, Mariana Giaretto, Ariel Petruccelli, entre otros. Muchas de ellas organizadas por corrientes de izquierda trotskista universitaria como es En Clave Roja.

    Se trata de un doble movimiento: poner en contacto estos debates con nuevas generaciones de activistas y militantes, como también generar espacios de discusión intelectual que rompan con las estrictas restricciones del formato académico.

    Como decía Juan Dal Maso en el posfacio, aunque el autor define su trabajo como parte de su actividad académica, sus reflexiones van más allá o se separan abiertamente de varios tópicos académicos.

    Si el objetivo es reinstalar el marxismo en las universidades como debate vivo, libros como el de Santiago de Roggerone son de mucha utilidad, porque establecen puentes entre distintos mundos y registros de debate político intelectual.

    Un poco de ese encuentro es el que se está generando en este espacio. Agradecer desde ya a los compañeros del Historia y coyuntura, perspectivas marxistas Clacso, grupo de Estudios latinoamericanos U de Chile. .

    El desafío es grande. Desde mi punto de vista, el marxismo en Chile no ha aprovechado la “ventaja epistemológica” de la que habla Grüner y es citada por Santiago Roggerone. Es decir, la ventaja que significa que desde la periferia se puede ver todo, tanto el centro como la periferia.

    Esto sólo puede ser aprovechado si seguimos la actitud detallada por Perry Anderson para las culturas de la periferia de los centros del pensamiento marxista, cual debe ser “un deseo de seguir y aprender lo que sucede en los centros avanzados de la producción intelectual”, desarrollando consecuente y sistemáticamente esta curiosidad.

    Lo que claramente remite a la forma en que aborda Lenin el problema en la enfermedad infantil del comunismo, quien planteaba que el bolchevismo surgió sobre una base teórica de granito (a partir del intenso debate con los centros del debate intelectual marxista) y una historia práctica de quince años sin parangón en el mundo por su riqueza de formas y situaciones.

    Presentación de la problemática de unidad entre teoría y práctica

    Quizá uno de los principales debates que la publicación del libro de Santiago ha vuelto a poner en el centro es la relación entre teoría y práctica en el marxismo.

    Como es sabido, Perry Anderson caracterizó al marxismo occidental como expresión del “divorcio estructural entre la teoría y la práctica”, con la consiguiente reclusión de los intelectuales en las universidades, y una separación entre la afiliación política y la práctica militante, con los temas tratados en el ámbito teórico que se desplazaron hacia la filosofía y el estudio de las superestructuras en general.

    Este postulado ha sido criticado por diversas vías. Uno de los debates es si la distinción teoría y práctica sirve realmente para ordenar el mapa del marxismo occidental. Y en este terreno las críticas son muy variadas:

  •  Existirían muchos contraejemplos de autores que sí habrían tenido un involucramiento militante directo como Gramsci.
  •  Anderson deja afuera una buena parte de las elaboraciones marxistas del período, realizadas en otras coordenadas (especialmente los países del viejo bloque del Este y América Latina).
  •  Utilizar términos como ruptura, divorcio y luego reunificación, dan cuenta de una visión un tanto mítica y esquemática sobre teoría y práctica.

    El libro de Santiago es una muy buena guía para entender este panorama de debate y también tener a mano una explicación del propio desarrollo intelectual y político de Perry Anderson, sin guardarse ninguna de las críticas y callejones sin salida de su obra. Y notando que las propias coordenadas establecidas por Perry Anderson, lo podrían ubicar a él mismo dentro de la lista de marxistas occidentales.

    ¿No podríamos decir que Anderson es el último marxista occidental? Al mismo tiempo que Santiago establece esta pregunta provocativa, reconoce que el solo hecho de seguir debatiendo qué marxistas entran en la categoría de “occidentales”, muestra la potencia y el acierto de Perry Anderson.

    Utilidad de categoría teoría práctica: cercanía o lejanía con las clases subalternas

    Pero más allá de la discusión “cartográfica”, al decir del autor, la que se abre es cuán útil es la idea de “divorcio” entre teoría y práctica. Sin duda, tal nivel de generalidad del planteamiento abre una serie de problemas. El autor sostiene, con razón, que esta distinción es algo inespecífica.

    Sin embargo, si se logra historizar la categoría, la polémica de Perry Anderson plantea aspectos claves para entender el devenir del llamado marxismo “occidental”: el rol secundario de la intervención política específica en relación con la producción teórica y la falta de una oposición frontal o consecuente al estalinismo.

    Es cierto que gran parte de los “marxistas occidentales” realizaron actividad política, pero no siempre y no en todos los casos tuvo una relación clara con su actividad teórica y al mismo tiempo su oposición al estalinismo fue inconsecuente.

    Durante los años de dominio del estalinismo, esto podía parecer secundario o incluso conveniente. Sin embargo, a 30 años de la restauración burguesa, es imposible pensar un marxismo emancipador y que tenga alguna ambición de transformarse en un horizonte deseable para los explotados y oprimidos, sin partir por una delimitación radical con el estalinismo.

    Entonces si se dan valores concretos a la relación algebraica es posible ver distintos grados y proporción de relación entre teoría práctica.

    Así, naturalmente la teoría forma parte de la praxis (de hecho, Engels, aquel gran marxista tan vilipendiado por el marxismo occidental, planteaba que la lucha teórica era una de las formas que adquiría la lucha de clases). Sin embargo, la relación entre la lucha ideológica, la lucha de clases y la política siempre fue problemática, abierta a diversas respuestas.

    Contentémonos por ahora en constatar que aunque toda teoría es una forma de práctica, no es lo mismo la práctica académica, a la práctica política, no es lo mismo la elaboración teórica y el esfuerzo por aplicar estas categorías y obtener resultados en la lucha de clases o a nivel de construcción de una organización revolucionaria, etc.

    No es lo mismo elaborar un marxismo para participar de gobiernos “progresistas” que gestionen el Estado capitalista, que postular y practicar un marxismo orientado, por ejemplo, a que las revueltas de la actualidad puedan avanzar a transformarse en procesos revolucionarios.

    Y tener claro esto es importante para combatir cualquier visión autocomplaciente, sin lo cual es imposible romper la “ñuñoización” del marxismo en Chile.

    Y con esto me refiero a un marxismo que, muchas veces sin proponérselo, se transforma más bien en una expresión de las preocupaciones y anhelos de una clase media progresista que se mira a sí misma, y al hacerlo, genera el repudio, la burla y rechazo de sectores más explotados y oprimidos, que son los sectores de clase con los cuales el marxismo apunta a fusionarse.

    En Chile esta discusión tiene enorme actualidad, y uno de sus símbolos fue el triunfo del rechazo el 4 de septiembre, en donde la épica progresista estuvo totalmente ajena a las preocupaciones de las grandes mayorías trabajadoras.

    Fue un divorcio real y descarnado: la gran mayoría de la intelectualidad progresista considerando la Convención Constitucional y un texto constitucional (de un Estado burgués, hay que decirlo) como expresión triunfal de los anhelos populares, mientras muchos de quienes se movilizaron en las poblaciones durante la rebelión, no veían en la convención ni en la nueva constitución nada relacionado con las demandas urgentes que planteó el estallido.

    Se trata de una pregunta difícil e incómoda, que quizá puede ser alumbrada teóricamente desde el debate que reabre el libro de Santiago

    El problema de la unidad de los componentes del marxismo

    Junto con la pregunta sobre la lejanía o cercanía entre el marxismo y la clase trabajadora y los sectores populares, surge la pregunta teórica sobre la unidad de los propios componentes del marxismo.

    Lo anterior está relacionado con la definición misma de marxismo, que es, de hecho, una de las preocupaciones del autor. En el libro se plantea que la inespecificidad de la categoría de divorcio entre teoría y práctica, se relaciona con la propia definición de marxismo.

    Tomando a Lenin, coexistirían tres proyectos o “fuentes”, como es la filosofía clásica alemana, el socialismo francés y la economía política inglesa. O a decir de Therborn, el marxismo forma un triángulo: “sociología histórica”, “filosofía de las contradicciones o dialéctica”, “un modo de política de tipo obrero y socialista”.

    Aspectos que según su autor, aunque están íntimamente entrelazados, poseen autonomía relativa. La pregunta por la unidad y coherencia del marxismo, por lo tanto, se pone en el centro.

    Santiago, siguiendo a Losurdo, ubica a Marleau-Ponty como el primero que dio los fundamentos políticos y sociales para comprender la división entre un marxismo occidental y el que llaman algunos “oriental”.

    Sin embargo, su visión de que la “síntesis marxista de lo subjetivo y de lo objetivo se bifurca en dos formaciones terminales”: por una parte un objetivismo extremo y por otro un subjetivismo extremo, pareciera cerrar la puerta a una unidad del marxismo y sus componentes.

    Renunciar a la posibilidad de unidad entre, permítanme el término, “ciencia” y “voluntad”, es renunciar a que el marxismo pueda tener algún modo de uso para abordar los problemas acuciantes del presente.

    Resulta plenamente vigente que el marxismo debe transformarse en “verdadero” en la medida en que se transforma en un arma eficaz para abordar teórica y prácticamente problemas acuciantes tales como:

    La potencialidad y límites de las revueltas que recorren el mundo; cómo enfrentar la guerra y la tendencia ya asentada hacia un nuevo armamentismo a nivel global; o la catástrofe ecológica que ya estamos viviendo, entre muchos otros problemas.

    El inicial resurgimiento incipiente del debate sobre la revolución y la guerra, expresada en elaboraciones como la de Lazaratto, el último libro de Enzo Traverso o la publicación del libro “De la movilización a la revolución” de Matías Maiello que publicamos desde el IPS, van en esa dirección.

    Lazaratto plantea correctamente que “la guerra en Ucrania pone en evidencia todos los límites políticos de lo que queda de los movimientos y de las teorías críticas. Ambos expulsaron la guerra (y las guerras) del debate político y teórico produciendo una pacificación del capitalismo y del Estado”

    Así, la afirmación de Traverso en Melancolía de Izquierda, que la tarea es “repensar un proyecto revolucionario en una época no revolucionaria” no pareciera expresar correctamente la naturaleza de las tareas teóricas del marxismo.

    Interpelados por este tipo de problemáticas y por la unidad del marxismo, es que como corriente política e intelectual tomamos la sentencia de Bensaid sobre la miseria estratégica en el marxismo, y hemos buscado profundizar teórica y prácticamente qué significa un marxismo que ponga el centro en la estrategia.

    Aunque la preocupación estratégica puede efectivamente ubicarse como una de las tantas que existirían en los “mil marxismos”, la ubicación sistemática de la estrategia en el cuerpo teórico del marxismo le otorga una ventaja sobre el resto: ser un puente o una mediación entre teoría y práctica.

    O de manera inversa, como explica Maielo y Albamonte en el libro estrategia socialista y arte militar, tomando a Clausewitz, la teoría puede colaborar si se mantiene suspendida entre sus tres tendencias (la actividad de la clase, el cálculo de probabilidades y la política revolucionaria como tres polos de atracción).

    Esto es lo que permite que muchas de las preocupaciones teóricas del marxismo occidental tengan enorme utilidad para pensar la estrategia revolucionaria hacia el siglo XX. Muchos temas que, de hecho, no fueron desarrollados por el marxismo clásico.

    Pero esto implica necesariamente incorporar la propia experiencia de la lucha de clases como parte de la teoría marxista.

    Se trata de postular la unidad inescindible entre el marxismo como concepción del mundo, como crítica a la economía política y a la teoría política, como teoría de la experiencia del proletariado, y como arte de la estrategia. Lo que implica rechazar, por ejemplo, lo que discutían los neokantianos que las primeras diez “Tesis sobre Feuerbach” eran científicas pero que la Tesis XI (donde Marx plantea “la transformación del mundo”) era simplemente un imperativo moral.

    Para nosotros el marxismo es justamente esta unidad, es una teoría de la práctica y un arte de la estrategia fundado sobre bases científicas (entendiendo esta última, desde ya, no en su estrecha y vulgar acepción positivista).

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