Recientemente Luis Ignacio García, Ana Longoni, Gabriela Cabezón Cámara y varixs otrxs compañerxs publicaron una carta dirigida “a lxs amigxs de izquierda que piensan votar en blanco o no votar en las próximas elecciones”. En ella critican que: “Los partidos que componen el FITU han declarado, de cara al balotaje, que Milei y Massa no son lo mismo. Sin embargo, no están dispuestos a utilizar de manera táctica esta elección, para llamar a elegir al enemigo que más convenga a las luchas de la clase trabajadora para los próximos cuatro años, desprotegiendo así a sus propios representados”. La conclusión es que la izquierda debería votar por Massa en el próximo balotaje.
En estas líneas responderemos particularmente por las posiciones del PTS, que ha encabezado las listas del FITU en varios de los principales cargos nacionales. En nuestro caso, somos conscientes del carácter ultraderechista de los planteos de Milei y por ello lo venimos enfrentando en todos los ámbitos desde el inicio, mientras que los grandes medios y el sistema político –incluido el oficialismo– pretendían naturalizarlo. Comprendemos el planteo de lxs compañerxs que opinan que hay que votar por Massa como forma de “elegir al enemigo”, pero no lo compartimos. Desde ya, llamamos a no votar por Milei pero no le damos ningún apoyo político ni electoral a Massa, lo cual, para nosotros implicaría fortalecer a un candidato que postula el sometimiento al FMI –contrario a los intereses de lxs trabajadorxs– como parte de su completo alineamiento con el imperialismo norteamericano y sus políticas, como vemos también ahora con su apoyo incondicional al Estado de Israel –el cual comparte con Milei– mientras lleva adelante un genocidio contra el pueblo palestino. Consideramos que un futuro gobierno de Massa estaría muy lejos de frenar el desarrollo de alternativas de ultraderecha, como ya quedó demostrado bajo el gobierno de Alberto y Cristina. Por eso sostenemos que la única vía para enfrentar a fenómenos de ultraderecha como Milei –mañana puede ser otro más peligroso aún– es fortalecer una alternativa independiente de los trabajadores y las trabajadoras.
Para este debate queremos retomar algunas referencias que se planean en la “Carta a lxs amigxs…” a los escritos de Trotsky sobre Alemania durante el ascenso del fascismo que lxs autorxs toman, entendemos, como forma de dialogar con la tradición trotskista. Creemos que hay varias confusiones significativas en cuanto a los planteos del fundador del Ejército Rojo, tanto en lo que hace al apoyo político a gobierno burgueses, como a su caracterización del nazismo y la forma de luchar contra él. Aunque cualquier comparación directa entre aquel proceso y el que atraviesa nuestro país en la actualidad nos parece inadecuada, creemos que en los planteos de Trotsky hay ciertas formas de abordar los problemas que son útiles para pensar las encrucijadas de la situación Argentina.
No son lo mismo
Para fundamentar el voto crítico a Massa, en la carta se toma como referencia la oposición de Trotsky a igualar el gobierno de Heinrich Brüning, líder del ala derecha del partido católico, con un posible gobierno de Hitler bajo la categoría de “fascismo”. En sus polémicas con el PC alemán estalinizado señalaba enfáticamente que “no son lo mismo”. Sin embargo, a diferencia de lo que sugiere la “Carta a lxs amigxs…”, Trotsky no desprende de ello ni el voto, ni el apoyo político a Brüning. En uno de sus textos, citado en la carta, dice:
La socialdemocracia apoya a Brüning, vota por él, asume la responsabilidad de su política ante las masas basándose en la afirmación de que el Gobierno de Brüning es el ‘mal menor’. Este es el punto de vista que intenta atribuirme Die Rote Fahne [periódico del PC] bajo el pretexto de que yo mismo me pronuncié contra la participación estúpida y vergonzosa de los comunistas en el referéndum de Hitler. Pero ¿acaso la Oposición de Izquierda alemana, y yo en particular, hemos pedido que los comunistas voten por Brüning y le den su apoyo? Como marxistas consideramos tanto a Brüning como a Hitler, y a Braun con ellos, como partes componentes de un único y mismo sistema. El problema de saber cuál de ellos es el “mal menor” carece de sentido, porque el sistema que enfrentamos necesita todos esos elementos para funcionar. Sin embargo, estos elementos están momentáneamente involucrados en conflictos entre sí y el partido del proletariado debe sacar ventaja de esos conflictos en interés de la revolución (“Por un frente único contra el fascismo”, resaltado nuestro).
Ahora bien, por qué Trotsky, por un lado enfatiza “no son lo mismo” y por el otro rechaza votar o dar apoyo político a Brüning como “mal menor”. Empecemos por el “no son lo mismo”.
El gobierno de Brüning estaba en minoría en el parlamento (apoyado por las fuerzas de derecha conservadoras) y gobernaba a través de decretos presidenciales, basado en el aparato estatal, la policía y el ejército, aunque este último todavía se mantenía en reserva. Sin embargo, contaba con el apoyo crítico y/o tolerancia de la socialdemocracia con la que mantenía canales de negociación a pesar de que su política era abiertamente antiobrera. Cabe aclarar que el Partido Socialdemócrata era un partido obrero reformista (su dirección se había alineado con el imperialismo alemán en la Primera Guerra Mundial y había cumplido un papel central en la derrota de la revolución alemana de 1918-1919). El de Brüning no era un gobierno fuerte, se sostenía sobre el delicado equilibrio entre las organizaciones obreras (divididas por sus direcciones) y las clases medias fascistas movilizadas.
¿Por qué era tan importante la crítica al Partido Comunista que no lo diferenciaba de Hitler? Porque los dirigentes del PC, al igualarlos, daban el triunfo del fascismo como un hecho consumado. Como si el proletariado ya hubiera sido derrotado, o sea capitulado sin lucha. “Ellos reducen todo a saber si es mejor morirse de hambre con Brüning o Hitler. Nosotros no planteamos el problema de cómo y en qué condiciones es mejor morir, sino el de cómo luchar y vencer” (“¿Y ahora?”). Desde este ángulo, el fascismo, efectivamente, era otra cosa. Según Trotsky:
El régimen fascista ve llegar su turno porque los medios “normales”, militares y policiales de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria no son suficientes para mantener a la sociedad en equilibrio. A través de los agentes del fascismo, el capital pone en movimiento a las masas de la pequeñoburguesía irritada, a las bandas del lumpenproletariado desclasadas y desmoralizadas, a todos estos seres a quienes el capital financiero empuja a la rabia y la desesperación. La burguesía exige del fascismo un trabajo completo: una vez que aceptó los métodos de guerra civil, quiere lograr la calma para varios años. […] Una vez que el fascismo vence, el capital financiero acapara directa e inmediatamente todos los órganos e instrumentos de dominación, de dirección y educación: el aparato del Estado con el Ejército, los municipios, las universidades, las escuelas, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas. [...] Implica la aniquilación de las organizaciones obreras, reducir al proletariado a un estado amorfo y crear una red de instituciones que penetren profundamente en las masas para obstaculizar toda cristalización independiente del proletariado(“¿Y ahora?”).
De ahí que, claramente, Brüning y Hitler “no son lo mismo”. Ahora bien, Milei y Hitler tampoco son lo mismo. No solo por un problema de analogías históricas, sino porque son fenómenos fundamentalmente diferentes. Una cosa es una extrema derecha electoral y otra el despliegue de bandas fascistas contra la clase trabajadora, se trata de aspectos que es necesario no confundir y evaluar concretamente a la hora de analizar tanto el fenómeno Milei como los diversos fenómenos de extrema de derecha que, con sus especificidades, se desarrollan a nivel internacional. La ideología y el programa de Milei es claramente de ultraderecha. Su proyecto de dolarización significaría la pulverización de los salarios y el sometimiento pleno al imperialismo norteamericano. Propone privatizaciones masivas y despidos estatales, así como el cierre del CONICET, entre otros. Es enemigo jurado de los derechos de las mujeres, de la educación sexual, de las diversidades. Justifica el genocidio de la última dictadura. Pero ¿podemos decir que Milei es la opción de la burguesía para dominar a un proletariado que ya no puede dominar por medios “constitucionales”? ¿O que sus votantes actúan por rabia y desesperación con los métodos de guerra civil contra los trabajadores y sus organizaciones?
En la carta está mencionado el caso de Bolsonaro. Pero aunque contó con el fuerte apoyo de las FF. AA., la derecha evangélica y el agropower para sus políticas de ultraderecha no fue tampoco un gobierno “fascista”, sino de un ala de extrema derecha del régimen democrático burgués. Tuvo más puntos de contacto con Brüning que con Hitler (salvando las distancias entre un país imperialista como Alemania y en otro dependiente como Brasil). Pero incluso comparado con Bolsonaro, Milei no cuenta con ningún apoyo equiparable a los que tuvo aquel, más allá del voto de la “familia militar y policial” que viene del lado de Villarruel. Sus votantes no se han puesto en movimiento, no ya para atacar a las organizaciones obreras y populares, sino ni siquiera para fiscalizar suficientemente las urnas; lo que no quita, obviamente, que haya fachos en las filas de Milei.
Para Trotsky es muy importante la precisión en las comparaciones para no exagerar determinados peligros en una situación dada, porque la contrapartida de ello es condicionar la política del presente y devaluar los peligros reales como podría ser en nuestro caso el hundimiento estructural de la clase trabajadora bajo la bota del FMI, o estratégicos como ser la emergencia de movimientos que no solo tengan un discurso facho sino que movilicen “fuerzas materiales” entre las clases medias y sectores desclasados para enfrentar a la clase trabajadora y sus organizaciones ante el desarrollo de la lucha de clases. Esta es una conclusión muy importante que nos aporta el “no son lo mismo” de Trotsky.
Las implicancias del apoyo político
Si Hitler y Brüning no eran lo mismo, por qué entonces Trotsky atacaba a los dirigentes socialdemócratas por darle apoyo político a este último. Porque mientras que la socialdemocracia reformista opinaba que apoyando a Brüning –quién aún se mantenía en los marcos de la Constitución– se le cerraba el camino a Hitler, Trotsky opinaba que con ese apoyo los socialdemócratas no hacían más que propiciar el fortalecimiento del fascismo. Al respecto decía:
Hitler puede darse el lujo de una lucha contra Brüning únicamente porque el régimen burgués en su totalidad se apoya sobre las espaldas de la mitad de la clase obrera, que está dirigida por Hilferding [dirigente socialdemócrata] y cía. Si la socialdemocracia no hubiese practicado una política de traición de clase, Hitler, sin hablar del hecho de que no habría adquirido jamás la fuerza que hoy tiene, se habría aferrado al régimen de Brüning como a una boya de salvamento” (“¿Y ahora?”).
Es decir, el apoyo de la socialdemocracia a Brüning es lo que le había permitido al partido nazi mantenerse en la oposición, a pesar de que apoyaba sus ataques a la clase obrera y así capitalizar el odio al gobierno frente a las masas. Dando su apoyo crítico y fomentando el inmovilismo del movimiento obrero frente a las medidas gubernamentales que alentaban la depresión económica, los recortes en el seguro social, la reducción de salarios, el aumento de los impuestos a los pequeños comerciantes, etc., los reformistas no hacía más que contribuir al fortalecimiento de la derecha fascista.
Salvando las distancias, algo similar ya sucedió bajo el gobierno de Alberto y Cristina. Luego de las jornadas de diciembre de 2017 contra la reforma previsional que golpearon duramente al gobierno Macri, el kirchnerismo y la burocracia sindical lanzaron el famoso “hay 2019” que terminó en el gobierno del Frente de Todos. Desde aquel entonces la CGT y la CTA se mantuvieron en el más absoluto alineamiento con el gobierno cumpliendo un papel desmovilizador de primer orden frente a la crisis. Los sindicatos kirchneristas y movimientos sociales, los llamados “cayetanos” conducidos por Grabois, así como los sectores de la intelectualidad afines, en más o en menos, al kirchnerismo cumplieron un papel muy similar al que le criticaba Trotsky a la socialdemocracia. Alentaron la pasividad ante toda causa que enfrentara al gobierno. No movieron un dedo contra el pacto con el FMI garantizado desde el Congreso por el propio Massa. Las importantes movilizaciones a Plaza de Mayo contra el FMI fueron bajo el impulso de la izquierda. Tampoco estuvieron en las luchas obreras y populares que tuvieron enfrente al gobierno. Las tomas de tierras, con su epicentro en Guernica donde Kicillof y Berni reprimieron con las topadoras es uno de los ejemplos más resonantes de esto. Así, contribuyeron a dejar aislados todos los conflictos. Los movimientos sociales kirchneristas se limitaron, en el mejor de los casos, a movilizaciones puntuales al Ministerio de Desarrollo Social. Esta misma pasividad buscaron llevarla también al movimiento de mujeres, al movimiento estudiantil, al movimiento socioambiental.
Lejos de minimizar el fenómeno Milei, el Frente de Izquierda, desde mucho antes de la campaña electoral y durante la misma, ha sido la principal fuerza –en muchos casos la única– en denunciar todas las derechadas de Milei y negarse a “naturalizarlo” como parte del mapa político –como de hecho hicieron no solo los grandes medios hegemónicos sino el propio oficialismo que lo vio funcional para dividir a la oposición. Llamamos continuamente a enfrentarlo, a él y a los ajustes de Massa, en las calles y desde los lugares de trabajo peleamos para que las direcciones sindicales rompieran la tregua. Una de las conclusiones fundamentales del último período es que quien más favoreció el desarrollo de Milei fue el propio gobierno de Alberto, Cristina y Massa. No solo por “detalles” como los confesados por Grabois y Berni de que contribuyeron a armar sus listas y les “cuidaron las boletas” en las PASO para tener un opositor a medida, sino principalmente porque la desmovilización es lo que más favorece este tipo de fenómenos.
Es bajo esta misma óptica que Trotsky le negaba el voto y el apoyo político a Brüning como “mal menor”. Creemos que debería ser también la nuestra para encarar la situación actual. No solo llamamos a no votar por Milei sino que lo enfrentamos en todos los terrenos, pero sabemos que no se lo va a frenar sino cambiamos las condiciones que dieron lugar a su surgimiento. Un posible gobierno de Massa no cambiaría esta situación. Con la continuidad de las políticas del FMI, los ajustes y el extractivismo a escala ampliada para pagar la deuda, el gobierno de “unidad nacional” que propicia Massa con “sectores del PRO, radicales y liberales” –como dijo en el debate presidencial y viene sosteniendo– y su alineamiento total con la embajada norteamericana, lejos de frenar a la derecha seguirían desarrollándose las condiciones que le permitieron emerger. Entre ellas, la enorme “grieta social” en la clase trabajadora que hace que el 42 % de los asalariados estén hoy día en la informalidad, sea como “no registrados” o falsos “cuentapropistas”, para los cuales el discurso de “no perder derechos” no tiene eco y que explican una parte significativa del voto a Milei.
Por todo esto no le podemos dar apoyo político ni electoral a Massa. Hace 4 años ya nos habían dicho que para frenar a la derecha había que votar por Alberto Fernández, hoy el fortalecimiento de la derecha está a la vista. Incluso en el caso de que gane Massa tenemos que prepararnos, no solo para enfrentar los ataques de su nuevo gobierno, sino también a la propia ultraderecha que va contar con el caldo de cultivo para seguir desarrollándose. La posibilidad de salir al cruce de la extrema derecha depende de la irrupción de la clase trabajadora en la escena política nacional para cambiar todo esto.
¿Cómo enfrentar a la derecha?
Un escenario diferente al que venimos analizando planteó el referéndum de 1931 del que habla Trotsky en varias de las citas que figuran en la “Carta lxs amigxs…”. Es importante no confundirlos. Aquel referéndum era para derrocar al gobierno de la socialdemocracia del Estado federal de Prusia. Propuesto originalmente por los nazis, el Partido Comunista se sumaría a impulsar este referéndum mientras sostenía la delirante caracterización de la socialdemocracia como “socialfascistas”. A este “frente único” entre nazis y comunistas, Trotsky lo considera un verdadero crimen político. El mismo le costaría al PC la desconfianza de los trabajadores socialdemócratas por todo el período y le daría la legitimidad al gobierno de coalición de Prusia encabezado por la socialdemocracia para ilegalizar a las milicias comunistas en pie de igualdad con las bandas nazis.
Tanto el planteo de que Hitler y Brüning no eran lo mismo, como la negativa a darle apoyo político a este último, así como la denuncia del referéndum de 1931 estaban directamente relacionados con la táctica y la estrategia que proponía Trotsky para enfrentar al nazismo. La cuestión fundamental pasaba por unir a la clase trabajadora en la lucha de clases con una política independiente y decidida para enfrentar a los capitalistas. De allí su crítica a los dirigentes del PC citada en la “Carta a lxs amigxs…” de que detrás de su “fanfarronada pseudoradical se esconde la pasividad más innoble”. No se refería al voto, sino a que detrás de la identificación entre Hitler, Brüning y la socialdemocracia se escondía la negativa a llamar a una lucha común con los trabajadores socialdemócratas, lo cual era prerrequisito para cualquier lucha seria.
En esto consistía el “frente único obrero”, popularizado con la fórmula “¡marchar separados, golpear juntos!” [1]. Es decir, por un lado, unificar las filas de la clase trabajadora en la lucha de clases más allá de las divisiones (sociales, políticas y organizativas) para “golpear juntos” contra las políticas de Brüning, contra las bandas fascistas y los ataques de las patronales. Y, por otro lado, “marchar separados” manteniendo la independencia política para agrupar a los sectores más decididos de la clase en un partido revolucionario, pelear por un programa para hacer pagar la crisis a los capitalistas e imponer un gobierno de los trabajadores. Trotsky era optimista sobre las posibilidades de un frente único así, ya que el elemento principal del fascismo estaba compuesto por “polvo humano”, sectores de las clases medias de aquí y de allá, mientras los trabajadores contaban con sindicatos, comités de fábrica y tenían un rol central en la producción.
Para Trotsky esta era la única forma de detener el ascenso de los nazis. No solo porque los enfrentamientos fundamentales se libraban en el terreno de la lucha de clases entre “fuerzas materiales”, sino porque solo la clase trabajadora unida en una lucha decidida podía atraer a las clases medias en detrimento del fascismo. “Para eso sólo se necesita una cosa: la pequeñoburguesía debe adquirir confianza en la capacidad del proletariado de llevar a la sociedad por un nuevo camino. El proletariado sólo puede inspirar esa confianza por su fortaleza, por la firmeza de sus acciones, por una hábil ofensiva contra el enemigo, por el éxito de su política revolucionaria”. Y agregaba: “La socialdemocracia enseña al obrero a ser un lacayo. La pequeñoburguesía no seguirá a un lacayo. La política del reformismo priva al proletariado de la posibilidad de dirigir a las masas plebeyas de la pequeñoburguesía y, por tanto, convierte a esta última en carne de cañón para el fascismo” (“El único camino”).
Nuevamente salvando las distancias y teniendo en cuenta los grandes límites que fuimos marcando a la analogía histórica que se plantea en la “Carta a lxs amigxs...”, el modo en que Trotsky aborda este tipo de problemas tiene una enorme actualidad para nosotros. Su importancia va más allá del escenario que impone el mecanismo antidemocrático del balotaje pensado para articular mayorías artificiales cuando el sistema de partidos burgueses está en crisis. Sabemos que con muchxs compañerxs que suscriben la carta, así como con millones que rechazan los planes de ajuste, nos encontraremos en las calles. Estamos ante una profunda crisis económica, política y social. Habrá que salir a luchar fuerte. La configuración del escenario político y la forma de encararlo tendrá sus particularidades según cómo sea el resultado de la elección. Pero volviendo a lo que decía Trotsky, una salida favorable a los intereses de las grandes mayorías dependerá, en todos los casos, de unir la fuerza de la clase trabajadora –que las diferentes burocracias dividen y que las políticas de los sucesivos gobiernos contribuyeron a fragmentar entre trabajadores “de primera” y “de segunda”– en una lucha de clases contra los planes del FMI respaldados por ambos candidatos, peleando por imponer un programa de salida a la crisis a favor de las grandes mayorías populares, atacando para eso los intereses del gran capital y el poder económico.
Para nosotros, desde un ángulo similar al de Trotsky en Alemania, no es el voto crítico a Massa lo que ayudaría a preparar el porvenir como dicen lxs amigxs en su carta, sino la posibilidad de construir una nueva fuerza política que sirva para unir a los de abajo, que sea el instrumento político de las mayorías obreras y populares que sólo podrán evitar la catástrofe que nos amenaza con una lucha de conjunto y que pelee por la perspectiva de una nueva sociedad sin opresión ni explotación, por un nuevo orden socialista construido desde abajo donde gobiernen los que nunca gobernaron: los trabajadores y las trabajadoras. Nuestra propuesta es “golpeemos juntos” decididamente y sin falta, y continuemos el debate sobre la perspectiva que necesitamos. |