La política por otros medios
¡Hola! ¿Cómo estás? Supongo que como todos y todas: haciendo malabares para llegar a fin de mes, abrumadx por las circunstancias e intentando pensar qué es esto y hacia dónde vamos. Van algunas reflexiones más allá de la vorágine del enfermante minuto a minuto.
Pronóstico reservado
En las actuales circunstancias, cualquier definición tajante sobre el Gobierno de Javier Milei sería apresurada. El escenario está muy abierto y estamos frente a un grupo de talibanes del neoliberalismo que, además, es bastante improvisado y está cargado de fuertes dosis de delirios místicos. Del otro lado, vemos a un sistema político en estado de shock porque el experimento en curso dificulta su deporte favorito: ser dadores voluntarios de gobernabilidad.
En ese contexto, pronosticar lo que puede suceder “mañana” es prácticamente una tarea imposible. Predecir es difícil, sobre todo si se trata del futuro (inmediato).
A cambio, te propongo reflexionar sobre las perspectivas a mediano plazo con la mirada puesta en cómo se constituyó el bloque social y político que condujo a Milei al poder, las potencialidades y límites de la articulación “populista” que le permitió el éxito electoral y la imposibilidad de sostenerla a la hora de gobernar.
La sinrazón populista
Cuando Milei se impuso en las elecciones, entre las tantas lecturas que se hicieron del “hecho mileísta”, algunos consideraron que fue uno de los mejores intérpretes de Ernesto Laclau.
Como sintetiza Matías Maiello en su libro: en el esquema de Laclau, desarrollado especialmente en La razón populista, a partir de la doble faz que toda demanda social posee (un contenido particular o “corporativo” y otro que expresa cierta promesa de una comunidad más plena implicada en la satisfacción de cada demanda en cuestión) puede lograrse una lógica de equivalencia que remita a lo que tienen en común. A partir del segundo aspecto, se podría constituir una “cadena equivalencial”, en tanto estas son vistas como opuestas a un determinado sistema que las rechaza.
Dentro de esta cadena, un significante –potencialmente puede ser cualquiera: el “interés nacional”, la “patria” o “Perón”– puede llegar a elevarse sobre el resto como equivalente general. De esta forma se va configurando un “campo popular” o un “pueblo”, en principio indeterminado.
El combate a la “casta” en el presente y la promesa de la dolarización como solución mágica a una crisis económica crónica hacia el futuro, habrían permitido constituir el “momento laclausiano” de Milei. Contra la “casta” se articularon toda una serie transversal e interclasista de insatisfechos por los múltiples problemas que arrastra la Argentina (trabajadores y trabajadoras con salarios pulverizados, precarios privados de derechos, clase media inquieta y empobrecida, diferentes sectores empresarios que se consideraban afectados por regulaciones estatales, una histórica base social de derecha “gorila” o antiperonista, etc.).
El problema (como en toda dinámica “laclausiana”) irrumpe cuando el significante que unifica detrás de sí a intereses contradictorios estalla y cuando la articulación populista muestra sus límites. En ese momento comienza a emerger el problema de clase y la dimensión existencial de las demandas que se articularon en torno a aquel significante vacío. Limitadas a su aspecto simbólico, la diferencia entre demandas diversas y antagónicas tiende a diluirse. La vaguedad de los símbolos populistas constituye la causa de su eficacia política táctica y a la vez la razón de su debilidad estratégica. Cuando los actores tienden a “sustancializarse” comienza el enfrentamiento real y político en el sentido fuerte del término.
Este proceso arrancó de inmediato con la asunción de Milei y el despliegue de su programa de gobierno (“caputazo”, DNU y Ley Ómnibus) diseñado (y hasta redactado) por lo más concentrado de las clases dominantes que “sustancializó” un plan de clase sin filtro como pocas veces se vio en la historia argentina. La hoja de ruta tiene, además, un componente de dogmatismo ideológico y de mesianismo político que lo condujo a pretender cambiar prácticamente todas las esferas de la vida económica, política y hasta cultural del país sin escatimar medios.
En ese mismo momento —más allá de la consciencia de cada uno de los protagonistas (algunos salieron a protestar inmediatamente, otros mantienen la ilusión de evitar una nueva frustración)— comenzó a forjarse una nueva y extendida “cadena equivalencial” de demandas a la espera de su articulación.
La demostración más notoria de este nuevo escenario es el rol centralizador ocupado por la CGT que fue obligada a convocar a un paro general con movilización a 45 días de asumido el nuevo Gobierno. Los mismos dirigentes que se cansaron de ir “en auxilio del vencedor” ante la asunción de cada nueva administración no tuvieron otra posibilidad que ir hacia un enfrentamiento administrado. Además de lo ofensivo del plan, esto también responde a otros motivos: la gravitación que mantiene el movimiento obrero en la vida política del país (perdón Laclau por este pecado argentino de leso esencialismo) y la crisis que atraviesa el peronismo político cruzado por múltiples internas.
Otras expresiones fueron los cacerolazos y movilizaciones desarrollados en las más diversas ciudades y localidades del país, las declaraciones de empresarios que ven afectados sus intereses tanto por las medidas propuestas en la Ley Ómnibus como en el DNU y las medidas judiciales que trabaron aspectos del decreto, dictadas por un Poder Judicial con una pituitaria especial para captar los actuales o futuros malhumores sociales.
Por lo tanto, lo que está en discusión hacia el futuro no es el fracaso del proyecto de Milei (es imposible que triunfe en sus propios términos o en toda la línea), sino el tipo de articulación que pueda enfrentarlo.
Aunque resulte increíble y pese a que con esta hoja de ruta en el largo plazo estamos todos muertos, en el peronismo ya se hacen algunos cálculos que prefiguran un nuevo “Hay 2027”: supongamos que Milei llega a 2025 —reflexionan algún referente—, esas elecciones serán imposibles para el Gobierno, muy probablemente sufrirá una derrota espantosa; tendrá dos años de “pato rengo” y en 2027 es muy difícil que el no peronismo se presente unido; un Milei disminuido irá por su lado y una derecha más “moderada”, por otro. Si los planetas se alinean de esa manera, Axel (Kicillof) es presidente con el 40 % completamente alcanzable con la prepotencia numérica de la provincia de Buenos Aires. Puede fallar, pero configura una estrategia (con estos nombres propios u otros) que implicaría un altísimo costo para el país y especialmente para sus mayorías populares si tan solo “sobrevivieran” un 10 o un 15 % de las contrarreformas que contiene el programa de Milei combinadas con las consecuencias de un plan económico salvaje.
Esta estrategia es congruente con la posición que plantearon algunos referentes (entre ellos, Cristina Kirchner o antes Sergio Massa) de la necesidad de “esperar” a que el plan hiciera mayores estragos entre la población para recién en ese momento salir a enfrentarlo más duramente. En términos de la teoría de la guerra, esta perspectiva significaría salir al cruce de un ataque feroz y a toda velocidad con una ceremonia electoral-parlamentaria. Enfrentar la “doctrina del shock” con la diplomatización gradualista de la resistencia.
El paro del 24 probablemente sea exitoso y la movilización, contundente. La disputa será en torno a la estrategia que hay que desplegar el día después.
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Fernando |