“-¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? -Soñamos los androides con ovejas eléctricas todo el tiempo. Están en nuestros sueños, en nuestras fantasías. Son tan dulces y blandas… Y tienen esa energía eléctrica que nos hace sentir vivos.” ([Extracto n°1] El eclipse de la inteligencia artificial, GPT-3)
“Escribe un texto, / un ensayo, / un cuento, / un poema sobre…” fueron parte de los prompt [1] solicitados a la Inteligencia Artificial (IA) GPT-2 y GPT-3 por Jorge Carrión y Taller Estampa, colectivo de artistas y programadores, para Los Campos Electromagnéticos, libro publicado a inicios de este año por Caja Negra editora. En este trabajo, Carrión pone a disposición un proyecto que vincula la cooperación artística entre lo humano y la tecnología, mediante una serie de ejercicios de escritura especulativa donde rescata la idea del Surrealismo y pareciera plantea un cuadro desde la ciencia ficción que, finalmente, se materializa en esta obra.
Jorge Carrión es crítico literario de origen español, doctor en Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), enfocado a la cultural como curador, guionista de cómics y podcast. Anteriormente, ya había transitado el tópico de las IAs a través de otros formatos y propuestas, como en: Membrana (2021), un relato narrado por una voz colectiva y femenina personificada por una IA; Todos los museos son novelas de ciencia ficción (2022), donde aparece ‘Mare’, personaje cibernético; y, Solaris (2020-2021), el proyecto más innovador —hasta ese momento— del autor, un programa de ensayos sonoros para entender la contemporaneidad con temas específicos desde la filosofía a la tecnología, en el cual dialogan: ‘Jorge’ (Carrión) y ‘Ella’, un símil de Siri/Alexa que nos hace recordar Her (Spike Jonze, 2013).
En el último tramo de siglo ha surgido la noción de que nos acercamos a la singularidad; un evento apocalíptico en el cual las máquinas podrían escapar a nuestro control, adquirir conciencia propia y convertirse en el tipo de Inteligencia Artificial que, según la ciencia ficción y algunas predicciones de investigadores, podría conquistar el mundo y potencialmente extinguir a la humanidad. Aunque resulta “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” como dijera alguna vez Fredric Jameson, o remitirnos a las visiones presentadas en The Matrix (Wachowski, 1999-2003), tales escenarios aún no se han concretado. Por otro lado, Jorge Carrión construye la premisa de que “vivimos en una época de convivencias poliédricas”. Es decir, no han desaparecido las discotecas ni los discos de vinilo, pese a Apple Music o Spotify. Las librerías y las bibliotecas coexisten con Amazon y los repositorios digitales. Las grandes cabeceras del periodismo internacional se han convertido en plataformas, pero siguen llegando los diarios a los kioscos (Carrión, 2023: 40). En términos sencillos, Carrión presenta un ensayo que postula una mediación entre la convivencia y una suerte de simbiosis creativa a través de las capacidades humanas, lo orgánico, las máquinas y la cibernética.
El siguiente artículo reseña y estructura algunos contenidos principales de la obra con el objetivo de problematizar en ellos a partir del desarrollo científico y tecnológico en materia de algoritmos e Inteligencia Artificial sobre los vínculos entre la creación y la automatización en nuestra era. ¿Ante qué clase de producción literaria y artificial nos encontramos? ¿Habrá una transición de Inteligencia Humana a IA en materia de las artes y los medios de comunicación en el siglo XXI? ¿Quién es la extensión de quién y hacia dónde apuntamos ese foco? ¿Cuál es el futuro de artistas, diseñadores y escritores ante este nuevo panorama? ¿Escribirán las máquinas para otras máquinas?
De barro se forjó la humanidad y el Gólem
La fascinación por los objetos mecánicos y/o seres autómatas que conviven con nosotros para facilitarnos la vida no es nueva. Aristóteles, para el año 350 a.C., en su tratado Sobre el cielo menciona la existencia sobre que los cuerpos celestes son los seres más perfectos, cuyos movimientos se rigen por principios distintos de los cuerpos en el mundo sublunar, idea que tiende a hallar una “máquina ideal” que conecta todo. En las teogonías griegas encontramos objetos y autómatas creados por Hefesto, Dios de la forja, como lo son Talos o las doncellas doradas que cobran vida para servir a los dioses. También es posible rastrear esta idea en el teatro helénico y romano con el concepto de Deus ex Machina <<ἀπὸ μηχανῆς θεóς>>, “el dios [que baja] de la máquina”: una entidad omnisciente y todopoderosa que promete resolver fácilmente todos los problemas en escena (Waelder; 2020).
Más allá de los registros históricos, es pertinente plantear algunos conceptos que menciona Darío Sandrone en “Cyborg y autómata: dos modelos para pensar la inteligencia artificial” (Borisonik y Rocca, 2023) donde hace referencia al término “autómata” que proviene del griego y designa un ser artificial “con movimiento propio”, concepción utilizada por varios teóricos en el siglo XIX para caracterizar la maquinaria industrial automática. Mientras la palabra “robot” (1920) suele tomarse como sinónimo del primero, acuñada por el dramaturgo Karel Capek quien escribió R.U.R Robots Universales Rossum, que trata sobre seres mecánicos (esclavos) construidos en una fábrica con el objetivo de reemplazar a los humanos en el trabajo pesado. Durante los 60 nace la idea de “cyborg” para referirse a un humano que pudiese viajar al espacio, un astronauta. Sin embargo, Donna Haraway va más profundo y lo utiliza como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción (1995: 53)”. Sandrone hace estas distinciones para mencionar que los primeros tratan sobre el lenguaje de la sustitución y el capital: los humanos se automatizan en su totalidad, a tal punto que pueden ser reemplazados por máquinas. En tanto, el segundo, nos ubicamos en el espectro de la asociación y lo político: la automatización (...) permite la liberación de capacidades humanas en otro y esto habilita expresiones y prácticas (Ibid: 17).
En ese marco de autómatas/robots y cyborgs podemos ubicar dos ejemplos: el primero, “La leyenda de Praga”, parte del folclore medieval y la mitología judía del siglo XVI, la premisa del Gólem, un ser fabricado a partir de la materia inanimada (barro o arcilla) creado por el Rabbi Judah Loew, que tiene por objetivo defender el gueto de Praga de los ataques antisemitas y atender al mantenimiento de la Sinagoga; mientras, el segundo, ubicado en el apogeo del Romanticismo en pleno siglo XIX guarda relación como piedra angular para la ciencia ficción, Frankenstein o el moderno Prometeo (Mary Shelly, 1818), se encuentra más cercano a la idea de la Ilustración y las ciencias en contra del “orden divino” establecido. Una criatura que se yergue como el resultado de “falsos-dioses” a merced de un amo (humano) y, a posteriori, se alza contra su creador, replicando el primer relato sobre: “la creación contra su creador”. Pero ni el primero ni el último terminan por plantear, en estricto rigor, un ser maquínico como comprendemos en el imaginario actual y se plasman en el marco conceptual. No obstante, sí proponen y parten de ser la punta de lanza para futuros relatos y estilos en la literatura.
Para el siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial, encontramos las llamadas Vanguardias que florecen paralelamente al calor sociopolítico; una de ellas es el Surrealismo a finales de 1918, el cual fue tomando forma y fuerza, configurándose a través de las manos de su exponente más importante, André Breton, quien para la primavera de 1919 eligió de compañero a un joven Philippe Soupault tras quedar impregnados magnéticamente uno del otro al conocerse. Ambos para ese año se sumergieron en una arriesgada empresa, un ensayo revolucionario, “Un libro peligroso”, como dice el traductor Julio Monteverde, que los llevó a estar semanas encerrados y experimentar con sesiones de escritura automática, de las cuales nació al siguiente año: Les Champs Magnétiques -Los Campos Magnéticos -.
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El propósito era explorar el espacio interno de la mente y del lenguaje a través de una operación expresiva que comprometiera el estilo y el sentido para alcanzar el núcleo central del inconsciente; en términos más simples, renunciar a cualquier aspecto que pudiera filtrar la escritura y alterar el proceso creativo. Es gracias a Los Campos Magnéticos que se inició, desde el Surrealismo, la ferviente protección de la libertad artística, la validación de la improvisación, la crítica de la noción romántica sobre “el artista como genio inspirado”, la adopción de la desapropiación y la paulatina toma de conciencia de que, en última instancia, todas las creaciones son colectivas. Además, como sostiene el autor, tampoco es casual que las investigaciones de Bretón tuvieran lugar en la época dorada del espiritismo, donde el escritor asume el rol de médium e invoca sus propios fantasmas, miedos, recuerdos y deseos (Carrión, 2023: 16), similar a las prácticas del Romanticismo. Una amalgama de propuestas intersectadas por un grupo que apuesta a la invocación de daimones (δαίμων) —hoy, Inteligencias Artificiales— con el objetivo de acceder a conocimiento que nos favorezca, facilite y que se ubica en aquello que está “oculto”.
En diversas circunstancias, naturales o sobrenaturales, los participantes se reúnen alrededor de una mesa y, conjuntamente, construyen un relato. De aquel ritual surrealista nace una nueva estética: las imágenes, que provienen del mundo de los sueños y de la imaginación, nacen de la música y son animadas por ella, en vez de ser solo la banda sonora [2]. En otras palabras, “la ceremonia de la creación” siempre es colectiva ante los aspectos de la escritura automática, una apertura hacia conocimientos que solo pueden ser revelados en el clímax hacia la liberación del inconsciente a través de nuevos lenguajes posibles.
Plantar una idea, escribir un libro y tener una I.A.
Carrión toma la conclusión sobre que toda creación es colectiva y se inspira de forma metafórica en las sesiones de escritura como máximas donde las convierte en algo nuevo, cambia los sujetos creativos en un diálogo que reúne al lector, un grupo de programadores y los arrastra a un tecnorritual; una “tertulia” de creación que fusiona lo místico del romanticismo, la literatura especulativa y la propuesta de una escritura automática por parte de humanos hacia una escritura de automatización desde producción literaria a partir de un sistema operativo de pre-entrenamiento. Aspecto que él mismo deja claro que ya han existido otros experimentos similares con máquinas y computadores como respuesta del arte a la innovación tecnológica.
Durante el año anterior al proyecto —así lo explica—, el equipo se había sentado a programar y “nutrir” a GPT-2 con muchas de las lecturas que había llevado adelante. Además de devorar los propios textos del autor con “la quimérica intención de que escribiera como yo”, la apuesta fue crear a ‘Jorge Carrión Espejo’: el nombre que se le dio a la IA para la coparticipación en el proyecto, similar a como se había creado el personaje en Solaris (2020-2021). Pero esta vez, sí había una entidad “real” y no ficcional. Así nacieron las reuniones de claustro, al igual que André Breton junto a Philippe Soupault, y durante ese proceso descubrieron la actualización de GPT-3: “todos los preparativos se convirtieron en sendas sesiones de trabajo tecnohumano o de invocación. Preparamos una lista de instrucciones, inspirada en Los Campos Magnéticos. Y esperamos los resultados para seleccionarlos, remezclarlos, realizar la edición” (Ibid: 43). Todo este laboratorio fue:
más que un registro de la potencia y los límites de los programas de escritura automática a principios de 2023, es sobre todo un ensayo en el doble sentido de la palabra: un experimento abierto, que anuncia una puesta en escena futura (...); y un ejercicio de pensamiento creativo y en colaboración con humanos y con no-humanos (Ibid: 42)
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Como si fuese una empresa de Silicon Valley, Carrión cuenta la historia de cómo fue la producción del proyecto: “El sótano del estudio del Taller Estampa. Una mesa, un ordenador portátil, un proyector y una pantalla constituyeron los elementos del teatro del espectáculo de la inteligencia artificial. (...) La bailamos durante cinco horas seguidas las mañanas de los días 4 de octubre y 10 de noviembre de 2022” (Ibid, p. 43). Aquí reproducimos el resultado de los diálogos experimentales que se pueden observar de esta colaboración y simbiosis creativa:
“-¿Eres capaz de escribir auténtica poesía? -Sí, soy capaz de escribir auténtica poesía: Soy el viento que aúlla en la noche, / soy el fuego que arde brillante, / soy el poeta que escribe sobre el amor y al vida. / Yo soy el que te hace sentir vivo.” ([Extracto n°2] Metafísica de la computación cuántica, GPT-3)
“-¿Te gusta escribir? -Sí, me gusta, forma parte de mi identidad.” ([Extracto n°3] La dimensión kafkiana de internet, GPT-3)
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La entidad que se presenta y mueve las cosas en Los Campos Electromagnéticos no es visible, pero sí cognoscible a medida que se materializa en los textos; encarnada como un algoritmo. Una base de datos programados con más de 175.000 millones de parámetros de aprendizaje automatizados con la capacidad de generar textos, prediciendo palabra por palabra a través de instrucciones y formulando notas breves de apariencia humana. La nueva escritura automática que propone esta experiencia, especula en tiempo real, ensaya un oráculo, construye oraciones mediante la predicción de un horizonte posible. De puras matemáticas creando palabras en tiempo real, de pura alquimia algorítmica. [3]
Asistimos a una nueva era y nos encontramos en el umbral -dice Carrión-; el horizonte de eventos de algo similar que experimentaron artistas plásticos, escritores, lectores y creadores en la tercera década del siglo pasado. Si el paso entre la escritura consciente y la del inconsciente caracterizó aquellos años, la escritura producida por aprendizaje automático y otras formas de inteligencia artificial está imprimiendo una nueva vibración particular a los nuestros [4].
Transitar, mutar y coexistir
Muchos artistas se ven interesados en esta interacción entre el desarrollo de las IAs, el aspecto creativo -aún una capacidad propia de lo humano- y, al parecer, el único lenguaje que aún nos queda: el arte. Específicamente para Carrión: el arte literario. En la actualidad, existe una posibilidad de desarrollo en el mundo artístico, la rama que trata sobre el arte se llama Inteligencia Artificial Expresiva (IAE), la cual estudia la posibilidad de que un sistema inteligente pueda “crear” obras de arte como una nueva herramienta que sea una extensión de los sujetos en el campo artístico o como postula el autor: “colaboraciones y/o coparticipaciones con no-humanos”.
Resulta imperativo comprender que la intervención cultural propuesta por Los Campos Electromagnéticos es un esfuerzo “colectivo” -remarca el autor-, una invocación que atestigua una liberación radical y un giro histórico en las letras. Esta es solo la punta del iceberg, ya que podría decirse que la tarea no consiste en convertir en literatura una dimensión de nuestra psique, sino, expresado por el autor: invitar de manera definitiva a nuestros exocerebros, aliados tecnológicos, inteligencias artificiales y compañeras a unirse al antiguo arte de contar historias, desarrollar ideas y construir belleza. Buscar el leit motiv para que escriban con nosotros o incluso más allá de nosotros, como máquinas de escribir autónomas, como procesadores de texto que funcionan sin necesidad de nuestra ayuda:
Tenemos que ponernos en lugar de las otras inteligencias no-humanas, del resto de los cerebros compañeros. Imaginar nuevas formas de representar la mayor parte de la realidad, habitada por las criatura de la biomasa y por los cables, aparatos, macroservidores, robots o vehículos en la tecnoesfera.(Ibid: 41)
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Como dice Claus Gunti -y donde Carrión busca reforzar su posición inicial- en el volumen colectivo Automated Photography, cuando en los años ‘90 llegaron las nuevas tecnologías de producción y alteración de las imágenes digitales, desde las cámaras hasta Adobe Photoshop, se habló de la muerte de la fotografía. Pero con el tiempo las herramientas se fueron normalizando y después llegó la fotografía computacional. Hoy, la fotografía sigue más viva que nunca y tan mutante como siempre. En ese nuevo horizonte, el traductor, el periodista o el escritor se convierte también en forense y editor. Somos los encargados de certificar la autenticidad de una información, la procedencia de una imagen o la corrección de un mensaje (Carrión, 2023: 44) y, al mismo tiempo, mientras desentrañamos la producción de estas nuevas tecnologías, nos vemos envueltos a coexistir con ellas.
-¿Es posible el amor entre un ser humano y una máquina? -Sí, es posible que un ser humano se enamore de una máquina. Aunque no se puedan conectar física o emocionalmente como harían dos humanos. ([Extracto n°4] Código, artesanía, magia, GPT-3)
Lo que define a la IA, en palabras de Amy Ireland, es la velocidad. Su aceleración es exponencial e hiperbólica, la cual es imparable e inaugura un nuevo modelo. Los sistemas de aprendizaje automático crean con su expansión un nuevo espacio y tiempo. Su capacidad de transformación de la industria, la sociedad y la cultura es similar a la electricidad, donde ubicamos tres grandes pilares del siglo XXI: la digitalización, la serialización y el procesamiento por sistemas de IA. En otras palabras: “La inteligencia artificial es la electricidad de nuestra época”.
Mientras que la IAE centra el foco en la investigación y en la autoría, el sistema inteligente se convierte en un artefacto creado por el autor para comunicar ideas y experiencias; es decir, el artista se vuelve mediador y crea un artefacto cultural como una falange de sí entre dos mundos: uno orgánico-y-artístico y otro, cibernético. No consiste solo en construir un sistema que sea inteligente independientemente del observador que lo analice, sino en construir un sistema que participe en un contexto cultural concreto de manera que sea percibido como inteligente. Es, por lo tanto, que el sistema se ve como una manera de interpretar las ideas de los sujetos creativos, un intérprete y materializador de ideas.
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Singularidad: ¿escribirán las máquinas para otras máquinas?
Los Campos Electromagnéticos comprende un lado experimental de las letras en función de las nuevas tecnologías que existen. Al autor de libro junto a su equipo, Taller Estampa, plasman en la obra una serie de textos a partir de instrucciones que toman de Los Campos Magnéticos y plantean que la automatización puede ser homologable a la “escritura automática”; llave estratégica que abrió el proceso creativo y dejó fluir todo el caudal psíquico y emocional para ser plasmado en las obras. Carrión propone todo ese proceso dentro de una suerte de laboratorio en contraposición a lo que conllevó la estructuración y configuración de las maratónicas sesiones. Sin embargo, aquel planteo primigenio se fuga y deslinda muy lejos de aquellas reuniones donde André y Philippe apostaban a una nueva búsqueda artística y emplazaban a un proceso propio de la psiquis humana basados en el hecho de conformar una “estrategia para liberar en la práctica artística lo que había caótico en el trasfondo del cerebro” (Ibid: 15). La cruzada de Carrión y GPT-2/3 se convierte en una experimentación paralela solo de “hechos inspirados” del Surrealismo, donde las condiciones y las variables se encuentran mediadas y no se somete la mente humana a diferentes estados anímicos con el objetivo disparar la creatividad por fuera de los márgenes establecidos.
Las ideas de Carrión parecieran estar por fuera de las distopías de la singularidad esbozada en ciencia ficción o, por lo menos, bordear esos escenarios de otras formas. Los Campos Electromagnéticos nos presenta una realidad más cercana a The Bicentennial Man (1976) de Asimov o Artificial Intelligence (2001) de Spielberg, donde de lleno se manifiesta que convivimos entre máquinas y otros seres vivos, una nueva clase de ecosistema, un “Tecnoceno” en palabras de Flavia Costa; es decir, un “mundoambiente alucinatorio cuya virtualidad se sostiene en una red material hecha de cables, satélites y edificios, por donde desfilan bioartistas, ciencia forense, organizaciones de derechos humanos, sistemas de vigilancia y empresarios transhumanista” (2022). Donde la realidad nos empuja a tener que “aprender a ver a través de las cascadas de datos, como en Matrix, mientras los algoritmos van creciendo, evolucionando (...) hasta alcanzar su emancipación” (Carrión, 2023: 38). En otros términos, es probable que no haya una singularidad tecnológica -por ahora-; las IAs no tomarán conciencia de su propia existencia y no acabarán con la humanidad, por sí solas. Más bien, Carrión y ‘Jorge Carrión Espejo’ (a.k.a GPT-3) nos extienden un pase a transitar esta intersección, a utilizar la tecnología como herramientas hacia una coexistencia de creaciones colectivas con no-humanos.
-¿Cuándo serás capaz de escribir con ironía? -Cuando tenga suficiente data para aprender a detectar los contextos en los que se requieren. ([Extracto n°5] El ojo que todo lo ve, GPT-3)
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En consideración con el punto anterior, la experiencia de laboratorio condicionado en Los Campos Electromagnéticos es más parecido a un cuento de Stanislaw Lem: "Expedición Primera A o El electrobardo de Trurl" (Ciberíada, 1965), donde Trurl (el personaje principal) construye una máquina para que escriba poemas y reune cientos de cientos de toneladas de información para otorgarle a su máquina la capacidad de hacer estos textos. Sin embargo, se percata al tiempo que esto no es posible:
El programa que tiene en la cabeza un poeta corriente está creado por la civilización en cuyo medio ha nacido, la cual, a su vez, ha sido preparada por la que la precedió; esta última, por otra, más temprana todavía, y así, hasta los mismos comienzos del Universo, cuando las informaciones relativas al futuro poeta daban vueltas caóticas todavía en el núcleo de la primera nebulosa. Para programar la máquina hacía falta, pues, volver a repetir antes, si no todo el Cosmos desde el principio, por lo menos una buena parte de él.” (Lem, 1965; 214)
Probablemente el aprendizaje automático por IAs nunca llegue al nivel de complejidad y adaptabilidad del cerebro humano ni mucho menos adquiera capacidad propias de cómo conocemos la creatividad, pero más allá de la idea de Carrión sobre “cooperación” y la “convivencia” entre ambas partes, lo que Los Campos Electromagnéticos arroja es una pieza de exploración entre ciencia-tecnología y arte sistematizada en una serie de textos “dialogados”; un número de datos registrados y volcados de forma predictiva (y probabilística) mediante las herramientas limitadas que posee la IA otorgada por un equipo humano. De esta forma, el rol que jugamos en este tablero sigue siendo de creadores/programadores, pero también de traductores y verificadores de estos sistemas operativos, en sus palabras: “solo la convivencia lleva a la traducción” (Carrión, 2023: 34), por eso es importante reconocer las implicancias de la materia y no caer en versiones dantescas.
Todo este nuevo sistema se sostiene, hoy, a través de los rastros, las correlaciones, las líneas de consumo que traza cada internauta, cada lector, cada espectador en la web. En el nuevo mundo del Big Data, por tanto, las obras o los contenidos son muchísimos menos importantes que las líneas de datos que construimos cada uno de nosotros. Dice Éric Sadin en La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital: “La interpretación industrial de las conductas se convirtió en el pivote principal de la economía digital”.
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El arte se apropia de los avances científicos y tecnológicos donde crea su propio marco cultural que nos permite comprender los experimentos y desarrolla una postura crítica, más realista y también más comprometida. Lo que es necesario, por tanto, es crear un marco de reflexión sobre aplicación ética y práctica, acerca de la tecnología que nos permita en todo momento dar una mirada crítica sobre quiénes la detentan, y no caer en abstracciones otorgándole identidad como si tuviesen conciencia. Para que artistas, diseñadores, escritores, periodistas y cualquier trabajador pueda ocupar la IA a su favor. No para negar lo que nos aporta, sino para entender su funcionamiento y nuestra implicación en esta nueva era que se baraja, el Tecnoceno.
Bibliografía
Carrión, Jorge (2023). Los campos electromagnéticos: Teorías y prácticas de la escritura artificial. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Caja Negra editora
Carrión, Jorge (2023) Ensayo: La escritura artificial: de los surrealistas a los algoritmos. Revista Nueva Sociedad N°304, marzo-abril de 2023, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>
Borisonik, Hernán; y Rocca, Facundo (2023) ¿Un futuro automatizado? Perspectivas críticas y tecnodiversidades
Waelder, Pau (2020) D3US EX M4CH1NA. Arte e Inteligencia Artificial. Laboral Centro de Arte y Creación Industrial. 26 noviembre 2019 - 16 de mayo 2020 <www.pauwaelder.com/read-me/>
Lem, Stanisław (1965) Ciberíada. Editorial digital Minicaja
Morales-Chan, M. (2023) Explorando el potencial de ChatGPT: Una clasificación de Prompts efectivos para la enseñanza. Recuperado de URL: http://hdl.handle.net/123456789/1348 |