Para obtener ganancias explotando el trabajo de otros e imponerse en la competencia entre ellos, los capitalistas necesitan producir cada vez más mercancías, sean o no “socialmente necesarias”. Pero al mismo tiempo que ha crecido exponencialmente la cantidad de bienes y servicios de todo tipo que lanzan al mercado, y se promueve el consumismo como “modelo aspiracional” de felicidad, el capitalismo mantiene en la pobreza a millones de personas. Mientras construyen para agrandar el negocio inmobiliario, millones permanecen sin techo y son expulsados de sus hogares; mientras las industrias alimenticias, textiles y de otros bienes esenciales producen de forma cada vez más masiva y desechan buena parte de la producción que queda sin vender –con actuales y potenciales riesgos para el ecosistema y la propia salud de las personas–, millones pasan hambre o frío. El aumento de la productividad que logran en un sector va de la mano de trabajos cada vez más precarios comparables con siglos previos donde no existía la tecnología para realizarlos; la festejada “innovación tecnológica permanente” va de la mano de la obsolescencia programada.
Pero además de en nuestra vida cotidiana, esta irracionalidad del sistema capitalista se manifiesta cada día en la multiplicación de “desastres naturales” –que no son precisamente obra de la naturaleza sino infligidos a ella– determinados por las alteraciones en el metabolismo natural que tienen lugar a diferentes escalas: contaminación de acuíferos por actividades industriales, mineras, y otras; inundaciones producidas por avance sobre los humedales –causa también a veces de la multiplicación de incendios–; efectos sísmicos producidos por métodos de fracking; deforestación, daño de hábitats fundamentales para algunas especies. Estas son algunas de las manifestaciones en geografías locales que deja la lógica capitalista de convertir a la naturaleza en un mero objeto de explotación para la obtención de ganancias. A nivel planetario, el calentamiento global producido por la emisión de gases de efecto invernadero muestra una película –en cámara lenta pero cada vez más acelerada– de catástrofe, generando temperaturas extremas en todo el globo, derritiendo de manera irreversible hielos, generando incendios cada vez más descontrolados. Y aunque el sistema a no tan largo plazo pone en riesgo a todos los que habitamos el planeta, los más perjudicados son, claro, aquellos que tienen menos recursos para hacer frente a estos trastornos, retroalimentando las cada vez más precarias condiciones de vida de millones.
El sistema, que se jacta de su gran capacidad para crear riqueza, hace décadas que pone al conjunto de la humanidad ante una perspectiva cada vez más sombría. Los hoy de moda “nuevos acuerdos verdes” –Green New Deal–, o los mercados de emisiones de carbono y otras formas de “lavado de cara verde” –green washing– que encaran las empresas son puro discurso que buscan crear la ilusión de que se puede atacar los daños ambientales sin eliminar su causa. Es la dinámica misma del modo de producción capitalista la que es insostenible ecológicamente, y compartimos una conclusión a la que cada vez llegan más abiertamente muchos de los jóvenes que pelean en distintos movimientos ecologistas: que es necesario encarar el problema yendo a la raíz, terminando con el capitalismo.
Esto no significa, sin embargo, que debamos renunciar a la perspectiva de alcanzar una satisfacción plena de las necesidades para todos y todas. Esta plenitud o abundancia no significa extrapolar, para los 8.000 millones de personas que habitan el planeta, los patrones de consumo del 1 %, con sus yates, mansiones, aviones privados y autos de lujo, es decir, una acumulación de bienes cada vez más suntuarios como única medida del “bienestar”. Una sociedad comunista, de productores libremente asociados como la que aspiramos conquistar, implica un replanteo a fondo de cómo se produce, pero también un cuestionamiento a la manera mezquina y limitada en la que la satisfacción de necesidades es considerada en esta sociedad.
Los socialistas no confundimos abundancia o sobreproducción de mercancías con “riqueza social”. Se trata de buscar un desarrollo más pleno para todos y todas en las más variadas facetas. Por eso, un punto de partida fundamental es reducir el tiempo de trabajo que pasamos produciendo para satisfacer estas necesidades, para conquistar tiempo libre. Al mismo tiempo, es clave transformar el propio trabajo terminando con las divisiones entre planificación y ejecución, trabajo intelectual y trabajo manual, en las cuales el capitalismo basó el aumento de la explotación y la reducción de los tiempos para producir cada mercancía a costa de las capacidades y la salud mental y física de la fuerza de trabajo.
A diferencia de lo que ocurre en el capitalismo, donde cada empresa se desentiende de los daños ambientales porque no entran en su ecuación económica, y donde los Estados capitalistas que compiten entre sí son incapaces de coordinar políticas serias para enfrentar la catástrofe –e incluso con discursos de sustentabilidad ejercen el “imperialismo ambiental” llevando sus desechos a los países oprimidos o estimulando en estos últimos las formas de producción y extractivismo que no pueden practicar en sus países–, las decisiones colectivas de qué producir y cómo producir, en el socialismo, podrían tomarse con miras a hacer compatibles estos objetivos: alcanzar la plena satisfacción de las necesidades fundamentales y producir de una forma no alienada. Y en una sociedad de productores libremente asociados, todas estas decisiones colectivas deberán tomarse teniendo presente en todo momento la necesidad de establecer un metabolismo racional con la naturaleza.
Los socialistas somos conscientes de que el problema ecológico no tiene una resolución sencilla ni inmediata. Aun contemplando un debate democrático y sin intereses mezquinos de por medio, aun poniendo toda la decisión política y las capacidades científicas y técnicas que consigamos en revertir el daño ya causado, requerirá seguramente decisiones difíciles y no ideales en la medida en que el socialismo deberá lidiar con la herencia que nos deja el capitalismo en este terreno. Pero estamos convencidos de que solo liberados de la estrecha medida de lo que es la “riqueza”, el “bienestar social” y las “necesidades humanas” que impone este sistema podremos proponernos que la satisfacción de nuestras necesidades no se contrapongan con la sostenibilidad ambiental y pensar nuevas formas productivas en armonía con la naturaleza de la que, en definitiva, somos parte.
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