Estas elecciones fueron las primeras en que el kirchnerismo como tal asumirá la Dirección de la Carrera de Sociología de la UBA. ¿Qué análisis hacés de ese resultado en pleno “fin de ciclo” de los gobiernos kirchneristas?
En lo fundamental creo que responde a la incertidumbre que genera el escenario político nacional, en el que la continuidad de lo que se conoce como «kirchnerismo» no está garantizada, aún ganando el candidato del oficialismo. Frente a ello, el espacio político que dirige actualmente la Carrera, está desdibujado en términos de posicionamientos políticos explícitos por fuera de la propia facultad, peculiaridad que los debilita, creo, en un contexto de política nacional que abre muchos interrogantes en los próximos meses. Así quedó reflejado por los movimientos de profesores que hasta hace un año acompañaban a la gestión actual de la Carrera y que en los últimos meses mostraron una adhesión a la lista del kirchnerismo, alineándose explícitamente con la gestión de la Facultad, quienes tienen todavía dos años más de Gobierno por delante, lo cual podría oficiar como parapeto frente a una coyuntura adversa.
Este conservadurismo táctico, complaciente hasta el momento de cara al exterior sobre cuestiones nacionales, al interior quiere avanzar con pretensiones de disciplinar a Sociología, el ejemplar más díscolo (a los ojos de la Gestión) de las cinco carreras que componen la Facultad. Ya se han planteado movimientos claros en esa dirección, en los que el Gobierno de la Facultad y el de la Carrera han actuado al unísono y que se expresaron en el recorte de materias optativas, la negativa por terminar definitivamente con la precarización laboral de cientos de docentes, el quietismo frente a una mudanza incompleta de muchas áreas de Gestión de la Facultad al nuevo edificio, así como el sintomático silencio frente a la decisión de la UBA de no rubricar el Convenio Colectivo de Trabajo que se acordó para las Universidades Nacionales que reconoce explícitamente la Carrera docente.
En este marco, se advierte que el compás de espera que abre este resultado definirá el próximo año el intento por profundizar un ajuste al interior de la Carrera en consonancia con el que se avizora para después de octubre. Con un centro de estudiantes ahora bajo el mismo color político que la Gestión de la Carrera y de la Facultad, el reclamo por independencia y autonomía en el marco de este escenario debe redoblarse. El respaldo mayoritario en votos absolutos que la Lista de Izquierda tuvo en la anterior y en la actual elección de Sociología advierte que esa legitimidad aparece como sustento genuinamente democrático para enfrentar este escenario por venir.
Justamente, la Lista de Izquierda, con vos como candidato, fue la que más votos absolutos obtuvo en la elección, 1239 votos contra 1176 de la lista que salió segunda, pero no es la que asumirá el cargo. ¿Nos explicarías cómo es el sistema de elección y gobierno actual por el cual el candidato más votado no es el que asume?
En los hechos, esta es la segunda vez que sucede. En la elección anterior (2013) la Candidata a Directora de la Carrera por la Lista de Izquierda (Cecilia Rossi) también obtuvo en términos absolutos la mayor cantidad de votos. En aquella oportunidad, asumió, incluso, la candidata que salió tercera. La respuesta a esta aparente contradicción es sencilla: si bien cabe aclarar que recién a partir del año 2002 y con una lucha sostenida que impulsaron muchos estudiantes, graduados y docentes, la elección a Director de la Carrera incluye entre los votantes a los estudiantes (con antelación se definía puertas adentro de la Junta de la Carrera), el voto de los miembros de los distintos claustros no vale por igual. La ponderación del voto permite que el claustro de profesores tenga un peso mayor al de graduados y mucho mayor al de estudiantes. A raíz de esa ponderación, el voto de un profesor equivale cerca de 30 votos de un estudiante, razón por la cual quien gana en ese claustro, prácticamente, gana la elección. Ahora bien, tampoco es un dato menor advertir que los docentes que revisten un cargo de Jefe de Trabajos Prácticos o de Auxiliar no votan como profesores sino como graduados, peculiaridad que también resume las asimetrías no sólo entre los claustros, sino al interior del mismo claustro de profesores. Esto vuelve a ilustrar en qué lógica se apoya todo el proceso de elección, dejando a las claras que cuando se habla de democratización todavía estamos muy lejos de que sea una realidad efectiva.
Quienes sostienen el voto ponderado, como es el caso del espacio que viene dirigiendo la Carrera de Sociología en los últimos 12 años (Imaginación Sociológica) aducen que si así no fuera, el claustro de menor cantidad de miembros licuaría su representación frente a los mayoritarios. Lo llamativo es que en realidad, con la ponderación, sucede lo contrario. Esto nos enfrenta a un problema de fondo: la elección supone un principio relativo a la voluntad; la lógica que distingue los claustros supone un principio relativo al conocimiento, de lo contrario no se entendería el fundamento de legitimidad de la ponderación. El cruce de ambas lógicas genera no pocos problemas. Ahora bien, si el funcionamiento de la Junta de la Carrera lleva 5 representantes por cada claustro y en ella sus votos pesan por igual, ¿por qué no pensar como legítimo que la elección para el Director de la Carrera no pueda valerse del principio un hombre-un voto, si en los hechos el proceder del Director se apoya en la instancia consultiva de la Junta, cuya representación por claustros está igualmente garantizada?
¿Cuál es la relación entre este sistema, los sectores que detentan los cargos directivos y las políticas de gobierno en la Carrera y la Facultad en su conjunto?
Las consecuencias de estas lógicas se plasman en que el gobierno de la Carrera y de la Facultad termina quedando reducido, en lo fundamental, a las posiciones minoritarias del claustro de profesores. Frente al carácter satelital del claustro de graduados (salvando el caso de los docentes que lo integran porque no pueden votar como profesores) el claustro de estudiantes queda infravalorado en términos de participación gravitante en los espacios institucionales de decisión, a lo que se suma la absoluta exclusión de los trabajadores no-docentes en las instancias de co-gobierno.
En términos amplios esto impacta en el funcionamiento del gobierno de la Facultad y la Carrera en varias dimensiones. En primer lugar, ese funcionamiento minoritario hace que lógicas camarillescas terminen resolviendo instancias de concursos con criterios de evaluación poco claros y sin respaldo objetivo, bajo la confianza que inspiran la normativa de concursos que la propia UBA fija, dando amplísima discrecionalidad a los jurados. En los hechos, la endogamia del claustro refuerza mecanismos de evaluación que sacrifican la labor docente frente a la cuantificación simple de antecedentes, importando lógicas como las de CONICET. En segundo lugar, terminan por petrificar un abismo entre los profesores titulares y los auxiliares docentes cuyas condiciones de promoción se obturan por esas mismas lógicas, debilitadas en su correlato político por la falta de un claustro único. Finalmente, profundizan la abismal distancia con el estudiantado, que si bien es el sostén último del funcionamiento de cualquier Universidad, aparece como un convidado de piedra en gran parte de los procesos, aludido muchas veces como excusa para lograr objetivos que, en los hechos, son muy ajenos a sus intereses y sus demandas.
En esta situación, ¿cuál es el estado de la vida académica y el debate de ideas?
El cierre de la Facultad y la Carrera sobre sí misma es un hecho manifiesto. En el microclima de un edificio que no sólo se inunda de manera recurrente y que carece de sistemas de ventilación, cuando no padece directamente cortes de energía eléctrica, la vida académica ha enmudecido en relación a cuestiones públicas a medida que se reviste de muchos formalismos (que recubren lo que sería un proceso de creciente profesionalización) enmarcados en lógicas de un vertiginoso credencialismo.
El silencio recurrente frente a lo que viene aconteciendo con el INDEC es un síntoma preocupante del inmovilismo en el que la Carrera de Sociología y la Facultad están sumidas, cuando se hace palpable la hipoteca en términos estadísticos a la que está librada el futuro de la investigación social en el país. El hecho de que universidades privadas y otros organismos aparezcan ofreciendo índices alternativos a los oficiales, frente a la impávida mirada de nuestra Facultad, es un claro indicio del estado actual de situación.
Esta misma lógica se advierte puertas adentro en términos precisos. Las otras dos fuerzas que resultaron con menor cantidad de votos impulsaron en las semanas previas a la elección de Sociología una reforma del plan de estudios, que más allá de su enunciación nunca tuvo un contenido preciso. El dato más relevante es que ni el espacio que viene gobernando la Carrera ni el que gobierna la Facultad pudieron sostener la propuesta de reforma como resultado de un conocimiento previo del funcionamiento de la población de la Carrera. En pocas palabras, no contamos con ninguna estadística (publicada) que nos permita caracterizar y analizar los comportamientos de la población estudiantil mientras transita la cursada, los tiempos que insume la graduación, el envejecimiento, la merma pronunciada año a año de ingresantes a Sociología y otros tantos aspectos cuya relevancia es central para pensar que una reforma del plan de estudios no es sólo cobijar nuevos contenidos, cosa que por otra parte, el plan actual permite e incluso ofrece.
La endogamia que estructura el funcionamiento de la vida académica la priva –por factores múltiples— de una presencia en el espacio público que permita romper un tanto con la lógica monocorde y autoreferencial, más preocupada por la captura presupuestaria de subsidios que por el debate amplio y resonante de grandes problemas nacionales, situación que termina por horadar visiblemente la proyección de sus aportes, decolorando toda intervención política desde un lugar de conocimiento crítico. |