www.laizquierdadiario.com / Ver online / Para suscribirte por correo hace click acá
La Izquierda Diario
9 de abril de 2023 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Kohei Saito: Marx y la llamada del antropoceno
Juan Duarte | Ciencia y Ambiente | tw: @elzahir2006

Reseña de El capital en la era del antropoceno, de Kohei Saito.

Link: https://www.laizquierdadiario.com/Kohei-Saito-Marx-y-la-llamada-del-antropoceno

La preocupación por la crisis climática y ecológica impacta en sectores enormes de la población mundial, particularmente de la juventud, que buscan herramientas para entender la situación y pensar una salida. En este marco, la publicación de Hitoshinsei no Shihonron [1] [El Capital en la era del antropoceno] por parte de Kohei Saito en Japón en 2020, y su más de medio millón de copias vendidas en ese país y el premio Asian Book Award 2021 al mejor libro del año que le otorgaron, expresa también algo más: una conciencia creciente de esos sectores hacia el capitalismo como foco del problema e incluso hacia el comunismo como solución. Es que el libro de Saito, recientemente publicado en castellano [2], demuestra de forma muy didáctica el rol central del capitalismo en la generación de la crisis, demuele las salidas de reforma del capitalismo, tanto las del capitalismo verde como las del “keynesianismo ambiental” tipo Green New Deal, y plantea la posibilidad y necesidad de avanzar hacia un “comunismo decrecentista”. Asimismo, su publicación demuestra una revitalización de la reflexión marxista. Hasta el Financial Times, una de las principales publicaciones del periodismo burgués, dio cuenta del fenómeno: “’Decrecimiento’: el marxismo está de vuelta para la era moderna”, tituló, observando que, a juzgar por los charts de libros, “Japón ahora debería ser lamido por las llamas revolucionarias” [3].

A diferencia de otras publicaciones del autor, este es un libro que intenta intervenir a un nivel amplio con una posición anticapitalista. Aunque con polémicas y ciertas inconsistencias, ofrece un planteo accesible, con infinidad de ejemplos concretos y cotidianos sobre qué tiene para ofrecer el pensamiento ecológico de Marx en el antropoceno (“una faceta que ha permanecido en el letargo durante aproximadamente ciento cincuenta años”). Y como veremos, es mucho.

Kohei Saito (Tokio, 1987) se doctoró en filosofía en 2014 y es actualmente profesor asociado en la Universidad de Tokio. Su primer libro, La naturaleza contra el capital, que estamos por publicar desde Ediciones IPS, fue publicado en inglés como Karl Marx’s Ecosocialism. Capitalism, Nature, And The Unfinished Critique Of Political Economy [4], distinguido con el premio Deutscher Memorial –un premio a la investigación marxista– y traducido a más de seis idiomas. El Capital en la era del antropoceno es su segundo libro y recientemente publicó, en inglés, Marx in the Anthropocene. Towards the Idea of Degrowth Communism [5] [Marx en el antropoceno. Hacia la idea de un comunismo decrecionista], donde continúa y profundiza su lectura sobre la obra de Marx. En un número previo de este semanario Esteban Mercatante repasa algunos de los conceptos teóricos claves que desarrolla Saito allí en su lectura de Marx, junto con algunas polémicas que suscita [6].

La fracturas metabólicas del capitalismo y su desplazamiento tecnológico, espacial y temporal en el fondo de la crisis

La primera parte del libro está dedicada a discutir la magnitud de la crisis climática y ecológica, su origen capitalista, y el carácter ilusorio de las salidas en los marcos del capitalismo.

El marco general, lamentablemente, ya nos resulta familiar. La crisis ya empezó, estamos transitándola a pura ola de calor y a punto de atravesar peligrosamente diferentes “límites planetarios” [7] del sistema Tierra. Nos acercamos peligrosamente a nueve “puntos de no retorno”: cambio climático, pérdida de biodiversidad, ciclos de nitrógeno y fósforo, cambios en el uso del suelo, acidificación del océano, aumento del consumo de agua dulce, destrucción de la capa de ozono, concentración de aerosoles atmosféricos y contaminación química (con plásticos por ejemplo). Si bien desde 1850 comienza fuerte la acumulación de gases de efecto invernadero, después de la segunda guerra mundial se produce la llamada “gran aceleración” y casi la mitad del consumo de combustibles fósiles se da desde 1989.

Saito pone el eje en la naturalización de los objetivos de “crecimiento” del capitalismo, una idea reforzada a tal punto que el premio Nobel de Economía de 2018 fue para William D. Nordhaus y un trabajo sobre economía del cambio climático que sostiene que la mejor forma de enfrentar este último es mediante el crecimiento económico y el desarrollo tecnológico. Esta es la posición de fondo del establishment y moldea desde las políticas “desarrollistas” de diferentes gobiernos hasta el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU (IPCC) o el mismo Acuerdo de París (“atrapados en las premisas del crecimiento económico”, según el autor). ¿A dónde llevaba el modelo premiado de Nordhaus? A un nivel de calentamiento de 3,5 grados a fines de este siglo, un escenario catastrófico (estamos recién en 1,1 grados, con las consecuencias que todos conocemos), pero que es el mismo que admite como la dirección actual el último informe del IPCC [8].

El autor retoma la crítica de los sociólogos Brand y Wissen [9] de que el “modo de vida imperial” para sostener “un modelo basado en la producción y consumo en masa”, que generalmente se considera atractivo de los países desarrollados, está basado en el saqueo de los recursos naturales y del trabajo en los países no desarrollados (agreguemos nosotros que también en esas sociedades hay clases sociales, la generalización es incorrecta ya que no todos consumen por igual, una crítica que por ejemplo Matt Huber hace correctamente a Brand y Wissen). Una “sociedad de la externalización” de las cargas ambientales hacia países periféricos mediante el extractivismo, pero cuyo margen se está agotando. El libro señala cómo Marx, a partir de analizar el metabolismo que establece el capitalismo en la relación entre la humanidad y la naturaleza, a partir de la expropiación y mercantilización de los bienes comunes naturales y del trabajo con la finalidad de generar ganancias, genera diferentes alteraciones y rupturas de metabolismos naturales, como por ejemplo el metabolismo del carbono a partir de 1850 para producir la energía necesaria para producir mercancías (y disciplinar a la clase obrera, como plantea el historiador Andreas Malm y retoma Saito). Este proceso tiene consecuencias, desequilibrios o cargas sobre la naturaleza (y el trabajo) que el capitalismo va “transfiriendo”, desplazando las posibles crisis.

Siguiendo el análisis de la fractura del metabolismo del suelo que hace Marx en El capital, Saito identifica tres transferencias centrales: tecnológica –cómo a partir de la ruptura del metabolismo del ciclo de nutrientes suelo en el siglo XIX, el capitalismo desarrolló fertilizantes químicos que repararon ese ciclo mediante la producción de nitrógeno pero a costa de utilizarlo cada vez más, con el consiguiente uso de combustible fósil y de acidificar los suelos (hoy, los planteos de la geoingeniería o los autos eléctricos por ejemplo)–; espacial –la conquista de territorios para conseguir guano en su momento, que hoy aparece desplegado en clave extractivista como “imperialismo ecológico” que saquea la periferia (extractivismo de combustibles fósiles en países como Argentina, bajo capitales imperialistas que se venden como “net zero” en sus países de origen)–; y temporal –en su momento Marx lo trató con la tala excesiva de bosques, pero hoy aparece bajo la forma de crisis climática; acumular lo residuos de la producción de energía no hace más que profundizar catástrofes hacia adelante en el tiempo, y mientras más consciente es la burguesía, más aprovecha el tiempo para explotar, como estamos viendo, todo lo posible antes de que se agote esa posibilidad de negocios–.

Las salidas capitalistas son ilusorias, solo desplazan la crisis

Saito dedica todo un capítulo al “keynesianismo ambiental” de salidas como el Green New Deal, al que define como “el último baluarte del normal funcionamiento del capitalismo”. Es imposible, señala siguiendo al científico ambiental Johan Rockström, “desacoplar” las emisiones de dióxido de carbono del crecimiento económico. A lo sumo hay un “reacoplamiento” en países centrales, que transfieren la carga a las periferias. Hay que reducir absolutamente las emisiones, y para eso hay que renunciar al crecimiento económico. En este sentido, retoma la “paradoja de Jevons”, el economista inglés del siglo XIX que estudiando la explotación del carbón alertó que la mejora de la eficiencia tecnológica, que debería llevar a consumir menos energía, en el capitalismo hace que se consuma aún más.

No hay, por ejemplo, como señalan algunos, un “pico petrolero” (Peak Oil) ante el cual los capitalistas buscarían otras formas menos contaminantes: si sube el precio del crudo convencional por escasez, van hacia el petróleo shale vía fracking, que ahora les es rentable, mientras explotan el convencional todo lo posible, Lo mismo con las energías renovables y cualquier opción del “capitalismo verde”. Los autos eléctricos son un buen ejemplo: según la Agencia Internacional de Energía (AIE) pasarían de 2 millones a 280 en 2040, pero la estimación de reducción de emisiones es solo de 1 %. Mientras, en la periferia, el saqueo del litio para las baterías asegura la destrucción de ecosistemas y comunidades. Otro tanto sucede con las tecnologías de captura de dióxido de carbono. En otras palabras, no hay salida por medio del mercado.

En este sentido, el autor define provocadoramente a los Objetivos de Desarrollo Sostenible [ODS] establecidos por la ONU como "el nuevo opio de las masas", destinado a correr el eje del capitalismo como causa de la crisis y habilitar la pérdida de tiempo de una ilusoria salida reformista.

El decrecimiento como opción estratégica

Saito aboga en el libro por una postura decrecentista (“un sistema económico que no dependa del crecimiento”) pero señala que esto solo es posible en una sociedad no capitalista, o sea, comunista. En este sentido ataca diferentes planteos de “decrecimiento bajo el capitalismo” como opciones inviables: “el problema es que la búsqueda de beneficios, la ampliación de los mercados, la externalización, la transferencia, la explotación de la fuerza de trabajo y el saqueo de la naturaleza constituyen la esencia del capitalismo. Abjurar de todo lo anterior y echar el freno significa, en la práctica, abandonar el capitalismo” [10]. La verdadera opción racional es, según el autor, “reformar radicalmente el trabajo, acabar con la explotación y con la dominación de clase y articular una sociedad libre igualitaria y justa: esta es la auténtica teoría decrecentista en el Antropoceno” [11]. Su propuesta central, si se quiere evitar las salidas tanto del “fascismo climático” (“la protección estatal de las clases privilegiadas enriquecidas ante la amenaza de víctimas o refugiados climáticos” [12]), como del “maoísmo climático” (“Estados dictatoriales que acometan medidas contra el cambio climático más efectivas e igualitarias”) o la simple “barbarie” (la guerra de todos contra todos a partir de la victoria del 99 % contra el 1 %) [13], será entonces la de “integrar a Karl Marx con decrecimiento” (cosa que Saito hará como hipótesis interpretativa sobre su obra) y pelear por un comunismo decrecentista.

El autor parte de la caracterización de que, en los últimos años, en la juventud a nivel mundial, la llamada generación Z y los millennials están surgiendo corrientes de opinión anticapitalistas alrededor de la crisis climática, y que “el decrecimiento está comenzando a destacar como la teoría de las nuevas generaciones” [14]. A su vez, dice que existe una “rehabilitación de Marx”, que las ideas de Marx están volviendo al centro de la escena a medida que la contradicciones del capitalismo se agudizan. Es evidente que Saito apunta a dialogar con este sector.

Saito también se dedica a discutir contra otras variantes como el “aceleracionismo de izquierda” del “comunismo de lujo totalmente automatizado” de Aaron Bastani [15], que afirma que “en el comunismo que se alcance por la vía la innovación tecnológica capitalista, el crecimiento económico totalmente sostenible será una realidad” [16]. También apunta contra el “ecomodernismo”, que sostiene la idea de dominar la tierra por medio de la tecnología, donde ubica la obra de Bruno Latour. Se trata, señala, de evasiones de la realidad que niegan la necesidad de la lucha de clases y la pelea por el comunismo.

Una mirada polémica sobre las ideas de Marx

Luego de aplicarla de hecho para analizar los contornos de la crisis climática, Saito ofrece en este libro una síntesis muy didáctica sobre gran parte de su trabajo previo de rescate de la mirada sistemática de Marx sobre la ecología, alrededor del eje en el concepto de metabolismo y la integración de los cuadernos de anotaciones de Marx referidos a ciencias naturales. Una porción importante de estos eran hasta ahora desconocidos y el autor es parte de su edición dentro de las Marx-Engels-Gesamtausgabe 2 (MEGA 2) [Obras completas de Marx y Engels] . Buena parte de este recorrido retoma los planteos previos de John Bellamy Foster en La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza [17], y está desarrollado en La naturaleza contra el capital que el lector o lectora va a poder leer en breve [18].

Pero en este libro Saito da algunos pasos más en su interpretación, realizando nuevas definiciones polémicas, a saber, que habría en la obra de Marx, al decir de Althusser, tres “cortes epistemológicas”: primero habría sostenido un determinismo de las fuerzas productivas (1840/1850), expresado en el Manifiesto Comunista y el artículo “Crítica de la India”, ligado a una idea del progreso lineal; de ahí, vía Liebig, habría pasado a una visión ecosocialista de la sostenibilidad expresada en el tomo uno de El capital (década de 1860) y; finalmente, habría llegado a un “comunismo decrecentista” luego de 1868, expresado en la Crítica del programa de Gotha y la “Carta a Vera Zasúlich”.

Este último giro de Marx sería apreciable en sus cuadernos, a partir de la lectura de la obra de Carl Fraas y de una revalorización de sociedades precapitalistas como la comuna rusa (Mir) o la Marca alemana, que mostrarían que la crisis ecológica estaba en el centro de sus preocupaciones y que había abandonado la idea de “crecimiento económico”, junto con la idea de progreso. Marx, afirma, no pudo completar El capital “por lo desmesurado de su transformación teórica”. “El comunismo decrecentista –escribe– no es sino la nueva interpretación de la visión de la sociedad futura del último Marx, nunca antes propuesta. No la comprendió ni su amigo Engels. El resultado fue que la visión histórica de Marx ha permanecido malinterpretada hasta ahora, como una visión unilineal de la historia como progreso, y los supremacistas de las fuerzas productivas impusieron el paradigma de las ideas de la izquierda” [19]. Esto habría sido el obstáculo para que el marxismo posterior no haya podido criticar los problemas medioambientales.

Estos planteos sobre la obra de Marx nos resultan exagerados y sin fundamentos sólidos. En La naturaleza contra el capital, por ejemplo, el autor muestra justamente cómo desde sus manuscritos económicos y filosóficos la preocupación de Marx por los efectos de la alienación capitalista sobre la naturaleza tienen un sentido ecológico fuerte dentro de su crítica a la economía política, que no hace sino concretizarse con el concepto de metabolismo en El capital y de ahí en adelante. Sobre el supuesto “determinismo de las fuerzas productivas”, como plantea John Bellamy Foster, ya en la crítica al prometeísmo mecanicista de Proudhon en Miseria de la filosofía (1847) puede verse que Marx era muy crítico de las visiones prometeicas que apostaban al desarrollo de la tecnología y la industria sin cuestionar las relaciones de producción capitalistas. Aunque es cierto, como plantea Foster, que la idea de sostenibilidad no está desarrollada como lo estará en El capital, la exaltación de los avances de la burguesía solo buscan resaltar sus contradicciones y unilateralidades, la crítica de ciertos ecosocialistas al supuesto prometeismo del Manifiesto es infundada. La necesidad de superar el antagonismo entre la ciudad y el campo del Manifiesto apunta también a superar revolucionariamente los desequilibrios que produce el capitalismo [20] y una buena parte del texto apunta a polemizar con las ideas reaccionarias de Malthus, con los planteos de la segunda parte del Manifiesto, que refieren a la regulación de factores propiamente ecológicos.

El recorrido teórico posterior, con la teoría del metabolismo en El capital, la lectura de Liebig y la posterior de Fraas, etc., más bien parece una profundización y concreción del análisis ecológico, que una “ruptura”. Kevin Anderson ha señalado, en debate con la acusación de “orientalismo” de Edward Said que retoma Saito, la distancia del planteo de Marx con la crítica a una supuesta afirmación de la historia como progreso lineal eurocentrista [21]. Acá también, a lo sumo hay una profundización de preocupaciones ya presentes.

El planteo decrecionista que hace Saito por la positiva parece muy ligado a dialogar con estas ideas que ve muy pregnantes entra la juventud y su interpretación sobre esa supuesta adscripción a un determinismo de las fuerzas productivas en la obra de Marx, a lo que atribuye un rol desmesurado al tiempo que omite de su planteo cualquier referencia a las disputas estratégicas entre el estalinismo y el marxismo revolucionario en el siglo XX (incluso a las conquistas ecológicas de la propia experiencia de la revolución rusa, cuestión que sí destacan autores como John Bellamy Foster o el historiador Andreas Malm [22]). Antes bien, la necesidad de regular planificadamente la relación metabólica entre la humanidad y la naturaleza, un planteo marxista básico, alcanzable solo mediante el comunismo, constituye ya una negación de la lógica del crecimiento capitalista. Pero no puede simplemente englobarse en el término “decrecionismo”, entre otras cosas porque, sobre todo durante el período de transición al comunismo, el “decrecimiento” de algunos sectores de producción suntuaria irá de la mano del crecimiento de muchos otros dedicados a la creación de infraestructuras sociales fundamentales y satisfacción de necesidades postergadas, aunque obviamente estos desarrollos deberán incorporar la consideración de un equilibrio con el metabolismo natural (que en el capitalismo es ignorado). Foster, por ejemplo, señala que aunque se pueda apoyar con reservas la noción de decrecimiento –dado que golpea fuerte la ideología capitalista del “crecimiento”– y de que efectivamente hay que ponerle un freno en ciertos aspectos, esta tiene problemas si lo que se quiere es formular una estrategia. Propone, en su lugar, hablar de ecosocialismo [23].

Adscribir a Marx hipotéticamente esa posición solo parece justificado por estas posiciones del autor y su interés por dialogar con esta corriente de opinión.

Problemas estratégicos

Finalmente, el punto más inconsistente del libro es la distancia entre los fines comunistas que plantea y la estrategia para llevarlos a cabo. En general afirma correctamente que la clave está en afectar la producción desde abajo por medio de la lucha de clases, única forma de terminar con la crisis climática, reparar las fracturas en el metabolismo y pelear realmente por la “abundancia” de los bienes comunes. Y enumera lo que llama “pilares del comunismo decrecentista”: transición a la economía del valor de uso; reducción de la jornada laboral; prohibición de la división uniformizadora del trabajo; democratización del proceso de producción; revalorización de las actividades esenciales.

Pero al mismo tiempo es ecléctico respecto a los sujetos revolucionarios: por un lado acentúa constantemente la relación entre explotación del trabajo y expropiación y destrucción de la naturaleza, y la necesidad de lucha de clases; pero, por otro, afirma con Manuel Castells que el modo de superar el modo de vida imperial es mediante los “movimientos sociales” (y las referencias a la lectura del Imperio de Negri y Hardt no parecen sin consecuencias en este sentido) como el Sunrise, el zapatismo, los indignados en Barcelona, la Vía Campesina o las cooperativas (un “comunismo realizable”).

En algunos casos, la inconsistencia es aún mayor: pone como ejemplo de transición al comunismo al movimiento municipalista Fearless Cities (ciudades sin miedo), y en particular a la ciudad de Barcelona gobernada por Ana Colau a partir de su Declaración de Emergencia Climática que “evidencia su orientación decrecentista”. Cómo una ciudad basada en un modelo de turismo centrado en el consumo y el trabajo precario prefiguraría el comunismo decrecentista, es un misterio. En otras palabras, si bien Saito apunta bien a la precarización del trabajo y la necesidad de que los trabajadores tomen el control social de la producción, entre el programa de medidas inmediatas que plantea y las articulaciones políticas que apoya, no hay construcción de ningún sujeto que pueda imponer una ruptura del capitalismo. En el mejor de los casos se generan algunos paliativos municipales o se lucha por reformas parciales, mientras el capitalismo global sigue produciendo sus desastres –agravados hoy por la guerra en Ucrania y sus consecuencias geopolíticas–. Entonces hay una brecha insalvable entre la aspiración del comunismo decrecionista y la hoja de ruta planteada.

Desde nuestro punto de vista, ante el diagnóstico compartido sobre la crisis, la tarea estratégica que se desprende es doble: construir dentro del movimiento ambiental una perspectiva estratégica socialista que ligue sus luchas a las de clase obrera, y, al mismo tiempo, pelear porque esta se dote de un programa que incorpore las demandas ambientales como parte de su programa transicional hacia el socialismo, lo cual requiere enfrentar a las burocracias sindicales y la independencia política de patronales y gobiernos. Una articulación política hegemónica [24], para lo cual es esencial un partido revolucionario. En pequeña escala, las experiencias de Madygraf readecuando ecológicamente su producción, impulsando encuentros socioambientales y participando de la lucha socioambiental, o de Fasinpat articulando con el pueblo mapuche para obtener insumos de manera sustentable y respetuosa de las comunidades originarias, muestran la potencialidad de una articulación en este sentido [25].

De conjunto, más allá de estas críticas, el libro realiza una crítica profunda y concluyente frente a cualquier opción de salir de la crisis climática mediante la reforma del capitalismo y acerca al gran público a lo que tienen para aportar la mirada ecológica marxista. Al mismo tiempo, aporta elementos novedosos para recrear el pensamiento marxista una perspectiva de futuro comunista ante la crisis.

 
Izquierda Diario
Seguinos en las redes
/ izquierdadiario
@izquierdadiario
Suscribite por Whatsapp
/(011) 2340 9864
[email protected]
www.laizquierdadiario.com / Para suscribirte por correo, hace click acá