Virus se prepara para tocar en el Luna Park con localidades agotadas. El guitarrista nos cuenta sobre el proceso artístico y emocional que implica darle ruedo vivo a uno de los grupos sagrados de la cultura rock argentina.
Antes de tocar en el Luna Park por primera vez en su vida, Julio Moura recuerda desde algún lugar de City Bell cómo era conectar La Plata con Buenos Aires en los primeros años de Virus, cuando eso no era para nada sencillo: “Arrancamos en el ’79 y empezamos a venir a Capital un año después. No existía la autopista y viajábamos por la Calchaquí en bondis que paraban cada tres esquinas, un delirio. Por eso empezamos a mudarnos, no había otra”. Outros tempos.
Más de 40 años después, Virus se estrena en el otrora Templo del Box para la escala angular de una gira “que no sé si es despedida, o qué, no me importa”, aclara Julio. Las localidades agotadas demuestran el interés por esta nueva apuesta. Un voto de confianza hacia una de las últimas grandes leyendas del rock argentino made-in-80s.
El grupo se había desactivado en 2015 y los hermanos Moura iniciaron caminos personales. El guitarrista publicó Enigma 4, un disco a su medida y a sus tiempos. “Fue algo muy interno, muy personal. Ni siquiera me moví para que saliera. De hecho, no salió: apenas una partida en vinilo que hizo un amigo en Europa. Y lo toqué dos veces, solo para sacarme las ganas de hacer en vivo lo que laburé. Pero a la segunda vez, dije: ‘basta, estuvo bien´. Y ya estuvo. Luego hubo un espacio, un impasse. Y empecé a tener lembranças de todo lo vivido anteriormente, pero de otra manera”.
El regreso de Virus se pensó para 2020, aunque la pandemia lo postergó. Allí, los hermanos Julio y Marcelo maceraron el operativo retorno junto a Mario Serra, baterista fundacional. “Con Mario hacía treinta años que no tocábamos. Y fue muy lindo. Nosotros empezamos con él antes que con Federico. Siempre fue un referente para mí”, explica Julio Moura.
En simultáneo a la vuelta al ruedo, Julio encontró en sus redes sociales un interesante canal para tramitar ese proceso artístico y personal en público. Así, fue largando varios videos de él, solo con alguna de sus guitarras (eventualmente un piano), haciendo canciones propias y ajenas, soleando y canturreando. A eso, además, le agregó reflexiones en su muro de Facebook sobre lo que estaba ocurriendo con la vuelta de Virus, lo que equivalía a decir la vuelta a sus propias canciones y a las historias que éstas encierran.
“Las cosas van cambiando, nosotros cambiamos. Pero hay algo que no, y que nos trasciende: la música. Nosotros paramos, pero la música siguió sonando. Y está ahí, quedó ahí: está más allá de lo que diga yo. La pasás a escuchar casi que como un oyente, en algún punto. Aunque es difícil decirlo con palabras, esos pequeños escritos en Facebook vienen de una mirada contemplativa que tiene que ver con haber salido de la subjetividad. Una conclusión a la que llegué cuando empezamos esta nueva historia. Me pasó eso y fue muy especial”, reconoce Moura.
“A lo largo de los años siempre todo fue mucho más subjetivo, y ahora, por distintas razones, un poco por la edad, un poco por haber parado unos cuantos años, es como que me sorprendió a mí mismo cómo la lectura cambió. Hay muchas que cosas en su momento estaban muy mezcladas. En la etapa de la muerte de Federico, por ejemplo. Ahora no es que ya no esté más, sino que lo veo desde otro lugar. Y creo que puedo ser más objetivo, en el sentido de realmente entender como sucedían las cosas, o qué pasaba en cuál momento”.
Autor y compositor de canciones que todos conocemos, Julio encontró en esta nueva versión de Virus un desafío inédito: hacerse cargo de algunos vocales. “Fue increíble. Un día me puse a cantar una canción clásica de Virus y dije: ‘¡la puta, esto me gusta!’. A esta altura de mi vida vi que había compuesto muchas canciones, pero nunca las canté. Me di cuenta de lo bien que me hacía, pero también de la responsabilidad que implica, porque están grabadas en la memoria de la gente. O en el aire”.
¿Podemos pensar en canciones nuevas? “Creo que eso lo voy a hacer siempre”, responde Julio Moura. “Pero un porcentaje de este impulso es poder hacer lo que no pudimos en su momento: una gira por Latinoamérica, por ejemplo. Y queremos poder interpretar nuevamente eso de otra manera, de otro lugar, con una cabeza diferente. Pero mostrándolo… que la gente nos vea”.
La guitarra de un amigo: el viaje de Virus en las cuerdas de Julio
El cartel de “localidades agotadas” muestra la expectativa que generó esta apuesta por el Luna Park. Mientras tanto, la banda ajusta los últimos detalles. Quiere estar a la altura de tamaña cita. En ese sentido, Julio asegura que tuvo que “empezar a sacar sonido de vuelta, más allá de los arreglos, detalle por detalle”. Además volvía Mario Serra después de tres décadas. “Un batero que en ese entonces no había, y encontrarlo de nuevo, a esta altura de la vida, con el entusiasmo que tiene, es genial. Pero queremos que sea todo muy prolijo, y acomodarnos nos llevó un tiempo”.
“En parte de (los discos) Relax, Locura y Superficies de placer hay una sola viola. Entonces hay más espacios”, explica Julio, en relación a su laburo más específico sobre el escenario. Es que, a medida que el sonido de Virus iba cambiando, Julio también experimentó sus propias mutaciones de piel a través del uso de distintas guitarras. Y fue dejando, en ese paso, improntas y texturas personales.
La primera viola con la que grabó (el demo de Duro y “Wadu wadu”) fue una Gibson S1, la misma que luce mientras esquiva naranjazos en el video del Prima Rock 81. Pero entre los dos discos siguientes (Recrudece y Agujero interior) se compra una Fender Telecaster. Otra sensibilidad. “Fui cambiando y probando”, explica. “Después tuve una de grafito que a Pappo lo volvió loco y luego vendí para comprarme un piano de un cuarto de cola bueno que había encontrado”.
“No soy de conservar las cosas. Pierdo todo: empecé a ensayar y me di cuenta que tenía solo dos pedales, cuando supe tener montones”, dice. “Pero la que era de Federico, la Strato, la he tenido cerca durante todos estos años. Tengo con ella una relación metafísica. Con la guitarra y con lo que, supongo, significa. En nuestro último Obras tuvimos una discusión que se hizo conocida, donde yo le pedí que me la prestara para salir a tocar. Siempre la llevo como repuesto, aunque la he usado antes de los shows. La agarro, la toco…”.
Aunque hace tiempo se lo ve tocar en vivo con una Pensa roja, en su intimidad Julio flirtrea con aquella Fender Stratocaster (“La guitarra de un amigo” dice una bonita canción), una Gretsch roja y una SG negra. “Con la Gretsch grabé para Enigma 4 una canción en una sola toma. Y con la SG… también. La SG es muy especial, para tocar de una manera más técnica. Que no es mi estilo. Yo soy bastante… desparramado. Ahora se la estoy prestando a Agustín (Ferro, guitarra de este nuevo Virus), aunque a veces lo veo y me dan ganas de pedírsela, jaja”.
Finalmente, todas las dudas se resuelven sobre el escenario: “En vivo, la guitarra es más como una raqueta: la cambias cuando se te rompe una cuerda. No me gusta cambiar de viola, por un tema más técnico-práctico”. El pragmatismo responde a un motivo definitivo que se confirmará este viernes en el Luna Park: las que mandan son las canciones.