El éxito de la serie autobiográfica de Fito Páez se debe al estímulo de un nervio sensible en la memoria colectiva, pero también a la gran interpretación de Micaela Riera, cuyo papel repone la consideración sobre una artista hasta entonces narrada de manera tangencial en la cultura rock argentina.
La serie El amor después del amor es la primera ficción sobre el rock argentino en la era de las plataformas, y encima con pocos antecedentes en formatos audiovisuales anteriores. En ese escenario, la apuesta de Netflix-Páez era incierta: una moneda que giraba en el aire. En 2022, cuando ya se sabía que la serie estaba siendo trabajada, la plataforma publicó en sus redes algunas fotos de los personajes, a modo de anticipo. Ahí se pudieron ver a Iván Hochman como Fito, pero también a Julián Kartún como Luis Alberto Spinetta y —acaso lo más impactante— a Andy Chango de Charly García. Se activó en ese entonces cierto clima de manija y ansiedad.
Pero, una vez que los ocho capítulos fueron puestos a demanda a fines de abril, muchos descubrieron que el guion se sostenía en gran parte también gracias a la intervención de Micaela Riera, la Fabiana Cantilo que levanta a la tribuna en esa narrativa de ida y vuelta entre el Páez de los 80 y el niño del ’63 que se cría en Rosario. Entre el éxito acelerado de aprobaciones, aplausos, discos y las oscuridades de las tragedias, los dolores y las ansiedades.
Y no porque Mica-Fabi fuera el bufón en medio del drama, o una forzosa luz en la oscuridad del drama, sino porque introduce en la consideración del rock argentino de los 80 (el hábitat en el que se ancla mayormente la serie) su propio rol en el ideario de la que, acaso, fue la década más creativa de esa escena.
Para los que fueron contemporáneos a los hechos, la serie El amor después del amor es una reafirmación de aquellos recuerdos. Pero para quienes no, la ficción opera también como documento histórico. Así sea bajo los efectos de las libertades artísticas y las concesiones en las lecturas de anécdotas puntuales, el guion aproxima una noción vivencial de tiempo y espacio. Una década que comienza en enero de 1980 con Videla y acaba en diciembre de 1989 con Menem. Y, en el medio, Malvinas, la restitución democrática, el Juicio a las Juntas, las asonadas militares, la hiperinflación y el prematuro arribo del menemismo como anticipo del nuevo orden de los 90: el neoliberalismo globalizador post Perestroika.
Todo ese tránsito estaba atado con el doble cordel de cierto clima de destape pero que oscilaba entre frecuencias ambivalentes. Los 80, al menos en el imaginario cultural argentino, son la resultante de una acumulación de luces y sombras. El rock expandido al arte y al hedonismo, en ambos casos experimentando límites sobre los que no se tenía completa conciencia. La figura de Fito Páez encarna muy bien ese espíritu de época que subraya cada capítulo de la serie. Aunque Fabiana Cantilo también vivió como pocas personas los vértigos de esa cultura rock argentina que se entretejía en una postDictadura expansiva, comercial, con muchas oportunidades, pero también muchas presiones.
La serie coloca a Cantilo en un rol de partenaire de Páez: su personaje se coloca a disposición de las narrativas del protagonista. Así, aparece tensando en una historia de amor que ya era conocida y ahora suma para el pochoclo. De fondo, casi como una música incidental, van sucediéndose los hitos que ambos compartieron: la gira presentación de Clics modernos de Charly García, la creación de Giros, canciones como “Fue amor”.
Fabiana aparece en la serie primero solicitada por Charly (“Cantilo: ¡Vení ya!”) y luego cayendo desordenada a un ensayo. Pero lo cierto es que antes de García solista, Páez o Los Twist, ella había iniciado su camino en esa escena con Las Bay Biscuits, grupo performático integrado por otras artistas con recorrido posterior en el rock como Vivi Tellas e Isabel de Sebastián. Y que se enhebró con el desarrollo de otro rescate de la década: el teatro undergound porteño.
Las Bay Biscuits participaron en shows de Serú Girán y Los Redondos. Y hasta quedaron registros en sendas grabaciones: la mención de García en el vivo del Teatro Coliseo 81 y los coros en el demo de Redonditos en 1982. En una entrevista con Radio La Redonda de La Plata en 2013, Fabiana Cantilo recordó una intervención que hicieron en un show de Los Redondos en el Teatro Margarita Xirgu: “Había un tema que se llamaba “Botiquín” y yo aparecía sentada en una silla, con un camisón y una peluca negra, e Isabel de Sebastián atrás, vestida de verdugo, cantando todo una octava abajo. El coro eran dos angelitos y armaron un panel lleno de botellas de botiquín. Fue genial, pero no lo volvieron a hacer”.
La serie El amor después del amor comienza a narrarla precisamente luego de aquello: cuando se suma a Los Twist y entra a la banda de Charly, movimientos que precipitan la disolución de las Bay Biscuits. En 1983, el grupo liderado por Pipo Cipolatti (y, en ese entonces, también por Daniel Melingo) saca La dicha en movimiento, su disco debut y más emblemático, mientras que García sale a presentar Clics modernos, el segundo solista y uno de sus fundamentales. Cantilo surfea entre esos dos tsunamis que reconfigurarán por completo el panorama del rock argentino mientras conoce a Páez, se vincula a él y contribuye en sus primeras obras.
Sus voces se escuchan en “Transatlántico art decó”, una canción que la serie rescata y, calculamos, no por casualidad: fue su primera grabación en un estudio, unos coros para una canción que Charly García había hecho para la banda de sonido de la película Pubis angelical, técnicamente su primer disco solista, aunque luego anexado a Yendo de la cama al living, grabado pocos meses después de aquel 1982.
Pero la carrera de Fabiana en los 80 no se recudía a convites ajenos: ya en 1985 se lanza como solista con Detectives, disco para el cuál Charly, Fito, Spinetta, Daniel Melingo y Oscar Moro se pusieron a su servicio. A partir de entonces siguió vinculada tanto a Páez como a García, aunque empezó a confiar cada vez más en su talento creativo, algo que la serie no profundiza.
Así, atravesó el Rubicón de los 80 con la experiencia de Los Perros Calientes para generar en abril de 1991 uno de sus grandes éxitos: el disco Algo mejor. Ahí, vale aclarar, destacó con “Mi enfermedad”, de Andrés Calamaro. Aunque exhibiendo un rasgo característico: mejorar las canciones originales. La muestra de ello es que Diego Maradona la eligió para musicalizar su salida a la cancha en septiembre de 1992, momento en el que volvía a jugar después de un año y medio de suspensión.
La década continuaría con el disco Golpes al vacío, en 1993, año que la serie traza como horizonte: es cuando Fito presenta El amor después del amor en Vélez. Para ese entonces Fabiana ya no cuenta con la producción artística de Páez. El trabajo queda a cargo de Carlos Alomar, quien venía de hacer su entrismo en el rock argento con Doble vida de Soda Stereo después de trabajar con David Bowie, Paul McCartney, Mick Jagger e Iggy Pop. Y el resultado final deja, entre otras cosas, “Pasaje hasta ahí” (en coautoría con su amigo Fena Della Maggiora) como aporte al cancionero del rock argento de los tempranos 90s.
Aunque su momento culmen acaso haya sido en 1995, con Sol en cinco, disco producido por Pedro Aznar para hacerla lucir en “Nada es para siempre”, una balada que Fito le convida y Fabiana decide colocar recién al final del disco, después de mostrar canciones propias como “Guarden mi secreto” o “Ya fue”. En esas épocas las radios eran fundamentales para instalar contenidos de manera masiva y las canciones de Fabiana Cantilo se lograban entreverar entre la exagerada oferta de música internacional beneficiada por la convertibilidad.
Si bien los 80 muestran la aparición trepidante de Fito y la consagración definitiva de Charly —entre otros hitos— frente a una acción más secundaria de Fabiana, la década siguiente ofrece una Cantilo rozagante frente a ciertos devaneos de Páez posteriores al éxito (su fallida sociedad con Sabina como ejemplo) y García acelerando su fragilidad.
Luego, claro, el tiempo fue pasando y cada cual se opuso a su historia y a sus demonios. Nada distinto a lo de otros contemporáneos: el ancho barro de los 80 que va desde el Indio Solari hasta Ricardo Iorio. Con todo, a cada uno de ellos el nuevo siglo lo colocó como clásico ineludible de eso que damos en llamar “rock argentino”. Un entramado cultural sobre el que la serie hunde sus patas y, entre la autocanonización de Fito Páez, deja de costado una reivindicación a quien, según la canción, también había quedado enredada en los cables de Entel buscando algún sueño para salir.