Se trata de la visita más importante de un alto dirigente estadounidense a China desde 2018. Y no tiene lugar en un momento cualquiera. Mientras la administración Biden ha mantenido la línea dura hacia China "heredada" de la administración de Donald Trump, el estallido de la guerra en Ucrania ha agudizado las tensiones y la rivalidad entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y China, aliada con la Rusia de Putin, por otro. Además, las relaciones entre Pekín y Washington se han tensado en los últimos meses a raíz de una serie de incidentes: el derribo de un globo espía chino sobre territorio norteamericano en febrero, que obligó a Blinken a aplazar su visita a China; la revelación de la existencia de una base de espionaje china en Cuba; los incidentes navales y aéreos en el mar de China; y la profundización de la política de contención de Estados Unidos hacia China, por citar solo algunos.
En este contexto, el Secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, viajó a China el fin de semana y se reunió con altos dirigentes del régimen chino, incluido el propio Xi Jinping. El viaje refleja el deseo declarado de la administración Biden de reducir las tensiones entre ambos países y abrir vías de diálogo. El viaje fue criticado por representantes del Partido Republicano, partidarios de una línea más "dura", lo que revela un cierto grado de desacuerdo en el seno del establishment imperialista norteamericano sobre el enfoque a seguir con China, aunque republicanos y demócratas compartan las grandes líneas estratégicas a adoptar en el trato con Pekín.
De hecho, aunque Blinken y los propios dirigentes chinos parezcan satisfechos con las diversas reuniones, todo ello no indica un cambio en las tendencias subyacentes de la relación entre ambas potencias. El imperialismo estadounidense parece buscar una forma de cohabitación en el marco de su rivalidad, evitando en la medida de lo posible los riesgos de confrontación armada o de "accidentes". A este respecto, el Wall Street Journal recoge las palabras de la Ministra de Asuntos Exteriores de Singapur, Vivian Balakrishnan, para quien "Estados Unidos y China no van a converger, sino que deben llegar a un ’modus vivendi’, es decir, a una forma de coexistencia sin conflicto".
El pasado noviembre, parte de la prensa internacional se centró en el posible "calentamiento" entre Estados Unidos y China tras el apretón de manos entre Joe Biden y Xi Jinping en la cumbre del G20 en Bali. Fue un intento de mostrar signos de apaciguamiento, pero que no convenció, ya que la tendencia subyacente de crecientes tensiones entre ambos Estados pasó rápidamente a primer plano. Apenas tres meses después del famoso apretón de manos, estalló la crisis de los globos en febrero de 2023.
Esto no se debe únicamente a que Washington quiera evitar un conflicto, sino también a que su economía sigue estando fuertemente vinculada a China y, en cierto modo, depende de ella, y viceversa. El año pasado, por ejemplo, el comercio entre Estados Unidos y China alcanzó la cifra récord de 700.000 millones de dólares. Sin embargo, esto no significa que el imperialismo norteamericano no busque alcanzar sus propios objetivos y contener a una potencia emergente como China, que podría convertirse en un obstáculo para su dominio como primera potencia mundial, o incluso competir con ella. Según el Wall Street Journal, "Blinken dijo que también se reunió el lunes con miembros de la comunidad empresarial estadounidense, muchos de los cuales expresaron su interés en seguir ampliando sus operaciones en China. Afirmó que una disociación completa de las economías estadounidense y china sería desastrosa, señalando los niveles récord de comercio entre ambos países el año pasado, pero añadió que Estados Unidos seguiría tomando medidas para hacer más resistentes las cadenas de suministro estadounidenses y negar a China las tecnologías que amenazan la seguridad nacional de Estados Unidos".
El diario The Washington Post, que en un editorial celebraba la iniciativa de la administración Biden, resumía así las últimas políticas antichinas de las últimas semanas: "En los meses transcurridos entre la visita aplazada de Blinken y el día de hoy, la administración Biden ha presionado a aliados como Japón y Holanda para que se unan a Estados Unidos en la restricción de la venta a China de equipos clave para la fabricación de semiconductores. Estados Unidos ha tomado medidas para reforzar sus alianzas militares en la región Asia-Pacífico, en particular con los otros países del "Quad", Japón, India y Australia, y para ampliar los acuerdos de acceso a bases con Filipinas. La administración Biden también está avanzando en el acuerdo Marco Económico Indo-Pacífico entre una docena de países, pero excluyendo deliberadamente a China".
Esta situación ha llevado a algunos analistas a expresar su escepticismo sobre una "vuelta a la normalidad" en las relaciones sino-estadounidenses. Bates Gill, Director del Center for China Analysis en el Asia Society Policy Institute escribió: "Por muy positivas que puedan ser estas tendencias al calentamiento, las perspectivas de un deshielo se topan con una fría y dura realidad: geopolíticamente, Estados Unidos y China desconfían profundamente el uno del otro. Es poco probable que esto cambie pronto. Las relaciones entre Estados Unidos y China seguirán firmemente congeladas en un futuro previsible".
Otra hipótesis sobre el significado de esta visita y de la política general de Biden, que no contradice lo dicho anteriormente, es que Estados Unidos busca calmar sus relaciones con China para debilitar la alianza de esta última con Rusia. Sería una forma de repetir, en un contexto completamente distinto, la política de Nixon de acercamiento a China para distanciarla de la URSS en los años setenta. Esta posibilidad parece hoy muy improbable, dada la profundidad de la rivalidad entre China y Estados Unidos.
Sin embargo, esto no significa que China no busque también una forma de cohabitación que permita la continuidad de los negocios. El People’s Daily informa que "el Presidente chino Xi dijo a Blinken que China respeta los intereses de Estados Unidos y no pretende desafiarlos o suplantarlos, y que, por la misma razón, Estados Unidos debe respetar a China y no infringir sus derechos e intereses legítimos". En otras palabras, y contrariamente a las ilusiones sobre un poder chino "alternativo" que sea "menos dañino" que el imperialismo norteamericano y occidental, el régimen chino está dejando claro que respeta el derecho de Estados Unidos a expoliar a los pueblos en los cuatro rincones del mundo, siempre que este respeto sea recíproco.
Los trabajadores, los jóvenes y todos los explotados y oprimidos no tienen ningún interés en esta rivalidad reaccionaria chino-estadounidense. No sólo enfrenta a dos potencias profundamente antiobreras, que saben muy bien cómo ponerse de acuerdo para aplastar los derechos y las condiciones de vida de las masas trabajadoras, sino también, con el pretexto de una "nueva guerra fría", a diferentes regímenes burgueses que ponen en marcha medidas represivas, bonapartistas y antidemocráticas que limitan los derechos políticos y sociales de los trabajadores. |