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3 de junio de 2023 Twitter Faceboock

Opinión
Pasando la gorra en Shanghái
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo

La falta de dólares y los elogios desmedidos hacia la burocracia del Partido Comunista Chino. El consenso extractivista y los ataques a las libertades demócraticas. El experimento totalitario de Morales en Jujuy. Lecciones españolas: política para transformar la estructura social o para administrar la decadencia del capitalismo.

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Líder fundamental de la burocracia estatal china, Deng Xiaoping popularizó aquella frase que rezaba “da igual que el gato sea blanco o sea negro, lo que importa es que cace ratones”. Cumbre conceptual del pragmatismo, la definición complementaba las feroces transformaciones que cruzaba China en su creciente y vertiginosa re-insercción al capitalismo mundial, ocurrida a lo largo de varias décadas, culminada en tiempos neoliberales.

Ese mismo pragmatismo recorre las venas del peronismo gobernante. De reciente no tiene nada, como dijimos hace algunas semanas. Por estas horas, mendigando algunos millones de yuanes en el extremo Oriente, elige la gentileza hacia la potencia económica que tiene capital en Pekín. Así, la relación con China es presentada como de “carácter colaborativo”, carente de cualquier “tipo de presión”. En la misma línea, el país asiático es sindicado como impulsor de “principios de cooperación, respeto y beneficio mutuo” a escala global.

Los elogios kirchneristas hacia el Estado conducido por el PCCH eligen sortear la brutalidad represiva de ese régimen, estrechamente vinculada a la creación de un gigantesco ejército de mano de obra barata a escala internacional. El “milagro chino” de las últimas décadas es inherente a una política estatal destinada a regimentar las condiciones laborales de la clase trabajadora en función de bajar el “costo laboral” de las grandes multinacionales imperialistas y, lógicamente, de la ascendente burguesía china.

Esa adulación discursiva del peronismo gobernante encuentra su raíz, en primer término, en la compleja situación de la economía nacional. Las condiciones domésticas empujan a pasar la gorra en Beijing y en Shanghái. El yuan brilla más cuánto más contrapesa la dramática carencia de dólares en el Banco Central conducido por Miguel Pesce.

Las alabanzas se nutren, además, de las tensiones que recorren la escena geopolítica internacional. En un mundo donde la hegemonía norteamericana tolera críticas y cuestionamientos, los países dependientes juegan a explotar los diferendos entre grandes potencias. Las maniobras políticas acompañan un discurso político de amplia circulación, que pretende presentar a China como pivote de un nuevo orden mundial, de carácter multipolar. Una suerte de malmenorismo internacionalista, que elige celebrar el supuesto "diálogo" oriental frente la dureza regida por el poder imperialista de EE.UU.

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Pero detrás de la amabilidad de las frases y las sonrisas para la foto, emerge la aspereza de los intereses materiales. En tensa disputa económica con EE.UU., China trabaja para acceder a mayor influencia en territorio latinoamericano. Su peso económico no cesó de crecer en la última década. Su capacidad financiera le otorgó lugar de potencia en una región que habita -cada vez más- una “doble dependencia”, atada a las presiones cruzadas del poder norteamericano y del país capitaneado totalitariamente por Xi Jinping.

Ante esa presión, la Argentina gobernada por el Frente de Todos ofrece -no podía ser de otra forma- mayor subordinación económica. Alentando los caminos del extractivismo, se presenta ante el poder chino como un inmenso salar de litio, abierto a ser explotado.

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Ahora, tras la renovación del swap de monedas, la esperanza de Massa y el kirchnerismo continúa camino hacia agosto. Ese mes se reunirá el Directorio del Nuevo Banco de Desarrollo -coloquialmente conocido como “banco de los BRICS”- y discutirá la eventual -y probable- incorporación de Argentina.

Por ahora, ese anuncio tiene el valor de un gesto político. No solo hacia el interior de las fronteras argentinas, como aval al ministro de la inflación más alta en tres décadas y candidato oficialista "en suspenso". También hacia el Norte global; hacia el poder que tiene sede formal en Washington. Hacia allí partirá -en horas- Sergio Massa, ese verdadero amigo de la Embajada norteamericano que pareció obligado a sobreactuar simpatías en Beijing y Shanghái.

“Republicanos” de cartón

El consenso extractivista no es privativo del Frente de Todos. Recorre, por el contrario, al conjunto de las coaliciones políticas capitalistas. Uno de sus voceros más aguerridos es el jujeño Gerardo Morales.

Por estas horas, el derechista gobernador empuja una antidemocrática reforma constitucional en esa provincia. Intentando barrer el derecho a la protesta social, avanza aún más, al punto de poner en cuestión el mismo derecho al voto, amplificando los mandatos parlamentarios a cuatro años, reduciendo la injerencia de la población en la elección de legisladores y legisladoras. Una suerte de golpe institucional que empuja un régimen provincial totalitario. Un “republicanismo” de cartón, defensor de una institucionalidad construida para negar la voluntad popular, ya profundamente limitada en esta democracia capitalista.

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Ese laboratorio totalitario está estrechamente vinculado a un proyecto económico cuyas ganadoras son, entre otras, las grandes mineras y las multinacionales que explotan el litio o pretenden explotarlo, a costa de una degradación más profunda del ambiente y de los bienes comunes naturales.

Impugnar el derecho a la protesta no se reduce, sin embargo, a garantía de los negocios mineros. Tampoco se circunscribe a la provincia gobernada por el radicalismo. Lo evidencia -con nitidez- la “ley antipiquetes” que votó el Senado salteño este jueves, a pedido del massista Gustavo Saénz, activo represor de la protesta docente en esa provincia.

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Un clima político-ideológico contrario el derecho a reclamar permea la escena nacional hace tiempo: nace y se alimenta de usinas oficialistas y opositoras. Su grito más rabioso se escucha entre las huestes de los mal llamados “libertarios”. Tiene impulsores, sin embargo, en Juntos por el Cambio y el Frente de Todos. Esa discursividad aparece como necesidad estructural de la clase dominante. Como reaseguro frente a la indudable resistencia que desplegarán amplios sectores de la clase trabajadora, la juventud y el pueblo pobre frente a nuevos saltos en la ofensiva ajustadora y en la represión misma.

La gestión de la decadencia

Políticamente, la semana que termina arrancó lejos de Argentina. Cruzando el Atlántico, el amplio triunfo electoral de la derecha española sacudió la escena local. Saturando pantallas y redes sociales, la derecha mediática argenta eligió vincular las experiencias del PSOE español y Podemos con el kirchnerismo que habita estas tierras.

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Analizando ese resultado, un interesante artículo publicado por el periodista Emmanuel Rodríguez describe la involución de la izquierda que representó Podemos. El texto, debatible en algunas cuestiones, da cuenta de la declinación de una izquierda que asumió como propia la administración del Estado capitalismo al tiempo que resignaba toda intención política de transformación social.

Esa izquierda -reseña el autor- llegó al poder como expresión de la pasivización del proceso de movilización de masas que emergió en los "Indignados" de 2011. Asumiendo esa resignación estratégica ante el capitalismo, inevitablemente esa “izquierda se convirtió en el principal garante de que toda política (de protesta, indignación, etc.) no fuera más que política electoral-parlamentaria”.

Hay una evidente semejanza con lo ocurrido en la Argentina posterior al 2001. Las afinidades discursivas y políticas entre Podemos y el kirchnerismo expresan una misma función político-social: corrientes que emergieron a la vida canalizando el descontento social callejero hacia una "política de Palacio”. Esa empresa suponía desactivar todos los elementos de una política desde abajo, hecha en interés de la transformación estructural del orden existente.

En los álgidos primeros años de este siglo, esa política existía como germen; como apuesta. Su primer límite radicaba en la frágil consistencia de su sujeto social. Éste era, en esencia, una marea popular que destilaba furia en las calles, incapaz de ordenarse alrededor de un centro social con potencia de impugnación al poder capitalista. La clase trabajadora, diluida en la bronca colectiva, no actuaba con sus propios métodos. Esos métodos que, en la Francia reciente, mostraron la fuerza para hacer tambalear a Macron y su reforma previsional.

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Ejemplificando las tensiones y contradicciones que asolan la política y la vida, el kirchnerismo emergió como continuación y a la vez negación de aquel proceso convulsivo que asolaba las calles nacionales. Aquella operación se inscribía dentro de la lógica: reciclando figuras, mutando relatos, la nueva corriente política brotaba del seno del peronismo. Expresaba la histórica estrategia que define a ese movimiento: la contención del descontento para la restauración del orden.

Lógicamente, la política como promesa de transformación social cedió o fue desplazada por la política como administración del -cada vez más decadente- Estado capitalista argentino. El malmenorismo actual, que conduce al apoyo activo al ajuste de Massa, es la secuela más cercana de esa definición.

Las décadas transcurridas, en sus múltiples ondulaciones, evidenciaron el declive del capitalismo argentino. El Estado, aún en su versión discursiva antineoliberal, patentizó su creciente incapacidad de atender las urgencias populares. En esa frustración encontró raíces la antipolítica que recorre barriadas y ciudades. “Populistas” y “republicanos” funcionaron como garantes permanentes del atraso y la dependencia nacional. Si se despejan los adornos retóricos, las exageraciones polémicas y los matices programáticos, se desnuda una matriz común. Inclinadas ante el gran capital -nativo e imperialista-, las fuerzas políticas patronales perpetuaron un esquema económico atado a la primarización de la economía y al endeudamiento externo. Esa inclinación se descubre hoy en el acuerdo con el FMI. Nacido en años macristas y continuado en el ciclo del Frente de Todos con aval -tácito y explícito- de todas sus alas, empuja al país a una mayor decadencia, evidenciada en la dramática situación de millones de familias trabajadoras y pobres.

En un mundo agitado por las tensiones geopolíticas y económicas, no hay salida a esa declinación dentro de los limitados marcos del dependiente capitalismo nacional. Sin enfrentar esa decadencia, las opciones de la clase dominante local parecen limitarse a pasar la gorra en Shanghái o pedir limosna en Washington.

 
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