Cuando tuvimos en nuestras manos el libro de Camila Sosa Villada Soy una tonta por quererte, sabíamos que encontraríamos un mundo aparente que es el nuestro y que, al mismo tiempo, parece una distopía. Porque en Las Malas, la autora ya nos había advertido que existe una realidad a la vista de cualquiera y que parecen buscar ocultar: la realidad de las travestis que tienen que prostituirse para apenas subsistir. Pero también nos imaginábamos que esa realidad, que hay que esperar a la noche para ver, estaba llena de volumen, de ese sonido que te aturde y que una no puede dejar de escuchar.
Su nuevo libro no nos decepcionó: encontramos en estos cuentos sonidos que se hunden en las profundidades de la violencia, pero que muestran todos sus matices y le otorgan una sensación de verdad a esa realidad. Lo que rozó nuestros ojos fue todo aquello que está lejos de lo superficial.
Camila Sosa Villada, nació en La Falda, provincia de Córdoba, en 1982. Estudió Comunicación en la Universidad Nacional de Córdoba. Escritora, dramaturga, cantante y actriz trans, se volvió un hecho en la literatura latinoamericana después de publicar Las Malas, novela con la cual recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz. Soy una tonta por quererte es su último libro, publicado en el 2022 por Tusquets Editores, y que consta de nueve cuentos cortos.
El libro exprime la opresión de ser una travesti en este mundo. La violencia es en realidad la protagonista, sin querer serlo. Está presente no solo en los relatos de los personajes principales, sino que se cuela como pequeños detalles centrales de los personajes secundarios. Se naturalizan de cierta forma en la historia, pero pegan fuerte. Y esos golpes provienen de todos lados. En algunos es tan solo un atisbo de lo que fue: en el relato “Mujer pantalla”, la violencia es sutil: con un cartel de alquiler, el cuerpo de la protagonista se usa como tapadera para “enclosetar” a los gays que desean mantener las apariencias frente a una familia rica. O en “La Merienda”, una niña le pregunta a su abuela por qué sus compañeras se burlan de su color de piel. En los otros relatos, la violencia se encarna en la familia, más concretamente en la figura paterna: en el padre borracho y golpeador, que tiene que hacerse cargo de sus hijos en un pueblo al fin del mundo, donde el polvo y el trabajo son inseparables y la violencia y el alcohol rajan la tierra, llamado “No te quedes mucho rato en el guadal”; en el tío abusador, en el marido de Billie Holiday -uno de los personajes-. En los clientes: en el primer cuento, “Gracias Difunta Correa”, cuando los padres de la protagonista van a pedirle ayuda a la Difunta Correa por su hijo, ella cuenta la violencia que sufrió en manos de clientes que le robaron lo poco que tenía. O en “La noche no permitirá que amanezca”, donde una travesti sufre el regateo de unos rugbiers, la violencia y el atropello típico de los ricos. Todo eso se entremezcla con la violencia cotidiana de la “correcta” institucionalidad: la policía que persigue a los marginados en Nueva York hasta hacerles la vida imposible en el relato que lleva el nombre del libro, cuando las protagonistas se hacen amigas de Billie Holiday; la tortura que reciben un grupo de travestis en un turbio y confuso episodio colonizador en México, “Cotita de encarnación” o los asesinatos a sangre fría que lleva a las travestis a huir de la ciudad cuando comienzan a ser socialmente amenazadas en el último relato “Seis tetas”.
Esta violencia no es solo patriarcal y transfóbica: atraviesa todas las opresiones. En casi todos los relatos, la pobreza es un grito sordo que susurra en el oído de las decisiones de los protagonistas, que guía sus caminos y que descansa como un cuadro permanente.
El punto fuerte del libro es mostrar en carne cruda realidades totalmente alternativas a las miradas que nos muestran los medios, las series, la farándula, que parecen “tolerar” la existencia de las travestis. Pareciera ser el susurro de un mundo que todo el tiempo se intenta tapar, que se esconde en un sótano y que existe en todas partes y al mismo tiempo, se ignora constantemente. Que camina entre las calles y que al mismo tiempo es invisible. En el libro, aparece como un monstruo de realidad, con una crudeza que espanta las buenas costumbres y que está llena de todos los vicios posibles.
Y al mismo tiempo, esa realidad monstruosa se deforma y se detiene, congelada en un tiempo que fue anterior, hasta parecer casi ficticia, casi mágica. Algunos relatos se vuelven místicos. Otros nos parecen irreales por ser demasiado antiguos y tan solo ocurrieron unas décadas atrás. O en otros parajes distintos a los de la ciudad, que parecen quedarse en el tiempo. A veces, es tan solo la realidad de hoy que nos engaña. Nos dice que hay acceso real a nuevos derechos y que todos esos personajes no son los nuestros. Pero debajo de la ley sigue corriendo ese río de violencia que viven las travestis, con un promedio de edad por debajo de la media, con acceso totalmente dificultoso a un empleo digno (aunque, ¿Qué joven lo tiene ahora?), amenazado por la violencia social y física, por el rechazo familiar, por el maltrato del sistema de salud. Por la policía, esa maldita policía. Y por los perros que gruñen en la tele, que ladran atropellos contra la ideología de género, contra la ESI, contra el deseo. ¿No será más bien realismo mágico la sociedad que nos envuelve en un hálito de moral cristiana que no tiene sentido? ¿Que le da aire a estos perros sarnosos que hablan de libertad y solo buscan quitárnosla?
Deseo ilimitado
Pero hay algo más, y mejor, en estas historias: los cuentos no están contados para mostrar la victimización que sufren las travestis por la situación en que las pone la sociedad. La violencia que se te impone en la lectura está incómodamente mezclado con un deseo y un erotismo difícil de dejar de sentir. La violencia a veces ocupa el relato de forma inabarcable, saliéndose de los marcos del libro, pero eso no evita que sus personajes sean sujetos de su historia. No son víctimas -aunque lo son- y nada más. No permiten que esa violencia las revictimice. Se contonean entre los márgenes, peleando por ser felices dentro de su subsistencia. Su deseo erótico las mantiene vivas, peleando. No es el amor: "El amor para mí, no reviste ninguna importancia, es ordinario, porque hasta los "pacos" se enamoran". Es el deseo que mueve su mundo, que transgrede los límites, que da vuelta la violencia y la vuelve tórrida. Envuelve el horror de la realidad en un suspiro de vida y la transforma en belleza, aunque solo sea un pasaje momentáneo.
Cuando terminamos de leer los relatos, no pudimos dejar de masticar esta sensación extraña donde el deseo es una batalla de vida. Y nos hizo acordar a algo que ya existe, que nos había dado pistas.
Decía Perlongher: “No queremos que nos persigan, ni que nos aprendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen.”
Y si hay algo que nos despertó Camila Sosa Villada, fue el deseo en todas partes. Pero también nos hizo pensar que las condiciones que rodean ese deseo, esa desigualdad violenta que existe en una sociedad opresiva, es un límite para desarrollarlo ilimitadamente. Ese deseo también nos despertó la autora: el deseo de liberar la vida de todo mal, opresión y violencia, para poder disfrutar plenamente. |