Brasil en su propio lenguaje se hizo eco de aquella experiencia de la lucha de clases, marcada por la resistencia en las calles a la dictadura militar impuesta con el golpe de 1964.
Vem, vamos embora que esperar não é saber,
Quem sabe faz a hora, não espera acontecer,
Pelos campos a fome em grandes plantações,
Pelas ruas marchando indecisos cordões,
Ainda fazem da flor seu mais forte refrão,
E acreditam nas flores vencendo o canhão... [1]
El Mayo Francés se ha convertido en un momento referencial de la historia del siglo XX a partir de la irrupción de la lucha de clases en el país de la revolución por excelencia, la lucha antiimperialista que le precedió y su crítica cultural y social al capitalismo. El Mayo del 68 representa también un tiempo político que asombra por la amplitud de su impacto. Como destaca Jean B. Thomas, que entrevistamos para este Especial, geográficamente funciona como si los cuatro puntos cardinales se hubieran rebelado al mismo tiempo, de los que América Latina no quedó excluida. Basta mencionar la Masacre de Tlatelolco en México o el Cordobazo en 1969 en Argentina. Brasil en su propio lenguaje se hizo ecode aquella experiencia de la lucha de clases, marcada por la resistencia en las calles a la dictadura militar impuesta con el golpe de 1964.
“Abajo la dictadura. El pueblo al poder”. Desde los primeros meses de 1968 las demandas por mayor presupuesto, educación pública y gratuita para todos, la democratización del régimen y el acceso a la Universidad, centradas en las exigencias de una reforma política educativa fueron ganando fuerza como confrontación política más abierta y antidictatorial. Es interesante rescatar lo que señala el sociólogo Mariano Millán respecto a los sistemas universitarios argentino y brasileño, al señalar que centralmente Brasil no tuvo a principios del siglo pasado un hecho tan significativo como la Reforma Universitaria del 18 y recién a principios de la década de 1960, con el surgimiento de un programa similar al de la Reforma por parte de la Unión Nacional de los Estudiantes (UNE, fundada en 1937), parece vislumbrarse algunos de sus tópicos, los que dicen que “la universidad brasileña es arcaica, y su atraso se debe, fundamentalmente, al carácter dependiente y primario exportador de la economía del país. A su vez, la solución a los problemas universitarios no puede darse en el marco de la continuidad de la situación general de la sociedad brasileña y de su relación con el mundo capitalista”. Continúa Millán, “por otra parte, en el terreno más ligado a la vida universitaria, las explicaciones de los estudiantes del Brasil de los ’60 tienen un parentesco asombroso con aquellas escritas por los jóvenes cordobeses de 1918: para el desarrollo de la educación superior es precisa la formación científica de los estudiantes, el carácter laico y estatal de la Universidad, el cogobierno con participación estudiantil de las casas de estudio y la autonomía universitaria”.
A este panorama se sumó la intervención a los sindicatos y la clausura de los partidos políticos en 1965, contribuyendo a que el movimiento estudiantil fuera un canal de expresión contra la dictadura. Tal vez aquí radique un primer punto de encuentro del “68 brasileño” con la experiencia que enfrentó al régimen de la V República francesa: no solo abrazar un ideario igualitario y contracultural (la música quizás su mayor exponente) sino el rechazo al sistema represivo y autoritario del gobierno, nada menos entre quienes habían sido uno de los blancos predilectos de su persecución y tortura.
El detonante también en Brasil fueron las protestas estudiantiles, especialmente a partir del asesinato del joven Edson Luís de Lima Souto, el 28 de marzo de 1968, provocada durante la invasión militar al restaurante universitario Calabouço en Rio de Janeiro. Los días siguientes la ciudad se convirtió en un campo de batalla. El repudio a su muerte y a la acción militar encontró respaldo de sectores que tan sólo unos años antes se habían movilizado “por la Familia, con Dios y por la Libertad” en un claro gesto de respaldo a las por entonces tentativas golpistas de 1964.
Los meses de mayo y junio del 68 fueron decisivos. Se sucedieron convocatorias, acciones estudiantiles que enfrentaron la represión policial, con piquetes arrojando lo que encontraban en las calles, que recordaban escenas de lo que ocurría en Francia, “el pueblo unido derriba a la dictadura” podía leerse en las calles. El por entonces presidente mariscal Costa e Silva afirmaba que no permitiría que Río, epicentro de las protestas, se transformara en una nueva París.
Las manifestaciones y ocupaciones universitarias se reprodujeron en San Pablo, Brasilia, Porto Alegre, concentradas en los centros urbanos de los principales estados del país. A poco se produjo el llamado “viernes sangriento” del 21 de junio dejando el saldo de varios muertos, decenas de heridos y cientos de presos y el 26 del mismo mes la “Passeata dos Cem Mil”, la mayor manifestación de protesta desde el golpe, que reunió estudiantes, artistas, intelectuales contra las violencias de la dictadura, entre cuyas consignas y banderas aparecía: “Abajo la dictadura. El pueblo al poder”, señalando un camino de polarización y el peligro de una línea divisoria contra el régimen, que convenció a la dictadura de gestionar la crisis centralmente a través de la fuerza.
Se decretó la prohibición de movilizaciones en todo el país. Avanzaron las detenciones estudiantiles y la intervención de las universidades, como la de Brasilia en agosto. En este contexto, en octubre fue invadida la sede donde se realizaba el 30° Congreso de la reconstruida Unión Nacional de Estudiantes (UNE) en Ibiúna, el interior de SP, que había reunido a miles de delegados de todo Brasil. La mayoría de sus principales dirigentes fueron presos. Algunas crónicas relatan que fueron detenidos más de 800 estudiantes y trasladados a la DOPS, la policía política del régimen, desorganizando al movimiento e iniciando el declive de las acciones estudiantiles.
Obreros y estudiantes unidos. El movimiento obrero participó del escenario político que detonó el movimiento estudiantil de un modo desigual. Las acciones más contundentes ocurrieron en dos de las ciudades más industrializadas de los estados de Mina Gerais y San Pablo, las poderosas huelgas de Contagem durante el mes de abril y de Osasco en julio, respectivamente, cuyo rostro fue la de un proletariado joven y calificado, concentrado en ramas como la metalmecánica, la siderurgia o las automotrices. En este campo del mundo del trabajo, el sociólogo Ricardo Antunes señala que, a su manera, es posible leer el “68 brasileño” como expresión más profunda, amplia y estructural de la crisis del modelo capitalista de posguerra, cuya conflictividad social desafió el dominio del capital desde sus bases, dejando abierta las posibilidades “de uma hegemonia (ou uma contra-hegemonia) oriunda do mundo do trabalho”, cuyas huellas podían encontrarse en formas de resistencia obrera previas (ausentismo, desconocimientos a la jerarquías gerenciales y del despotismo fabril, formación de consejos y propuestas de control autogestionario) y el desgaste del modelo socialdemócrata de negociación salarial.
En Brasil, con los sindicatos intervenidos, los trabajadores encararon formas nuevas de organización, semiclandestina, que emergieron en estos conflictos de confrontación fabril, en la mayoría de los casos enfrentando a la burocracia sindical y a sectores del recién creado (1967) MIA, Movimiento Intersindical Antiarrocho [Movimiento promovido por casi medio centenar de sindicatos contra la pérdida salarial], ligados al Partido Comunista Brasileiro (PCB). Además, el impacto de la revolución cubana (1959), las noticias de la independencia de Argelia (1962) y especialmente la Guerra de Vietnam impactaron sobre la radicalización política de la juventud y explican el crecimiento de distintas corrientes, mayormente críticas de la política de moderación y colaboración de clases del PCB, como la Ação Popular (ruptura radical de la Juventud Universitaria Católica, en 1962), Política Operária (Polop, en 1961, integrada por intelectuales y sectores cercanos a la tradición trotskista), Partido Comunista do Brasil (PCdoB maoísta, en 1962), entre otros grupos, que buscaron combatir a la dictadura, organizaron pequeñas células en las fábricas y participaron en las comisiones que surgieron, dando muestras de fuertes vínculos entre las huelgas obreras y sectores de la juventud, como ocurría en otros países en la época.
Entre abril y octubre de 1968 las huelgas se transformaron en una referencia de la resistencia y oposición a la dictadura militar más allá del plano reivindicativo. En la ciudad de Contagem se iniciaron en la siderúrgica Belgo-Mineira, y trabajadores de otras industrias de la región se plegaron como los de la Sociedad Brasileña de Electrificación (SBE) y los trabajadores de la fábrica Mannesman logrando involucrar a casi 20.000 huelguistas. Para evitar su extensión les conceden algunas reivindicaciones ligadas al aumento salarial.
El 1° de mayo de 1968 fue atípico, tuvo lugar en Praça da Sé, convocado por el MIA que había avalado la participación de autoridades oficiales (el gobernador Abreu Sodré) en el escenario. Los estudiantes lograron organizarse y establecer acciones comunes con sectores del movimiento obrero que participaron del acto. Los abucheos y escaramuzas contra la burocracia colaboracionista y el gobernador de parte de trabajadores metalúrgicos de Osasco y del ABC paulista, militantes de izquierda y estudiantes, los obligó a recluirse en la histórica catedral de esa ciudad. Unos meses más tarde se produjo la huelga de los metalúrgicos de Osasco, con ocupación de la Cobrasma, (Companhia Brasileira de Materiais Ferroviários) organizada a partir de las comisiones de fábrica, sostenida por unos 3000 huelguistas, que contó con el apoyo de trabajadores de otras industrias. Duramente reprimida, es ocupada por el ejército, cientos de trabajadores son arrestados y despedidos.
La dictadura militar replanteó el centro de su estrategia: evitar el fortalecimiento de la alianza obrero-estudiantil, vislumbrada en Contagem y Osasco, posible de encontrar inspiración en el clima emancipatorio del Mayo Francés. El 13 de diciembre de 1968 promulgaba el Acta Institucional N° 5 (el AI-5), que cerró el Congreso y las Asambleas Legislativas, suspendió los habeas-corpus, habilitó el recrudecimiento de la represión y la censura, nuevas detenciones y el exilio de dirigentes sindicales y estudiantiles o que pasaron a la clandestinidad, y en algunos casos su integración a la lucha armada. Se impuso una nueva relación de fuerzas, requisito para que la dictadura diera impulso a un ciclo de expansión capitalista, el llamado “milagro brasileño”, que le permitió recuperar cierto consenso social. Casi una década después, comenzó a dar muestras de agotamiento, generando las condiciones para un nueva etapa marcada por el despertar de la conflictividad obrera y del movimiento estudiantil nuevamente en las calles.