El autor de un libro reciente nos propone una síntesis de aspectos fundamentales del pensamiento del peruano y una reivindicación de su papel sustancial en el marxismo de nuestro continente.
Figura protagónica del marxismo latinoamericano de la primera mitad del siglo XX, supo ser una clave para edificar una mirada revolucionaria en nuestro continente, que no pensara en un mero traslado de las categorías europeas. Al mismo tiempo, esa evitación de la traslación mecánica no lo tentó hacia una mirada particularista, que descartara al pensamiento de Marx como un modo de interpretación y un apunte hacia la transformación de la realidad latinoamericana.
El estudio de Dal Maso eleva en varios pasajes una tónica polémica, tendiente a rescatar el marxismo de Mariátegui de las apropiaciones que lo presentan como un analista de la realidad latinoamericana en quien la perspectiva marxista ocupó un lugar secundario. O incluso, que actuó como un lastre para las que serían las tendencias más fecundas de su pensamiento.
Aquella escena de los años 20
Ya en la presentación se marca el camino de ese debate: “…no está de más señalar que (Mariátegui) resolvió mucho mejor que la ideología decolonial, actualmente de moda, la mayor parte de las cuestiones que ésta intenta responder con una especie de populismo posmoderno, carente de rigor teórico y políticamente paralizante”.
Se trata de que con el Amauta se procura hacer una operación parecida a la que se hace con otros teóricos: Atenuar su identificación con la teoría revolucionaria para reinterpretar sus ideas al servicio de una visión reformista, en el mejor de los casos. Convertirlas en un camino de salida hacia una moderación vergonzante, vestida de “antidogmatismo”, “superación del reduccionismo de clase”, o “latinoamericanismo”.
El autor concreta un acierto al iniciar el trabajo con un seguimiento de los atractivos análisis del peruano sobre el acontecer mundial, en el convulsionado mundo de entreguerras.
Destaca sus aciertos en el enfoque de los cambios irreversibles experimentados como resultado del cataclismo de la guerra mundial y el desconcierto de los poderes mundiales frente a la revolución rusa.
Por ejemplo remarca la temprana captación por el ensayista del fascismo como movimiento contrarrevolucionario, alimentado por la crisis del parlamentarismo. Con un anclaje social de masas en la pequeña burguesía desencantada y de modo de encarnar “…una ofensiva de las clases burguesas contra la ascensión de las clases proletarias”, en palabras del propio Mariátegui.
El peruano percibe la profundidad de la crisis que transitaba el capitalismo europeo a mediados de la década de 1920. Y asimismo la tendencia a la “estabilización” que sigue al fracaso de sucesivos intentos revolucionarios en Europa Central y Occidental. Dal Maso releva aciertos del Amauta en los análisis de coyuntura, reveladores de una singular ubicación frente al escenario mundial.
El mismo “teatro” que seguía en la lógica de la confrontación entre comunismo y fascismo, como las dos respuestas antitéticas frente a una crisis civilizatoria. La apuesta a la aurora de un mundo nuevo o la exacerbación de las peores tendencias de una sociedad dividida en clases y asentada en la explotación. Y el inevitable choque entre ambas.
El Perú, lo indígena, la revolución
Al tratar el abordaje por el Amauta del pasado y el presente del Perú, Dal Maso hace sugerentes caracterizaciones acerca de la mirada mariateguiana. Por ejemplo, cuando destaca que “…se manifestaba solidario con las reivindicaciones indígenas, incluso con el rescate del pasado incaico como rechazo al legado colonial persistente en la república liberal pero, a la vez, señalaba la imposibilidad de volver a ese pasado tal cual había sido, así como también se oponía al rechazo sin más de la civilización occidental”.
Allí quedan trazados los rasgos fundamentales de las respuestas de Mariátegui a la cuestión indígena: oposición al colonialismo y al racismo y condena a un Estado de base estrecha, heredero en más de un sentido de la colonia. Todo acompañado por el rechazo a la utopía de hacer resurgir un pasado irrepetible. Como hombre alineado con la estela trazada por la revolución de octubre y la Internacional Comunista, el peruano propicia la defensa del pasado prehispánico, integrada a un proyecto socialista, sin retornos imposibles.
Esto último tomando nota a fondo de que su propuesta se desenvuelve en una sociedad en la que la amplia mayoría de trabajadores y campesinos son de ascendencia originaria. Y los indígenas son sujetos de explotación en formas tanto capitalistas como precapitalistas. La conclusión es directa; hablar de socialismo en Perú es hablar de clase y también de etnia. Quien ignore o minimice alguno de los dos términos no será ni buen socialista ni buen “indigenista”.
Mariátegui, refuerza el autor, pensaba en un socialismo indoamericano que tuviese un basamento en la comunidad indígena y sus elementos de “socialismo práctico” y otro en el proletariado. No por azar el autor de La Escena Contemporánea dedicó una porción gravitante de sus empeños a la constitución de una central de trabajadores en Perú. La organización y elevación de la conciencia de los asalariados es para él condición necesaria para una transformación verdadera.
Como marca Dal Maso en un pasaje, esa acepción indoamericana no iba contra el carácter internacional del socialismo “sino contra el nacionalismo burgués y pequeñoburgués”.
Y explicita el estudioso su intención polémica, anunciada desde el comienzo, frente a quienes divorcian la problemática de los pueblos originarios de la adscripción de clase. Los mismos que, respecto a esa y otras identidades, tejen caminos de supuesta “emancipación”, que dejen intocada a la estructura capitalista de la sociedad.
El pensador peruano, en cambio, propiciaba la revolución socialista, en Perú y en América Latina. Haciendo acepción de las particularidades de la estructura económicosocial y la configuración étnicocultural del Perú. Y al mismo tiempo sin desandar la perspectiva del internacionalismo proletario, en el entendimiento de que se vivía un proceso revolucionario de escala mundial.
En ese punto Dal Maso pone énfasis en las diferencias que el peruano sostiene con la mirada de la Internacional Comunista para América Latina, organización que pasa a postular una primera etapa democrática de la revolución, con las fuerzas más progresivas de la burguesía como aliado fundamental. Mariátegui en cambio descree de la potencialidad antiimperialista y “antifeudal” de la burguesía y también de la pequeña burguesía. Y coloca al proletariado y las masas indígenas como sujetos de la revolución.
Más en general, el autor de los 7 ensayos… sostiene la adhesión a la dirección de la Internacional y a la mayoría del partido soviético, pero preservando un espacio de autonomía que en esos años aún era factible.
Dal Maso presta atención a esa suerte de diferenciación sin ruptura que desarrolla Mariátegui. Y la rastrea a través de hitos fundamentales en el desenvolvimiento de sus posiciones, desde su famoso “Aniversario y balance” hasta la instancia de debate abierto que se materializó en la Conferencia Comunista Latinoamericana, de 1929, a través de los informes presentados por la delegación peruana.
Allí entran en juego varios puntos de las posiciones mariateguianas, tales como su intención de configurar una fuerza política acorde con las realidades específicas del Perú, no vaciada en el molde único que propone la IC. El peruano será en esa ocasión sujeto de crítica de la dirigencia más ortodoxa, lo que incluiría su consideración como “populista” y la acusación de que no se diferenciaba de modo suficiente de la propuesta del APRA, encabezada por Víctor Raúl Haya de la Torre.
El Amauta había creado un Partido Socialista, de bases más heterogéneas que un partido comunista. De todos modos definía al PSP como vanguardia del proletariado peruano. Y procura igualmente su inclusión en la IC, en un juego de pertenencias y heterodoxias.
Lo que queda como una conclusión principal del texto que nos ocupa, es que el marxista peruano busca un camino propio, incluso en los tiempos de creciente uniformación que ya corrían hacia el final de su trayectoria, a finales de la década de 1920. Procura configurar su sendero en vastas dimensiones, que van desde la consideración del problema de la tierra en su país hasta planteos filosóficos de cierto nivel de abstracción.
Incluso intenta la articulación de una concepción del mundo que elude tentaciones racionalistas y cientificistas, al punto de darle un lugar al mito y a la religión en su concepción del pensamiento y la acción revolucionaria. Religión en un sentido no teísta, “mito” como la potente idea transformadora que toma de Georges Sorel. Dal Maso nos habla con acierto de “…ese carácter abierto (del marxismo), no concluido, en constante proceso de redefinición”.
La revolución en el siglo XXI
José Carlos Mariátegui es un ejemplo de cultivo del marxismo con espíritu crítico e innovador. Y no como una elaboración académica sino entramado con la militancia social y política que sostuvo a lo largo de su breve vida. Tuvo un modo de vivir la relación entre teoría y política que sostuvo a lo largo de su producción, incluso en vena polémica con el APRA o con la Internacional Comunista, como ya hemos mencionado.
El grueso de su actuación y producción intelectual es una exhibición de lucidez, expresada como tentativa de construcción de un camino original. Surge con claridad que el pensamiento del peruano no responde a la idea de un marxismo latinoamericano casi “fatalmente” inclinado al eurocentrismo, al esquematismo, a la traducción lineal de las indicaciones que vienen de otras latitudes.
Y aparece asimismo evidente que ello no le requirió a Mariátegui confinarse en un particularismo que quebrara el eje de clase e internacionalista que da vitalidad y potencia política a la tradición fundada por Marx. A la hora de preguntarnos por la fuerza de una perspectiva del siglo XXI que no renuncie a los hallazgos y conquistas del siglo XIX y el XX, el pensamiento del autor de Defensa del marxismo nos brinda terreno para nuevas exploraciones, animadas por una renovada aspiración revolucionaria.
Este trabajo de Dal Maso incita con éxito a nuevas lecturas e interpretaciones, hilvanadas por la apuesta a que el escritor peruano nos siga interpelando. En un continente que es hoy mismo tierra de rebeliones populares. Y que continúa surcado por los interrogantes acerca de cómo llevar el impulso rebelde al campo de la revolución social. |