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La Izquierda Diario
28 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

CONTRAPUNTO
Los revolucionarios rusos tenían una visión muy radical de la liberación de la mujer
Wendy Goldman

Charla de la historiadora Wendy Goldman en la presentación de su libro: La mujer, el Estado y la revolución en Madrid y Barcelona.

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El pasado 12 y 15 de septiembre, se realizaron charlas de presentación de su libro en el Estado español. Compartimos este artículo basado en la exposición de Wendy Goldman en estas charlas, y en su libro La Mujer, el Estado y la revolución (Ediciones IPS).

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Hoy en día, las mujeres exigen cambios que las mujeres de hace 100 años no podrían haber imaginado, y esto se debe a que se han ganado muchas luchas. Las condiciones a las que se enfrentan las mujeres hoy en día, sus problemas y sus cuestiones son diferentes de los que afrontaban las mujeres a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando feministas socialistas como Clara Zetkin, Aleksandra Kollontai, Inessa Armand, Aleksandra Artyukhina y otras desarrollaron por primera vez un programa para la emancipación. En la mayor parte del mundo desarrollado, las mujeres se han incorporado a la mano de obra asalariada, han conquistado el derecho al voto y a participar en la esfera pública, han accedido a la educación superior, a las profesiones y a los deportes de competición. Hemos conquistado el derecho a la contracepción y a controlar nuestra propia sexualidad. Luchamos y aprobamos leyes contra el acoso sexual y la falta de respeto. Desafiamos los roles y estereotipos de género opresivos y logramos una mayor igualdad con los hombres en el hogar y en el trabajo. En muchos países, las personas LGBTQ han conseguido nuevas libertades, reconocimiento social y derechos legales. Los cambios a lo largo de mi propia vida han sido enormes.

Al mismo tiempo, en muchas partes del mundo hay una feroz reacción patriarcal, a menudo impulsada por la religión organizada, la reacción masculina y los Estados autoritarios. Esta reacción pretende arrebatar a las mujeres los avances que hemos logrado y las libertades que hemos conquistado. Hoy, en Estados Unidos, por ejemplo, las mujeres estadounidenses de muchos estados han perdido recientemente el derecho al aborto, y ahora estamos librando batallas que creíamos superadas desde hace mucho tiempo. Madres e hijas se manifiestan juntas por la libertad reproductiva mientras las madres recuerdan el horror y el miedo al aborto ilegal y las hijas se enfrentan a nuevos e intrusivos controles sobre sus cuerpos y sus derechos.

Hoy quiero compartir con ustedes un capítulo olvidado de la historia soviética, un capítulo que nos pertenece y que es una parte importante de la larga lucha de feministas y socialistas. Quiero hacernos retroceder en el tiempo hasta un gran momento de la historia en el que obreros, campesinos, mujeres y revolucionarios tomaron el poder y parecía posible rehacer todos los aspectos de la sociedad. Ese momento fue la revolución rusa de octubre de 1917.

Cuando los soviets llegaron al poder en octubre de 1917, los revolucionarios tenían una visión muy radical de la liberación de la mujer. Su objetivo era transformar completamente la familia y crear unas condiciones auténticas para la igualdad de la mujer en la sociedad en general. Esta visión sólo se aplicó parcialmente por muchas razones políticas, sociales y económicas. Pero aún hoy nos deja muchas enseñanzas.

Los revolucionarios rusos tenían una visión de la liberación de la mujer que se basaba en cuatro principios. Primero, el "amor libre" o la "unión libre". Segundo, la emancipación de la mujer a través de la independencia económica. Tercero, la socialización del trabajo doméstico. Y cuarto, desaparición gradual e inevitable de la familia como unidad regulada por la Iglesia y el Estado.

"Unión libre" o "amor libre" era un término muy popular en el siglo XIX. Significaba que las relaciones y el matrimonio debían basarse en la atracción y el respeto mutuos. Las relaciones deben estar libres de restricciones económicas, control paterno y dependencia. Deben estar libres de la interferencia de las autoridades religiosas o del Estado. Las personas deben tomar sus propias decisiones sobre a quién amar. Ninguna persona debe permanecer en una relación en la que ya no exista amor o en la que haya sufrido abusos. Ningún poder externo debe obligar a nadie a contraer matrimonio o a permanecer en él si quiere ser libre.

En la época de la revolución, en la nueva sociedad soviética se debatía: ¿Cómo sería el amor en una sociedad socialista? ¿Cuánto durarían esas "uniones libres"? ¿Durarían toda la vida, varios años, unos días o quizá sólo unas horas? En aquella época, muchos pensaban que no había que sentir vergüenza ni dar valor a la duración de la unión. Duraría tanto como ambas personas estuvieran de acuerdo. Un sociólogo soviético escribió entonces: "La duración del matrimonio se definirá únicamente por la inclinación mutua de los cónyuges".

Para que las uniones fueran realmente "libres", la gente necesitaba el derecho legal al divorcio (que no existía antes de la revolución) y, además, la capacidad de mantenerse a sí misma, de ser económicamente independiente. Las mujeres, en particular, necesitaban tener acceso a un salario justo e independiente, que les permitiera mantenerse a sí mismas y a sus familias, y escapar de la dependencia de los hombres. Los bolcheviques creían que la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo tenía también otro beneficio. No sólo les daría independencia económica de los hombres, sino que también las introduciría en un mundo más amplio, más allá de la cocina y el hogar. Se convertirían en participantes plenas e iguales en la nueva sociedad, ya no confinadas al estrecho mundo del hogar, las tareas domésticas y la familia.

Sin embargo, una vez que las mujeres entraran en la fuerza de trabajo asalariada en igualdad de condiciones con los hombres, ¿quién realizaría gratuitamente el trabajo doméstico que antes realizaban las mujeres en el hogar? El trabajo doméstico (o, en términos marxistas, el trabajo reproductivo), es decir, el cuidado de los niños, la colada, la limpieza, la cocina, el cuidado de ancianos y enfermos, era esencial para la sociedad. Una vez que las mujeres entraron en la esfera pública para trabajar por un salario y participar en la sociedad en general, el nuevo Estado soviético planeó socializar la mayor parte del trabajo reproductivo.

Estas tareas se transferirían a la economía en general, se transformarían en trabajo respetado, realizado por hombres y mujeres, por buenos salarios. La gente podría comer en comedores de barrio y tener acceso a lavanderías y guarderías para sus hijos. Además, el Estado soviético aprobó una sólida legislación sobre maternidad para proteger a las mujeres, proporcionó tiempo libre remunerado antes y después del parto, garantizó que se mantuviera el puesto de trabajo de una mujer tras el nacimiento de un hijo y ofreció protecciones a las madres lactantes. En su momento, este paquete legislativo fue el más fuerte del mundo.

Esta visión, que hacía hincapié en la socialización del trabajo reproductivo, difería de la exigencia feminista contemporánea de que hombres y mujeres compartieran por igual el trabajo doméstico. La idea revolucionaria era socializar el trabajo doméstico, no luchar por él. También difería de la demanda más contemporánea lanzada por las mujeres en la década de 1970 bajo el lema "Salario por el trabajo doméstico", que exigía que el Estado pagara a las mujeres un salario por el trabajo que realizaban en el hogar, o de la idea actual de que todo el mundo debería trabajar menos horas para tener más tiempo que dedicar a los niños o a las tareas domésticas. El nuevo gobierno soviético pretendía disolver por completo los roles tradicionales de género mediante la creación de instituciones comunitarias para realizar las labores domésticas. No pensaba dejar en manos de las mujeres el trabajo doméstico (remunerado o no) centrado en la familia tradicional.

El cuarto elemento de la visión revolucionaria soviética, quizá el más radical de todos, era "la desaparición" (en ruso, otmiranie) de la familia. Como marxistas, muchos revolucionarios soviéticos creían que la familia era una institución mutable o cambiante que adoptaba una forma diferente en las distintas épocas. Su forma estaba ligada al modo de producción. La familia campesina en el feudalismo, por ejemplo, adoptó una forma diferente a la familia nuclear de los trabajadores en el capitalismo. Cada forma de familia tenía sus propias relaciones sociales entre hombres y mujeres, maneras de criar a los hijos, costumbres, tradiciones y hábitos. La forma no era fija y eterna, sino que estaba sujeta a cambios. Y al igual que la forma de familia bajo el capitalismo difería de la de la sociedad feudal o tribal, la forma de familia bajo el socialismo diferiría de sus antiguas formas.

En el socialismo, la familia dejaría de tener una función económica, dejaría de ser una organización para transmitir propiedades, las mujeres dejarían de estar controladas por los hombres y los niños dejarían de estar separados en categorías "legítimas" e "ilegítimas" en cuanto a sus derechos. No habría necesidad de regular la familia por ley. Las personas se unirían o separarían a su antojo. No tendrían necesidad de casarse. Los niños serían mantenidos y cuidados independientemente de que sus padres estuvieran casados o no. Una vez eliminada la dependencia económica, la familia como unidad económica acabaría "desapareciendo". Las relaciones amorosas entre padres e hijos y entre parejas seguirían existiendo, pero no de ninguna forma impuesta por el Estado o la religión.

Estas ideas sobre la familia también estaban estrechamente relacionadas con las ideas revolucionarias sobre el derecho. Los bolcheviques y muchos revolucionarios de la época creían que, en poco tiempo, el Estado y la ley también acabarían desapareciendo. Los juristas mantuvieron apasionantes debates sobre la naturaleza del derecho. ¿Representaba el poder escrito de una clase sobre otra? ¿O era el resultado de un conflicto entre clases? ¿Cuándo adoptaría una nueva forma el derecho en el socialismo? Todos creían que en una sociedad sin pobreza ni explotación de clase, la delincuencia desaparecería en gran medida. Con el tiempo, el derecho penal y el poder coercitivo del Estado serían superfluos. Del mismo modo, en ausencia de corporaciones capitalistas y empresas privadas, el derecho civil que regula los derechos corporativos también se volvería innecesario. Los juristas socialistas discrepaban sobre la rapidez con la que el derecho penal, de familia y civil quedarían anticuados, pero estaban de acuerdo en que, bajo el socialismo, se desarrollaría una relación totalmente nueva con el propio derecho.

Alexander Goikhbarg, el joven revolucionario que ayudó a redactar el Código de Familia de 1918, dijo en su momento: "Por supuesto, al publicar estos códigos de leyes, el poder proletario no quiere depender de ellos durante mucho tiempo. El poder proletario construye sus leyes dialécticamente, de modo que cada día de su existencia socava la necesidad de su existencia." En resumen, el objetivo del derecho era hacer superfluo el derecho.

El grupo más comprometido con esta visión de una nueva vida, o en ruso, novyi byt, para las mujeres, fue el Zhenotdel o Departamento de la Mujer dentro del Partido Comunista. Fue creado en respuesta a la fuerte presión ejercida por las mujeres miembros del partido, y su propósito era rehacer la vida cotidiana de las mujeres. La creación de una organización independiente dedicada a organizar a las mujeres en torno a sus propios intereses no fue fácil. Muchos miembros del partido, hombres y mujeres, discrepaban con la idea del "separatismo" femenino, una idea que asociaban con el feminismo burgués. Creían que las mujeres debían unirse a organizaciones como los sindicatos o el Partido, y no segregarse en grupos especiales. La creación del Zhenotdel fue el resultado de una aguda lucha entre comunistas masculinos y femeninos dentro del Partido.

La organización se componía de asambleas de delegados y comisiones locales. Las asambleas de delegados elegían a mujeres de la clase obrera y campesina, llamadas delegatki, y las colocaban en diversos cargos del gobierno durante breves periodos de tiempo para que aprendieran a gobernar. Muchas delegatki llegaron a ocupar cargos directivos en el gobierno y el Partido. Las comisiones de mujeres trabajaron a nivel local para crear guarderías, lavanderías y comedores.

El Zhenotdel organizó a cientos de miles de mujeres en toda la Unión Soviética. Luchó contra el desempleo femenino, combatió la prostitución e impartió educación a trabajadoras y amas de casa. En la década de 1920, sus activistas, conocidas en ruso como bytoviki, se enfrentaron a grandes obstáculos: la falta de fondos estatales para servicios sociales y el elevado desempleo femenino. Millones de niños habían quedado huérfanos a causa de la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil y una terrible hambruna en 1921. Además, en los niveles inferiores del Partido y en los sindicatos, muchos hombres seguían siendo hostiles a las cuestiones femeninas y a que las mujeres se organizaran entre ellas.

En el frente legal, el nuevo Estado soviético también adoptó medidas radicales. En menos de un año, el nuevo gobierno socialista introdujo un Código de Familia que plasmaba en leyes la visión revolucionaria. El Código de Familia de 1918 barrió siglos de poder patriarcal y eclesiástico. Fue la legislación familiar más progresista que el mundo había visto jamás. El Código fue el primero del mundo en crear la plena igualdad de la mujer ante la ley. Estableció el matrimonio civil (que no existía en la Rusia zarista) en lugar del religioso. Aunque la gente podía casarse por la iglesia si lo deseaba, el Estado ya no reconocía las ceremonias religiosas. El Código permitía el divorcio a petición de cualquiera de los cónyuges, sin necesidad de alegar causa alguna. Otorgaba el mismo derecho a pensión alimenticia a hombres y mujeres discapacitados y pobres. Abolía el concepto de ilegitimidad y daba derecho a todos los niños a la manutención de sus padres, independientemente de que hubieran nacido dentro o fuera del matrimonio. En 1920, se convirtió en el primer país del mundo en legalizar el aborto, y en hacer que se pudiera abortar en los hospitales, para que fuera seguro, gratuito y legal.

En 1927, tras un intenso debate nacional, el Código se hizo aún más radical. En un esfuerzo por fomentar nuevas formas de pareja y ofrecer protección jurídica a las personas que no estaban casadas, reconoció la unión de hecho o cohabitación como equivalente legal del matrimonio civil. La cohabitación recibe los mismos derechos legales que el matrimonio, reduciendo así la necesidad de casarse. El Código también simplificó el procedimiento de divorcio, trasladándolo de los tribunales a las oficinas del registro civil. Cualquiera de los cónyuges podía acudir al registro civil para rellenar un breve formulario de divorcio. Si su cónyuge no estaba presente, ¡se le notificaría el divorcio por tarjeta postal! Esta disposición se conoció como el famoso "divorcio por postal" soviético.

Sin embargo, la legislación radical, unida a los rápidos cambios en las actitudes personales y la moralidad, empezó a producir algunos problemas sociales graves que tuvieron una influencia más negativa que emancipadora en las mujeres. El divorcio era tan sencillo que muchos hombres se casaban y divorciaban de varias mujeres, a menudo dejando a cada una con un hijo. El elevado desempleo de las mujeres en los años veinte hizo que el divorcio fuera especialmente doloroso. Muchas mujeres dependían de sus maridos para su manutención. Las mujeres que se divorciaban no podían mantenerse a sí mismas y tenían problemas para cobrar la pensión alimenticia y la manutención de los hijos. Los tribunales se veían desbordados por las mujeres desesperadas. Los estudios sobre las prostitutas mostraron que la mayoría eran antiguas trabajadoras que habían perdido su trabajo a manos de los veteranos que regresaban y no podían encontrar empleo. Muchas tenían hijos o padres ancianos que mantener, y se veían obligadas a venderse en las calles por dinero. Además, incluso si una mujer tenía trabajo, había pocos comedores públicos, lavanderías o guarderías. En la década de 1920, el gobierno intentaba reconstruir la economía tras años de ruina durante la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil. En este periodo de reconstrucción, el país disponía de pocos recursos para servicios sociales.

Los campesinos, que constituían la mayoría del país, también tuvieron problemas con la nueva ley. El hogar campesino era multigeneracional, patrilocal y patriarcal. Su propiedad -tierra, animales, herramientas- era común a toda la familia y no podía dividirse. Una vaca, por ejemplo, no podía partirse por la mitad. Una campesina no podía vivir independientemente en el pueblo, lo que dificultaba mucho el divorcio.

Finalmente, en 1920, cuando se legalizó el aborto, la mayoría de los juristas y expertos médicos varones creían que, una vez que mejoraran las condiciones materiales, las mujeres no QUERRÍAN abortar. Esta idea resultó ser falsa. Las mujeres recurrían al aborto en gran número, no sólo porque no podían mantener a un hijo, sino también porque no querían tener hijos en un momento determinado. Estudiantes que querían estudiar, mujeres que querían trabajar, madres con muchos hijos y otras personas recurrían al aborto por razones personales que no estaban necesariamente basadas en la pobreza o en dificultades materiales. La anticoncepción apenas existía y las mujeres querían poder controlar su fertilidad. A medida que aumentaba la tasa de abortos, el Estado se preocupaba cada vez más por el descenso de la natalidad.

En 1930, tras encarnizadas luchas contra las oposiciones de izquierda y derecha, Stalin asumió el liderazgo indiscutible dentro del Partido y avanzó con un programa de rápida industrialización y colectivización del campesinado. Las mujeres se incorporaron a la mano de obra industrial en cifras récord, y las ciudades y pueblos industriales crecieron rápidamente. Millones de campesinos abandonaron el campo. Entre 1928 y 1937, 6,6 millones de mujeres entraron en la población activa. En ningún país del mundo las mujeres constituyeron una parte tan importante de la clase obrera en tan poco tiempo. El Partido lanzó un nuevo lema: " Hacer frente a la producción", que afectaba a todos los ámbitos de la vida. Toda la organización, los objetivos y los ideales se subordinaron al cumplimiento del primer plan quinquenal, un enfoque conocido como "productivismo".

Ese mismo año, el Comité Central abolió el Zhenotdel alegando que reproducía el trabajo de otras organizaciones. A pesar de las enérgicas protestas de las mujeres activistas, los dirigentes del Partido les ordenaron que dejaran de organizarse en torno a cuestiones de byt o de la vida cotidiana y se preocuparan por aumentar la producción en las fábricas y en las nuevas granjas colectivas. Fue una gran ironía que las mujeres perdieran la única organización capaz de articular sus necesidades y rehacer la vida cotidiana justo en el momento en que accedían a un salario independiente.

Bajo Stalin se produjo un fuerte viraje ideológico en la actitud del Estado hacia la familia. La industrialización y la colectivización crearon una agitación y un desorden social masivos en todo el país. Jueces, educadores, trabajadores sociales y la milicia empezaron a preocuparse cada vez más por el gran número de niños huérfanos y abandonados en las calles. El Estado empezó a buscar nuevas soluciones a los problemas sociales y se apartó de la visión progresista inicial en favor de alternativas más represivas. Los juristas, que antes enfocaban la delincuencia juvenil como un producto de las condiciones sociales y materiales, ahora argumentaban que era el resultado de la irresponsabilidad de los padres. Las mujeres presionaron a los tribunales para que encontraran y procesaran a los hombres que no mantenían a sus hijos. Un escritor instó a que los hombres que abandonaban a las mujeres o las trataban únicamente como "compañeras de cama" fueran acusados del delito de "vandalismo sexual". El Estado lanzó una gran campaña de propaganda a favor de la familia estable y contra la irresponsabilidad masculina. Aprobó una nueva ley que aumentaba las penas por impago de la pensión alimenticia y dificultaba la obtención del divorcio. Se puso fin a la práctica del "divorcio postal" y la ley estableció tasas crecientes para cada divorcio posterior. En 1936, el estado aprobó una ley que prohibía el aborto y criminalizaba a quienes lo practicaban. Incluía fuertes incentivos materiales para animar a las mujeres a tener más hijos.

La ideología oficial del Estado rechazaba ahora la idea de que la familia "se desvanecería "bajo el socialismo. La propaganda enfatizaba ahora la "familia socialista fuerte". Durante el Terror, muchos de los primeros juristas revolucionarios fueron arrestados y ejecutados por "nihilismo legal", o idea de que el Estado, la ley y la familia acabarían marchitándose bajo el socialismo. A finales de la década de 1930, Stalin y los dirigentes del Partido rechazaron y revirtieron muchas de las primeras ideas sociales y políticas de la revolución. El gran retroceso fue en parte resultado de la presión social desde abajo para estabilizar la sociedad resucitando los lazos y responsabilidades familiares tradicionales. Sin embargo, los líderes del partido también tomaron la decisión ideológica de promover la familia y las uniones estables, y rechazar la visión revolucionaria inicial. La inmensa mayoría de las mujeres no apoyó la penalización del aborto. Las mujeres siguieron intentando controlar su fertilidad y se vieron obligadas a pasar a la clandestinidad. Tras un breve aumento de la natalidad, pronto empezó a descender de nuevo, ya que las mujeres recurrían a la peligrosa práctica del aborto ilegal.

Al mismo tiempo, el Estado no rechazó todos los elementos de la primera visión emancipadora. Las mujeres pasaron a formar parte de la población activa en cifras récord. Ocuparon puestos cualificados en la industria y las profesiones que antes estaban reservadas a los hombres. El Estado creó guarderías, comedores y lavanderías. Estos servicios se convirtieron en una característica fija de la vida soviética y fueron ampliamente utilizados por la gente. A menudo, la gente comía su principal comida caliente en el trabajo o en la escuela en comedores caros y subvencionados, liberando a las mujeres de parte de la carga de cocinar. Sin embargo, las mujeres seguían siendo responsables de la mayoría de las tareas domésticas. Las actitudes culturales hacia los roles de género tardaron en cambiar. Las mujeres asumían lo que hoy llamamos "la doble carga": trabajar por un salario y realizar la mayor parte de las tareas domésticas.

¿Qué relevancia tiene la visión revolucionaria para nosotros hoy, más de un siglo después de que los soviets tomaran el poder por primera vez? El problema de la doble carga sigue sin resolverse. Las mujeres con familia que trabajan por un salario están estresadas, agotadas y resentidas. En el capitalismo, ni las instituciones estatales ni las privadas han estado a la altura de la necesidad de guarderías de alta calidad y baratas. El trabajo doméstico no se ha socializado y lo siguen realizando principalmente las mujeres. El capitalismo ofrece dos soluciones, pero ninguna es adecuada al problema, y ambas funcionan con mayor eficacia para los ricos. La primera solución es que las familias más ricas contraten a mujeres pobres, inmigrantes o trabajadores mal pagados para que realicen las tareas domésticas de la familia. La segunda solución es que el trabajo doméstico se transforme en un negocio con ánimo de lucro, a través de restaurantes, guarderías, lavanderías, servicios de limpieza y residencias de ancianos. Estos servicios, de los que todas las familias dependen en cierta medida, ofrecen una mejor calidad a un coste más elevado. Los niños pequeños con madres trabajadoras reciben un nivel de atención acorde con los recursos de su familia.

El problema del trabajo doméstico ha tomado ahora una forma global. Millones de hombres y mujeres se ven obligados por la necesidad económica a abandonar sus propios países y sus propias familias para buscar trabajo en otros lugares. Criadas, niñeras y cuidadoras de ancianos cruzan ahora las fronteras para trabajar en el sector servicios de países situados a miles de kilómetros de sus hogares. Las empleadas domésticas de Qatar y Arabia Saudí proceden de Pakistán y la India; en Estados Unidos, mujeres de Filipinas, América Latina y el Caribe realizan labores de servicio y domésticas. Muchas personas viven ilegalmente sin papeles y sin protección. Se ven obligadas a dejar atrás a sus propios hijos. Esto no es una solución al problema. Hace cien años, los bolcheviques tuvieron una visión de lo que podría ser la emancipación de la mujer. La cuestión que se nos plantea ahora es: ¿qué tipo de sistema puede emancipar a TODAS las mujeres, no sólo a una pequeña élite?

En palabras de la vieja canción obrera americana, "Pásalo":

Freedom doesn’t come like a bird on the wing
Doesn’t come down like the summer rain
Freedom, freedom is a hard-won thing
You’ve got to work for it,
fight for it, day and night for it
And every generation has to win it again

* La libertad no llega como un pájaro al vuelo
No desciende como la lluvia de verano
La libertad, la libertad es algo difícil de conseguir
Hay que trabajar por ella
luchar día y noche por ella
Y cada generación tiene que ganarla de nuevo

 
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