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La Izquierda Diario
3 de marzo de 2024 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
El creciente caos de la situación mundial
Juan Chingo

Sobre el aumento del militarismo (y sus resistencias), la fatiga imperial norteamericana, la desorientación estratégica de Alemania, las ambiciones de Turquía y las bases para un nuevo internacionalismo. El presente artículo es una contribución del autor hacia la próxima conferencia de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional.

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¿En qué punto del desarrollo de las tendencias guerreristas estamos?

En otros artículos y documentos hemos explicado cómo estamos entrando en una nueva etapa de reactualización de las tendencias más generales de la época imperialista, como época de crisis, guerras y revoluciones, según la definición de Lenin. La continuidad por más de dos años de la guerra entre Ucrania y Rusia, la primera guerra de gran envergadura en territorio europeo desde fin de la segunda guerra mundial, lo confirma plenamente. Los vientos de guerra se multiplican día a día. “Los países europeos gastan ahora 380.000 millones de dólares en defensa: eran 230.000 millones en 2014, el año de la invasión de Crimea” [1]. Políticos británicos y alemanes, expertos del Atlantic Council, del Institute for the Study of War y de otros think tanks hablan abiertamente de un posible enfrentamiento entre Moscú y la OTAN. El ministro de Defensa británico, Grant Shapps, afirmó que ya no vivimos en un mundo de posguerra, sino en un mundo de preguerra. Por su parte, Estados Unidos, el centro del sistema imperialista mundial se encuentra en grandes dificultades, fatigado de manejar dos conflictos calientes (Ucrania y Palestina) y uno potencialmente caliente (Taiwán), una muestra de la sobreextensión a la que está sometido su aparato militar. En este marco, frente al posible nuevo arribo de Trump a la presidencia, se vuelve a planear la duda en las capitales europeas sobre la posibilidad de que falle la garantía estadounidense. Sin embargo, aún no estamos ahí. Esta perspectiva ominosa para “Occidente” significa la posibilidad de grandes rupturas en Europa, con algunos países buscando un entendimiento con Rusia o China, mientras otros se alinearían más firmemente con EE. UU., es decir una vuelta al mundo anterior a 1914 y el periodo de entreguerras, es decir de enfrentamiento abierto entre grandes potencias, incluso una Tercera Guerra Mundial. En lo inmediato, lo más probable son escenarios de crisis por debajo del umbral que representa el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, es decir sin perspectiva inmediata de guerra mundial entre superpotencias. En otras palabras, nos dirigimos hacia un futuro inmediato lleno de guerras locales, regionales, cada vez más peligrosas. Y, dado que Estados Unidos rechaza ahora el papel de gendarme mundial, buscará de más en más que los aliados desempeñen su papel en su propio patio trasero. Por ejemplo, Inglaterra ha elevado considerablemente el perfil de su presencia militar en el Atlántico Norte. Esta redistribución de roles genera tensiones y dificultades de readaptación en países como Italia, no preparada aún frente a las inestabilidades que llegan del Sur, en especial del continente africano y que agitan su zona de influencia en el Mediterráneo, o más atrás todavía Alemania y la línea de falla abierta con Rusia en Europa del Este y los países bálticos. Resalta, en este contexto, el papel de Polonia como avanzada anti rusa y dispuesta a jugar el papel de gendarme de la OTAN en esta zona caliente. Al mismo tiempo, al disminuir la influencia de EE. UU. como potencia hegemónica dentro del bloque Occidental, se multiplicarán las tensiones al interior del mismo, como grafican los movimientos de Turquía dentro de la OTAN, aunque esto no significa que este bloque se vaya romper. Esto incluso es mucho más válido en el “bloque anti occidental” encabezado por China y Rusia, debido al carácter mucho más heterogéneo del mismo, como puede verse en la desconfianza mutua incluso de sus dos principales pilares (temor de Moscú a la exagerada dependencia de China, su preocupación por la creciente influencia de esta en Asia Central, presión colonizadora sobre Siberia, a la que Moscú responde de alguna manera con sus relaciones con la India, así como el reciente calentamiento de sus relaciones con Corea del Norte, motivadas por la necesidad de armamento para la guerra de Ucrania y de mano de obra para la industria rusa pero enviando un mensaje a Pekín sobre su antiguo aliado).

Más en general, “Occidente” aún está procesando el shock del regreso de la guerra a Europa. A pesar de las diferencias del caso, llaman la atención algunos paralelismos con la Europa de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX dividida por dos grandes bloques antagónicos. En esos momentos, quien iba a ser comandante en jefe de los ejércitos aliados en 1918, conduciendo la ofensiva final contra Alemania, el general francés Foch, escribió:

Los ejércitos actuales están condenados a largos períodos de paz. De repente, Europa se ve sacudida: es la guerra, de proporciones titánicas. Ante esta nueva situación, la opinión pública se confunde. Exigen la victoria a sus oficiales. Pero, ¿estaban realmente preparados? [2].

Desde nuestro ángulo de clase, revolucionario, está claro que haremos todos los esfuerzos para que la respuesta actual a esta pregunta sea totalmente negativa, desarrollando la movilización revolucionaria de las masas para frenar la escalada belicista en curso. Pero para que eso sea efectivo, debemos partir del estado real de fuerzas de nuestros enemigos de clase, como de los obstáculos que tienen que vencer para tan trágico destino del conjunto de la humanidad.

La fatiga imperial norteamericana, el hecho decisivo de la política internacional

Las bases profundas de la fatiga imperial norteamericana vienen del propio ejercicio de su supremacía imperialista, llevada al límite durante la ofensiva neoliberal y el avance “armonioso” de la globalización. Se suponía que la unipolaridad posterior a la Guerra Fría conduciría al mundo hacia un mayor alineamiento con los Estados Unidos a través del mercado, la democracia y el poderío militar. En lugar de ello, en treinta años se han producido derrotas militares, graves desigualdades económicas en casa y pesadas cargas internacionales. Especialmente, el “intento de redefinir la hegemonía imperialista” a comienzo de los 2000 impulsado por los neocon se transformó en su contrario con las derrotas en Irak y Afganistán, al mismo tiempo que su creciente intervencionismo (tomando en cuenta las invasiones y otras participaciones militares, de todos los Estados solo Andorra, Bután y Liechtenstein no han experimentado la presencia de fuerzas armadas estadounidenses en su territorio) junto a la desindustrialización relativa que generó la “globalización” en su territorio llevaron al surgimiento de un nuevo sentimiento aislacionista: la sensación de que Estados Unidos está haciendo demasiadas cosas en el extranjero en lugar de afrontar los retos económicos y sociales en casa. Desde Trump y seguido por Biden crece la idea de que la prioridad es reconstruir Estados Unidos. En otras palabras, el intento de “americanizar el mundo” ha terminado en una gran desilusión, debilitando internamente a los Estados Unidos.

No hay elemento más importante que tomar medida de la fatiga imperial norteamericana para comprender el estado y dinámica de la situación internacional. Esta es antes que nada una cuestión de determinación. O, como dice Stephen M. Walt, columnista de Foreign Policy y profesor de la Universidad de Harvard: “Estados Unidos está sufriendo de un vacío de resolución”.

Los ciudadanos estadounidenses son cada vez más reacios a soportar costos indefinidos para defender la hegemonía, impugnan el uso de la fuerza en el extranjero, están menos dispuestos a servir bajo armas, exigen límites al gasto en apoyo de los aliados, etc. Esta negativa a bancar sacrificios por el rol imperial de los Estados Unidos está ligada al aumento del sufrimiento social: tiroteos diarios, disminución de la esperanza de vida, depresión juvenil generalizada, caída en picada de la calidad de la educación, la epidemia de opioides, entre las principales causas de muerte entre los adultos menores de 50 años. La anteriormente fuerte aristocracia obrera (o mal llamada clase media) esta degradada en sus condiciones de vida, como mostró la huelga de las automotrices. Esta decadencia es el resultado de la globalización o de lo que en términos marxistas hemos llamado la internacionalización del capital productivo y la creación de las cadenas de valor controladas por las grandes multinacionales, que han destruido gran parte de la capacidad manufacturera autóctona, provocando una desindustrialización relativa, a la que intentan dar respuesta las medidas de reindustrialización de la administración Biden. Es así que mientras que los números muestran una economía en auge, sigue creciendo la insatisfacción económica: es que la rama de servicios de la economía no puede compensar el nivel de empleos de los perdedores de la deslocalización industrial, así como de la racionalización del proceso productivo. En otras palabras, el sueño americano está atascado.

Esta situación se complementa con una crisis institucional, donde llegar a compromisos es prácticamente imposible, como muestran los sucesivos fracasos en la renovación del suministro de armas a Ucrania debido a la brutal polarización política. O, menos visible pero grave, la imposibilidad de planificar el gasto militar a largo plazo debido a los recortes horizontales o a la negativa de las burocracias a eliminar programas innecesarios, dando como resultado una industria bélica que se ha atrofiado, la Armada tiene cada vez menos buques, una función vital como garantizar la libertad de navegación está gravemente comprometida por uno de los Estados más pobres del mundo (Yemen). La incapacidad del Congreso para tomar decisiones alimenta la ya galopante desconfianza en las instituciones federales.

Esta crisis de voluntad e institucional erosiona ciertos pilares del poder estadounidense. Sobre todo, la capacidad de librar una guerra prolongada contra un enemigo de igual porte. Por un lado, la inmensa mayoría de los jóvenes estadounidenses no están dispuestos o no son aptos para servir bajo las armas. En 2023, gran parte de las fuerzas armadas no habrían alcanzado sus objetivos de reclutamiento en un 25 %, extendiendo a otras fuerzas las dificultades para reclutar jóvenes que en 2022 había golpeado fuertemente al Ejército de tierra, que tuvo su peor resultado desde que se introdujo el reclutamiento voluntario en 1973. Asimismo, la población estadounidense es cada vez menos apta para servir en las Fuerzas Armadas. Factores como la obesidad, problemas de salud física y mental, incluso consumo de drogas y opiáceos hacen que muchos jóvenes sean descalificados para un empleo militar incluso antes de solicitarlo. Pero también hay otros problemas más profundos: las Fuerzas Armadas son menos veneradas que en el pasado. En comparación con instituciones como la educación pública, la sanidad pública y el Congreso, el ejército sigue siendo bastante popular. Sin embargo, la tendencia histórica de la opinión pública sobre el ejército es claramente a la baja. Según una encuesta de la Fundación y el Instituto Ronald Reagan, de 2018 a 2022, la confianza en los servicios uniformados cayó del 70 % al 48 %. En 2021, en paralelo a la desastrosa retirada de Afganistán, la aprobación había caído incluso al 45 %. Una caída en picada tan repentina no se ha registrado en ninguna otra institución nacional. Por último, como veremos más adelante la nueva ola de competencia entre las grandes potencias no entusiasma particularmente a los jóvenes.

Junto a este problema de la población suficientemente motivada para luchar, EE. UU. se confronta a otro problema de capacidades. Es que las Fuerzas Armadas fueron sometidas a las mismas reglas de la oleada neoliberal, esto es los stocks mínimos. Así, en el momento unipolar, la industria bélica entró en un clima de baja intensidad de producción. Decisiones presupuestarias precisas redujeron sistemáticamente la producción de municiones. Industrias enteras se mantuvieron al mínimo durante décadas para no desmantelarlas. En algunos casos, incluso, solo los pedidos de países extranjeros mantuvieron vivas ciertas capacidades. La necesidad hoy en día de producir municiones en grandes cantidades en un plazo relativamente corto, se choca con fuertes factores estructurales [3]. Por un lado, la primacía económica de Estados Unidos ya no se basa, como en el siglo XX, en la industria manufacturera, sino en la alta tecnología y las finanzas. Como consecuencia, EE. UU. ha logrado desarrollar las armas más sofisticadas del mundo, pero al precio de no poder producirlas a gran escala [4]. Junto a esto, al igual que en el conjunto de la economía, hay un problema de escasez de mano de obra especializada que dicha producción requiere, que limita fuertemente la capacidad de responder positivamente a la multiplicación de pedidos que reciben los fabricantes de armas. Por último, la creciente concentración de la industria de la defensa [5] empieza a preocupar al Pentágono, pues crea cuellos de botella, socava los incentivos a la innovación y reduce su poder de negociación (por ejemplo, los directivos de estas empresas no aceptan aumentar la producción de municiones si no hay contratos plurianuales, normalmente estipulados para buques y aviones).

En conclusión, el mayor limite a la proyección y al rol de Estados Unidos en el plano internacional está en su frente interno. El diagnóstico de Robert Gates, antiguo jefe de la CIA y del Pentágono, es despiadado: “tenemos una población introvertida, un Congreso incivilizado y que no funciona, un presupuesto y una industria bélica insuficientes, unas instituciones incapaces de concebir una estrategia y, por tanto, una narrativa”. ¿Como entender entonces los cambios significativos en la gestión norteamericana del (des)orden mundial, obligado a aceptar cuotas crecientes de caos, dándole prioridad al frente interno y al frente asiático como prioridad internacional, al tiempo que seguimos afirmando que la declinación de la hegemonía de EE. UU. no es absoluta, sino relativa, es decir en términos absolutos los EE. UU. siguen siendo la potencia dominante y es probable que lo sigan siendo en el futuro próximo? Primero, por la misma aceleración de la situación internacional y la entrada en una nueva etapa en que está planteada la rivalidad entre potencias y la contestación del orden dominado por EE. UU., así como posibles saltos de la lucha de clases, como consecuencia de las guerras y del sufrimiento a niveles inauditos de las masas. Segundo, pues está llegando a un límite cada vez más visible de su sobre extensión imperial. Durante la primera fase de la guerra de Ucrania, EE. UU. había logrado recuperar en parte su peso en la escena internacional después de la debacle de Afganistán, recomponiendo y extendiendo la OTAN, así como un frente de “Occidente ampliado”, incluyendo a potencias de Asia como Japón y Corea del Sur. Parte de estas conquistas continúan, como muestra el ingreso de Suecia y de Finlandia a la OTAN, que transforman definitivamente el mar Báltico en un "lago atlántico", lo que añade presión sobre San Petersburgo y Kaliningrado. Pero la apertura de un tercer frente inesperado en el Medio Oriente, lo hace tocar un límite en su alcance imperial, entre la intervención en dos frentes calientes y un ojo siempre vigilante sobre Taiwán, al tiempo que el apoyo decido a Israel destruyó la última cuota de capital político que le quedaba en el llamado “Sur Global”, ya reticente en gran parte a alinearse detrás de la potencia hegemónica contra Rusia, al tiempo que se debilita su retórica post-ucraniana en las “opiniones públicas” de los mismos países imperialistas y en especial en su frente interno, como demuestran las dificultades de Biden con la juventud que está en las calles por Palestina y el peligro de que esta no vaya a votar en las próximas elecciones presidenciales. Por último, y quizás el cambio con consecuencias continentales más importante, es con respecto a la relación Transatlántica, donde EE. UU. que garantizó desde el fin de la Segunda Guerra Mundial la seguridad del Viejo Continente (al tiempo que mantenía un control político sobre el mismo, en especial sobre Alemania), está dejando más solas a las potencias europeas, tirándoles el pesado fardo de la gestión de la crisis ucraniana. Esta última no es más su prioridad, lo que junto al salto en la crisis del principal (aunque incompleto) hegemón europeo (Alemania), abre un periodo de fuerte inestabilidad y de peligros en uno de los principales centros imperialistas. No digamos si eventualmente gana Trump, mucho menos respetuoso de las viajas alianzas de posguerra que los demócratas de Biden.

Retroceso y desorientación estratégica de Alemania y el peligro para la estabilidad europea

Si hay un país al que el cambio de etapa le pegó en el plexo, este es Alemania. Hasta antes de la guerra de Ucrania, Alemania había suplido su falta de poder geopolítico con el éxito económico. Beneficiaria de (y a la vez sometida por) el paraguas nuclear estadounidense, Alemania descolló en la geoeconomía. Gracias al suministro estable de energía barata por parte de Moscú y a la creciente interconexión con el mercado chino, Alemania reactivó su poder manufacturero y pudo defender la capacidad de sus empresas exportadoras frente a la competencia internacional, al tiempo que seguía sacando provecho del mercado europeo. A su vez, Berlín fue vanguardia en los cambios de la fabricación en dirección de la digitalización: su famoso plan Industria 4.0, elaborado por industriales y consultoras alemanas, fue copiado después más o menos en todo el mundo. Esta Alemania, bastión de la estabilidad, actuó ciertamente como hegemón indiscutible en Europa, no solo por la centralidad absoluta del núcleo económico alemán, sino también por sus capacidades demostradas en el seno de las instituciones europeas.

Hoy, frente a los fuertes cimbronazos a la “pax americana” que empiezan a verse tanto en los conflictos de Ucrania como en Gaza, Berlín se encuentra desarmada geopolíticamente. Peor aún, teme de entrar en un mundo sin orden y en la cual Alemania debe confiar en sí misma para la seguridad. El resultado más notable es que se ha reavivado el debate sobre la bomba, que ya había explotado en 2016-18, pero –a diferencia de aquellos años– el mismo ya no está protagonizado solo por personalidades situadas en los extremos políticos, como muestra el hecho que se da abiertamente en las páginas del Spiegel, una de las revistas alemanas de mayor circulación.

Por otro lado, los norteamericanos han utilizado la guerra por procuración contra Rusia de forma más o menos explícita para golpear en carambola a Alemania. Igual en el caso con China. Ya en otros artículos hemos explicado las fuertes tensiones y disputas geopolíticas anteriores al 24/02/2022 entre los EE. UU. y la principal potencia imperialista europea, percibida crecientemente por los norteamericanos como un enemigo latente. Para estos últimos, para mantener su hegemonía establecida después de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial, era vital evitar el camino de Alemania hacia el este. El sabotaje del gasoducto Nord Stream, una tubería marítima directa entre el exportador ruso y el consumidor alemán, pasando por alto a Polonia y los países Bálticos, es la muestra más elocuente de este resultado ominoso para la potencia alemana. Un golpe contundente al vínculo energético ruso-alemán, pilar de la relación especial entre Berlín y el Kremlin. Hayan sido los norteamericanos directamente o por vía de terceros o los países más anti rusos para complacerlos, está claro que nadie en Washington puso el grito en el cielo por semejante atentado. Pero esto es solo una de la serie de catástrofes que han golpeado a Berlín desde el inicio de la guerra de Ucrania. La pérdida del gas ruso barato, sustituido por gas noruego mucho más caro; seguido por la contracción del comercio con China, de la que se resiente sobre todo la industria automovilística, no preparada para la ofensiva de los coches eléctricos en el mercado chino y más allá. A lo que se suma de forma grave, la pérdida importante de control de su hinterland económico informal que iba desde el este de Francia y el norte de Italia a Europa del Este, dominio de la geoeconomía alemana por excelencia, donde Polonia le reclama la friolera de 1,3 billones de euros, en concepto de reparaciones debidas por el trato sufrido bajo los nazis. Aunque Varsovia nunca vaya a ver esta suma, el reclamo expresa la emergencia y nueva confianza geopolítica de Polonia, como socio europeo privilegiado de Washington en función anti rusa (y anti alemana). Al tiempo, EE. UU. intenta descargar sobre Alemania, y por tanto sobre los demás imperialismos europeos, los miles de millones previstos para reconstruir a Ucrania.

En el plano económico, esto se refleja en una crisis estructural. La hasta ahora modesta recesión da una pálida idea de su profundidad, la cual no es solo cíclica, sino que expresa un estancamiento del motor económico del continente cuyo modelo de crecimiento (¡muy exitoso en el mundo anterior!) está atravesado por la necesidad de una reestructuración que llevará muchos años. Varias empresas de los sectores inmobiliario, de ingeniería y sanitario (tradicionalmente considerados a prueba de crisis) corren riesgo de insolvencia. Como dice el Frankfurter Allgemeine Zeitung: “El creciente número de insolvencias no se debe solo a los altibajos habituales. Las dificultades tienen causas más profundas…”. Sobre todo, preocupa el sector del automóvil, cada vez más presionado por la competencia de las empresas emergentes chinas, que se han beneficiado burlonamente de la elevada transferencia de tecnología teutona. El CEO de Volkswagen, Thomas Schäfer, lanzó un grito de alarma: “El futuro de la marca VW está en juego”. “Costes elevados, caída de la demanda, competencia creciente... la lista continúa. ‘El techo está en llamas’, advirtió…”. The Economist se pregunta si el gigante del automóvil podría seguir la misma suerte que Nokia, cuyo CEO en 2011 comparó su empresa con una "plataforma en llamas" poco después de tomar el timón de la misma, entonces el mayor fabricante de teléfonos móviles del mundo [6]. El diario patronal francés Les Echos dice:

La industria química, al principio de la cadena de valor, también se ha visto devastada desde que BASF anunció el cierre de parte de su producción. Con el aumento de los costes energéticos, cada vez más empresas anuncian deslocalizaciones, como en el caso del fabricante de electrodomésticos Miele, que prevé fabricar sus lavadoras en Polonia en el futuro. Se trata de una ‘convulsión estructural, casi tectónica’, comentó Jochen Schönfelder, experto del Boston Consulting Group, en la revista WirtschaftsWoche.

Por su parte, el consejo de administración de ThyssenKrupp, el mayor fabricante de acero de Alemania, prevé la pérdida de cerca del 20 % de la plantilla, el cierre de un gran horno siderúrgico, dos trenes de laminación y las plantas de transformación que transforman el acero en productos siderúrgicos. se trata de la mayor reestructuración de la industria siderúrgica alemana desde la fusión de Thyssen y Krupp en 1999.

Si en el plano económico, Alemania se ve obligada a cambiar, pero parte de importantes fortalezas, en el plano militar, donde tiene una flaqueza histórica su situación es aún más complicada. Como dice un informe especial del Financial Times sobre el Ejército alemán:

Al final de la guerra fría, la Bundeswehr contaba con medio millón de efectivos, lo que la convertía en una de las fuerzas de combate más formidables de Europa. Pero entre 1990 y 2019, los efectivos se redujeron en un 60 %. El ejército se convirtió en una especie de niño huérfano, falto de fondos. El material militar se paralizó, se vendió o se desguazó. Según un estudio del Instituto Económico Alemán (IW), entre 1990 y principios de la década de 2020, el ejército había sufrido una infrafinanciación de al menos 394.000 millones de euros en comparación con los estándares de la OTAN.

Por primera vez en al menos treinta años, la guerra ha dejado de ser impensable en Alemania. En noviembre, el popular ministro de Defensa, Boris Pistorius, dio la voz de alarma: “Para decirlo muy claramente: tenemos que prepararnos para el hecho de que, en el peor de los casos, podríamos ser atacados. Y en ese caso deberíamos ser capaces de llevar a cabo una guerra defensiva”. Es cierto que esta escalada de retórica está ligada a garantizar peticiones de más dinero o que el flujo del mismo –garantizado hasta 2027 por el fondo de 100.000 millones de euros obtenido gracias a la "Zeitenwende" (un momento decisivo) del Canciller Olaf Scholz– no se interrumpa. Pero el propio Pistorius admite que está diseñada también para “despertar a los alemanes”. ¡Clima!

Sin embargo, a pesar de esta nueva retórica y de la voluntad declarada del gobierno, por el momento el rearme anunciado tiene dificultades a dar saltos cualitativos en la realidad: la Bundeswehr sigue siendo el menos eficaz de los ejércitos de los grandes países europeos. Peor aun, según el mismo informe del Financial Times (FT): “… a pesar de todo el dinero nuevo, la Bundeswehr está en muchos aspectos incluso peor equipada que antes de la invasión rusa de Ucrania. Alemania ha cedido gran parte de su mejor equipo a Kiev. Y todavía no está claro cómo y cuándo se volverán a llenar las lagunas” [7] Lo que si ha cambiado fuertemente como decíamos es la retórica, cada vez más guerrerista. Antes, los políticos que abogaban por un aumento del presupuesto de defensa quedaban relegados a un segundo plano. Hoy, los que intentan advertir contra el militarismo están a la defensiva. Otra vez, según el FT, el ministro de defensa ha llegado a afirmar en una entrevista “que Alemania debe convertirse en ‘kriegstüchtig’, palabra que significa ‘lista para hacer la guerra y capaz de hacerlo’. El ala pacifista de su partido socialdemócrata protestó. El cambio de retórica ha sorprendido a algunos. ‘Hace cinco años, la gente habría llamado loco a Pistorius por usar esa palabra’, dice Heusgen. ‘Ahora es el político más popular de Alemania’”. Sobre todo, Berlín intenta encontrar una narrativa para persuadir a la opinión pública de que acepte el rearme sin producir convulsiones aterradoras en la sociedad. Lo central del mensaje consiste en convencer a los alemanes de que merece la pena defender Alemania. Los resultados en la opinión pública aún son ambiguos. Mientras aumentan los porcentajes de apoyo a los gastos de defensa y crece fuertemente la confianza en el ejército, al tiempo que la principal preocupación de la juventud ya no es el cambio climático sino la guerra, más de la mitad de los alemanes son comedidos en la política exterior de Berlín y casi un 70 % no quiere que Alemania asuma un papel de liderazgo militar en Europa.

En conclusión, el fin de la estabilidad económica, social, de seguridad y geopolítica de Alemania está abriendo una crisis de consenso sin precedentes en la historia de la República Federal. Un encuestador afirma que la fragmentación política de Alemania es “aterradoramente similar” a la de los años 30, estableciendo una comparación con el periodo de "Weimar" antes de que los nazis tomaran el poder. La prueba más manifiesta del nuevo clima político es el brutal aumento de influencia de Alternative für Deutschland (AfD), una formación de extrema derecha creada en 2013. AfD es firmemente el segundo partido más popular del país, tras la CDU, pero por delante de las tres fuerzas de la Ampel-Koalition (formada por los socialdemócratas, el Partido Democrático y los Verdes). Según las encuestas, su colíder Alice Weidel es más popular que el canciller Olaf Scholz. Aunque las políticas anti migratorias y las dificultades económicas explican gran parte de este fulgurante ascenso en los meses recientes, de más en más la división abarca cuestiones geopolíticas. Cada vez más abiertamente, las “fuerzas antisistema” exigen una revisión de las condiciones que permitieron la integración de Alemania en el sistema liderado por Estados Unidos. Alice Weidel desearía celebrar un “referéndum para la salida de Alemania de la UE” y sostiene que el Brexit debe ser un “modelo” para los alemanes. Sahra Wagenknecht, antigua diputada de Die Linke que acaba de fundar su propio partido, clama por el restablecimiento del vínculo energético con Moscú, segura de que Berlín está "librando una guerra económica contra sí misma”. El líder de la sección de Turingia de AfD, Björn Höcke, cita a Putin diciendo que Alemania y Rusia juntas serían "imbatibles" y argumenta que "los intereses de Estados Unidos no son los intereses de Europa”. Todo esto se combina en el plano social con crecientes tendencias “a la francesa” en el terreno de la lucha de clases, como muestra la parálisis logística y administrativa provocada por la reciente oleada de huelgas de maquinistas y agricultores, así como manifestaciones monstruos contra el crecimiento de la extrema derecha, combinadas con elementos de una división interna agudos “a la norteamericana”. Así, el ministro de Agricultura, Cem Özdemir, alertó sobre el clima social en Alemania, señalando que "se trata de una división peligrosa que puede desembocar en condiciones como las que observamos en Estados Unidos: la gente ya no se habla, ya no se cree y se acusa mutuamente de todos los males del mundo".

Todo lo anterior nos lleva a decir que Alemania saldrá derrotada de la guerra de Ucrania, sea cual sea su resultado. Berlín ve cómo se desgasta poco a poco su imagen en el exterior y se ve obligado a centrarse en los desequilibrios del frente interior. Alemania entra en una época de profunda desorientación estratégica que, debido a su innegable centralidad, repercute en la política y estabilidad europea. El frio gélido que hubo en Berlín y otras capitales europeas hacia las declaraciones de Macron dejando abierta la puerta al envío de tropas europeas a Ucrania, es solo uno de las graves disidencias que pueden fracturar a Europa. Es que mientras el mandatario francés afirma en una rueda de prensa que “La derrota de Rusia es indispensable para la seguridad y la estabilidad de Europa”, aunque no está claro los medios y la capacidad que sustentan sus palabras –como es habitual en los comentarios de política exterior–; el canciller alemán, más realista apuesta claramente por un empate en la guerra. No quiere que Vladimir Putin ocupe más territorio ucraniano. Pero tampoco está dispuesto a apoyar a Ucrania en la lucha por liberar el territorio ocupado por Rusia.

Turquía, la potencia emergente que aprovecha la debilidad de las grandes potencias

Si hay alguna potencia que está aprovechando la mayor cuota de caos de la situación internacional, generada por la debilidad de los Estados Unidos en la escena internacional, así como de Rusia en su ex área de influencia de la ex URSS enfrascada hasta el límite de sus capacidades en una guerra desgastante, esta es Turquía, quien se ubica como un jugador imprescindible en los distintos escenarios de crisis.

Como parte de la OTAN y frente al temor ruso, Ankara cobra cada vez más cara su centralidad geopolítica ganada gracias a la guerra de Ucrania. Es que Turquía, aprovechando su largamente conquistada fortaleza militar [8], aparece como el único actor regional capaz de frenar el expansionismo ruso, al tiempo que sigue manteniendo un acuerdo táctico con Moscú, a pesar de los intereses contrapuestos entre ambos países en varias cuestiones [9]. Este esquema geopolítico hábil le permite oscilar según sus intereses entre las necesidades de los Estados Unidos y su principal contrincante regional. Es así que, durante la guerra, Turquía demostró al mundo su papel mediador como único país de la OTAN que sigue en conversaciones con Vladimir Putin, lo que permitió que Erdoğan consiguiera organizar el paso seguro de los barcos de granos ucranianos [10] por el Mar Negro durante buena parte del conflicto. Mas aún, la posibilidad de una nueva capitulación norteamericana después de Afganistán, dejando a los ucranianos librados a su suerte, amplificaría este rol de contención anti rusa de Turquía frente al salto de crisis de credibilidad de Washington, al tiempo que Ankara mejoraría su relación de fuerza en la relación con Moscú debido al fuerte desgaste que los rusos habrán sufrido con la guerra. Los diversos frutos están a la vista: al final, Ankara se salió con la suya en la tira y afloje de los F-16 con Estados Unidos [11], o, mediante su apoyo militar y político a Azerbaiyán, en su reciente guerra con Armenia por el control de Nagorno Karabaj, Ankara se ha alzado con la hegemonía en el Cáucaso en detrimento de Moscú.

Por su parte en Medio Oriente, Erdoğan pretende situarse en el centro de la escena caótica de esta región siempre inflamable. Su apuesta es que, al fin de la guerra en Gaza, EE. UU. se vea obligado a permitir otras coordenadas geopolíticas que las de los últimos años, en que Israel era su prioridad indiscutida, al tiempo que Irán se fortalecía como potencia regional; combinación que permitió contener el expansionismo turco, a través de un equilibrio de poder que impidiera la aparición de un hegemón regional y perpetuara un caos remotamente manejable. No olvidemos que entre 2011 y 2016 en Siria, Turquía fue aplastada en el enfrentamiento entre EE. UU. y Rusia; en especial del lado norteamericano Obama fue clave negándose a derrocar el régimen de Bashar al-Ásad, se puso del lado del PKK al este del Éufrates y legitimó las ambiciones regionales de Irán para contener las de Turquía. El 07/10/23, este esquema regional saltó por los aires, debido a la ceguera estratégica israelí, como demuestra el riesgo de conflicto regional cada vez más presente que es lo que Washington quería evitar a toda costa. Erdoğan cree que después del desastre actual, la necesidad de un nuevo arreglo regional le permitiría tomarse su revancha: el salto de la debilidad de Estados Unidos y, al mismo tiempo, la necesidad de gerenciar a distancia esta región peligrosa, realza la posición de fuerza de Turquía. Pues alguien deberá garantizar la seguridad de Arabia Saudita, contener a Irán, gestionar las rencillas recurrentes entre los diferentes actores locales en una región donde el anti sionismo pegará un salto, aislando aún más al estado racista de Israel. Otra vez más, Turquía, a diferencia de Irán u otras potencias regionales que van al enfrentamiento abierto con la actual potencia dominante a nivel mundial, aprovecha la debilidad de este, pero como parte del bloque de la OTAN dirigido por Washington, ofreciendo sus servicios al hegemón, pero tirando la cuerda los más posible sin que rompa para su beneficio. El reciente viaje de Erdoğan a El Cairo, que cierra definitivamente la herida abierta en 2013 por el violento derrocamiento de Mohamed Morsi, implica un salto en la colaboración con la dictadura de al-Sīsī, a la que Turquía suministrará los potentes drones de combate de su fabricación, a la vez que ambos países tienen la intención de coproducir diferentes tipos de municiones utilizadas en los aviones no tripulados de nueva generación. Este importante entendimiento con Egipto aumentaría enormemente el peso de Turquía en la ecuación regional, otorgándole una ventaja competitiva nada desdeñable sobre Israel e Irán.

Con este fortalecimiento regional y haciéndose indispensable para los Estados Unidos en Eurasia occidental, Ankara piensa obtener sus ganancias estratégicas en el Mediterráneo Oriental, aprovechando las dificultades de Israel y más problemáticamente, reforzándose contra Grecia, su enemigo histórico pero parte ella también de la OTAN. Aunque Turquía no querrá dejar pasar esta oportunidad como en el pasado (Erdoğan salió fuertemente perdidoso de su apoyo a los Hermanos Musulmanes en Egipto en junio de 2012), el camino no es para nada fácil y está lleno de obstáculos: la fuerte inestabilidad hace que una mala jugada geopolítica y/o militar pueda derrumbar el edificio todo entero; las bases económicas turcas, aunque ahora Turquía cuenta con el financiamiento de los países del Golfo con los que se ha reconciliado, siguen siendo endebles y, sobre todo, los vaivenes de la revolución y de la contrarrevolución como fue en Egipto luego de la caída de Mubarak pueden echar por tierra los mejores planes neo imperiales. Precisamente, el Egipto de Al Sisi, al que Erdoğan se está acercando, es una bomba social en el que ronda el espectro de la grave crisis que atravesó el Líbano después de 2019, que puede tirar por los aires los planes del nuevo sultán de Anatolia como de todas las burguesías reaccionarias de Medio Oriente.

Las resistencias al militarismo y el posible despertar del internacionalismo proletario

La piedra de toque del actual giro militarista van a ser las masas, o lo que vulgarmente se llama las opiniones públicas. Este es por lejos –y por suerte– el elemento más atrasado en la preparación o disposición para la guerra.

Por partir de la potencia hegemónica, como decíamos cada vez son menos los estadounidenses dispuestos o capaces de alistarse, a la vez que señalábamos el fuerte descenso de la popularidad de las FFAA. Lo que es más interesante es ver algunos de los motivos. A diferencia de las generaciones anteriores, en especial las nacidas después de Pearl Harbor y particularmente durante la “Guerra Fría”, los jóvenes estadounidenses no tienen un apego especial al excepcionalísimo estadounidense, no han experimentado el miedo y miran con recelo la posición global de su país. Condiciones que difícilmente lleven a jugarse la vida por su patria. Cuestión que enerva a los geopolíticos que temen el creciente deslizamiento de una parte importante de Estados Unidos hacia la blandura etérea de la poshistoria o la “feminización” de los futuros soldados utilizando estereotipos sexistas. O combatir la “wokeness” que está reduciendo el reclutamiento y la retención de militares según la opinión de algunos congresistas republicanos.

Pero detrás de estas actitudes no solo hay cambios en los modos de vida o políticos, sino fundamentalmente la concientización de los traumas horribles que las guerras han dejado. Así, según el director de marketing del Ejército, Alex Fink:" las tres razones principales que citan los jóvenes para rechazar el alistamiento militar son las mismas en todos los cuerpos: el miedo a la muerte, la preocupación por el trastorno de estrés postraumático y el abandono de los amigos y la familia, en ese orden”. Los jóvenes consideran que la carrera militar es demasiado estresante. No tienen intención de "poner su vida en pausa". Y, según un oficial, “están convencidos de que servir bajo las armas les causará traumas físicos o emocionales”. Un legado viviente de Irak y Afganistán: en 2021, el 75 % de los veteranos declaran sufrir trastornos mentales. Comentando las razones de porque el reclutamiento militar está en crisis, Ryan McMaken, director ejecutivo en el Mises Institute, dice:

…es fácil ver por qué muchos jóvenes no encuentran el servicio militar especialmente atractivo. El ejército de EE. UU. perdió en Irak y Afganistán, y no ha ganado una guerra importante desde 1945. Es probable que los reclutas potenciales más inteligentes se den cuenta de que la invasión de EE. UU. de Irak no estaba moralmente más justificada que la invasión rusa de Ucrania. Los reclutas potenciales con capacidad de pensamiento crítico también podrían darse cuenta de que el ejército está ansioso por convertir a los soldados americanos en carne de cañón para la artillería rusa. En épocas anteriores, la propaganda habitual del régimen podría haber funcionado para convencer a los reclutas potenciales de que “estamos luchando contra los rusos en Ucrania para no tener que luchar contra ellos en Kansas City”. Es una variación de una mentira común que los belicistas cuentan a los americanos. Pero ahora, los militares ya ni siquiera pueden dar por sentado que los conservadores –históricamente un grupo demográfico clave para los reclutadores– se lo creerán. Gracias a un cambio en las opiniones sobre política exterior entre los populistas conservadores, muchos hombres jóvenes de la América media ven una desconexión entre las últimas guerras del régimen y la defensa real de la “patria”.

Si estos motivos son tal vez más agudos en Estados Unidos, como muestra el fenomenal movimiento en apoyo a Gaza y más dramáticamente la trágica inmolación de un soldado norteamericano gritando “Free Palestine”, no son privativos de la principal superpotencia. Por ejemplo, más de un tercio de los jóvenes británicos menores de 40 años rechazaría el reclutamiento militar en caso de una nueva guerra mundial, una cifra superior al número de personas que afirman que se presentarían voluntarias o aceptarían el servicio militar obligatorio [12].

Estos elementos indicativos muestran como las opiniones públicas de “Occidente”, están poco preparadas para la nueva época de guerras de alta intensidad, eufemismo para hablar de las guerras entre potencias. Como demuestra esta queja de dos capellanes de la Infantería de Marina que escriben en los diarios oficiales de las principales instituciones de las FFAA: "Los soldados jóvenes y los reclutas potenciales están confundidos sobre lo que es la competencia entre las grandes potencias. [...] La Generación Z puede luchar y luchará. Pero primero debe entender por qué".

Estos elementos muy interesantes muestran cómo los Estados Mayores no han ganado todavía los corazones de las nuevas generaciones. La burguesía intentará utilizar la miseria creciente y el veneno del proteccionismo y del patriotismo para ir quebrando la forma de pensar más tolerante, abierta y pacífica de las nuevas generaciones. Esto puede cambiar la ecuación sobre la significación del Estado nacional en la consideración de las masas. Un “striptease” como el que la pandemia hizo con respecto a los trabajadores esenciales y cuyos consecuencias sociales, políticas e ideológicas estamos recién comenzando a ver. Es que, frente a la oleada de globalización, el estado nacional aparecía –más allá de su carácter central como instrumento fundamental e indispensable de la mundialización– como un refugio de la voracidad del capital y las transnacionales. Esta apariencia había invertido los términos de las consignas del Manifiesto Comunista del siglo XIX, la burguesía aparecía internacionalista y el proletariado más nacionalista.

El giro creciente a la militarización y a la rivalidad entre las grandes potencias otorga al regreso al primer plano del Estado-nación en sus funciones regalianas su rostro más abyecto. Esas son las condiciones objetivas que plantean la posibilidad de un renacer del internacionalismo proletario, si los revolucionarios sabemos ganar las cabezas y los corazones de las nuevas generaciones, pues como bien explica el bajo clero del Ejército norteamericano “para ganar los corazones de la Generación Z, primero debemos ganar sus mentes”. En esta disputa por el corazón de las nuevas generaciones de trabajadores se juega posiblemente el futuro de las próximas décadas. La necesidad de una lucha ideológica y política abierta contra las tendencias guerreristas deja de ser propagandística y adquiere una nueva vitalidad. En los países imperialistas, tal vez sea uno de las principales palancas para un renacer de la conciencia de clase, como incipientemente está mostrando el movimiento internacional de apoyo a los palestinos. Recordemos que los jóvenes activistas de finales de los sesenta y los setenta llevaron la actitud de desafío hacia la clase dominante por la guerra de Vietnam a los lugares de trabajo, ayudando a su radicalización. Posiblemente las guerras de Gaza, Ucrania están repercutiendo o repercutirán en los lugares de trabajo como en aquellos años. Por eso es grave la fuerte capitulación de gran parte de la izquierda a la OTAN en la guerra de Ucrania, en momentos que existe este despertar político de las nuevas generaciones sobre las políticas exteriores de sus gobiernos. La enseñanza leninista de que nuestro principal enemigo está en casa cobra una renovada actualidad.

 
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