El lujo más obsceno volverá a inundar las pantallas de todo el mundo este fin de semana. Las imágenes llegarán desde Gran Bretaña, donde Carlos III será coronado monarca.
Apenas proclamado, tendrá sobre su cabeza una corona de dos kilos y medio de oro sólido, con terciopelo, piel de armiño y piedras preciosas. Un poco más tarde portará otra, que tiene nada más y nada menos que 2868 diamantes. Apenas finalizada esa parte de la ceremonia, Carlos III paseará por Londres en un coche dorado.
La ostentación no se verá solo en las joyas y los trajes. La información de los medios británicos indica que la ceremonia podría tener un costo de alrededor de 100 millones de libras esterlinas (unos USD 125 millones). La cifra correrá a cargo del Gobierno británico. Es decir, será lo que se llama “gasto público”.
Pieza de museo viviente en pleno siglo XXI, la monarquía británica volverá a mostrarse ante el mundo. La casta parasitaria que formalmente encabeza el régimen de esa potencia imperialista ostentará una riqueza nacida del saqueo colonialista e imperialista que tuvo lugar durante varios siglos.
Entre otras cuestiones, esa riqueza volvió a poner a la Corona británica en el centro de las críticas. Investigaciones recientes estimaron la fortuna de Carlos III en 1.815 millones de libras esterlinas, un equivalente a USD 2.247 millones.
Carlos III llegará a la monarquía casi como una sombra de su madre Isabel II, que lo precedió en el cargo y falleció en septiembre pasado. El nuevo rey ni siquiera parece contar con la simpatía de la población de su país. Las razones de ese malestar tienen que ver, entre otras cosas, con que se lo percibe completamente alejado de la vida de la población común.
Esa percepción no parece arbitraria. Cuando falleció su madre, circuló información de la vida privada de Carlos. Allí se indicaba, entre otras cosas, al entonces príncipe los empleados debían plancharle los cordones de los debates.
La monarquía se mantiene como una rémora de un pasado previo, incluso, al sistema capitalista. La continuidad de una casta de este tipo -que ocurre en países de Europa, Asia y África- se explica por razones políticas y sociales, que hacen a garantizar la dominación social del gran empresariado. Ese empresariado al cual responde el moderno Estado, más allá de la forma que adopte cada régimen. |