El golpe de Estado en Níger abrió una situación explosiva en África con impacto internacional. El 26 de julio, a pocos días del 63 aniversario de su independencia formal de Francia, miembros de la guardia presidencial, con el general A. Tiani a la cabeza, rodearon el palacio gubernamental y detuvieron al presidente Mohamed Bazoum. Con el correr de las horas el putsch se transformó en un golpe hecho y derecho. Tras recibir el apoyo mayoritario de las fuerzas armadas, el mismo general Tiani en un mensaje televisado anunciaba que asumía el gobierno del país.
Las calles de Niamey, la capital del empobrecido país africano, se llenaron de manifestantes en apoyo al golpe, muchos con carteles escritos a mano contra la presencia neocolonial francesa (“La France Doit Partir”, el más visto); fue atacada la embajada de Francia. También se vieron algunas banderas rusas, lo que no necesariamente quiere decir que Rusia esté detrás del golpe, sino que expresa a su modo el lugar simbólico que pasó a ocupar el bloque ruso/chino como “alternativa” a las potencias occidentales.
La caída de Bazoum fue un nuevo mazazo para las disminuidas pretensiones imperiales de Francia. Mientras el presidente Emmanuel Macron aseguraba desde París que “no iba a tolerar ningún ataque contra Francia y sus intereses”, preparaba a las apuradas la evacuación de algo más de 500 franceses de la capital nigerina, a los que ya no podía garantizar su seguridad.
Además de su dimensión geopolítica y militar, el cambio de signo en Níger tiene un fuerte impacto económico. Un porcentaje significativo del uranio que produce Níger permite que los franceses puedan encender las luces y hacer funcionar sus aparatos eléctricos. Si Francia se viera privada de ese insumo, correría peligro la producción de energía nuclear, la principal fuente de energía del país galo.
Hasta el día anterior al golpe, Níger era una pieza clave de la estrategia africana de Estados Unidos y Francia. Gobernado por un aliado de Occidente, era considerado un factor de relativa estabilidad en una región profundamente inestable, y un baluarte en la “guerra contra el terrorismo”, en particular luego de la intervención de la OTAN en Libia y su transformación en un Estado fallido. Francia tiene estacionados unos 1.500 soldados, mayormente desplazados de Mali luego de su expulsión humillante el año pasado. Y el Pentágono aún tiene en el país unos 1.000 efectivos y dos bases –una muy importante desde donde se lanzan ataques con drones contra franquicias de Al Qaeda, el Estado Islámico y otras milicias, como Boko Haram, que saltó a la fama por haber secuestrado a cientos de niñas de un colegio en Nigeria–.
Además, Bazoum colaboraba estrechamente con los esfuerzos de Francia y la UE para contener las oleadas de migrantes, bloqueando su acceso a los países norafricanos, desde donde grupos mafiosos organizan el tráfico de personas hacia el Mediterráneo. Por eso, la pérdida de este aliado impacta más allá de África occidental y obliga a recalcular la estrategia imperialista.
En un giro copernicano, Níger se transformó en el nuevo eslabón de una cadena de golpes de Estado que ha sacudido la región del Sahel, a razón de siete en los últimos tres años. Pasó a formar parte del llamado “corredor del golpe” –una franja transversal de 5.500 km– que se extiende desde Guinea en la costa occidental hasta Sudán en el otro extremo, pasando por Mali, Burkina Faso y Chad.
Lo que es un hecho incuestionable es que África ha entrado de lleno en la disputa estratégica entre por un lado el bloque “occidental” liderado por Estados Unidos e integrado por la UE/OTAN y sus aliados; y por otro una alianza informal entre Rusia y China que tiene en la guerra de Ucrania su principal teatro de operaciones. En este río revuelto de rivalidades y alianzas cambiantes, hacen su agosto también otras potencias menores como Turquía.
Este realineamiento geopolítico se expresa en la encendida retórica antifrancesa (y antioccidental) de los gobiernos surgidos de estos golpes, y su pase a la órbita de Rusia y China, que con menos estridencia que Rusia, se ha transformado en el principal socio comercial –y en algunos casos acreedor– de estos países.
El golpe en Níger ocurrió en simultáneo con la cumbre Rusia-África que se realizó en San Petersburgo. Aunque fue menos concurrida que su versión anterior de 2019, en parte en protesta por la política de Rusia de retirarse del acuerdo de exportación de granos, mostró un apoyo importante para Rusia en el marco de la política de aislamiento impulsada por Estados Unidos y las potencias occidentales tras la invasión a Ucrania. Y sirvió como escenario para que Putin desplegara las armas de seducción de Rusia: entre otras cosas, prometió enviar hasta 50.000 toneladas de granos sin cargo a Burkina Faso, Zimbabwe, Mali, Somalia, República Centroafricana y Eritrea.
Las relaciones amigables con Rusia también corren por canales paraestatales. La milicia privada Wagner, comandada por el oligarca E. Prigozhin, ha demostrado ser un instrumento relativamente barato y eficiente para extender la influencia rusa en África, con presencia en Mali, la República Centroafricana y otros países donde brinda servicios de “seguridad” a cambio de jugosos negocios de explotación minera.
La situación es fluida y aún no está claro si el golpe terminará consolidándose, por lo que toda hipótesis tiene necesariamente carácter provisorio.
El golpe ha dejado expuesta la conformación de dos bloques en el continente africano. Por un lado, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), una coalición de 15 países presidida actualmente por Nigeria y aliada a las potencias occidentales, impuso inmediatamente duras sanciones económicas a Níger, suspendió el suministro de energía, cerró temporariamente fronteras y le dio un ultimátum a la junta militar para restablecer a Bazoum en el gobierno, de lo contrario amenaza con escalar las represalias, incluyendo la posibilidad de una intervención militar. El otro bloque, integrado por Mali, Burkina Faso y Guinea, se ha pronunciado a favor del golpe en Níger y declaró que cualquier intervención en ese país sería tomada como una “declaración de guerra”.
Puede ser que la amenaza de intervención actúe como recurso de presión, junto con las sanciones y la suspensión de ayuda financiera. Sin embargo, la dinámica de los acontecimientos hace que no se pueda descartar una posible acción militar. Los antecedentes históricos son las intervenciones en Liberia y Sierra Leona. De hecho algunos países como Benín ya anunciaron su disposición a aportar tropas. La CEDEAO cuenta con el apoyo de Estados Unidos y Francia (y la UE) y por lo tanto funge como vector de la injerencia imperialista y un posible “proxy” de las potencias occidentales en una hipotética guerra intra africana.
¿Revuelta anticolonial?
Tanto como colonia francesa como luego de su independencia, en 1960, Níger ha estado sometido a una situación de extrema pobreza, dependencia y saqueo. Es uno de los países más pobres con una de las tasas de natalidad más altas del mundo. Sus indicadores sociales son alarmantes: 41 % de sus 25 millones de habitantes vive en la pobreza absoluta, apenas 11 % accede a servicios sanitarios básicos y todavía se estima que un 7 % está sometido a condiciones de esclavitud. La crisis climática –con sequías y desertificación de tierras– castiga la agricultura familiar, medio de supervivencia de alrededor del 80 % de la población.
Pero esta miseria contrasta con el hecho de que Níger es el séptimo productor mundial de uranio, y también produce oro y petróleo. El saqueo imperialista hace que no quede ni una moneda de todas esas riquezas. La mayoría de las minas de uranio están controladas por corporaciones imperialistas, con la francesa Orano a la cabeza.
Lo que muestra Níger y más en general los golpes con retórica antifrancesa es el profundo rechazo a la injerencia y la opresión neocolonial que siguió bajo la forma de la llamada “Francáfrica” luego de la independencia formal de estos países en la década de 1960. El rol de “gendarme” de Francia en sus excolonias africanas, la imposición de elites locales afines a sus intereses y su presencia militar, ha estado al servicio del saqueo de recursos.
Aunque es una potencia en decadencia, y China ha ocupado el lugar de socio comercial privilegiado, Francia resiste su pérdida de influencia en lo que alguna vez fue su patio trasero. Incluso persiste como resabio colonial la moneda de la Comunidad Financiera Africana, atada al franco francés y ahora al euro, que todavía es utilizada por 14 países africanos.
La relación entre la miseria estructural de estos países saqueados con el pasado y el presente neocolonial explican el profundo sentimiento antifrancés que recorre África, sobre todo entre las jóvenes generaciones. Por eso, aunque los golpes no son “anticoloniales” (ni mucho menos “antiimperialistas”), sino que están motivados en gran medida por disputas entre camarillas por el control del aparato estatal-militar, tratan de construir su legitimidad agitando la retórica antifrancesa y cambiando de lealtades hacia China y Rusia.
Quien mejor expresó esta política fue el capitán Ibrahim Traore, el actual líder del gobierno interino de Burkina Faso, luego del golpe. En la cumbre de San Petersburgo Traore invocó la memoria de Thomas Sankara, el líder de la lucha anticolonial y referente del panafricanismo. En su discurso saludó la llegada de un “orden multipolar” y la alianza con “amigos verdaderos” como Rusia.
La declinación hegemónica de Estados Unidos y la emergencia de potencias como China y Rusia que plantean como alternativa un “orden multipolar” se ha acelerado con la guerra de Ucrania. Esta es la base de posiciones “campistas” que consideran que para oponerse al dominio imperialista de Estados Unidos y la UE hay que alinearse con China y Rusia. Pero este es un bloque capitalista igualmente reaccionario que persigue sus intereses imperiales. Mientras que las potencias occidentales ocultan sus objetivos imperialistas con la “defensa de la democracia”, Putin usa la retórica “anticolonial” para incrementar su influencia geopolítica en beneficio del capitalismo ruso. Pero tanto Rusia como China buscan quedarse con el botín de los recursos estratégicos de África, incluso en el caso de China imponiendo condiciones leoninas como principal acreedor de muchos países africanos. En las antípodas de los intereses de los trabajadores, los campesinos y los pueblos oprimidos de África y el mundo. |