Cada vez es más evidente que el capitalismo nos lleva a crisis catastróficas. La guerra y el militarismo, el hambre, la crisis climática. Si todas y todos ustedes están hoy aquí, tanto los que son militantes como simpatizantes, es porque compartimos la idea de que este sistema capitalista no va más y hay que terminar con él. La cuestión es cómo hacerlo. De esto queremos reflexionar en esta charla.
Vivimos una etapa en la que se actualizan las características de la época imperialista, que Lenin, Trotsky y la Tercera Internacional llamaron “de crisis, guerras y revoluciones”. La guerra en Ucrania, el militarismo y las tensiones geopolíticas, la crisis económica, el crecimiento de la extrema derecha, y también los estallidos sociales, las revueltas y los procesos de la lucha de clases en distintos países. Estas son todas características de una época histórica que se actualizan hoy. Incluso se actualizan en un terreno que es novedoso, no solo el de las crisis económicas y políticas, sino un tipo de crisis que no vieron ni Marx, ni Lenin, ni Trotsky, el de la catástrofe climática que todos estamos viviendo.
Durante todo el siglo XX, a pesar del carácter reaccionario del estalinismo y de la socialdemocracia, hubo grandes procesos revolucionarios; hubo grandes triunfos como la Revolución rusa, pero muchos fueron derrotados o desviados por todo tipo de direcciones. La teoría estalinista de que se podía construir el socialismo en un solo país resultó un fracaso rotundo, seguido por un largo periodo de reacción que hemos llamado de “restauración burguesa”, o más comúnmente denominado neoliberalismo. Hoy el ciclo neoliberal está en crisis. Y también los aparatos estalinistas y socialdemócratas que durante todo el siglo XX hicieron de bomberos de la revolución. Los socialdemócratas se hicieron social liberales, los estalinistas eurocomunistas, nacionalistas burgueses o directamente “progresistas”.
Esto, último, si se quiere, es una parte positiva de la tragedia histórica que fue el siglo XX, porque hoy, frente a la crisis que enfrentamos, no hay aparatos con cientos de miles de militantes y prestigio para frenar, desviar y derrotar los procesos revolucionarios que se abran. Esto es clave, porque entonces si nosotros, los revolucionarios trotskistas, nos construimos y formamos cuadros, si seguimos avanzando en la acumulación que viene haciendo nuestra corriente internacional en varios países, entonces podemos jugar un rol decisivo en los próximos ascensos de la lucha de clases.
Pero ojo, esto no significa que no sigan existiendo aparatos ni mediaciones. Aún hay Podemos, Sumar, Syrizas, Francias Insumisas. Partidos que llamamos neorreformistas y que, como explica Matías Maiello en su libro “De la movilización a la revolución”, cuando se abren procesos de lucha de clases que cuestionan los regímenes políticos juegan un rol central en desviarlos y contenerlos, en reproducir ese “ecosistema de reproducción de los regímenes burgueses en crisis”, que después le terminan abriendo el camino a la derecha como vemos hoy en el Estado español y otros países.
Pero no nos confundamos. Hoy estos partidos son fenómenos esencialmente electorales, sin militancia. Veamos sino la crisis de Podemos. Por eso su influencia se explica más por la debilidad de los revolucionarios, que por su propia fortaleza. Por eso queremos discutir de estrategia, de programa y de cómo construir partido. Para que, en los próximos procesos de ascenso de la lucha de clases, “no nos la cuelen”, para que podamos jugar un papel decisivo y vencer.
1. Estrategia
El primer aspecto que me gustaría desarrollar es de la estrategia. El termino estrategia lo empezó a utilizar el marxismo del siglo XX, porque antes solo se hablaba de la táctica del proletariado. Esto no fue casual, tuvo que ver con la época imperialista, la guerra y la actualidad de la revolución proletaria. Y ¿qué es la estrategia? En la definición clásica de Trotsky, la táctica la conducción de los combates aislados, es decir, dirigir una huelga, ganar un sindicato, impulsar la lucha estudiantil, conquistar diputados en un parlamento. Esas son tácticas. La estrategia es lo que liga estas tácticas aisladas con el objetivo político, unificar todas esas operaciones y conducirlas hacia el triunfo. Lo que Trotsky llama “el arte de vencer”. Clausewitz, que fue un militar prusiano y uno de los grandes teóricos de la guerra, es el primero que utiliza el concepto de estrategia en este sentido.
Esta definición es clave para nosotros, que somos marxistas revolucionarios, para definir qué tipo de marxismo es el que reivindicamos. Porque marxismos hay muchos, pero revolucionarios no tantos. En una entrevista de hace varios años nuestro camarada Emilio Albamonte planteaba que nuestro marxismo es un marxismo con predominancia estratégica. ¿Qué significa esto? El marxismo es una concepción del mundo, una critica de la economía y la teoría política, y una perspectiva científica del socialismo. Pero es también una teoría de la experiencia del proletariado basada en las lecciones de su lucha en la historia y un arte de la estrategia. En este sentido, como dijeron Marx y Engels, su doctrina “no es un dogma, sino una guía para la acción”.
Nuestra estrategia es aplastar el capitalismo y se corresponde con la estrategia clásica del marxismo revolucionario en base a las lecciones de la Revolución Rusa. Es lo que llamamos la estrategia bolchevique de la Huelga General Insurreccional, que parte del principio es que el capitalismo es irreformable y para terminar con él es necesaria una revolución social violenta que conquiste el poder político, destruya el Estado burgués y construya otro tipo de Estado transicional como una trinchera de lucha por el comunismo a escala internacional y mundial.
Por eso cuando definimos que nuestro marxismo tiene predominancia estratégica queremos decir que la clave es el arte de conducir a las masas hacia la victoria, hacia el fin de la explotación. No un marxismo académico, sino un marxismo militante, cuyo objetivo es terminar con el capitalismo y construir otro tipo de sociedad. Y para ello necesita de una estrategia que articule cada táctica, cada lucha parcial, cada combate, hacia nuestro objetivo político.
2. Programa
Pero no solo hay táctica y estrategia, también hay programa. ¿En qué se diferencian? Podemos decir que si el programa nos dice qué es lo que queremos conquistar, por ejemplo, la dictadura del proletariado o más popularmente el gobierno de las y los trabajadores, la estrategia consiste en señalar cómo nos proponemos conquistarlo.
Que sean dos elementos diferenciados no significa que estén separados. Una estrategia sin programa es como una técnica cualquiera, pero un programa sin estrategia es “un documento diplomático”. Porque nos podemos poner de acuerdo supuestamente en el objetivo, por ejemplo, el socialismo. Pero sin explicitar la estrategia para conquistarlo, este acuerdo sería diplomático, ya que uno puede opinar que se llega ganando las elecciones y pactando con los reformistas, otro haciendo propaganda socialista y ocupando centros sociales sin luchar para ganar a las masas, y otros pensamos que es mediante una política hegemónica de la clase obrera, que impulse el frente único obrero y la autoorganización para derrotar a las burocracias y preparar la insurrección. Es decir, parecería que tenemos el mismo objetivo, pero en realidad a la hora de plantear cómo lograrlo decimos cosas distintas.
El último libro de Matias Maiello que mencioné al principio, y que lo venimos estudiando en varios grupos en las distintas ciudades, aborda una serie de debates con relación al programa y la estrategia, justamente para fundamentar cómo la articulación del “Programa Transicional” es clave para el desarrollo de una estrategia revolucionaria.
Aquí incorporé un nuevo concepto: “Programa Transicional”. ¿Qué queremos decir con esto? El Programa de Transición fue elaborado por León Trotsky en 1938 como base programática para la fundación de la IV Internacional tras la degeneración estalinista de la Internacional Comunista, con el objetivo de unir las luchas parciales de la clase trabajadora y la lucha contra el capitalismo, por la revolución y el socialismo. Más que un programa acabado, el Programa de Transición es un manifiesto programático que retoma la lógica de articulación programática que comienza a desarrollar la Tercera Internacional antes de su degeneración, fruto de la experiencia colectiva del movimiento comunista y las lecciones históricas de la lucha revolucionaria del proletariado. En este sentido, el programa es la síntesis de la experiencia histórica de la lucha de nuestra clase.
Este programa no es un dogma para nosotros, como si fuera la biblia o el talmud. El trotskismo, tan calumniado por estalinistas como socialdemócratas -muchas veces apoyándose en las políticas oportunistas o sectarias de grupos que se reivindican trotskistas- no es una religión, sino una teoría con bases científicas que fundamenta un programa y una estrategia para que las y los explotados puedan vencer en su lucha contra los explotadores. Y todo eso está condensado en la teoría-programa de la Revolución Permanente y el Programa de Transición, que son como un GPS para recorrer el camino que nos lleve al triunfo de la clase trabajadora y los oprimidos a nivel nacional e internacional.
La clave del programa transicional es tender un puente entre el nivel de conciencia de las masas y la lucha por librar el proletariado del sistema capitalista. Por ello no solo debe tener consignas correctas acordes a este objetivo, sino que necesita también un método para que ese programa se haga carne en las masas.
Los millones que se movilizan cuando estalla un gran proceso de lucha, una revuelta o aún más una revolución, no avanzan en su conciencia mediante la pura propaganda. Solo una minoría avanzada que forma la vanguardia y, más específicamente, la militancia de los partidos revolucionarios, puede llegar de ese modo a una conciencia revolucionaria. Las masas llegan por su propia experiencia en la lucha.
Pongamos un ejemplo sencillo: si estalla una fuerte crisis económica seguramente habrá cierres de fábricas y empresas, miles de despidos, paro, etc. Entonces, ¿qué hacen los trabajadores? ¿Piden solo indemnizaciones y que les paguen los salarios, o que los relocalicen? ¿Se proponen hacer una cooperativa y competir en el mercado para subsistir? El programa transicional plantea que hay que tomarlas y ponerlas a producir bajo control obrero, exigiendo su estatización sin indemnizar a los propietarios. Si este movimiento se desarrolla y se extiende, enfrentando la resistencia de los capitalistas, la clase trabajadora avanzará kilómetros en su experiencia y se acercará más rápido a la conclusión de que no solo hay que dirigir la fábrica, sino dirigir todo el país. Es decir, el control obrero se transforma así en una escuela de planificación socialista, prefigurando como organizar la producción una vez conquistado el poder político. En Argentina nuestra corriente tiene una gran experiencia en este sentido, donde estuvimos a la vanguardia de este tipo de iniciativas como con la fábrica Zanon.
En este sentido, el programa transicional supera la vieja división entre lo que se llamaba el “programa mínimo” y el “programa máximo”. En la historia del marxismo, esta división fue establecida por el Programa de Erfurt, votado en el Congreso del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) en 1891. Este Programa, que fue criticado por Friedrich Engels, hacía una división tajante entre “programa mínimo”, es decir, el planteo para la acción de demandas mínimas “posibles” de realizar en el marco del régimen capitalista, y el “máximo”, el “horizonte socialista”, que quedaba para la propaganda. El Programa de Transición viene a resolver esta división.
Esta discusión puede parecer muy antigua, pero tiene una gran actualidad. Por ejemplo, recientemente, con Clara Mallo publicamos un artículo de polémica con las compañeras y compañeros del Movimiento Socialista a propósito del programa y la estrategia para el movimiento de lucha por la vivienda. Contra la lógica del programa mínimo reformista para la vivienda que impulsa un sector del movimiento, subordinando la lucha a presionar para que los reformistas consigan leyes en el parlamento, los compañeros del MS le oponen la abolición del sistema de vivienda capitalista y la colectivización socialista. Un programa que nosotros definimos como maximalista.
El problema es que este programa así planteado es incapaz de tender ningún puente con la mayoría de la clase trabajadora que no defiende la colectivización y el socialismo. Y si eso no pasa, ¿quién va a luchar por un programa socialista? Por eso la clave es como establecemos un puente entre el nivel de conciencia actual de la mayoría social que sufre la crisis de la vivienda y el programa socialista, con qué consignas y con qué estrategia de lucha. Nuestra respuesta es un programa transicional, que incluye desde consignas “mínimas” que mantienen fuerza vital, porque son demandas de amplios sectores (como la ampliación de los planes de vivienda públicos), con consignas transicionales que los capitalistas no pueden aceptar porque van en contra de sus intereses (como por ejemplo la expropiación bajo control obrero de todos los pisos vacíos en manos de los bancos, los especuladores y grandes tenedores de vivienda) y consignas organizacionales (como impulsar la autoorganización y en perspectiva construir organismos de frente único de masas que superen a las burocracias sindicales para conquistar ese programa).
El Programa de transición lo que hace es plantear que alrededor de la lucha por sus reivindicaciones, incluso mínimas, ligándolas a consignas transitorias, la clase obrera puede y debe desarrollar su autoorganización para arrancar los sindicatos de la mano de las burocracias y construir organismos democráticos capaces de unificar a todos los sectores en lucha, desarrollar la autodefensa contra la represión y abrir el camino a una lucha política revolucionaria.
Es decir, construir lo que los trabajadores rusos bautizaron como soviets, que significa “consejo”, organismos que unen a los trabajadores por encima de los sindicatos, con delegados revocables y con mandatos de sus compañeros de trabajo, para debatir y centralizar la respuesta frente a la situación que plantea la lucha de clases.
Cuando la crisis es profunda y los trabajadores entran en una etapa revolucionaria, su consciencia va cambiando y avanzando a medida que hacen una experiencia en la propia lucha de clases. Por eso no se trata solo de hacer propaganda, aunque hay que hacer mucha lucha teórica e ideológica, sino plantear las consignas correctas en cada momento para que los trabajadores avancen en su lucha y conquisten hegemonía.
¿Qué quiero decir con conquistar hegemonía? Que puedan integrar en un programa común todas las demandas y aspiraciones no solo de la clase trabajadora, sino de todos los sectores explotados y oprimidos de la sociedad, de las mujeres, las personas racializadas, las disidencias sexuales, las comunidades originarias, incluso dando salida a las clases medias que se empobrecen y que ante la desesperación buscan una salida en la extrema derecha o el fascismo.
Obviamente, para poder influir sobre sectores amplios de la clase trabajadora hay que ganar peso militante en la propia clase y en sus organizaciones, sus movimientos, conquistar fuerzas materiales, porque si no es imposible que nuestras ideas se puedan llevar a la práctica. Es decir, hay que construir una organización con peso social y político que se proponga conscientemente estas tareas, y eso para nosotros es un partido revolucionario de trabajadores/as.
3. Partido
El problema con el partido es que no es una tarea dada, no lo tenemos previamente. Es un elemento central de la propia estrategia que hay que conquistar. Y uno no lo conquista en frio en tiempos de paz para después caer en un paracaídas al inicio de la revolución y decir: “este es el programa y la estrategia, síganme”. No, el partido y sus cuadros se forjan como parte de la propia experiencia de lucha de nuestra clase. Por eso la principal tarea política que tenemos hoy las y los revolucionarios es construir partido y formar cuadros revolucionarios.
Toni Negri plantea en un libro de los 70 que se llama “La fábrica de la estrategia”, que en el pensamiento de Lenin “la organización es condición esencial de la estrategia”. Aunque las conclusiones del libro son en mi opinión antileninistas, porque dice que el partido como lo concebía Lenin ya no sirve, esta idea me parece acertada: no puede existir estrategia sin una organización revolucionaria de combate.
Ese es el tipo de partido que queremos construir, un “partido leninista de vanguardia”. Un partido comunista por su programa y estrategia, que agrupe a la vanguardia obrera y que se proponga dirigir a millones. ¿Cómo? Dirigiendo sindicatos y organizaciones de masas, de estudiantes, presentándose a elecciones, etc., pero con el objetivo de forjar una dirección política y fracciones revolucionarias desde donde dirigirse al conjunto de la clase obrera y los sectores oprimidos de la sociedad para impulsar la lucha revolucionaria por el socialismo.
Esto es lo opuesto a la idea de los “partidos de masas” que fue el modelo de la socialdemocracia, o que terminaron siendo los Partidos Comunistas con el llamado “giro eurocomunista”, que eran partidos reformistas cuya militancia era una base de maniobra para una estrategia de domesticar el capitalismo, no de hacer la revolución.
Esta concepción de partido nos diferencia enormemente de otros grupos políticos. Obviamente de los reformistas, que nada tienen que ver con una perspectiva revolucionaria. Pero también de otros que se dicen anticapitalistas, como por ejemplo ‘Anticapitalistas’, cuya idea de partido es una organización amplia que junte a reformistas y revolucionarios, lo que los ha llevado a crear engendros reformistas como Podemos. También de otros grupos en el Estado español que se reivindican trotskistas, como Izquierda Revolucionaria o Corriente Roja, que a veces pueden pueden tener un lenguaje ortodoxo, pero su política en general es oportunista. A este tipo de organizaciones las denominamos centristas, porque oscilan entre posiciones revolucionarias y reformistas. Por supuesto también de grupos estalinistas, que formalmente defienden el “partido leninista”, pero en realidad defienden la versión degenerada y totalitaria del estalinismo, mientras se adaptan a los aparatos reformistas y el nacionalismo burgués. Por último, también nos diferencia de anarquistas y autonomistas, tanto de los que se oponen a la idea del partido como los que no. Aunque compartimos el objetivo último del socialismo, diferimos en los medios y la estrategia para lograrlo.
Construir un partido como el que queremos no es una tarea fácil. Pero lo estamos haciendo, no solo nacionalmente sino internacionalmente. Como nuestros camaradas en Argentina, que están construyendo la única alternativa política de independencia de clase a los partidos capitalistas y el crecimiento de la extrema derecha. O en Francia que vienen de dar una gran batalla por una política independiente contra la reforma de las pensiones de Macron y acaban de hacer una escuela con 800 personas, o en Chile. Y también estamos avanzando en el Estado español, donde resistimos el ciclo neorreformista y del procesismo catalán. Pero tenemos el desafío de acelerar nuestro trabajo y pegar un salto. Porque aún somos una organización pequeña, pero aspiramos a ser un partido.
La construcción del partido implica una combinación de tareas políticas, de propaganda, de organización. Pero sobre todo implica audacia y creatividad. Esto es el espíritu que nos legó nuestro maestro León Trotsky, cuando en 1933, tras la traición del estalinismo en Alemania que permitió el ascenso de Hitler, se propuso la titánica tarea de construir nuevos partidos y una nueva internacional. Nunca como en es ese período hubo tantas ideas, formulas tácticas y giros como los que planteó Trotsky para construir partido: el llamado “giro francés” de hacer entrismo en los partidos socialistas por un breve período para ganar a la vanguardia obrera que estaba girando a la izquierda; la propuesta de Partido de Trabajadores en Estados Unidos para influir en los sindicatos que se radicalizaban; el llamado “Bloque de los 4” con otros grupos para construir la IV Internacional; hasta la utilización del arte revolucionario en acuerdo con el movimiento surrealista para extender la influencia de la IV internacional.
Lamentablemente no todos siguieron entonces los consejos del “viejo”. El “giro francés” por ejemplo tuvo menos resultados de lo que hubiera tenido si las dirigencias no hubieran sido sectarias y oportunistas a la vez. El ejemplo más trágico quizá fue el de Andreu Nin en España, que cuando en 1934 la juventud del PSOE giraba a la izquierda y marchaba con pancartas de Lenin y Trotsky se negó a entrar en el PS. Al final a esa juventud la ganó el estalinismo. Después Nin dilapidó la posibilidad de construir un verdadero partido revolucionario formando el POUM con el ala derecha del comunismo español de Maurín, creando un partido centrista que terminó capitulándole al Frente Popular.
Estos ejemplos, que hay que conocer y estudiar, no solo sirven para conocer nuestra tradición. Son parte de la experiencia política y estratégica de nuestro movimiento para pensar y actuar hoy. Trotsky decía que “para un revolucionario, no basta con tener ideas correctas. No olvidemos que El capital y el Manifiesto comunista ya establecieron ideas correctas, sin que ello impidiera la propagación de ideas falsas. La tarea del partido revolucionario consiste en fundir esas ideas correctas con el movimiento obrero de masas. Solo de este modo pueden las ideas transformarse en fuerzas motrices.” (León Trotsky, La liga frente a un giro, septiembre de 1934)
Por eso construir partido, partido y más partido, ese famoso apotegma de Lenin, es la principal tarea estratégica de la CRT en el próximo período. Esta es una tarea que tiene momentos evolutivos, esto es inevitable, ya que depende sobre todo de la lucha de clases. Pero también hay que saber ser audaces, hay que pensar creativamente que giros políticos hacen falta, luchar incansablemente por influir a sectores de la vanguardia obrera y juvenil para construirnos a saltos. Nuestros camaradas en Francia, por ejemplo, vienen de dar un importante salto y se proponen avanzar aún más. La CRT también tiene planteados nuevos saltos, nuevos giros, nuevas tácticas audaces para confluir con nuevos sectores. Somos una organización profundamente intransigente en los principios, la teoría y la estrategia, pero para construir partido debemos ser al mismo tiempo sumamente flexibles en la táctica.
Para hacerlo tenemos muchas virtudes: tenemos dos diarios digitales, una corriente juvenil revolucionaria con Contracorriente y Pan y Rosas, tenemos grandes propagandistas, un campus virtual y una revista de teoría y política. Tenemos también figuras políticas muy jóvenes, que como mostramos en la última campaña electoral pueden intervenir con nuestro programa sobre todos los aspectos de la vida política del país. Y también pequeñas conquistas en el movimiento obrero. Pero con esto no basta. Somos completamente inconformistas, necesitamos avanzar mucho más decididamente. Y ese es un camino en el que todo el tiempo tendremos que luchar por no caer en dos de los principales peligros que tiene una corriente revolucionaria, el de la degeneración oportunista y el de la irrelevancia sectaria. Para decirlo con una metáfora de Homero en la Odisea, debemos saber navegar nuestra nave entre la ‘Escila’ del oportunismo y la ‘Caribdis’ del sectarismo.
En particular necesitamos construirnos en el seno de la clase obrera y la juventud trabajadora, formando cuadros, conquistando bastiones e interviniendo decididamente en la lucha de clases allí donde sea posible. "Cada fábrica debe convertirse en una fortaleza nuestra", decía Lenin. Por ejemplo, nuestro trabajo en los sindicatos es todavía humilde y esto tenemos que corregirlo. Porque, aunque agrupen a uno 10% o un 15% de los trabajadores, en los sindicatos y sus organizaciones de base muchas veces se encuentran los sectores más conscientes y organizados. Por eso los sectarios que dan la espalda a los sindicatos, le dan la espalda a las masas. Nuestro objetivo tiene que ser ganar peso militante en los sindicatos para hacer fracciones revolucionarias y sacar a las cúpulas burocratizadas de sus sillones, lograr llamados a la lucha para que en la propia acción la clase trabajadora termine de hacer la experiencia y nos permita conquistar los sindicatos para la lucha. Del mismo modo tenemos que pensar con relación al movimiento estudiantil o los movimientos sociales en los que intervengamos.
Y también tenemos que desarrollar mucho más nuestra teoría en todos los terrenos, elaborando con pasión sobre cuestiones de política nacional, de historia, economía, teoría política, género, antirracismo, etc. Porque “sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”.
Nuestros diarios también tienen que pegar un nuevo salto, tenemos que incursionar en nuevos trabajos políticos con nuevas tácticas, mejorar nuestra agitación y nuestra propaganda, abrir nuevos locales. Tenemos que poner todas nuestras herramientas en función de abrirnos camino hacia la clase trabajadora y la juventud para construir partido.
Y esta es una tarea urgente. Porque la guerra, la crisis capitalista, el empeoramiento de las condiciones de vida de la población, la crisis climática, son el caldo de cultivo para que las masas vuelvan a luchar en forma revolucionaria. No podemos predecir los ritmos en que pasará esto. En el Estado español venimos de muchos años de pasividad, de desvío reformista, y también de derrotas como con el movimiento catalán. Aun hoy ni siquiera está claro si va a seguir habiendo un gobierno “progresista” o nuevas elecciones y un gobierno de derecha. Pero, en cualquier caso, van a venir nuevos ataques y más temprano que tarde la crisis capitalista va a agudizarse y transformarse en una crisis política.
La discusión de la estrategia que hacemos es para prepararnos para esos momentos. Por eso nuestra intervención en los sindicatos, que hay que hacerlo y mucho más, o en las universidades y los institutos, o en las elecciones, que aún no lo hemos hecho, pero nos proponemos hacerlo muy pronto, es importante. Pero no como un fin en si mismo. Todo lo que hacemos en el terreno táctico, debe estar en función de construir un partido de cuadros que pueda ser decisivo cuando la lucha de clases se transforme en lucha revolucionaria.
Todas esas batallas, queremos ponerlas al servicio de formar lo que Lenin en el Qué hacer llama “tribunos del pueblo”. ¿Qué quiere decir esto? Militantes con un pensamiento hegemónico, mucho más amplio que el pensamiento corporativo de los dirigentes sindicales, que busquen influir políticamente todas las capas y sectores explotados y oprimidos de la población con la perspectiva del socialismo. Es decir, revolucionarias y revolucionarios que, ante cualquier tipo de manifestación de violencia, explotación y opresión, sean capaces de impulsar la lucha de clases y transformarla en una lucha política contra el régimen capitalista. Eso buscamos. Construir un partido de tribunos del pueblo. Un partido donde las y los compañeros trabajadores participen de las luchas sindicales, los jóvenes participen de las luchas estudiantiles y educativas, las compañeras mujeres y lgtbi participen de la lucha del movimiento feminista, antirracista y de las disidencias sexuales. Pero que lo hagan como tribunos populares, que luchen porque la clase obrera actúe como una clase hegemónica, que busquen conducir la lucha de clases hacia el combate por terminar con este sistema. Nadie más que nosotros tiene esta perspectiva hegemónica. Por eso creemos que hay que construir la CRT.
4. Comunismo
¿Y para que hacemos todo esto? ¿Pará que construir un partido con un programa transicional y una estrategia revolucionaria? ¿Con qué objetivo? Nuestro objetivo es el socialismo. Es decir, la lucha porque la clase trabajadora conquiste el poder político a escala nacional e internacional, destruyendo el estado capitalista e iniciando una transición que concluya con la extinción del Estado, de las clases, el dinero, la explotación y todas las opresiones, y que permita el restablecimiento del equilibrio entre la actividad humana y la naturaleza.
Para nosotros el socialismo no es una Idea con mayúscula, ni una palabra vacía. Es nuestro “objetivo político” más elevado. Es por lo que vale la pena vivir y morir, por lo que vale la pena militar. Porque sin el comunismo no hay futuro para la humanidad. Porque el capitalismo está llevando a nuestra civilización a su destrucción.
Durante gran parte del siglo pasado el objetivo del comunismo ha sido bastardeado por el estalinismo. Lo que nosotros queremos es rehabilitar la perspectiva de lucha por una sociedad sin clases, sin estado, sin explotación y sin opresión. Una tarea que no puede ser solo nacional, sino internacional e internacionalista, producto de la unión y la coordinación de toda la fuerza productiva de la humanidad. Porque esto potenciará infinitamente la capacidad de nuestra especie para que los seres humanos se liberen de la explotación del trabajo y para que puedan planificar racionalmente la economía de todo el planeta evitando que el capitalismo nos conduzca a la catástrofe.
Para esto hacemos lo que hacemos. Para esto luchamos por construir un partido en el Estado español y, como parte de la FT, en todo el mundo, reconstruyendo la Cuarta Internacional, el partido mundial de la revolución socialista. A esta hermosa, difícil, sacrificada, pero apasionante tarea, queremos invitar a todas y todos los compañeros simpatizantes que hoy están en esta Escuela, y a cientos y miles más que no lo están, a que se sumen con nosotros.
Hoy buena parte de la extrema izquierda del Estado español que confió en los proyectos neorreformistas ha retrocedido y está desmoralizada. Otros sectores están sacando conclusiones y comienzan a reorganizarse. Pero no todo es por izquierda, hay muchísima bronca y rabia social, que producto de la desesperación también termina apoyando salidas de extrema derecha, como vimos con el caso de Milei en Argentina, o incluso con Vox en el Estado español. La construcción de un partido revolucionario es por ello el combate más importante que tenemos por delante si no queremos que la salida a la crisis del capitalismo la planteen variantes monstruosas y totalitarias.
Cuando la guerra se cierne sobre Europa, cuando el capitalismo imperialista relega a millones y millones de personas a la miseria, la pobreza más absoluta y la degradación, cuando la extrema derecha avanza para arrasar con nuestros derechos, cuando el planeta está literalmente en llamas producto de la irracionalidad capitalista, para quienes queremos terminar con este sistema, militar por construir un partido no solo es una opción, es una obligación.
Militar implica dejar de lado algunos privilegios, implica sacrificios, pero vale la pena camaradas. Porque como dijo Trotsky en su famoso discurso posterior a la fundación de la Cuarta Internacional: “Queridos amigos, no somos un partido igual a los demás. No ambicionamos solamente tener más afiliados, más periódicos, más dinero, más diputados. Todo eso hace falta, pero no es más que un medio. Nuestro objetivo es la total liberación, material y espiritual, de los trabajadores y de los explotados por medio de la revolución socialista. Si no la hacemos nosotros, nadie la preparará ni la dirigirá. (…) Sí, nuestro partido nos toma por entero. Pero en compensación nos da la mayor de las felicidades, la conciencia de participar en la construcción de un futuro mejor, de llevar sobre nuestras espaldas una partícula del destino de la humanidad y de no vivir en vano.”