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28 de enero de 2024 Twitter Faceboock

Grabois, Milei y los fantasmas del comunismo
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo

En un reciente artículo, publicado en elDiarioAr, el dirigente social plantea un debate con las ideas de la izquierda revolucionaria y socialista. Lo hace desde la defensa de una estrategia de humanizar o reformar el capitalismo.

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Javier Milei, una de las “personalidades extraordinarias que ha dado la Argentina al mundo”. Incomoda el leerlo. La cabeza corre en busca de imágenes: Astor Piazzola, Jorge Luis Borges, René Favaloro, Alfonsina Storni, Mercedes Sosa, Maradona o Messi, por solo enlistar algunos nombres. Imposible hacer coincidir la etiqueta.

Es Juan Grabois quien se atreve a la definición. Lo hace en un reciente artículo, publicado en elDiarioAr. Allí, además, hace un llamado de atención al presidente que, “con su apoteosis del empresariado y su programa de eliminación de los derechos sociales” estaría prestando “un servicio extraordinario al reverdecimiento de las ideologías del marxismo duro y a la lucha de clases”.

Se sabe que la profusa verborragia presidencial amontona ideas a lo pavote. Que describe como “comunismo” lo que es, en realidad, moderado estatismo capitalista. Esa operación discursiva le permitió ver “socialistas” en la elitista Cumbre de Davos.

En su texto, Grabois no se limita al análisis. Apunta una crítica a posiciones de la izquierda revolucionaria y socialista. Lo hace desde una tibia defensa de la estrategia de humanizar o reformar el capitalismo. Admite, no obstante, que esa doctrina “no está triunfando”.

Reforma y revolución

Refiriéndose a las ideas marxistas, Grabois asegura que “los derechos sociales y los gobiernos populares que se desarrollaron tras la muerte de Marx fueron considerados por los marxistas duros como una forma de contención de la lucha de clases al servicio del sostenimiento del capitalismo”. Añade, además, que “todos los que pregonamos una disminución progresiva de las desigualdades y mayores niveles de justicia social a partir de cambios graduales sin promover la confiscación de la propiedad privada sobre los medios de producción para su colectivización total, sufrimos el mote peyorativo de reformistas”.

Aquí la simplificación argumentativa sirve a presentar al marxismo revolucionario como una doctrina ajena a la lucha por las reformas parciales o por las libertades democráticas [1]. Una “falacia del falso dilema”, en palabras de Javier Milei.

Grabois ofrece su propia doctrina. Una concepción “simple, popular y humanista”, en la que “que cada ser humano tiene, por el solo hecho de serlo, derecho a vivir con dignidad en el marco de una comunidad solidaria y cooperativa que debe garantizar a todos los medios que le permitan desarrollarse integralmente y buscar la felicidad”.

Históricamente, el primer elemento que quiebra toda comunidad humana son los antagonismos de clase. Esa dualidad que las primeras páginas del Manifiesto Comunista esquematizaron descriptivamente como “libre y esclavo, patricio y plebeyo, señor y siervo, maestro y oficial; en una palabra: opresores y oprimidos”. El capitalismo prolonga esa grieta estructural, en este caso, entre burguesía y clase trabajadora.

El Estado emerge de esa contradicción. Aparece como órgano de dominación clasista, respondiendo en general a los intereses de la clase más poderosa; en el capitalismo, la gran burguesía. Esto no implica que exprese esos intereses de manera abierta en todo momento. La historia ha dado cuenta de una profusa variedad de regímenes políticos que -con sus particularidades- daban continuidad a la dominación social capitalista.

Efectivamente, el marxismo revolucionario teorizó esa diversidad de regímenes. Si se bucea en escritos de León Trotsky o Antonio Gramsci se encontrarán múltiples análisis sobre esos mecanismos político-sociales estatales destinados a contener la lucha de clases. El dirigente de la Revolución rusa desarrolló el concepto de bonapartismo sui generis para calificar los regímenes latinoamericanos que tensionaban relaciones con las potencias imperialistas y tendían a la estatización y regimentación de las organizaciones sindicales. Por su parte, el autor de los Cuadernos utilizó el concepto de Estado ampliado o Estado integral para referirse a la burocratización y estatización de las organizaciones gremiales, lo que permite ampliar el control estatal a la sociedad civil, regimentando al movimiento de masas.

No fueron solo los “marxistas duros” quienes dieron cuenta de esas especificidades. Hace 80 años, Juan Domingo Perón afirmaba que “las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso (…) llamo a la reflexión de los señores para que piensen en manos de quiénes estaban las masas obreras argentinas, y cuál podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se encontraba en manos de comunistas”.

Los “señores” eran el poder económico concentrado. Perón hablaba en la sede de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Corría 1944. A mediados de aquella década la historia contemporánea había traído el triunfo de la Revolución rusa junto a innumerables procesos revolucionarios a escala internacional. En aquella coyuntura histórica, respondiendo a la catástrofe humanitaria de la Segunda Guerra Mundial, la masas protagonizaban procesos de movilización revolucionaria en países como Francia, Italia o Grecia [2]. El peligro de la radicalización obrera y popular aparecía como cuestión nodal para las propias clases dominantes. Finalizada la Guerra, ese temor condujo a la edificación del Estado de Bienestar. Amparándose en un ciclo de crecimiento económico excepcional -facilitado esencialmente por la feroz destrucción que dejó la guerra- las clases dominantes de las potencias imperialistas otorgaron derechos y conquistas a las mayorías trabajadoras. Intentaban así evitar nuevos desbordes revolucionarios.

Aquel período histórico fue enterrado bajo el neoliberalismo. Derrotando y desviando un ascenso revolucionario que tuvo lugar a escala internacional entre 1968 y 1981, la clase dominante abrió un período de ataque constante a las conquistas de la clase trabajadora y el pueblo pobre [3]. Un ciclo de “restauración burguesa” que incluyó la caída del Muro de Berlín, en 1989. Margaret Thatcher y Ronald Reagan -figuras admiradas por Milei- aparecieron como íconos de ese período reaccionario.

¿Humanizar el neoliberalismo?

En 2022, Grabois publicó Los Peores. Allí ensayaba un alegato político-ideológico en defensa de los movimientos populares. Reseñando el libro, Ana Florín y Tomás Giusti señalaron en Armas de la Crítica que el autor partía “de la separación entre trabajo formal/registrado, y trabajo dentro de la economía popular, separación que expresa un fuerte dualismo que abona a la fragmentación de la clase trabajadora. Asume esa división cómo tal y desde ahí construye su organización dentro de los marcos de los límites concretos de lo que él mismo define como un Estado impotente. Estado que, durante todo el libro, acusa de no ser el juez que falle a favor de Los Peores, sino que lo concibe como una suma de voluntades que, de alguna manera, pueda ser modificado paulatinamente desde adentro”.

La doctrina de humanizar el capitalismo aparece aquí de manera descarnada. Se trata de un reformismo de -más que- limitadas aspiraciones, que acepta los condicionamientos heredados del ciclo neoliberal. Naturalizando la pobreza estructural, opera para convencer a la clase dominante de los peligros de cualquier rebelión de los excluidos [4]. Explicita que sus propuestas “son, desde el punto de vista de los intereses de la clase propietaria, una medida de prevención de una situación de violencia inevitable frente al desamparo creciente de las masas desposeídas” [5]. Repitiendo a Perón ocho décadas más tarde, Los Peores se presenta como consejo al poder económico: concesiones para garantizar armonía social.

En esas páginas, Grabois reivindica un “pobrismo consecuente” que debe convertirse en “humanismo revolucionario” [6]. El término “revolucionario” adquiere aquí una connotación puramente poética. Si es preciso detenerse ante el umbral de la propiedad privada capitalista, las masas están obligadas a ejercer su solidaridad dentro de los acotados marcos de la pobreza.

La conciencia reformista

En términos políticos, esa orientación reformista indujo la defensa -aun con críticas parciales- del gobierno peronista, ocupante concreto del “Estado impotente” sobre el cuál ejercer presión y en el cuál ocupar espacios [7].

En 2023, Grabois compitió electoralmente en las PASO del oficialismo, otorgando cobertura por izquierda a una elección donde -como todo indicaba- se impuso el nada progresista Sergio Massa. Esa ubicación encontró expresión también en el terreno parlamentario. Entre otras varias normas, en 2020 los diputados del Frente Patria Grande apoyaron la Ley de Economía del Conocimiento, que otorga beneficios siderales a gigantes como Mercado Libre o Globant. Dos años más tarde, dieron su voto positivo al Presupuesto 2023, diseñado en función de los lineamientos ordenados por el FMI.

En la actual coyuntura, Grabois ansía que la virulencia retórica de Milei permita “despertar la conciencia y el coraje necesario de las grandes reformas que requiere un proyecto simple, popular y humanista como el nuestro”. Pero, ¿quién sería el sujeto -político y social- portador de ese coraje reformista?

Pero el peronismo realmente existente mostró su verdadera conciencia reformista bajo la gestión del Frente de Todos. Fue un peronismo malmenorista, garante resignado del ajuste. El “coraje” no le falló solo a Alberto Fernández. La casi totalidad del partido gobernante acompañó políticas económicas digitadas por el capital financiero internacional. El kirchnerismo no fue ajeno. Cristina Kirchner agitó diferencias que, sin embargo, no la condujeron a retirarse del Gobierno. Acorde a esa orientación, apoyó la gestión de Sergio Massa, elevado a súper-ministro de Economía como concesión a los “mercados”.

Allí donde contó efectiva dirección del Estado, el kirchnerismo evidenció su propia carencia de “coraje reformista”. Lo saben las familias pobres de Guernica, que vieron como las topadoras policiales -dirigidas por Sergio Berni y enviadas por Axel Kicillof- pasaban por encima de sus modestas casillas. ¿Su crimen? Desear un trozo de tierra para vivir.

Nacionalmente, el peronismo volvió al llano en diciembre pasado. Nada indica que allí se pueda forjar algo cercano a los deseos de Grabois. Frente al voraz ajuste de Milei, las palabras duras en el Congreso complementan una oposición moderada del conjunto. Lo ilustra el silencio resiliente de Cristina Kirchner ante el ajuste. Lo grafica la definición de “apresurado” que dio Massa sobre el paro del 24 de enero. Quienes detentan poder territorial concentran su “coraje” en el regateo de recursos fiscales. No osan cuestionar el mantra del “déficit cero” ordenado por el FMI. Solo debaten donde aplicar la tijera [8].

En este escenario, la CGT aparece casi como involuntaria protagonista de la confrontación con el Gobierno. Convocó al paro nacional luego de rogar y no obtener un lugar en la llamada mesa de negociaciones. Su apuesta política fue a una masiva movilización que ejerza presión sobre los diputados y senadores que deberán votar la cuestionada Ley Ómnibus.

A pesar de las limitaciones impuestas por la cúpula sindical, el paro y la masiva movilización canalizaron un creciente repudio al ajuste. Al llamado acudieron decenas de miles las personas no estaban organizadas gremialmente. Junto a las columnas sindicales, se hizo ver la presencia de asambleas barriales que empiezan a conformarse en CABA y el AMBA. El sindicalismo combativo, las organizaciones sociales independientes, asambleas barriales, Unidos X la Cultura y la izquierda marcharon en una columna independiente, reclamando continuidad para las medidas de lucha.

La guerra de clases

Grabois acierta al definir que Milei vino a plantear el reinicio de “la era de la guerra de clases”. El presidente argentino aparece como expresión descarnada de un programa de ajuste liberal que pretende “corregir desequilibrios” a costa de empobrecer aún más a las mayorías populares. En ese enfrentamiento, la clase trabajadora y el pueblo pobre iniciaron ya una resistencia. El paro del pasado miércoles emergió como uno de sus momentos.

De cara al futuro, Grabois propone a los oprimidos y explotados la ilusoria espera al resurgir de un “coraje reformista” que el peronismo demostró no poseer. En esta estrategia política, los más humildes están condenados a naturalizar la pobreza mientras ejercen presión moderada sobre un Estado al que, además, se define como “impotente”.

Frente a la guerra de clases declarada por Milei, el FMI y las grandes patronales, es necesario desarrollar la perspectiva de la lucha de clases abierta. Eso implica la movilización y la organización de la clase trabajadora, al pueblo pobre, las mujeres y la juventud en el camino de la huelga general, herramienta esencial para derrotar el plan de ajuste en curso.

Se impone, asimismo, la elección de nuevas armas. Obliga a la construcción de nuevas organizaciones de masas que, además de unir a todos los explotados y explotadas, permitan desatar la combatividad necesaria para derrotar la agenda de ajuste salvaje. Requiere, también, la recuperación de las organizaciones sindicales de manos de esa anquilosada casta que recibe el nombre de burocracia sindical. Para esa agenda resulta esencial el impulso a la más amplia autoorganización y coordinación en cada lugar de trabajo, en cada gremio, en cada barrio y en cada lugar de estudio.

La perspectiva del socialismo

Obligado por la realidad, Grabois debe admitirlo: “Desde luego, nuestra doctrina no está triunfando”.

La realidad le concede la razón. Desde hace tiempo, los métodos de la reforma social se evidencian impotentes. Lo grafica el ascenso notorio de la desigualdad social a escala global. Mientras unos pocos amasan fortunas incontables, el nivel de vida de las grandes mayorías es empujado hacia el infierno. Lo muestra, también, la dramática expansión de la crisis climática, que caotiza la vida cotidiana de millones. Los Gobiernos del mundo responden con una agenda ambiental que -al no tocar intereses económicos del gran capital- resulta esencialmente retórica.

Lejos de la presentación que hace el autor de Los Peores, el marxismo revolucionario no niega la pelea por las reformas parciales. Al contrario, la impulsa activamente, pero articulándolas dentro de la perspectiva estratégica por superar la decadencia que impone el modo de producción capitalista [9] .

Pero la historia del capitalismo certifica que las reformas parciales solo pueden emerger como subproducto de luchas de carácter revolucionario. La clase capitalista otorga concesiones importantes allí donde ve amenazas serias a su dominación social y política. Esas conquistas no tienen asegurado una existencia perpetua. Periódicamente, el poder económico y político apuestan a eliminarlas; a hacer volver hacia atrás la historia; a arrebatar lo conquistado con sacrificios.

El sistema capitalista afinca su contradicción más profunda en la organización económica de la sociedad. De la contradicción entre una producción crecientemente socializada y la apropiación privada de la riqueza creada emerge una irracionalidad que condena a millones a una vida de miseria y explotación. La gran propiedad privada burguesa aparece como el nudo a cortar para poner un freno de emergencia a la decadencia que el capital impone al mundo.

La perspectiva de la revolución obrera y socialista implica, entre otras cosas, la re-apropiación colectiva de la enorme potencia cooperativa que evidencia la producción global. Materializa, asimismo, la posibilidad de poner los desarrollos de la tecnología y la ciencia al servicio de las mayorías populares. Los avances actuales habilitarían, por ejemplo, una reducción de la jornada laboral que podría permitir recuperar tiempo de vida para la clase trabajadora. La conquista de un tiempo libre destinado al ocio, la cultura, las relaciones de amistad o la familia.

La estrategia de “humanizar el capitalismo” choca con la experiencia histórica. Conduce, última instancia, a la aceptación -crítica o acrítica- de las condiciones sociales y económicas que impone el gran capital. Deviene modalidad de gestión de aquella escasa porción de riqueza social que no termina en manos de la gran burguesía.

Una verdadera comunidad humana, basada en lazos de solidaridad y cooperación, solo puede empezar a edificarse dejando atrás este espantoso estado de cosas. Traspasando el umbral del sistema capitalista. Atacando eso que Grabois propone respetar: la propiedad privada sobre los medios de producción. Poniendo la administración de la economía en manos del conjunto de pueblo trabajador. Solo así será posible abrir el horizonte de una sociedad libre de toda explotación y opresión, donde la pobreza sea el recuerdo gris de una época pasada.

 
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