Hay escritores a los que –como a los hoteles– siempre vale la pena volver. Es el caso de Joseph Roth, el judío errante cuyos relatos y crónicas de la Europa de entreguerras otorgan un gran registro de ese tiempo oscilante entre la permanencia y el peregrinaje. En este caso, recorreremos dos novelas publicadas por la editorial Godot, Izquierda y derecha y La rebelión.
Tanto sus crónicas como sus relatos de ficción están muy atravesados por su vida personal, permanentemente interrumpida por las guerras y los cambios políticos. Nacido en Brody, Galitzia, una pequeña ciudad del Imperio austrohúngaro que hoy pertenece a Ucrania –zona que aún sigue sufriendo problemas de identidad–, el joven Roth vio a su patria esfumarse entre las trincheras de la primera guerra mundial. La destrucción del hogar y los constantes exilios –primero la guerra, luego el nazismo–, le otorgaron las condiciones perfectas para convertirse en un cronista de su presente: sin compromisos con nada ni nadie, con la desfachatez de a quien le han quitado todo, Roth escribe distanciado de los hechos pero habiéndolos vivido en su propia piel. Describe con ironía lo absurdo de una época de príncipes sin corona, soldados sin patria y campesinos con electricidad. Sus personajes son, como él, personas al margen, que deambulan por las ciudades como peces que fueron arrastrados por la marea y se encuentran de repente en aguas desconocidas.
«Mi corazón de persona sentimental –y ya bastante pasada de moda– late especialmente ante los personajes menores que reciben órdenes y obedecen, obedecen, obedecen, mientras que rara vez me permite sentir algo más que una fría objetividad hacia quienes dan órdenes, órdenes y más órdenes», dirá en sus crónicas. Este contraste es posible percibirlo en los dos libros que reseñamos en este artículo.
La rebelión tiene como protagonista a Andreas Pum, un ex soldado condecorado que vuelve de la guerra derrotado y sin una pierna. Si bien la experiencia de la guerra no lo ha cambiado, el mundo que lo rodea sí cambió. Ni el gobierno ni la sociedad saben qué hacer con los que lograron volver, menos si son inválidos. Sin embargo, Andreas está satisfecho con su situación: su condecoración lo hace sentirse importante y todavía cree en un sistema que premia a quienes se portan bien y castiga a quienes se rebelan, que él llama infieles. Al principio, la vida parece darle la razón. Recibe una pensión por discapacidad y comienza a trabajar como músico callejero, tocando un organito en la calle. En sus recorridas, conoce a una viuda con la que luego se casará.
Pero Roth no confía en la paz amañada de la posguerra. La felicidad de Andreas pende de un hilo, tan frágil que solo necesita de un hecho insignificante, mínimo pero lo suficientemente filoso para cortarla. Al ser increpado por un empresario en el tranvía, Andreas es señalado como infiel y terminará en la cárcel. En esta historia, los prejuicios irresueltos de una sociedad fastidiada estallan sobre los débiles; su tolerancia desemboca en desprecio.
La prisión es un tiempo suspendido, en el que Andreas podrá reflexionar sobre lo que le sucedió y verá su vida desde otra perspectiva: la de los marginados. Para la sociedad, él solo representa un gasto extra para el Estado, y para el poder, un posible desorden social, un posible rebelde. Al salir de la cárcel verá el mundo tal cual es: una sociedad sin moral, donde el poder se rige por los valores del dinero y del mercado; donde la única religión de las personas es su espíritu de supervivencia y los que tienen éxito son los hábiles en engaños y estafas. A los inválidos y rebeldes, que antes detestaba, ahora los ve como hermanos. Como él, habían sufrido las injusticias del sistema y reclamaban su derecho a pertenecer. Así, “Andreas Pum se declaró infiel. Ya se veía con arrogancia como parte del gremio de los delincuentes. Su andar se volvió huidizo y su mirada, acechante cada vez que pasaba delante de un policía. Andreas iba como si fuera un asesino prófugo de la justicia, a paso lento, por las calles laterales de la ciudad…”.
Distinta es la situación de la familia Bernheim, protagonista de Izquierda y Derecha. Miembros de la nueva burguesía alemana, la familia Bernheim tiene la casa más grande del pueblo, hace las mejores fiestas y disfruta del respeto que les otorga el dinero; sin embargo, con el nuevo reparto del mundo la fortuna familiar comienza a resquebrajarse. Los hermanos Bernheim, Paul y Theodor, crecidos en la burbuja de la riqueza, no logran ajustarse a los nuevos tiempos y ven asustados como la laguna en la que viven comienza a evaporarse. Mientras que el primero se vuelve conservador e intenta mantener su estatus y privilegios, el otro se ve seducido por las ideas del fascismo –con el malestar que le producirá tener una madre judía–.
La historia tiene como personaje principal a Paul Bernheim, el hermano exitoso, inteligente y egocéntrico, de quien todos aseguraban que iba a llegar muy lejos. Paul está muy cómodo en el lugar en el que los demás lo han ubicado y pasa sus años de formación estudiando muchas disciplinas para tener siempre algo interesante que decir. Sin embargo, tiene un secreto que solamente él y los lectores sabemos: detrás de esa fachada yace un desierto, una personalidad vacía y cobarde –un rasgo frecuente en la pequeñoburguesía, por cierto–. Paul le tiene terror a la pobreza, a que se termine la fortuna familiar y se descubra ante el mundo que es un verdadero fraude. Para evitarlo, se pegará a personas más ricas o poderosas que él, se humillará con la esperanza de que lo apadrinen y le transfieran el estatus que cree corresponderle. Primero se codea con Nikolai Brandeis, un inmigrante misterioso, despreciado y temido de igual manera, un astuto comerciante que sabe tomar riesgos y cruzar las fronteras de lo legal; su verdadero opuesto. Luego, será su jefe y suegro el señor Enders, un empresario muy poderoso que lo utilizará como marioneta de sus negociados. Con este modus operandi, Paul se irá construyendo una telaraña en la que será tanto la araña como el insecto a comer.
Su hermano Theodor, que es más tonto e ignorante, si bien al principio toma distintos caminos, termina de una manera similar. Celoso de Paul, crece a su sombra y encuentra en la creciente ideología nazi la excusa o la explicación perfecta donde buscar culpables de su vida miserable. Así como Paul estudiaba distintas disciplinas, Theodor lee fragmentos de libros de distintos intelectuales y políticos, sin sacar nada útil de esas lecturas, que solo le otorgan la capacidad de decir frases sin sentido pero contundentes y dejar estupefactos a sus oyentes. Gracias a su hermano consigue trabajo como periodista en un periódico progresista que está comenzando a “abrirse a nuevas opiniones”. Su trabajo en el diario le da el estatus que –al igual que su hermano– siempre había querido y lo hace sentirse más importante de lo que realmente es. “Pretendía mostrarles a los ‘tipos’ una nueva clase de ‘alemanes jóvenes’: objetivos, y aun así patriotas; criados en la aristocracia, y aun así revolucionarios; pensadores diplomáticos, y no obstante conservadores sinceros. Temblaba sin parar por miedo a decir demasiado. Con ciertos ‘tipos’ no quería quedar mal, aunque no le cayeran bien”, lo describe Roth.
En ambas novelas, el peregrinaje de los personajes de Roth nos ayudan a comprender cómo se fue gestando, por abajo, en las distintas clases sociales, el ascenso del fascismo en Alemania; las tensiones de una sociedad vencida y enojada, que arrastra detrás suyo la oportunidad perdida de revolución y la derrota de la guerra, junto a una aristocracia remanente y temerosa de tener un final a la rusa. Todas esas contradicciones irresueltas eran las bases ideales para el fortalecimiento de una burocracia férrea, como la que le toca vivir a Andreas Pum. Sin embargo, estos elementos aparecen en las sombras del relato. El verdadero interés de Roth reside en las consecuencias sociales detrás de los grandes hechos históricos; más que las ruinas económicas, Roth estudia las ruinas morales. El antisemitismo, el desprecio del civilizado occidente hacia la barbarie oriental, la tolerancia al sufrimiento propio y ajeno; la nostalgia, en ese contexto, es casi un instinto de supervivencia. Tal vez ahí resida el secreto por el cual sus obras vuelven a ser descubiertas y generan nuevas lecturas en la actualidad. En ellas podemos encontrar no solo el retrato de una época, sino a su vez pistas para interpretar nuestro presente.
La liberación de los derechos de autor también ha ayudado a su difusión en Latinoamérica. En este caso, la nueva traducción, situada, que ofrece Daniela L. Campanelli, es una fiesta a la que se recomienda asistir.