La publicación del libro de Carlos Pagni El nudo: Por qué el conurbano bonaerense modela la política argentina (Buenos Aires. Planeta-Espejo de la Argentina, 2023) fue rápidamente transformada en un hecho periodístico. Esto indudablemente ayuda a la difusión del libro, pero no necesariamente colabora con la reflexión más o menos profunda en torno a su contenido. Para mi gusto, la multiplicidad de intercambios o entrevistas (con excepciones) que tuvieron lugar de manera aluvional inmediatamente después de la salida a la calle del libro no pudieron ahondar en las ideas y las hipótesis que se desarrollan en un texto que acumula cerca 800 páginas. Que se entienda bien, esto es menos una crítica a lxs periodistas que a la temporalidad frenética de la profesión en una época marcada por la inmediatez. El escritor austríaco Karl Kraus –un crítico inflexible del periodismo– sentenció: “El pensamiento, como la verdad, tiene sus ritmos. La reflexión, sus lentitudes. Se acomoda mal con la caza de la exclusiva y con la histeria del cierre. Tienen su propia profundidad de campo, que no hace buena pareja con el impacto de las portadas provocativas”.
Aquí elegimos otro camino y nos pusimos un desafío antes de hablar del libro: leerlo. Van algunos apuntes para el debate.
Conurbano infinito
El nudo es un libro, pero también pueden ser varios libros en uno. Es un libro de historia de la provincia de Buenos Aires y su conurbano; un texto documentado sobre la anatomía socioeconómica del Gran Buenos Aires; un relato sobre la política argentina observada desde lo que considera su centro de gravedad; una interpretación del peronismo, pero también –quizá, ante todo– un libro sobre el antiperonismo.
En la definición general del conurbano, Pagni intenta huir de la simplificación que es otra dimensión de la ignorancia. Porque “en la noción de conurbano está excluida, muy a menudo, una extendida clase media. Y también lo están las manifestaciones de opulencia, sin las cuales resulta imperceptible un rasgo principal de esa economía: el contraste de la desigualdad” (pág. 23). Cualquiera que haya caminado las calles de Adrogué o González Catán, “Las Lomitas” o Villa Fiorito, Ramos o Florencio Varela (para no hablar de los contrastes del conurbano norte, entre La Lucila y La Cava, por ejemplo) sabe que esto es diametralmente cierto.
El mito de la temible terra incognita fue muy productivo para la ficción en general y para la literaria, en particular. Algunos autores que están referenciados en el libro como Washington Cucurto o Juan Diego Incardona u otros que no aparecen como Pablo Ramos (y la memorable trilogía: El origen de la tristeza, La ley de la ferocidad y En cinco minutos levántate, María), Rodolfo Fogwill y Vivir afuera, Sergio Olguín y Lanús o la que quizá sea una pionera del género: las controversial y extraordinaria Flores robadas en los jardines de Quilmes de Jorge Asís, basaron su literatura en esa mezcla de vitalismo y fatalidad que envuelve al mito del conurbano. Un universo imaginario de cumbia de pasillo y ritmo frenético, cultura del aguante y eterna sucesión de villas abroqueladas, consumo de drogas duras y devoción religiosa, subjetividad lumpen, clientelismo y mala educación. Demonizado por la mirada elitista del liberalismo o romantizado por la sensibilidad populista, ese mito esencialmente no existe. El conurbano es, como todo, más complejo.
La perspectiva de Pagni en El nudo tiene un punto de apoyo fuerte –al que podríamos catalogar como materialista–. Una perspectiva que lo distancia de la politología vulgar que considera a la política como un juego que gira en el vacío. Piensa que “los líderes políticos están condicionados por la economía regional en la que operan” (pág. 504). Este (¡ay!) determinismo otorga a su análisis un suelo bajo los pies que puede discutirse, pero que contiene mayores núcleos de verdad que aquellos paradigmas que piensan la política mirando a la luna.
El interrogante que plantea Pagni es pertinente: ¿dónde está el nudo del drama argentino? ¿Dónde habita la dificultad para el desarrollo nacional que nos condena a la crisis crónica y a la decadencia infinita?
El autor es muy agudo para marcar las contradicciones de uno de los dos “modelos” que se postulan como enfrentados: el estadocéntrico y pseudodesarrollista que nació allá lejos y hace tiempo con la crisis mundial de 1930 y sus efectos locales, con la industria sustitutiva de importaciones que fue dando forma a la macrocefalia argentina. Una sociología sobre la que actuó y a la vez forjó al peronismo. Un modelo que –producto del desarrollo desigual y combinado al que son condenados los países atrasados– impuso una desmesura demográfica y social concentrada en el conurbano que entró en crisis tempranamente hacia los años ‘70 del siglo pasado.
Es sugerente el juego en espejo y el diálogo con la lectura de Sarmiento en el Facundo que identificaba la fuente del miedo (y la barbarie) como productor de política en el vacío de las grandes extensiones porque en este país era inmensa la llanura, inmensos los bosques, inmensos los ríos y el horizonte siempre incierto. Hoy el miedo habita en la hiperdensidad: “Sarmiento soñó con derrotar el miedo a través de la urbanización, que asociaba con la civilización. El conurbano es la inversión de ese proyecto. Una antiutopía”, escribe el editorialista de La Nación en El nudo (pág. 77) en una definición tributaria del mejor ensayo argentino.
En el análisis de la estructura social del Gran Buenos Aires el libro está ampliamente documentado con referencias a un extenso abanico de autores y autoras que investigaron las diferentes carencias de la región (pobreza, vivienda, narcotráfico, etc.). Y en lo que es su metier, los avatares y la entretela de la política en el Palacio, El nudo contiene información reveladora (muy útil para entender comportamientos de los líderes políticos, sobre todo en momentos de crisis) y no pocas anécdotas entre trágicas, bizarras y por momentos muy cómicas.
La definición del peronismo también está entre los puntos fuertes del libro y puede reducirse a un concepto: fue y es el partido del orden (aunque a veces para esta tarea deba adoptar la forma de partido de la contención). Desde el movimiento anticipatorio del General Perón plasmado conceptualmente en el famoso discurso en la Bolsa de Comercio de 1944 hasta los desplazamientos y contorsiones del kirchnerismo para restaurar la autoridad del Estado en el pos-2001 están unidos por un mismo hilo conductor: contener la potencial irrupción revolucionaria de la emergente clase obrera en 1945 o pasivizar los impulsos revueltistas luego de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de aquel año bisagra.
Del mismo análisis pueden desprenderse dos críticas opuestas: la crítica liberal que impugnó al peronismo por el rechazo que le generaba el “sobredimensionamiento” del movimiento obrero en su seno (por lo tanto, en la vida pública) o la crítica de izquierda que buscaba que la clase obrera superase el horizonte limitado que le propone el peronismo dentro de los marcos de la utopía de un capitalismo humano.
En el terreno historiográfico –una dimensión muy importante de El nudo– es sugerente el vínculo y la tensión estructural entre la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires a partir de la federalización de la capital que dejó sin agenda a la política bonaerense. La derrota militar que Julio Argentino Roca impuso a la poderosa provincia habilitó la centralización del Estado nacional y abrió un siglo que –según Pagni– terminó en 2001 cuando el “partido bonaerense” asaltó los cielos y volvió a imponer su impronta con la prepotencia de su demografía.
Ausencias
Dicho todo esto, corresponde señalar algunas ausencias en la mirada histórica y actual que nos presenta El nudo.
Cuando analiza los límites que Eduardo Duhalde –como representante del conurbano– comenzaba a marcar al proyecto menemista hacia finales de la década ‘90 del siglo pasado, el autor escribe en la página 537:
Vale la pena detenerse en este juego. No será la última vez que un proceso de ajuste encuentra su límite en la conformación socioeconómica del conurbano bonaerense. Ese sujeto tiene poder de veto sobre la supervivencia de un proyecto de reformas. Pero carece, por sus propias dificultades de supervivencia, de la capacidad para formular un proyecto alternativo. Este es el gran dilema material de la Argentina, vista desde los bordes de la ciudad de Buenos Aires.
Es indudable el límite que tiene el entramado bonaerense para transformar su interés particular en interés universal, es decir para hacerse hegemónico (en el sentido estrictamente gramsciano del término), pero no es menos cierto quienes en El nudo son presentados como “modernizadores”, “reformadores” o agentes de una economía abierta padecen de la misma carencia. ¿Cuál es el proyecto que el capital agroindustrial de la zona núcleo, aliado al capital bancario y financiero internacional tiene para hacerse “hegemónico” en la Argentina? ¿Esa corporación llamada Fondo Monetario Internacional no modela tanto (o más) que el conurbano la política argentina? La industria extractivista del petróleo, el gas o el nuevo oro blanco (el litio), ¿qué tiene para ofrecer que no sea saqueo de los recursos estratégicos y primarización de la economía? Es interesante preguntarse qué pensaría sobre todo esto el último Sarmiento, aquel que ya no sabía muy bien dónde habitaba la civilización y dónde la barbarie y rechazaba visceralmente a la “oligarquía con olor a bosta”. En síntesis, el capitalismo argentino tiene distintas clases de nudos y también distintos nudos de clase que limitan el desarrollo del país.
En segundo lugar, también corresponde marcar la ausencia de la dictadura militar, no sólo como proceso político bajo la forma de una guerra interna y un genocidio, sino como proceso de violenta transformación económico-social regresiva. Como afirma Diego Sztulwark:
La narración que propone Pagni sobre el agotamiento de la Argentina peronista de mediados de los ‘70 se torna aún más verdadera si se toma en consideración el papel que en ese agotamiento cumplió el terrorismo de Estado. La ausencia de la dictadura en El nudo contrasta con el consenso existente sobre la relación de causalidad que se da entre el programa del gobierno militar-corporativo y el fenómeno de desindustrialización e informalización del conurbano. La intervención militar (la complementariedad de plan económico y represión masiva y clandestina) no se propuso instalar un modelo alternativo y superior en términos de modernización capitalista, sino más bien terminar con el menos deseado de los efectos de aquella Argentina industrial: la inestabilidad reiterada provocada por una clase trabajadora que no dejó de proponerse como eje de la democratización de la sociedad.
Finalmente, aunque no menos importante, hay una ausencia llamativa. La ausencia de la clase obrera ocupada en sus múltiples manifestaciones. Aunque al inicio, Pagni alerta contra la simplificación, cae víctima de cierto reduccionismo: el conurbano es un continente de pobreza con bolsones de riqueza y una extendida clase media. El aparato de micro-caudillos integrado por los intendentes manipula a los nuevos pobres que llegaron para reemplazar definitivamente a la vieja clase trabajadora. De esta manera, hace propia sin demasiada crítica la tesis que plantea que pasamos del 17 de octubre con obreros movilizados que debían ser incorporados al sistema político (tarea que llevó adelante el peronismo original) al 2001 con pobres insurreccionados que debían ser contenidos y, sobre todo, “administrados” (misión que quedó en manos del kirchnerismo). El fantasma de Gino Germani recorre esas páginas de El nudo.
Esta ausencia impide dimensionar dos hechos relevantes de la historia reciente: diciembre de 2001 por lo que le faltó y diciembre de 2017 por lo que le sobró. Además, se transforma en un obstáculo para comprender la gravitación de un actor que es central en el aparato de contención del dispositivo peronista: la burocracia sindical. Si adoptamos –como hace Pagni– el aforismo de Chesterton que asegura que “la exageración es el microscopio de los hechos”, podríamos afirmar que los aparatos sindicales conservadores –a quienes en la actualidad hay que agregar a los “movimientos sociales”, los “pobres en movimiento” de Juan Carlos Torre– son un factor mucho más eficaz de orden y estabilidad que el aparato político de los intendentes.
Con respecto al 2001 y a la etapa convulsiva que abrió, un hombre como Julio Godio (a quien no puede acusarse de enemigo de la “burocracia sindical”) describe la función conservadora de los sindicatos en ese período y asegura que en 2002 adoptaron “posturas de moderación y control de sus bases en los reclamos, dada la grave crisis social y laboral. Con el fin de impedir el agravamiento de la crisis política, la CGT y el MTA procuran que los trabajadores ocupados no converjan con los movimientos de desocupados o ‘piqueteros’ ni en diversas formas de movilización de sectores de clase media afectados por la evaporación de sus ahorros, la pérdida de empleos y el avance de la pobreza” [1].
Por su parte, las jornadas del 14-18 de diciembre de 2017 contra la reforma previsional de Mauricio Macri son interpretadas en El nudo como el producto de una conspiración de los intendentes porque el objetivo último de la reforma era, presuntamente, otorgarle fondos a María Eugenia Vidal. La realidad fue que se impuso un frente único esencialmente sindical ante el “reformismo permanente” (laboral, fiscal y previsional) que Macri –subido al caballo del triunfo en las elecciones de medio término– pretendía aplicar sin anestesia. Es más, esa noche se escuchó en varios rincones de la ciudad el ruido maldito del país pequeñoburgués: las cacerolas. Los sindicatos fueron claves tanto en aquellas jornadas como en la contención posterior para evitar que el movimiento con tendencias revueltistas pasara a mayores.
Sucede que en el conurbano, además de pobres, ricos y clase media habita una extendida clase obrera (transformada, es cierto, pero existente) en las grandes industrias de la zona norte (alimenticias, entramado automotriz o industria del neumático), en los servicios estratégicos del transporte o la logística, o en los cientos de miles de empleados y empleadas estatales que se desempeñan en los servicios universales del Estado (salud, educación), que están organizados en sindicatos y hasta en posiciones estratégicas. Parafraseando un aforismo de moda en la política argentina: con la clase obrera no alcanza, pero sin la clase obrera no se puede.
Estas son algunas reflexiones sobre un libro denso y polémico cuya lectura es, por si hiciera falta aclararlo, más que recomendable.
Este texto fue publicado originalmente en el Newsletter del autor, Del otro lado, el 15/06/2023.