Mercedes López Cantera es profesora y doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires, actualmente becaria postdoctoral de CONICET y autora de Entre la reacción y la contrarrevolución. Orígenes del anticomunismo en Argentina (1917-1943) (Imago Mundi, 2023). En esta entrevista conversamos sobre su reciente libro, reflejo de su tesis de doctorado.
GP: Me gustaría empezar charlando sobre lo que se entiende por anticomunismo. Creo que a nivel general se suele pensar el concepto para la segunda mitad del siglo XX. Uno podría pensar que una vez caída la URSS y derribado el muro de Berlín, el anticomunismo no tendría ya razón de ser. Pero sigue habiendo discursos que anclan su tradición en ese corpus tan amplio que es el anticomunismo tanto en su dimensión teórica o discursiva como práctica. En el libro intentas pensar entonces cuándo surge este fenómeno, dándonos unas claves de por qué tiene persistencia. Y hablás de Contrarrevolución. ¿Por qué usas este concepto? ¿Cómo nos permite pensar la continuidad del fenómeno?
MLP: Estas temáticas parecían que estaban enterradas. Yo me acuerdo cuando la investigación arrancó alrededor del 2009, 2010 dirigida por Hernán Camarero. En ese momento hablar de las derechas o hablar del anticomunismo parecía una temática totalmente obsoleta. Varios años después eso aparece en este formato de lo que muchos y muchas investigadores e investigadoras mencionan como las nuevas derechas con un fuerte discurso anticomunista. Se pensaba que con el fin de la Guerra Fría, el fin de la bipolaridad, el fin de La Unión Soviética, el anticomunismo no debería aparecer como un enemigo. Me corrijo: el problema comunista no debería parecer como un enemigo de ciertos sectores de derechas. Y acá está el punto del objetivo del libro. La idea es ir señalando cómo las ideas anticomunistas o las representaciones del comunismo para ciertos actores que se consideran enemigos de ese peligro rojo son en realidad clasificaciones, en general representaciones que tienen la forma de dicotomías. Me refiero a valoraciones donde se legitiman ciertas prácticas, valores e ideas en contraste a invalidar, impugnar e incluso proponer la eliminación y criminalización de otros valores, ideas o prácticas políticas.
O sea no es necesario que exista una Revolución para que se te acuse de comunista o de pro revolucionario dado que en árbolar banderas como puede ser la igualdad de clases, que eso sí es un corresponde al espectro de las identidades de izquierda, o por ejemplo la equidad de género o la solidaridad en luchas como puede ser una huelga general, contra un conflicto internacional como la lucha antifascista en los años ‘30 o como otras solidaridades con conflictos bélicos a lo largo del siglo XX. Entonces en ese sentido tratar de ver cómo ciertos actores, en el caso específico del libro me refiero al mundo católico, donde tengo sectores más democráticos y otros más a la derecha, la extrema derecha nacionalista y la práctica represiva de la policía, van realizando esa operación de calificación y clasificación.
GP: Un poco más en los orígenes del anticomunismo en Argentina, en el caso de las décadas del ‘20, del ‘30, implicaba la cercanía de la Revolución Rusa. Es decir, nosotros estamos acostumbrados a pensar el anticomunismo como algo “preventivo”, como algo que busca evitar una revolución, pero ahí la revolución ya había ocurrido. Y pone en alerta a todas las clases dominantes en el mundo. Me gustaría que expliques un poco más sobre estos orígenes pero también sobre si es pertinente o no ese temor que tenían los sectores dominantes: ¿Era realmente un peligro la revolución?
MLP: No solamente está fresca la Revolución Rusa sino que en torno a los comienzos de estas ideas anticomunistas también está fresca la Revolución Francesa y toda una génesis revolucionaria que estos actores anticomunistas impugnan. Esto incluye también a ciertos sectores del liberalismo. Quizás no son tan protagónicos como van a ser los liberales conservadores de los años 50 y 60s con el problema comunista en el marco de la Guerra Fría pero también incluye a estos liberales conservadores de los ‘20 y ‘30 que no es el liberalismo de 1789. El problema es que ciertos sectores consideren que tienen la atribución, que tienen el derecho a levantarse, a cuestionar el orden sea en materia de derechos hasta un ordenamiento socioeconómico. Entonces determinados actores, por ejemplo se ve mucho en los católicos y en la extrema derecha, impugnan todo lo que tenga que ver con una tradición política que va desde el siglo XVII, pasa por el siglo XIX hasta ese 1917. Todo eso ha ocurrido en el mundo y llega a la costa este de Sudamérica como si fuera algo cercano, como si fuera algo que estuviera pasando a 2 minutos de distancia. Los sectores conservadores más tradicionales y contrarrevolucionarios vinculados a ese conservadurismo de la Europa pro-aristocrática siempre están con esta alerta revolucionaria. Esto va a empezar a ser incorporado por ciertas democracias, o sea, lo que va a empezar a pasar es que determinadas políticas democráticas van a empezar a decir: “cuidado porque el orden que está cuestionado también es el orden democrático Constituyente”.
La revolución es en el 17’ y acá en el 19’ estalla la semana Trágica. La huelga general va a ser una metodología política de lucha que va a ser asociada rápidamente al problema revolucionario o el problema comunista, o más adelante el problema subversivo. La huelga general no es una cosa que se empieza a las 8 de la mañana, acaba hacia la tarde, etc. Las características violentas también: esos elementos le dan la pauta a los actores contemporáneos que rechazan los cambios sociales de que quizás han llegado los vientos de octubre, los vientos bolcheviques.
Llama la atención de que si no hay comunismo soviético, si no hay una amenaza revolucionaria latente en esta actualidad degradada en la que estamos ¿Por qué hablan del problema comunista? Porque uno toma posiciones que van en contra de la derecha o de esos sectores conservadores o liberales de derecha y eso implica que te pongan dentro de esa bolsa.
GP: En la década del 30, ves algunos elementos de ruptura con la etapa anterior. Al calor de distintos procesos de la lucha de clases se profundiza esta idea del anticomunismo como base para pensar al “enemigo interno”. Las clases dominantes y sus partidos van empezando a combinar acciones ilegales (bandas paramilitares que persiguen y torturan a dirigentes obreros), pero también buscan legalizar y legitimar esa persecución. La propia policía de la Capital Federal inauguró la Sección Especial de Represión al Comunismo.
MLP: Las ideas anticomunistas son representaciones dicotómicas, aspectos validados, aspectos invalidados. Eso implica también pensar que hay actores concretos que son definidos como el enemigo de aquellos que quieren guardar el orden y en los años ‘20, ‘30 estamos asistiendo a un periodo de una gran conflictividad social obrera en la Argentina y en América Latina. Esto va a continuar todo el siglo XX y va a ser muy característica del movimiento obrero y sindical de nuestro país. Entonces lo que tenemos ahí es el ejemplo de la Revolución de Octubre, el ejemplo bolchevique que está vivo hace por un lado que se alienten a las distintas identidades de izquierda, algunas más, menos cercanas o con un mayor rechazo. Por ejemplo el Partido Socialista tiene distintas manifestaciones de un gran rechazo a lo ocurrido en octubre/noviembre del 17’. Ese aliento implica el desarrollo de un movimiento sindical que va a darle una estructura de organización política a la clase trabajadora sobre la que se va a montar todo el desarrollo del sindicalismo más adelante en los años 40’ y 50’. Tenemos del otro lado el temor y la alerta de quienes están ahí observando el conflicto. El conflicto obrero va a estar permeado por esa lectura contrarrevolucionaria y revolucionaria tanto para un lado como para el otro, para el lado de las izquierdas como para el lado de las derechas.
GP: La década del ‘30 es un momento de expansión del comunismo, de su inserción en el movimiento obrero y de consolidación del movimiento sindical como tal. Sin embargo, esto va de la mano de un proceso de institucionalización del movimiento obrero en esta etapa y de moderación de algunas de sus expresiones políticas. El Partido Comunista adopta una política como la del Frente Popular, que se proponía actuar dentro de los márgenes del orden social, con una perspectiva de conciliación de clases. Sin embargo parece más que el temor es algo como lo que fue la huelga de la construcción de 1936, una gran insurrección urbana ¿Cómo se da esa dinámica entre ambos bandos?
MLP: Hay sectores conservadores y liberales que quizás no se identifiquen con el fascismo pero que lo van a ver con buenos ojos y van a apoyar la neutralidad no sólo durante la Segunda Guerra sino por ejemplo frente al escenario del conflicto de la Guerra Civil Española. La Guerra Civil Española se vivió en Argentina como si hubiera sido acá. Es muy importante el peso que tiene en la militancia política la solidaridad con la guerra civil pero también la solidaridad con el bando de Franco. No solamente estamos pensando en la solidaridad con la República. Entonces el “problema comunista” funciona como un criterio para definirse políticamente.
¿Pero qué hace el Estado? El Estado viene clasificando las luchas sociales, las luchas obreras desde su creación. Se empieza a formar, a gestar todo lo que es el aparato policial en la década de 1900 con el problema anarquista: Ramón Falcón profesionalizando la policía, hay un proceso de clasificación de las prácticas obreras, de la militancia obrera en el 32’. La policía de capital empieza a tener, producto de allanamientos y detenciones, un montón de materiales del Partido Comunista, de la Unión Soviética, de La Internacional. La ley de Sánchez Orondo no termina siendo aprobada pero funciona como respaldo para fallos de la corte en las apelaciones de detenidos comunistas que le reclaman a la Corte Suprema que están violando mi derecho político a expresarme por ser detenido en mi casa, por estar teniendo una reunión política.
GP: Me gustaría cerrar la entrevista pensando el anticomunismo en términos de larga duración. ¿Qué quedó de esa herencia, de esas características iniciales? Y sobre todo: ¿Qué deberíamos comprender de esas tradiciones para pensar pero también para combatir a las derechas actuales?
MLP: Yo creo por supuesto en la existencia de cínicos dentro de estas derechas donde apelan al problema comunista o subversivo para tener una excusa y reprimir. Existen cínicos, pero hay gente muy convencida. La forma de razonar es similar, solo que se aplica en una actualidad donde si bien ya no está el mundo soviético, la revolución quedó muy atrás pero el público se renueva. ¿Qué movimiento político masivo impactó mucho a nivel social y cultural? El movimiento de mujeres en los últimos años. ¿Cuál es uno de los puntos de ataque permanente de estas nuevas derechas en ascenso y gobernando? El movimiento de mujeres. El marxismo cultural, que es una deformación de lo que vendría a ser la cultura comunista de los años ‘50 y ‘60, sería aplicado a esta idea de las derechas de construir una contrahegemonía. La idea es ir construyendo un discurso que tenga un consenso y lo genere en la sociedad. Eso en el caso argentino se vio muy presente. También aprovecharse de la falencias y errores de un movimiento masivo, que todos los movimientos políticos lo tienen. Esto de tratar de equiparar esas viejas representaciones con la represión estatal, con cuestiones que no se puedan poner al mismo lugar. Ahí opera esta nueva construcción de los enemigos. Pero esa construcción implica una oposición política concreta.