El músico argentino se presentó con su banda el último 22 de septiembre en La Tangente del barrio de Palermo. Una crónica sobre el show y las canciones del autor que se presenta habitualmente en este espacio.
El pasado 22 de septiembre el invierno no nos quería dejar un poco en paz siendo que, formalmente, ya había cambiado la estación. Pienso automáticamente en una canción que voy a escuchar esta misma noche "Nadie va a robarte la autoestima/ como a la primavera le sacaron el calor".
La nece(si)dad del despojo de emponchadura me hizo pasar un mal rato por las calles de Palermo rumbo a ese lugar que visito frecuentemente, sobre todo para los recitales que da Nahuel Briones, desde la presentación de su último disco, Milagros inútiles, que salió en 2022. Disco con el que me formé en la escucha de este cantante y compositor de mente ágil y curiosa, que desarrolla una obra desde muy joven con cinco álbumes de estudio y diversos eps y singles.
La Tangente, y los recitales de Nahuel en particular, suelen ser un lugar de encuentro con amigues, donde se comparten cervezas, abrazos y afectos, charlas y comentarios a veces ridículos; la risa y el pogo mandan, se canta a los gritos y el rock sigue viviendo, pero sin esa cuota de nostalgia berreta que le imprimen ciertos vejetes del "todo tiempo pasado fue mejor", donde parecieran cristalizadas las guitarras de Angus Young o de Jimmy Page y como si fuera un hecho científico que el rock haya llegado a la perfección en el ’74. El rock sucede ahora.
A las 21:30 hs la banda de Briones sale a escena. Los músicos que lo acompañan son de fierro, hiper prolijos pero sin ser los típicos sesionistas solemnes, se mueve, bailan y hacen coros, se la juegan. Un riff funk anuncia la entrada de la primera canción de la noche. Fetiche de "El cruce de los unders", arranca con todo. Un tema que habla sobre distintos conflictos íntimos de esta época mientras el estribillo algo nirvanoso nos implora "Quiero depender de mí, /hasta desintegrarme al fin. /Siento una gran atracción/ por todo ese vértigo".
Bailamos el pop melancólico de Xanax y Seroquel, "Cada vez más lejos de una compañía,/ cada vez más cerca de la dopamina" de esa fiesta se desprende que haya cambiado la habitual camisa blanca y corbata negra de los últimos recitales por una floreada y la vuelta del esmalte rojo en las uñas nos trae un brillo distinto como en sus primeros discos. El afrobeat de "Los nuevos monitores" sigue en esa línea. En el estribillo final "Ojo con los nuevos monitores, / protegé tu estado de ánimo como a un pichón." Nahuel nos invita a levantar el puño izquierdo "Algún día lograremos independizarnos" remata.
Le siguieron dos temazos "El abrazo eléctrico" y el excéntrico y deforme "Marciano abandonado". El público vibra dispuesto y encendido, las guitarras arrasan. Nahuel presenta una canción que no tocaba hace doce años, admitiendo que fue injusto con esa obra. Una versión muy post punk de Bulgaria del disco Pera reflexiva, una perla que da orgullo haber presenciado. "Fue todo tan real y tan nefasto, /no quiero despedazarme".
"Futurito" es una de esas canciones que erizan la piel con su belleza, donde se encuentran Charly y el Indio a conversar. Son frescas y luminosas esas influencias y no hacen más que alegrarnos que convivan. La línea de bajo de Clara Lambertucci apoya y acentúa la emoción de la melodía en cada nota en esa letra tan melancólica: "Futuros que planeaste y no viviste /nunca te los vas a olvidar. /Ni los vas a recordar".
Junto a la introducción de batería se escucha una voz sampleada, la reconozco como si fuera de mi hermano, sé al instante el texto que está narrando, se trata de "Esa mujer", el cuento que Rodolfo Walsh escribió sobre el cadáver de Eva Perón y el manejo horroroso por parte de los militares sobre ese cuerpo. Así empieza otra de las canciones que fueron revisitadas después de mucho tiempo (esta vez después de ocho años) "Perseguido". Un guiño no sólo al pasado, sino al presente, donde se está discutiendo el modelo económico de la dictadura como algo "normal" o "posible" (ojalá el entrecomillado deje entrever el asco con que en mi cabeza suenan esas palabras).
Promedia el show. Comienza la sección de clásicos más bailables y estribillos más pogueables de todos. "Sailor" Moon a la vanguardia de todo cuando en el pasaje Briones nos incita a agacharnos mientras nos canta "Quiero que seas feliz, /sé libre, /sé lo que quieras /menos policía" antes de saltar y cagarnos a patadas entre todes. Le sigue "Sitcom" con los rasgueos funk y los riffs distorsionados en la guitarra de Ivan Kovacs mientras la guitarra midi de Pablo Tévez te incita al desenfreno con esa melodía medio balcánica.
El estribillo de "Tu Mascota" te hace saltar como un perrito feliz de ver llegar a su dueño mientras el solo de batería de Pablo Manuel González te rompe la cara. La ironía de esta canción es deliciosa: "quiero ser tu mascota. /Para buscar tu mirada saltando, /para esperarte en la cama babeando."
Se terminan los bises con "Discípulo" y "Juguetitos" y el tan cruel final llega con "Cualquier lugar del mundo". Cruel para quienes desearíamos quedarnos bailando diez horas más, en cuero, con veinte grados bajo cero.