La tensión nacional no conoce de pausas; no sabe de interregnos. Se toma, apenas, algunas horas de respiro. Luego arremete con furia. No habían pasado 24 horas del comunicado del FMI pidiendo “sostenibilidad política” cuando llegaron las amenazas del gobernador chubutense de “cerrar la canilla” de la producción petrolera, abriendo una enorme crisis político-institucional. La desencajada respuesta de Javier Milei hizo escalar los ánimos. Un bloque heterogéneo de mandatarios provinciales otorgó su apoyo a Ignacio Torres. El dato notorio lo constituyó el aval de aquellos encuadrados en la UCR y el PRO: el apellido Macri apareció estampado al pie del comunicado.
Los tambores de guerra suenan con fuerza inusitada. La crisis está en movimiento: se desenvuelve a través de redes sociales, declaraciones a los medios y -seguramente- un sinnúmero de operaciones, negociaciones secretas y amenazas. La internas aparecen como síntoma de la fragmentación que recorre a la política capitalista; cómo índice de una crisis de representación que está lejos de saldarse.
Actualiza, además, las profundas tensiones que recorren la relación entre Nación y provincias: aquello genéricamente llamado “problemas del federalismo”. Detrás del furioso tuiteo, surgen las contradicciones reales: un Estado nacional que hace décadas entregó obligaciones a las provincias (educación, salud, etc) retaceando, al mismo tiempo, recursos. Estados provinciales que devinieron altamente dependientes de los fondos que el Ejecutivo nacional giraba de manera más o menos discrecional. Provincias “dueñas” de una riqueza (petróleo, soja, litio) que alimenta las arcas nacionales y calienta los hogares del AMBA.
En esa grieta entre “centro” y “periferia” emerge la política. Los gobernadores apuestan a mostrar a Milei como responsable único del ajuste. Por estas horas, Torres toma la bandera que enarbolaba -con tono más moderado- Martín Llaryora. Bandera que llevó al fracaso de la Ley Ómnibus.
Sin embargo, existe un ajuste propio, definido por las gestiones provinciales. El cordobés cerró a la baja las paritarias de prácticamente toda la administración pública. En Córdoba capital, el también peronista Daniel Passerini llevó el boleto urbano a $700, un aumento del 105%. En el sur, el ahora retobado Torres fue uno de los primeros en impulsar el ataque al derecho a huelga de la docencia, mediante la llamada Profesionalidad Docente. Este sábado, desde sus redes, eligió ponerse a la derecha de Milei reivindicando miles de despidos, la persecución sindical y el ajuste fiscal “más grande de la historia de la provincia”.
Las distancias entre el programa de Milei y el de Torres o Llaryora resultan leves. La actual virulencia discursiva encubre diferencias a la hora de administrar el ajuste ordenado por el Fondo Monetario. Pero las disidencias no afectan lo esencial: el daño económico y social debe caer sobre las mayorías trabajadoras.
La presión ejercida por el FMI tiene, en el otro polo, el temor a las reacciones del movimiento de masas, limitando a ambas bandas los márgenes de maniobra. Como se vio en la Ley Ómnibus, el consenso acerca del ajuste naufragó al momento de redactar la letra chica. La máxima del arco político burgués sigue siendo “con la mía no”.
Un malestar social creciente
Las tensiones del federalismo emergen en un país lacerado por el látigo del FMI. Milei, atento a cada gesto, esbozó una tenue sonrisa junto a Gita Gopinath, la poderosa enviada del Fondo Monetario. El vocero del capital financiero empuja el caos: exige ajuste feroz y pide gobernabilidad. La cuadratura del círculo.
Los estragos sociales ya son evidentes: el salario de diciembre registró su caída más importante en décadas. La tendencia se prefigura similar tras un enero caliente. Las estimaciones lo ubican en niveles cercanos a la dramática crisis de 2001; aquella que condujo al estallido y rebelión popular que derribó a De la Rúa. El consumo sigue la misma línea declinante. La nada izquierdista Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) indicó un derrumbe del 28,5% en las ventas minoristas durante el primer mes del año. Allí donde la remarcación se hizo más intensa, los números fueron aún más duros: las ventas en farmacias cayeron prácticamente a la mitad.
Ese devenir no cesará de acentuarse. Marzo se anuncia, desde ahora, como un mes de violentos golpes sobre la economía de las mayorías populares. El malestar social seguirá ascendiendo. Lentamente, ya empieza a expresarse en las encuestas. Comienza, también, a hallar canales en las calles.
Tuiteando en la cubierta del Titanic
Hace tres décadas, Murray Rothbard escribió que “cualquier estrategia libertaria (…) no consiste simplemente en la difusión de las ideas correctas, sino también en la exposición de la corrupción de las élites gobernantes y de cómo se benefician del sistema existente (...) quitar la máscara a las élites dominantes es ‘campaña negativa’ en su más fina y fundamental expresión”.
Siguiendo a uno de sus ídolos, Milei opera bajo esa consigna. La permanente “campaña negativa” lo empuja a considerar al Congreso un “nido de ratas”. ¿Incluye en esa manada a Oscar Zago o Martín Menem? En la misma lógica ataca a Lali Espósito y la comunidad de artistas que -en la tosca mirada oficial- responden a los intereses de “los políticos”. Por estas horas, vomitando palabras, suma a esa “batalla cultural” el cierre del Inadi. Escalando, dispara furia contra los gobernadores, a quienes sindica homogéneamente como “la casta”.
Pero la vida real no es Twitter. Las y los artistas no son el poder real que encarnan los gobernadores. Polarizando para revalidar su base social más firme, Milei juega con fuego en un país donde abunda leña seca.
Los “modelos” del ajuste
Hace ya tiempo, Alejandro Horowicz escribió que, en toda su trayectoria, el peronismo no logró alumbrar una nueva clase dirigente. Una clase capitalista capaz de ofrecer un proyecto de país emancipado del atraso y la dependencia nacional.
La densa trama de la actualidad presente revalida esa sentencia. Las 33 páginas publicadas por Cristina Kirchner ofrecen lo más “audaz” que puede plantear ese movimiento político en estos días. Apostando a negociar tramos del ajuste, propone un “acuerdo parlamentario” que selle la unidad nacional de la clase capitalista y las fracciones que la representan. El marco lo constituye una crisis de la deuda, que la ex vicepresidenta no plantea desconocer sino pagar. Toda veta discursiva reformista pertenece al pasado. El peronismo habita el mundo de la nostalgia.
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Esa ubicación política asegura el ajuste que efectivizan Milei y el gran empresariado. A tono con esa orientación, la CGT propagandiza paros nacionales cuya fecha se ignora. Ejerce amenazas verbales sin consecuencias. Permite el crecimiento de una pobreza que daña a millones.
Al mismo tiempo, emergen una diversidad de peleas sectoriales que evidencian el creciente malestar. Este lunes irán al paro los docentes agrupados en Ctera; el miércoles lo harán los trabajadores aeronáuticos. En la semana que pasó lo hicieron los ferroviarios nucleados en La Fraternidad y los trabajadores y trabajadoras de Sanidad.
Expresando el descontento y la presión de la base, esas protestas asumen, por ahora, las formas que imponen las conducciones burocráticas: sin asambleas de base; sin continuidad en las medidas de lucha; separadas de otras demandas que hacen a la vida de las mayorías populares. Una estrategia corporativa que fragmenta una lucha que sólo puede triunfar como unidad obrera y popular.
Es preciso pelear otra perspectiva. Una que apueste a unificar al conjunto del pueblo trabajador. Que se proponga superar la multiplicidad de divisiones que afronta la clase obrera al momento de pelear. Esa fragmentación que separa trabajadores bajo convenio de informales, desocupados o monotributistas. Que facilita cada traición ejercida por las conducciones sindicales burocráticas.
En camino a superar esas divisiones, hay que edificar una perspectiva que apueste a la autoorganización democrática en cada lugar de trabajo, de estudio y en cada barriada. El enorme valor de las asambleas barriales que se vienen desarrollando en CABA, el conurbano y otros puntos del país radica en ser germen de esa potencialidad. Ejemplo a seguir y extender como vía de ampliar los sectores en combate. Es imperioso fortalecerlas.
Pasados que son futuros
Hace algunas semanas, escribimos que Milei apostaba a la “configuración de un nuevo régimen, donde el gran empresariado exprima hasta la última gota de sangre obrera al tiempo que desarticule a la clase trabajadora como potencial antagonista social y política (…) a un caótico reordenamiento de la economía en interés de la elite empresaria, destrozando a millones de pequeños comerciantes y “emprendedores”. Repite, a su modo, el intento de Onganía”. Esa dinámica no ha hecho más que acentuarse. Lo grafica la crisis política de estas horas.
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Volvamos tangencialmente al pasado. [1]. El dictador Onganía encontró sus primeros enemigos en el movimiento estudiantil, que resistió el oscurantismo y las intervenciones a las universidades desde mediados de 1966, protagonizando enormes y durísimas peleas [2]. La vanguardia obrera asomó a la resistencia apenas unos meses después, a inicios de 1967, con las ásperas peleas de los trabajadores azucareros tucumanos y -más tarde-, petroleros, ferroviarios y automotrices.
En esos feroces combates se fue forjando una vanguardia entre los trabajadores y estudiantes. La represión del régimen alimentó su combatividad. Cada ataque les enseñó a combatir y a organizarse. Las asambleas se convirtieron en herramienta esencial. El funcionamiento democrático fue antídoto ante las traiciones burocráticas. En cierta medida, aquellas batallas prepararon el Cordobazo. El heroísmo que pobló las calles cordobesas el 29 y 30 de mayo de 1969 no emergió de la nada. Se había macerado en los años previos.
Cuando esas masas entraron en escena, Onganía se convirtió en una sombra gris. Extendió su agonía en el poder por 12 meses más. Era, sin embargo, un espectro vagando por los pasillos del poder. El presidente que se tuitea encima podría rememorar a aquel dictador. Su futuro puede estar escrito en ese pasado. |