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La Izquierda Diario
28 de enero de 2024 Twitter Faceboock

Armas de La Crítica
¿Argentina potencia? Milei y los usos de la historia
Gabi Phyro
Nahuel Dominguez | @NadQuetzo

Marcoprile

En el discurso de Javier Milei hubo algunas constantes, tanto durante la campaña presidencial de 2023 como después de su asunción. Una de ellas fue la repetida alusión al pasado como promesa de futuro: “volver a la Argentina potencia” de hace cien años. En este artículo, repasamos los usos del pasado en la prédica de Milei y sus implicancias políticas e ideológicas.

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En distintos discursos pronunciados a partir de la campaña presidencial de 2023, Javier Milei fue poniendo en pie una narración propia sobre la historia argentina. Para él, “Argentina inició el siglo XX siendo el país más rico del mundo”. Esta idea fue sintetizada en el discurso de asunción de espaldas al congreso, donde dijo que:

para principios del siglo XX éramos el faro de luz de Occidente. Lamentablemente, nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas empobrecedoras del colectivismo. Durante más de 100 años los políticos han insistido en defender un modelo que lo único que genera es pobreza, estancamiento y miseria.

Estas mismas ideas han sido repetidas en sucesivos discursos. Uno de los últimos fue en el Foro Económico de Davos, donde generó “estupor y sorpresa” entre los asistentes que llegaron a calificar algunos pasajes como “delirantes”. [1]

Por otra parte se ha referido de manera favorable a figuras como Juan Bautista Alberdi y Julio Argentino Roca, y ha marcado a Hipólito Yrigoyen como el primer populista y “contaminador con socialismo”. A su vez, en el debate presidencial retomó el discurso de la última dictadura militar: allí dijo que “no fueron 30.000 los desaparecidos, son 8.753. Por otra parte, estamos absolutamente en contra de una visión tuerta de la historia. Para nosotros durante los ‘70 hubo una guerra y en esa guerra las fuerzas del Estado cometieron excesos”.

Pese a los “cien años de decadencia”, según Milei habría habido un interregno fructífero en los ‘90. Así, en uno de sus discursos de campaña en el Movistar Arena, elogió la presidencia de Menem aduciendo que “con falencias, volvió a poner al país en la senda del progreso”, dado que “no había inflación, el país crecía, las inversiones florecían, llegó el teléfono a todos”.

Siguiendo a los politólogos Michael Bernhard y Jan Kubik, Camila Perochena considera al relato de Milei como una “mirada decadentista”, propia de “guerreros memoriales”. [2] Es decir, de aquellos que se atribuyen un conocimiento de la verdadera historia, frente a quienes tienen una visión falsa y con los que no se puede negociar. A su vez, distingue entre la historiografía, que accede de manera crítica al conocimiento del pasado, y la memoria, que se trataría del ejercicio de la condena o la conmemoración de lo pretérito.

Por nuestra parte, consideramos que se trata de un relato a la medida de lo más concentrado de la burguesía argentina dependiente del gran capital internacional y asociada a la especulación financiera imperialista. Esta visión acomoda los hechos del pasado, a veces desde la propia historiografía, otras desde el discurso público, a los intereses de los sectores burgueses que representa a modo de una “intelectualidad orgánica” [3]. Esta acomodación busca instalar una nueva hegemonía peleando los sentidos comunes de la sociedad civil. Instalar como ideas dominantes las ideas de la clase empresaria [4], y de la fracción que se alza con el poder en particular. Crear una historia de los vencedores y borrar la historia de resistencia por parte de la clase trabajadora [5].

Milei intenta inventar (de un modo caricaturesco que no merece la categoría de Hobsbawm de “tradición inventada”) [6] un pasado “glorioso” en el que Argentina era el “granero del mundo”, el Estado se reducía principalmente a sus funciones represivas y reinaba una oligarquía asociada al capital imperialista. Más que “decadentista”, por su carácter propositivo, podríamos decir que se trata de un “relato nostálgico”. Ya algo similar había elaborado el macrismo con sus “70 años de peronismo”. Ambos en sintonía con el “make America great again” de Donald Trump, una promesa de futuro que es tan novedosa como volver a un pasado “glorioso” perdido. Un pasado derrotado como futuro imposible.

El liberalismo de fines del siglo XIX

Como hemos señalado aquí, pese a tratarse de una fuerza política que se presenta como “nueva” y “anti-casta”, el punto de partida para el relato histórico de Javier Milei y LLA es uno de los ejemplos más claros en cuanto al ejercicio directo por parte de las clases dominantes del manejo del Estado argentino: “El modelo liberal aplicado desde 1880”. A su vez, Milei añade que aquel modelo estaría sustentado en “la Constitución Nacional de 1853 diseñada por Juan Bautista Alberdi”.

La primera cuestión a señalar es que la asociación entre Alberdi y todo aquel periodo es un gran error histórico, que expresa una profunda ignorancia sobre el tema: el pensamiento de Alberdi, si bien basado en los principios del entonces liberalismo económico, se opuso en gran medida a los gobiernos que forjaron “la patria terrateniente”, entre 1860 y 1910. Una vez desmembrado el frente “anti-rosista” luego de Caseros, y erguido el mitrismo como la corriente que expresaba los intereses de la burguesía porteña, el pensamiento de Alberdi, que buscaba unir la “pluma con la espada” (dotar de un programa a la Revolución de Mayo), encontró pocos o nulos interlocutores durante toda esta etapa. La perspectiva mitrista era un modelo basado en los mandatos de la aduana y el puerto, un “rosismo sin Rosas” y sin mazorca, aunque no exento de violencia política hacia sus adversarios. Milciades Peña describió a Alberdi como un “intelectual sin pueblo”, cuyas ideas carecían de una base social capaz de llevarlas a cabo. Ni el liberalismo porteño, ni los estancieros del Litoral tenían intereses y bases sociales para un proyecto autónomo diferente al de la inserción del territorio Argentino como “apéndice agrario” [7] en el creciente mercado mundial. Por eso el liberalismo de Alberdi fue tomado sólo fragmentariamente: “La oligarquía tomaba de él lo que le convenía, que no era precisamente lo que más le convenía a la nación”.

Por otro lado, Alberdi, aunque reivindicaba elementos del liberalismo clásico que permiten ubicarlo en cierta tradición o corpus teórico común con las ideas económicas liberales del siglo XIX (por cierto, cuestionadas y superadas ya en esa época), se oponía a que Argentina se transformara en un “apéndice agrario”, rechazando los mecanismos clásicos de sometimiento nacional como el vicioso endeudamiento externo que ya desde esa época era utilizado por la banca inglesa como mecanismo de saqueo. En este sentido, a diferencia de los llamados “libertarios”, Alberdi partía de distinguir elementos básicos que hacían a la soberanía nacional, como la cuestión de la deuda externa: “El interés de la deuda, cuando es exorbitante y absorbe la mitad de las entradas del tesoro, es el peor y más desastroso enemigo público. Es más temible que un conquistador poderoso por sus ejércitos y escuadras; es el aliado natural del conquistador extranjero". Resulta sumamente contrastante esta reflexión con la de un ministro de Economía “liberal” que viene de declarar que su prioridad (en un país prendido fuego por donde se lo mire) está en honrar la deuda odiosa, ilegal e ilegítima, con el FMI.

Los gobiernos del “ciclo liberal” que reivindica Milei profundizaron un modelo de sometimiento al capital extranjero (particularmente inglés) y el Estado fue un instrumento clave en ese desarrollo. El vertiginoso endeudamiento al capital financiero internacional no beneficiaba a la burguesía de conjunto sino, con carácter muy particular, a su oligarquía gestora que actuaba como intermediaria entre el Estado argentino y los banqueros internacionales. Mientras se favorecía la actividad de los inversores extranjeros en el país (principalmente ingleses en sectores como los ferrocarriles), figuras como Pellegrini o Roca desarrollaron obras de infraestructura que le interesaban a la clase dominante, exponiendo cierto “estatismo” para poder negociar con el imperialismo, al mismo tiempo que alentaban sus negocios. A lo cual se sumaba el hecho de que los “costos” de esa política eran la venta de tierras fiscales, el desplazamiento de las poblaciones autóctonas y la alianza cívico militar que impusiera el orden de los cementerios en la zona agrícola bonaerense y en la Patagonia.

A todo esto hay que agregar que la idea de “progreso” como ideología de las clases dominantes en aquella etapa, que presentaban al modelo terrateniente como el impulsor de un ciclo virtuoso y de “prosperidad”, se asentó sobre la nefasta confluencia entre el Estado, el imperialismo y los terratenientes locales para llevar adelante el genocidio de los pueblos originarios que vivían en muchas de las tierras sobre las que se gestó el “paraíso terrateniente”. Julio Argentino Roca, reivindicado por Milei, fue parte fundamental de organizar los ejércitos que aniquilaron a los pueblos que vivían en el sur de la provincia de Buenos Aires y en la Patagonia argentina bajo los preceptos racistas de que eran tierras “desérticas”, borrando a sangre y fuego el pasado indígena y negro de las poblaciones que vivían en el actual territorio nacional. Por eso, también resultan curiosas las lecturas que desde cierto progresismo reivindican el “estatismo” de aquella época.

El modelo que defiende Milei no tiene nada que ver con el “esfuerzo individual” ni con ningún desarrollo productivo, ni mucho menos con la “no injerencia del Estado”. Más bien defiende el modelo de de una oligarquía parasitaria, que en muchos casos vive de los favores estatales y que es beneficiaria menor de los negocios imperialistas que saquean al país.

Por otra parte, no podemos dejar de mencionar que la referencia a aquel periodo oculta otra gran operación ideológica: retrotraer la situación de los sectores populares y la clase trabajadora a un periodo sin derechos laborales, sin organizaciones sindicales reconocidas y sometidos al peso de la represión estatal. Baste como ejemplo el hecho de que en 1890 el 85% de los trabajadores de la Ciudad de Buenos Aires trabajaban un promedio de 10 horas diarias, mientras que en las provincias del interior la situación empeoraba, con jornadas “de sol a sol”, por no hablar de las condiciones de vivienda, cuyo caso típico es el de los conventillos en los que vivían familias enteras en habitaciones de 10 metros cuadrados sin luz ni agua. Esa fue la situación que debieron sortear los socialistas, anarquistas, sindicalistas y comunistas que buscaban poner en pie las primeras organizaciones de la clase trabajadora local, haciendo frente a la acción unificada de las patronales y el Estado, pero también dejando importantes experiencias de lucha y organización que dieron orígen al movimiento obrero argentino. Es decir, la nostalgia de Milei respecto de aquel periodo es la nostalgia de quién quiere una libertad plena para retrotraer las condiciones de vida de los trabajadores cien años atrás, pasando por arriba un siglo de luchas y conquistas, que día a día deben ser reafirmadas ante los embates del capital y sus políticos.

La reivindicación de los “liberales” respecto de los gobiernos oligárquicos es la expresión más abierta de la convocatoria a un Estado fuertemente clasista, represivo y antipopular.

Cuando Argentina fue “potencia”

Una parte muy importante del relato de Milei consiste en decir que Argentina fue una “potencia mundial” y que bajo su gobierno es posible recuperar ese pasado glorioso, para poner al país al nivel de los principales países desarrollados, como Alemania o Estados Unidos. Ahora bien, ¿Qué tan glorioso fue este pasado? ¿Cómo vivían en ese contexto los trabajadores y el pueblo, y qué beneficios podría traer replicar ese modelo?

Como fuimos repasando, el modelo agroexportador impuesto por la oligarquía en el siglo XIX, estaba basado en fuertes contrastes sociales. Sin embargo, cientos de miles de inmigrantes europeos, cada año, elegían migrar hacia la Argentina en busca de un futuro mejor. Antes de la Gran Guerra, los extranjeros representaban el 11,5% de la población en 1869, llegando a cerca del 30% en 1914 [8].

En 2018, el economista británico Angus Maddison, desarrolló una estadística histórica que mide el desarrollo de los países a través del PBI per cápita. En la actualidad, la Universidad de Groninga de Países Bajos se encarga del mantenimiento de dicho índice. Allí, se estableció que Argentina había sido el país más rico del mundo en el año 1896, y que luego se mantuvo entre los de mayores ingresos durante las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, las estadísticas fueron reelaboradas en 2020 [9] , producto de los cuestionamientos de los que había sido objeto, y en este caso, Argentina se ubicaba en el sexto puesto en 1896 [10].

Esta forma de medir las riquezas de un país resulta engañosa dadas las diferencias respecto a la distribución de las mismas. Además, es un indicador que por sí solo no permite darse una acabada idea de las capacidades de generación de riqueza de un país ni de la posibilidad de que éstas se sostengan en el tiempo, que son algunas de las cosas que habría que tener en cuenta para hablar realmente de "desarrollo". Por otra parte, para las fechas en que se hace hincapié, aún no existía el Censo Nacional en la Argentina, por lo que las cifras están basadas en estimaciones. Si bien el país vivió hacia finales del siglo XIX un crecimiento muy importante de su economía, se trató de un crecimiento extraordinario basado en la incorporación de bienes naturales bajo la forma de commodities al mercado internacional [11]. La extensión de la frontera agrícola-ganadera, el genocidio indígena y la concentración de las riquezas en un pequeño grupo de terratenientes, que actuaba como proveedor de materias primas de un mercado mundial que requería de manera ingente dichos recursos, dió pie a un crecimiento económico vertiginoso. Para Milcíades Peña, lo tremendo de esta etapa, “fue que por incapacidad de la clase dirigente argentina sólo se logró un desarrollo muy parcial e incompleto, dirigido por el imperialismo a través de la colonización financiera” [12]. Incluso personalidades de la época como Alejandro Bunge fueron críticos de este modelo, al marcar los límites de confiar en la dotación de recursos para seguir creciendo, sin encarar reformas económicas, incluso sin necesariamente proponer un giro industrialista.

Para Milei, la decadencia argentina habría comenzado con la llegada de Yrigoyen al poder, “el primer populista”. Sin embargo, incluso en términos de economía capitalista, el país se mantuvo atado a la exportación de materias primas como principal actividad. Los principales cambios fueron en el sentido de la incorporación de los varones mayores de edad al sistema electoral con la Ley Sáenz Peña, y un cierto intervencionismo estatal en el marco de la Gran Guerra, consistente en una audaz política crediticia ante la caída de precios agropecuarios y la incursión en áreas como el transporte marítimo (antes sólo reservada a las potencias capitalistas). Pese a las dificultades, la economía mantuvo su sentido ascendente, a la vez que se custodiaban los márgenes de ganancia ejerciendo una fuerte represión ante los sectores que pugnaban por mejores condiciones, como en la semana trágica o en la Patagonia rebelde.

El intervencionismo de los años 30 al servicio de la oligarquía

Cuando Milei habla de los 100 años de decadencia nacional refiere como punto de inicio al “populismo” que habría surgido tras la elección de Hipólito Yrigoyen como primer presidente electo mediante sufragio “universal” (que dejaba de lado, entre otros, a las mujeres y los trabajadores inmigrantes, que sumaban una mayoría excluida de aquel mecanismo). Sin embargo, omite por completo en su relato que la antigua oligarquía desplazada parcialmente del poder tras el primer gobierno radical, volvió a hacerse del control del poder tras el golpe de Estado de septiembre de 1930. Primero bajo la dictadura de Uriburu y luego bajo los gobiernos de la Concordancia encabezados por Justo, Ortiz y Castillo sucesivamente, las antiguas clases dominantes restablecieron su control directo del gobierno, proscribiendo parcialmente al radicalismo (mediante el fraude electoral sistemático), ilegalizando a las organizaciones obreras y sus partidos (aunque luego generando mecanismos de intervención estatal como el Departamento Nacional del Trabajo) y aceitando su política de entrega nacional a cambio de beneficios a sectores específicos de la burguesía. El ejemplo más claro de esto fue el pacto Roca-Runciman (que, dicho sea de paso, fue gestado por el hijo de Julio Argentino Roca, por entonces vicepresidente, reivindicado por Milei): un acuerdo espurio de entrega nacional al capital inglés que tenía como beneficiario menor a sectores ganaderos exportadores, ante el cierre del mercado británico a las carnes argentinas.

Una posible explicación de esta gran omisión en el relato histórico de Milei es que en esa etapa la antigua oligarquía, transformó sus pautas de comportamiento y su discurso cuando se vio asediada por la crisis del 30, que puso en jaque los cimientos sobre los que se asentaba el modelo agro-exportador. Además de buscar que los costos de la crisis se trasladen a la clase trabajadora (con dos años, 1930-1932, de una fuerte oleada de despidos, bajas de salario e incremento de la represión) la antigua clase terrateniente buscó diversificar sus inversiones hacia sectores de la industria mercado internista, acudiendo para ello a la protección estatal mediante las juntas reguladoras y ciertas medidas proteccionistas y de “aliento” de la industrialización como el Plan Pinedo. Sin embargo, como señaló Miliciades Peña, no debe confundirse esta política con algún tipo de cambio en la psicología dependiente y entreguista de las clases dominantes. Esta política solo buscó paliar los efectos de la crisis del 30 dando lugar a una “pseudo industrialización”: la industria efectivamente se “desarrolló”, pero sin trastocar las relaciones de propiedad existentes, ni tampoco lo esencial de la estructura de clases. Este proceso estuvo caracterizado por el avance de un tipo de industria intensivo en mano de obra, con una productividad notablemente inferior a la de los países imperialistas, destinada centralmente a la producción de artículos de consumo y fundamentalmente a una complementariedad respecto del atraso y la dependencia en sectores fundamentales como el agro. Es decir, se trató de una industrialización que no se oponía necesariamente a la vieja estructura terrateniente, en tanto no necesitó desplazarla ni liquidarla, sino que pudo coexistir, aunque no sin tensiones producto de otros factores como los vaivenes del comercio internacional, los tipos de cambio, etc.

Curiosamente esas mismas clases dominantes que representaban los intereses del antiguo modelo agroexportador ahora reconvertido, fueron las que crearon en 1935 el Banco Central (demonizado por Milei como el gran instrumento estatista del control de la economía). Sin embargo, en sintonía con lo dicho, la puesta en pie de ese organismo, lejos de representar un elemento de soberanía intentaba ser instrumento de equilibrio entre los latifundistas y los grandes consorcios financieros, contando en su directorio con lobbistas directos del capital inglés, de los terratenientes y de los bancos extranjeros que seguían dominando las finanzas locales.

Las bases para la avanzada neoliberal

A diferencia de lo que plantea Milei, que la decadencia comenzó hace 100 años, aún en términos capitalistas, la verdadera reversión y decadencia, en especial para la clase trabajadora y el pueblo, se puede identificar con la última dictadura militar. Incluso en términos de PBI per cápita, es en ese período que se produce un verdadero salto en la distancia entre países como Italia y España (como compara Milei) con la Argentina. Mientras nuestro país se estanca durante 30 años, los países de referencia mantienen un desarrollo alcista. En este sentido, la polémica sobre la “Argentina potencia” carece de sentido. No hubo tal potencia, más allá de determinados momentos de altos ingresos nacionales pero desigualmente distribuidos. Además, el país se mantuvo como un país dependiente con distintos grados de semi colonización y sometimiento a las grandes potencias imperialistas. Principalmente Inglaterra en un primer momento y Estados Unidos más adelante.

Fue la última dictadura y su genocidio sobre lo mejor de la vanguardia obrera y popular lo que sentó las bases para una avanzada en el terreno económico. La propia dictadura se ocupó de fomentar la apertura del país a las empresas multinacionales que dieron una fuerte estocada a la industria nacional basada en la sustitución de importaciones. A la vez, se favoreció el desarrollo de la actividad financiera con la consecuente actividad especulativa y fuga de capitales. Esto iba en sintonía con una serie de cambios que se venían produciendo a escala internacional a partir de la crisis y la avanzada neoliberal de Thatcher y Reagan.

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El genocidio con 30 mil detenidos - desaparecidos [13] , reordenó la distribución de riquezas en el país en favor del capital más concentrado, las multinacionales y los capitales especulativos. Esta situación, los gobiernos posteriores no la modificaron en lo sustantivo. Lejos de una guerra en la que se cometieron “excesos”, la última dictadura llevó a cabo una ofensiva sobre la vanguardia obrera y popular que se venía organizando en los lugares de trabajo con las coordinadoras interfabriles [14]. Las organizaciones armadas como Montoneros o el ERP ya se encontraban prácticamente en retirada para 1976 tras la represión estatal y paraestatal.

Así, la Argentina iniciaba un ciclo de casi 30 años de estancamiento económico que tiene un lapsus tras el estallido de la crisis de 2001 [15]. En 2002-2003 comenzaba la recuperación económica de la mano de un contexto favorable por los precios internacionales de las commodities, a la vez que se mantenía lo esencial de la estructura económica heredada del menemato.

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El genocidio perpetrado por la dictadura y su política económica pro mercado impulsada por el ministro Martínez de Hoz sentaron las bases para los posteriores avances del modelo neoliberal en el país. En los ‘80, la hiperinflación iba a jugar un rol disciplinador de todo intento de recomposición económica. Apoyado en estos dos pilares, el genocidio, la apertura económica y la enorme deuda externa de la última dictadura por un lado, y en la hiperinflación alfonsinista por otro lado, Menem puso en marcha su plan de convertibilidad con el dólar y las privatizaciones.

Milei en el espejo menemista

Más de una vez Milei se declaró un admirador de Menem. La presencia de distintas personalidades, desde Rodolfo Barra a Martín Menem, así lo atestiguan. Del riojano, el actual presidente reivindica que consiguió la estabilidad, parar la inflación y recuperar el crecimiento económico. Éstas serían las virtudes del “mejor presidente de la historia”. Evidentemente la desocupación masiva producto de las privatizaciones, la liquidación de la industria a mano de las importaciones indiscriminadas, e incluso la corrupción, con casos como la venta ilegal de armas a Ecuador, serían meras anécdotas. Es que los ‘90 fueron un festival de negocios para el capital extranjero al que ahora Milei busca seducir como su mejor garante pero en un contexto muy distinto. Lejos del exitismo neoliberal y la idea de aldea global, hoy presenciamos el resurgimiento de los nacionalismos y la profundización de los antagonismos entre las potencias.

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La experiencia menemista contó con el “viento a favor” de la situación internacional. Francis Fukuyama declaraba el fin de la historia y de las ideologías en medio de la caída de la Unión Soviética y del muro de Berlín. Se ponía en pie un mundo unipolar con un liderazgo claro de parte de Estados Unidos. En este sentido, Menem contaba con el peso y respaldo del Partido Justicialista y la CGT peronista a fin de llevar a cabo su esquema asociativo entre el establishment local y el internacional [16] .

Milei en cierta medida se propone recrear la experiencia menemista pero avanzando en un sentido ultra neoliberal contra los derechos laborales, el derecho a la protesta y los servicios públicos como la salud, la educación y el transporte. No es que Menem no lo haya hecho con la Ley Federal de Educación o las privatizadas, sino que el libertariano se propone tomar la posta y en lo posible llevarla un paso más adelante. Como declaró durante la campaña, le gustaría implementar el “sistema voucher” en educación o la privatización hasta de las calles.

Uno de los principales puntos en los que hay continuidad entre Milei y Menem es en el alineamiento irrestricto, subordinado y por qué no “cipayo” frente al imperialismo yanqui. El contraste, por otra parte, se observa en la estructura política y el poder “territorial” detrás de cada presidente. En el caso de Menem contó con el apoyo de la CGT, una fuerte representación en el congreso y un partido que controlaba provincias e intendencias. Por su parte, Milei llegó al gobierno con una mayoría ficticia creada por el Balotaje. De ahí el laberinto para evitar el congreso, con su paquetazo de decretos y la búsqueda de atribuciones legislativas avanzando en mecanismos bonapartistas para gobernar. Esta debilidad va a desencadenar, más tarde o más temprano, fuertes conflictos sociales en donde verdaderamente se dirimirá la capacidad o no del gobierno para implementar su plan. Así fue durante los distintos momentos de la historia en los que hemos reparado, y en los que resalta una enorme tradición de lucha obrera y popular que derrotó dictaduras, frenó ataques, y creó sus propias organizaciones [17]. La movilización de la izquierda el 20 de diciembre puso en cuestión el “protocolo antipiquetes” y fue una primera respuesta de sectores de vanguardia. Luego los cacerolazos, y particularmente el paro y movilización de la CGT, pusieron en movimiento a decenas de miles en todo el país ante los primeros efectos del ajustazo, el DNU y la Ley Ómnibus. Estos últimos, podrían ser un adelanto de la dirección de los acontecimientos en la medida en que no haya derrotas categóricas.

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Entre el pasado y la posibilidad de otro futuro

En este repaso por los usos de la historia en Javier Milei, encontramos algunos momentos claves del pasado nacional que son reivindicados de manera programática e ideológica: Los principios liberales de Alberdi y Roca, la “Argentina potencia” del cambio de siglo XIX-XX, y el menemismo. El común denominador podemos rastrearlo principalmente en el aspecto económico. Mientras se plantea la oposición férrea a la intervención del Estado, resulta fácil rastrear cómo éste jugó un rol central en la consolidación de la oligarquía y en resguardar los negocios capitalistas a lo largo de la historia. Hablan de no intervención del Estado sólo en relación a la garantía de sueldos dignos, vivienda, salud o educación para los sectores populares, no para dejar de ayudar a los grandes empresarios. Por otra parte, en los casos de Roca, los gobiernos conservadores del Partido Autonomista Nacional (PAN) y Menem, se dió la inserción completa y subordinada al mercado mundial, ya sea como exportador de materias primas o como mercado de la industria de servicios o espacio de valorización del capital especulativo.

Como señalamos antes, se trata de un relato histórico que propone como promesa de futuro retomar una senda del pasado que fracasó una y otra vez. La potencia agroexportadora que beneficiaba a un pequeño grupo de terratenientes, chocó de frente con la caída de los precios internacionales de los productos primarios y el desabastecimiento de manufacturas primero con la Gran Guerra y luego con la crisis de los años ‘30. Así, llevó a la propia burguesía agrícola-ganadera a promover que el Estado estableciera precios mínimos para no perecer, y a diversificarse hacia la industria, para sustituir las importaciones manufacturadas que no llegaban. El experimento menemista por su parte iba a terminar con la explosión por los aires en el 2001-2003, del uno a uno entre el peso y el dólar, ante la recesión en la economía, y la acumulación de deuda externa.

En su búsqueda por acomodar la historia a un programa ultra neoliberal, Milei termina por poner en pie un “relato nostálgico” de búsqueda de futuro en el pasado. Cuenta como grandes hazañas algunos de los momentos de mayor desigualdad de la historia argentina. A la vez, oculta los efectos económicos de la última dictadura y justifica la represión y el genocidio. Compone una historia celebratoria de la burguesía internacionalizada y asociada a las grandes multinacionales.

Frente a este intento de hacer sentido común o ideas dominantes, las ideas de la fracción de la clase empresaria a la que representa, se torna como una tarea de primer orden la pelea también en el terreno ideológico. Estudiar la historia y cepillarla a contrapelo. Rescatar lo mejor de las experiencias obreras y populares y de sus organizaciones, sus victorias y derrotas. No para volver a un supuesto “tiempo mejor”, sino para rastrear las aproximaciones y experiencias que aporten a pensar y crear un futuro distinto, en el que como decía Walter Benjamin, se logre hacer saltar el continuum de la historia.

 
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