Marina Garrisi es editora y militante de Révolution Permanente en Francia. Acaba de publicar Découvrir Lénine (Descubrir a Lenin) con la Editoral Les Éditions Sociales. En esta entrevista, conversamos acerca de la historia y actualidad de los debates sobre Lenin en Francia, así como respecto de los temas que aborda su libro.
Francia es un país donde ha habido grandes lectores de Lenin (pienso en Henri Lefebvre, Louis Althusser y Daniel Bensaïd). ¿Cuál es el estado actual de los debates sobre Lenin y su importancia para la izquierda en Francia?
La situación con la que llegamos al centenario de Lenin es contradictoria. La tendencia más fuerte sigue siendo la de borrar obstinadamente la referencia a Lenin, tanto en los círculos de intelectuales como de activistas. Esto es parte de la herencia de la secuencia histórica anterior, la de la caída del bloque soviético, la victoria ideológica del neoliberalismo y del antimarxismo que, desde los “Nuevos filósofos” a El Libro Negro del Comunismo, hacía casi imposible llamarse marxista y menos aún leninista. Esta situación ideológica no es específicamente francesa, pero es posible que la configuración específica del marxismo en Francia en el siglo XX, liderada principalmente por organizaciones políticas (el PCF, y en otra escala el trotskismo) y poco arraigada en la universidad francesa, la fortaleciera, una vez que estos aparatos y organizaciones estaban en declive. Por supuesto, esta situación impactó sobre Lenin, al igual que sobre las demás figuras del marxismo y de la historia del movimiento obrero.
Pero hay más. La eliminación de Lenin se ve de alguna manera redoblada por el hecho de que, a diferencia de otras figuras del marxismo, él no murió como mártir de la revolución (Rosa Luxemburgo, León Trotsky) o como teórico revolucionario (Karl Marx, Friedrich Engels) sino como un revolucionario victorioso. Lenin encarna la Revolución de Octubre, es decir el marxismo que no se contenta con interpretar el mundo sino que busca, resuelta y despiadadamente, transformarlo, y por eso es objeto de una implacabilidad específica. Hasta el punto de que los “historiadores” (de hecho: los ideólogos) lo consideran el inventor del totalitarismo, como insiste Stéphane Courtois, editor en 1997 de El Libro negro del comunismo, y que desde entonces se ha presentado como un “especialista en Lenin”, siendo sin duda uno de los antileninistas más desinhibidos y menos interesantes. En resumen, todo esto no dejó de poner a las fuerzas de izquierda a la defensiva, hasta el punto de que el propio PCF guardó cada vez más silencio sobre Lenin a partir de la década de 1980. Y no podemos decir tampoco que Lenin sea un referente de las “nuevas teorías críticas”, que se desarrollaron durante la década de 1990. Incluso el “regreso a Marx”, perceptible y en ascenso desde la crisis de 2008, no habilitó un verdadero “retorno a Lenin”. Aparte de las redes de activistas extremadamente tenues (principalmente surgidas del trotskismo francés), Lenin no es convocado en los debates políticos y sus obras no son objeto de nuevas investigaciones.
En esta situación francamente desesperante veo también señales mucho más alentadoras. Me refiero a las propuestas de un “neoleninismo” que han surgido en el debate político de los últimos años, impulsadas por dos figuras de la izquierda radical, Andreas Malm y Frédéric Lordon. Más allá de la singularidad de sus respectivos enfoques, el neoleninismo de Lordon y Malm converge en una serie de puntos. A mi modo de ver, neoleninismo es el nombre dado a una propuesta política que mantiene unida 1) la urgencia de una ruptura radical con el capitalismo ecocida; 2) una propuesta de dirección con vocación mayoritaria (un “objetivo”, dice Lordon); 3) una estrategia que no ignore la cuestión de la toma del poder. Sus intervenciones me parecen particularmente valiosas, porque contribuyen a que Lenin vuelva a ser una referencia deseable para una parte de la izquierda radical (¡y hemos recorrido un largo camino!), pero sobre todo porque son útiles para las decantaciones y recomposiciones políticas en la izquierda radical francesa. Esto es especialmente cierto en el caso de Lordon que, a diferencia de Malm, interviene directamente en la situación francesa. Como él mismo dijo, el neoleninismo es una manera de oponerse a “las políticas de intransitividad”, encarnadas en Francia por las corrientes autonomistas. Estoy totalmente de acuerdo con él cuando dice que estamos saliendo de una era de resignación en la que, para utilizar un famoso refrán, el fin del mundo era más fácil de imaginar que el fin del capitalismo. La situación política en la que nos encontramos es extremadamente difícil y los desafíos están ante nosotros, pero neoleninismo es el nombre de esta nueva tendencia.
Siguiendo un poco con lo que estabas planteando y en función del contexto contradictorio que acabas de trazar en relación con Francia: ¿cuáles te parecen que son los desafíos o apuestas que plantea el centenario de la muerte de Lenin?
En primer lugar, espero que el centenario sea una oportunidad para redescubrir al propio Lenin, su vida y especialmente su obra, las batallas políticas que libró, los argumentos que desarrolló, etc. Pero lo más importante es que vuelva a ser un “objeto caliente”, en contraposición al cuerpo frío y embalsamado que los estalinistas hicieron de él. Se trata menos de exhumar lo que sería "la quintaesencia" o "los principios canónicos" del leninismo que de convertirlo nuevamente en objeto de debate, de controversia, de polémica, volviendo sobre él desde las cuestiones que hoy se nos plantean.
Desde este punto de vista, en cierto sentido, el centenario de Lenin es oportuno. En los últimos años, Francia ha estado a la vanguardia de las tendencias hacia la crisis y el endurecimiento de la lucha de clases en Europa. Esto no se tradujo en victorias decisivas, pero promueve las clarificaciones: la estrategia de las direcciones de las organizaciones del movimiento obrero y social son incapaces de implementar los medios para lograr la victoria. Por lo tanto, debe abrirse un debate estratégico. Esta situación es propicia para recuperar a Lenin, no solo por adoptar una disposición algo voluntarista a romper con el estado de resignación, como acabo de decir un poco más arriba, sino porque Lenin ofrece un repertorio de reflexiones tácticas y estratégicas que pueden ayudar a elaborar una perspectiva revolucionaria en nuestra actual situación histórica y, sobre todo, pensar una estrategia basada en la lucha de clases.
La obra de Lenin es muy amplia, casi inabarcable. ¿Qué cuestiones de su pensamiento decidiste remarcar y por qué? ¿Cómo es la colección Découvrir más en general?
De hecho, el corpus leniniano es imponente y puede desalentar a más de uno. Los 45 volúmenes de la edición francesa de sus Obras completas contienen varias decenas de miles de páginas. Hay puntos de entrada más fáciles a su obra (algunos de sus folletos más importantes están disponibles en librerías y aún se pueden encontrar algunas antologías temáticas) pero es muy común que estas obras no vayan acompañadas de las herramientas necesarias para que el lector comprenda los problemas. Y tampoco nos permiten tener una visión amplia de su trayectoria teórica y política, es decir también de sus fluctuaciones, sus desarrollos, etc. No me sorprende que los camaradas informen de sus dificultades para leer a Lenin; incluso cuando hay voluntad, no siempre es fácil. Y es por eso que un Descubrir a Lenin me parecía que iba a ser bienvenido. Su objetivo es modesto: no es un ensayo sobre Lenin sino una obra introductoria, que despliega un cierto número de conceptos, argumentos y propuestas políticas a partir de una selección de textos de Lenin comentados.
No fue fácil seleccionar once extractos de una obra tan extensa como la de Lenin. Había que suponer desde el principio que una visión de conjunto sería imposible (por la cantidad de sus escritos pero también por los temas que le son propios, las situaciones a las que se enfrenta, los registros que trabaja, etc.). Rápidamente me di cuenta de que lo que daba coherencia a lo que quería presentar sobre Lenin era la cuestión del poder. A lo largo de su vida, Lenin se inclinó por esta cuestión del poder, no porque cayera en una obsesión autoritaria o en una megalomanía sino porque estaba convencido de que la cuestión del poder era "el problema fundamental de toda revolución". Por lo tanto, me centré en textos que ofrecían diferentes puntos de entrada a su escenario estratégico: la lucha política, el papel del partido revolucionario y su relación con las masas, la hegemonía del proletariado en la revolución, la cuestión de las alianzas, la participación electoral. En el libro se estudian las luchas nacionales, la guerra imperialista, las raíces del oportunismo en el movimiento obrero, el Estado y la dictadura del proletariado, los soviets, la burocracia, entre otros. Los textos de Lenin anteriores a 1917 ocupan un lugar importante en mi Descubrir porque los problemas que enfrentó en esos años son más afines con los nuestros, no porque el contexto histórico sea el mismo, sino porque leemos allí al Lenin de las “tareas preparatorias”.
En definitiva, lo que quería mostrar es tanto la riqueza y flexibilidad de sus reflexiones tácticas como la coherencia de su escenario estratégico. En las últimas décadas ha habido una tendencia a hacer de Lenin el pensador de la situación, del momento oportuno y de la consigna correcta. Es cierto, y este es uno de los puntos fuertes de Lenin que explica el papel absolutamente decisivo que supo desempeñar en la revolución de 1917. Insistir en Lenin como hombre de oportunidades es también una manera de luchar contra la imagen de un hombre intransigente y rígido, creado por la caricatura estalinista tras su muerte. Pero sustituir el mito del Lenin intransigente por el del Lenin oportunista (en el sentido de saber aprovechar las oportunidades) no es una buena manera de revertir el problema. La fuerza de Lenin es precisamente su capacidad para vincular una multitud de tácticas a un objetivo estratégico coherente: una revolución socialista en la que el proletariado desempeñe un papel dirigente en alianza con las masas oprimidas.
En el marxismo angloparlante asistimos a una relectura de Lenin que casi lo reduce a Kautsky. ¿Qué opinas? ¿Existe también esta tendencia en Francia?
La obra de Lars Lih sigue siendo casi desconocida en Francia, salvo para algunos historiadores. Esta situación podría cambiar ya que Les Éditions Sociales (la editorial en la que trabajo como editora) acaba de publicar un libro de Lars Lih, Lenin, una investigación histórica. El mensaje de los bolcheviques, con motivo del centenario. En el mundo de habla inglesa, Lars Lih ocupa un lugar especial en los debates sobre Lenin. Sebastian Budgen, editor de Lih en inglés y autor del prefacio del libro publicado en francés por Les Éditions Sociales, dice de él que se trata de un “objeto intelectual no identificado”: ni un historiador anticomunista, ni un partidario de la historia social y cultural, ni alguien surgido de una tradición militante. Esto le da cierta libertad para intervenir en debates a menudo extremadamente polarizados y rígidos.
En general, su trabajo aboga por una “no excepcionalidad” del bolchevismo y Lenin dentro del marxismo. La trayectoria de este último es parte de la continuidad de lo que Lih llama “socialdemocracia revolucionaria” (término que le permite meter en la misma bolsa a Rosa Luxemburg, a Lenin, pero también al Kautsky de antes de 1914). En este libro publicado en francés, Lars Lih propone derribar cuatro "paradigmas" de la trayectoria de Lenin (sobre la cuestión del partido; sobre la ruptura con la Segunda Internacional; sobre las "Tesis de Abril" y la política de Lenin en 1917; sobre el “comunismo de guerra”).
Sería interesante discutir específicamente cada uno de los “paradigmas” a los que apunta Lih. En general, mi impresión es que Lars Lih produce una obra estimulante y que descubre fragmentos de la historia que nos permiten comprender a Lenin más correctamente. En particular sobre ¿Qué hacer?, y sin compartir las conclusiones a las que llega, Lars Lih señala nuevos elementos (en particular, sobre la relación de Lenin con las masas) que son útiles para la comprensión. Pero me parece que Lih tiende a "torcer la vara" (para usar una frase muy cara a Lenin) y que su tesis según la cual Lenin es el perfecto sucesor de Kautsky después de la traición de este último en 1914 no se basa en elementos muy convincentes. Me siento mucho más cercana a la tesis según la cual la ruptura que se produjo entonces con la Segunda Internacional no fue solo organizativa y política sino también teórica, en el sentido fuerte del término. Esta es la tesis que defiende, entre otros, Stathis Kouvélakis en un artículo fascinante sobre las cuestiones relacionadas con el redescubrimiento de Hegel por parte de Lenin en 1914 y que recomiendo encarecidamente.
En cualquier caso, me parece que a pesar de las conclusiones a las que llega, y que tal vez no compartamos (este es mi caso), la obra de Lars Lih juega un papel progresivo en la medida en que contribuye a hacer de Lenin y la historia de la Rusia revolucionaria objeto de debate nuevamente. Para quien esté interesado, me remito a Marxismo, estrategia y arte militar, obra publicada en francés por ediciones Communard.es [1] en la que Emilio Albamonte y Matías Maiello analizan de cerca algunas de las tesis de Lars Lih. Espero que la publicación de Lars Lih en Francia estimule otros debates.
Por último: ¿cuáles son los puntos de Lenin que te parecen más relevantes hoy?
Hay mucho que decir y, sobre todo, mucho que hacer para reapropiarnos de Lenin en nuestra configuración histórica. Me gustaría destacar tres cuestiones que, en mi opinión, abren vías interesantes para intervenir en los debates contemporáneos.
La primera es sobre la estrategia. Insistí en que Lenin era un teórico y estratega del poder y del poder político, es decir, también del poder estatal. Pero hay que añadir de entrada que el problema de la conquista del poder político no se asemeja a una conquista electoral ni a una conquista del Estado en su forma institucional actual, es decir, burguesa. Sobre este punto, no estoy de acuerdo con la forma en que Malm planteó el problema. La lucha por el poder político, para Lenin, se piensa de manera revolucionaria, en y a través de la lucha de clases, con la convicción de que son las masas quienes tienen la fuerza para derrocar el sistema, lo que en gran medida lo distingue de una gran mayoría de la izquierda, incluso aquellos que se autodenominan “radicales”. Por supuesto, en cierto sentido, Lenin también es un pensador de las instituciones: el partido revolucionario, los sindicatos, los soviets, por nombrar algunas, también son instituciones. Pero estas son instituciones de clase. Y Lenin lucha por su independencia de la hegemonía burguesa, como parte de una estrategia para el derrocamiento revolucionario del Estado burgués.
Sobre esta cuestión, aprovecharé la oportunidad para hacer una pequeña digresión. En cada elección, vemos florecer las citas de Lenin extraídas del mismo capítulo de su folleto de 1920, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, para justificar tal o cual voto y etiquetar como ultraizquierdista a cualquiera de la izquierda que tenga una visión diferente sobre el tema. ¡Sigue siendo sorprendente que hoy Lenin sea convocado solo para justificar con tranquilidad el voto por un candidato burgués! Realmente creo que debemos poner fin a este uso de citas políticas como argumento de autoridad. Es una práctica perezosa, estéril, y en el caso de Lenin toma un giro francamente macabro ya que remite a la forma en que los estalinistas redujeron su pensamiento a un conjunto de dogmas.
En mi Descubrir elegí deliberadamente un texto diferente para mostrar la actitud de Lenin ante la cuestión electoral. Lo que es esencial entender es que, para Lenin, participar en las elecciones y construir una oposición comunista en instituciones burguesas e incluso reaccionarias puede resultar útil e incluso indispensable, pero siempre se trata de tácticas, entre otras, nunca de una estrategia. Esta distinción es importante. Las elecciones son útiles para amplificar la política y la estrategia de los partidos, no con la esperanza de tomar el poder o cambiar radicalmente la vida de las masas, como dijo Lenin, sino porque sirven como plataforma para la agitación y la propaganda socialista, a condición de utilizarlas para desarrollar la conciencia de clase de las masas y su confianza en sus propias fuerzas. En otras palabras, no se trata de apostar al terreno de las elecciones para “renovar” la fábula electoral sino de utilizar los vacíos que dejan las instituciones burguesas para fortalecer una estrategia revolucionaria.
Para Lenin, la toma del poder siempre sigue siendo una cuestión de las masas y de las masas que luchan independientemente de las instituciones del poder burgués. Entonces sí, Lenin lucha contra quienes, a su izquierda, se niegan a participar en las elecciones y a construir oposiciones comunistas en los parlamentos con argumentos de principios y de pureza revolucionaria, pero siempre lucha también (y en primer lugar) contra quienes, a su derecha, engañan a las masas repitiendo la fábula de que estas instituciones son válidas en sí mismas para la toma del poder.
La segunda cuestión a rescatar es la de la clase trabajadora como actor político. Entre las muchas polémicas que Lenin sostuvo en su época, aquella contra el economicismo me parece la más actual. En su época, los economicistas se negaron a despertar a la clase trabajadora rusa a la lucha política contra el zarismo, con el pretexto de que esto la distraería de sus intereses profesionales o económicos “reales”. Lenin estaba radicalmente en desacuerdo con esta concepción de la actividad revolucionaria. Veía un gran desafío: no reducir la actividad del movimiento obrero a una actividad “corporativa”. Para Lenin, la clase trabajadora solo puede ser revolucionaria si se eleva por encima de sus intereses corporativos y ofrece una dirección a todos los movimientos democráticos, si asume una posición plenamente política. Aquí tenemos, en germen, la concepción leninista de hegemonía.
¿Qué tiene que ver todo esto con nuestra realidad? Nosotros también nos enfrentamos a actores o corrientes dentro del movimiento sindical que buscan restringir la actividad de este último a cuestiones puramente económicas o corporativas, estableciendo, por ejemplo, una frontera hermética entre el sindicato y la política. Esta lógica existe incluso en sectores de extrema izquierda, con una manera de concebir la centralidad de la clase trabajadora que es en última instancia obrerista. Sin embargo, solo una estrategia basada en una concepción inversa puede permitir construir una alternativa a las políticas de las burocracias sindicales, que justifican, con esos esquemas, su política conciliadora, que las llevó al silencio durante el levantamiento en las barriadas populares, a pesar de que unas semanas antes había sacado a millones de personas a las calles contra la reforma de las pensiones. La capacidad de la clase trabajadora para emerger como un verdadero actor político depende de su capacidad para asumir todas las luchas que atraviesan la sociedad, ya sean luchas contra la opresión o cuestiones que van más allá del campo económico-sindical, como el creciente autoritarismo del régimen político. Como vos señalás muchas veces con razón, en un período de fragmentación de la clase obrera esta cuestión está vinculada a dos tareas estratégicas centrales: la unificación del proletariado y la conquista de aliados que permitan construir un equilibrio de poder capaz de hacer doblegar un poder burgués cada vez más radicalizado.
En un país como Francia, que se basa en un pacto imperialista, esto adquiere una importancia aún mayor. Es imposible luchar por la unidad de las filas de la clase trabajadora y por que emerjan como un verdadero actor político sin defender un programa anti-imperialista sustancial. El pacto más o menos implícito entre el imperialismo y el corporativismo del movimiento obrero es un pilar de la hegemonía republicana burguesa francesa, con el que es imprescindible romper.
La tercera cuestión a destacar es la del partido. En los debates contemporáneos, en la izquierda, el “partido de vanguardia leninista” se presenta con frecuencia como algo bueno para guardar en el sótano. Los principales partidos o movimientos de la llamada “izquierda radical” se presentan implícita o explícitamente como rompiendo con lo que califican despectivamente como la “autoproclamada vanguardia”. Este es el caso de Mélenchon pero también de una parte de la extrema izquierda (por ejemplo, el NPA B). La operación es un poco grosera porque implica delimitarse a partir de una concepción que no era la de Lenin (el partido como “vanguardia autoproclamada”), en un contexto de desorientación y confusión ideológica general, del que esta operación forma parte y a su vez colabora en establecer.
Personalmente, no estoy de acuerdo con estas ideas. Por el contrario, me parece que una cierta concepción leninista del partido revolucionario es útil e incluso esencial hoy. Siempre y cuando estemos de acuerdo sobre lo que eso significa, lo cual no es fácil ya que el tema ha estado enredado por décadas de disputas sobre interpretaciones, mitos y falsificaciones. Por mi parte, identifico tres ideas clave importantes. 1) Un partido que busca intervenir en las luchas de clases y de masas, con la convicción de que no dejarán de tener lugar grandes choques de clases y explosiones revolucionarias, pero que no serán suficientes por sí solos para resolver la cuestión del poder. Esta concepción no opone el partido, “vanguardia de la clase”, a las masas, sino que, por el contrario, ve la victoria como resultado de una articulación apropiada entre la acción de ambos; 2) un partido político centralizado, porque el enemigo al que nos enfrentamos es ultracentralizado. El partido se estructura en torno a una visión común de la situación y de las tareas y da una dirección política unificada a las experiencias locales que de otro modo seguirían siendo dispares y dispersas; debe estar suficientemente organizado para ser capaz de dar giros repentinos si la situación lo exige; 3) un partido de militantes con formación y combatividad, capaces de intervenir en diversas situaciones, de influir en la dirección del partido. Tres ideas clave que, me parece, resumen bien la idea del partido como “operador estratégico”, según la fórmula de Daniel Bensaïd.
Somos lo opuesto a las concepciones que subyacen a la idea del movimiento gaseoso [en referencia a lo que dijo Mélenchon sobre La Francia Insumisa (LFI), N. del T.]. De hecho, la forma organizativa suele ser coherente con el contenido de la estrategia. Un movimiento gaseoso, con una estructuración débil (suficiente para reglamentar los equipos locales y promover la política del movimiento, pero no demasiado importante para impedir la formación de corrientes internas) es una forma relativamente coherente de desarrollar una máquina electoral. Esta es una de las razones por las que siempre soy bastante escéptica ante las críticas a LFI que se centran en una crítica del “movimiento gaseoso” sin cuestionar su estrategia electoralista y centrada en un proyecto de reforma institucional. En cierto sentido, Mélenchon es bastante coherente. No comparto su plan pero él sabe lo que está haciendo.
Desde mi punto de vista, lo que necesitamos no es un movimiento gaseoso ni una máquina electoral sino un partido establecido en nuestra clase, capaz de intervenir y pesar en los enfrentamientos de lucha de clases que no dejarán de reproducirse y profundizarse. Desde 2016, Francia sigue viviendo episodios de este tipo. Necesitamos una organización política que haga de la intervención en estos procesos su centro de gravedad. Hoy está claro que este partido no existe. Esta es la propuesta política por la que hacemos campaña en Révolution Permanente pero su surgimiento no dependerá solo de nosotros. Avanzar en esta perspectiva no será posible sin una evaluación crítica del papel desempeñado por la extrema izquierda en las últimas movilizaciones. |