El pasado 3 de septiembre se cumplieron 85 años de la fundación de la IV Internacional. A partir de este aniversario le preguntamos a Pablo Oprinari, sociólogo e integrante del Movimiento de las y los trabajadores Socialistas de México (MTS), qué cita o lecturas recomendaría a propósito de esta fecha emblemática y esto nos contaba.
Las y los camaradas de LID Historia me pidieron que escriba, desde México, el último refugio de León Trotsky, a propósito del aniversario de la fundación de la IV Internacional, recomendando un texto o cita. Elegí “Un gran logro”, publicado en las Obras Escogidas de León Trotsky Vol. 10, El programa de transición y la fundación de la IV Internacional (CEIP-Museo Casa León Trotsky).
En enero de 1937, León Trotsky y Natalia Sedova llegaron al puerto de Tampico, procedentes de Noruega, en lo que sería la culminación de un largo exilio. Su solicitud de asilo fue gestionada ante el gobierno de Lázaro Cárdenas por el trotskista mexicano Octavio Fernández y el muralista Diego Rivera, quien entonces pertenecía a la sección mexicana de la Liga Comunista Internacionalista, como se llamaba entonces la organización de los trotskistas mexicanos. Después de viajar hasta la ciudad de México en el tren presidencial, se hospedaron durante más de dos años en la “Casa Azul”, donde vivían Rivera y Frida Kahlo, ubicada en el barrio de Coyoacán, que en ese entonces era una zona suburbana de la capital del país. Tras sus muros y durante los meses siguientes, el revolucionario ruso encaró una intensa actividad y además recibió a sus camaradas mexicanos, estadounidenses y de otros países, con quienes discutió sobre muchas cuestiones políticas e ideológicas, entre las cuales ocupó un lugar destacado la fundación de la internacional revolucionaria.
Fue allí donde escribió los documentos fundamentales para la Conferencia de Fundación de la IV Internacional, como el Programa de Transición o “Un gran logro”; lo hizo seguramente consciente de que, aún en el hospitalario y colorido México posrevolucionario, donde resonaban las magnas movilizaciones en defensa de las expropiaciones petroleras y ferrocarrileras, podría alcanzarlo pronto la salvaje persecución estalinista. Poco tiempo después, en mayo de 1939, él y su compañera se trasladaron a la que sería su última morada, la casona de la calle Viena, en las cercanías del entonces río Churubusco, también en Coyoacán. Cuando recorremos los pasillos de esta vivienda, que hoy es el Museo Casa León Trotsky, podemos imaginar al revolucionario ruso trabajando en su escritorio, mirando a Natalia abrir la ventana, y legándonos la idea de que la vida es bella, y que su sueño es que las futuras generaciones las disfruten plenamente.
Eran momentos difíciles para las y los revolucionarios en un mundo convulsionado que se dirigía hacia la II Guerra Mundial. “Un gran logro” inicia diciendo “La tendencia irreconciliablemente revolucionaria, sujeta a persecuciones que ninguna otra tendencia política en la historia del mundo ha sufrido en forma parecida, ha dado de nuevo una prueba de su poder”, haciendo alusión a la fundación de una nueva internacional. No eran palabras retóricas, Trotsky y sus camaradas lo vivían cotidianamente. Eran los años de los infames Juicios de Moscú, que terminaron con la ejecución de la mayoría de los viejos líderes bolcheviques y la condena en ausencia de Trotsky, contra lo cual levantó la voz desde México, organizándose la Comisión Dewey (llamada así por el conocido pedagogo y filósofo estadounidense que la presidía), que lo absolvió de todos los cargos. Asimismo, durante los años ´30, miles de oposicionistas en la URSS habían sido encarcelados y fusilados en los campos de concentración, por órdenes de Stalin.
Rudolf Klement, el joven militante trotskista organizador de la conferencia de 1938 y muy cercano al líder revolucionario, fue asesinado y su cuerpo arrojado al río Sena por el estalinismo en julio de ese año, igual suerte habían corrido antes Erwin Wolf y Hans David Freund, por mencionar solo algunos ejemplos. Trotsky y su compañera Natalia Sedova habían recibido la desgarradora noticia, a inicios de 1938, del asesinato de su hijo León Sedov en Francia quién también estaba al frente de las tareas de organización de la conferencia, en un acto orquestado por la GPU. Como sabemos, al primer atentado ocurrido el 24 de mayo de 1940 -cuyas huellas todavía se encuentran visibles en los orificios de bala en las paredes de la casa de la calle Viena-, le siguió el que terminó con la vida del revolucionario ruso, el 20 de agosto de ese año. “La historia ha acumulado monstruosos obstáculos ante la IV Internacional. La tradición muerta se levanta contra la revolución viviente”, dice con claridad y dice bien la pluma del compañero de Lenin.
La importancia de la acción de los trotskistas, aún en la adversidad y los golpes de la reacción capitalista y estalinista, sólo puede apreciarse, en su correcto sentido estratégico, si se ve el conjunto del cuadro histórico y político. Trotsky nos lo presenta en pocos párrafos de manera concentrada: nos habla del ascenso del fascismo y del racismo, como expresión del nacionalismo reaccionario bajo el que se prepara el camino hacia la guerra, del cual también es parte el estalinismo y su teoría del socialismo en un solo país. La lucha de clases del proletariado sufre, nos dice, las consecuencias de las políticas de sus direcciones tradicionales: “La clase obrera, especialmente en Europa, está todavía en repliegue, o al menos en estado de vacilación”: las derrotas están todavía demasiado frescas, como el caso de la tragedia de la revolución española. Enjuicia a la II y la III Internacional que después de traicionar la oleada revolucionaria de los años 30, abrazaron el nacionalismo de sus propias burguesías y se convirtieron en social patriotas.
Estas son las difíciles condiciones en las que se fundó la IV Internacional, el 3 de septiembre de 1938 en París, y a la cual Trotsky, imposibilitado de asistir, le habla desde su lejano exilio mexicano desde el otro lado del inmenso océano. Nunca como entonces las palabras “a contracorriente” fueron tan justamente aplicadas. Somos conscientes de esto, dice también el fundador del Ejército Rojo, quien encabezó el triunfo sobre 14 ejércitos capitalistas e imperialistas: “Nunca el camino del movimiento revolucionario mundial había estado bloqueado con tan monstruosos obstáculos como hoy, en el umbral de la época de las más grandes convulsiones revolucionarias.”
Trotsky insiste denodadamente en no posponer la fundación de la nueva internacional. No había ni una pizca de voluntarismo en su insistencia: estaba guiado por la confianza en que la época actual -de crisis, guerras y revoluciones- abriría nuevas oportunidades y que no debía perderse un minuto en ponerse a tono con las posibilidades que se mostrarían en el horizonte. Sabía -como se respira en el texto que citamos- que las tareas por delante eran gigantescas y que las fuerzas adversas eran enormes. Por eso era fundamental reagrupar a la vanguardia revolucionaria, darle un programa y una estrategia clara y firme y esa era la tarea clave de su vida, donde él mismo se consideraba indispensable.
“Un gran logro” nos habla en sus últimos párrafos de las etapas que atravesó la tendencia encabezada por Trotsky y sus camaradas. Desde los momentos iniciales de clarificación teórica y estratégica, luego la búsqueda de un camino para ampliar el campo de acción de los pequeños grupos (“aun a costa de renunciar temporalmente a la independencia formal”), con el ingreso a los partidos socialistas y la adquisición de una nueva experiencia política para los cuadros de la futura internacional que será preciosa para el futuro. La fundación de la IV abría la posibilidad de un tercer momento, “enfrentar las tareas del movimiento de masas” armada con un programa, un sistema de consignas transicionales que, en manos de una organización revolucionaria, eran una herramienta poderosa para unificar a las masas en la lucha por el poder político. Asesinado por un oscuro esbirro estalinista, Trotsky no pudo ver ni analizar críticamente el desarrollo de la guerra, las posibilidades revolucionarias que se abrieron ni las condiciones muy difíciles que debieron enfrentar los trotskistas perseguidos por el estalinismo, el fascismo y los gobiernos imperialistas “democráticos”.
La energía y la voluntad puesta en juego por Trotsky y sus camaradas para construir una internacional revolucionaria, aun en duras y adversas condiciones, y los textos que la reflejan, son una fuente de inspiración para las tareas del presente, cuando se confirma que la burguesía ha transformado nuestro planeta en una sucia prisión. En momentos donde se actualizan las condiciones de guerras, crisis y revoluciones en estas primeras décadas del siglo XXI, y cuando se vuelve urgente edificar organizaciones a nivel internacional y nacional, ancladas en la teoría marxista, en un programa y una estrategia para la revolución socialista y la construcción del comunismo, busque hacer real aquellas palabras escritas en la calle Viena en febrero de 1940, que la vida es hermosa, “que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente”.
Acerca del autor
Pablo Oprinari es integrante del Movimiento de las y los trabajadores Socialistas de México. Sociólogo por la UNAM, coordinador del libro México en llamas interpretaciones marxistas de la revolución, y de la revista y suplemento Ideas de Izquierda México.