Llevo toda mi vida esclavizada al espejo, enganchada a la ropa y al maquillaje, toda mi vida mirando el número de la báscula, toda mi vida atusándome el pelo y tratando de gustar y encajar en los roles que esta sociedad capitalista y patriarcal de consumo me impone, a mí y a todes. Pero ya no, al menos ya no tanto. Peleo cada día por una sociedad mejor en las que no tengamos que adaptarnos idealmente los roles de género y las imposiciones patriarcales y capitalistas que nos aprietan dificultando nuestra vida, en muchas ocasiones hasta dejarnos enfermas, con problemas mentales o incluso llegando a la muerte. ¿Es que acaso, como dijo la Gata Cattana, no somos otra cosa que no sea un cuerpo?
Hace un tiempo encontré una redacción del colegio de cuando tenía 10 años en la que me describía a mí misma, y para mi sorpresa, leyéndola, a esa edad decía que ‘estaba rellenita, más que mis compañeras’. Ahí aparecía ya una pista de lo que los años y la erosión de la gordofobia del capitalismo patriarcal estarían forjando en mí. ¡¿Qué sociedad de mierda tiene a las niñas que deberían estar jugando y descubriendo el mundo comparándose con las demás?!
Los años pasaron y el problema fue a peor, tuve una adolescencia marcada por el bullying en un instituto lleno de pijos, siendo una chavala con cierta intuición de izquierdas censurada por ellos, con una autoestima por los suelos y con la influencia de la sociedad de los espejos, en la que todas las mujeres de mi familia enlazaban dietas tras dietas, buscando el milagro incoherente de ser chicas de revista. No buscaban salud, ni siquiera mejorar la ansiedad haciendo deporte, sólo buscaban ser más delgadas.
Yo, y muchas, crecimos en esa amalgama de dietas milagro y niños pijos que reproducían en su bullying todas las opresiones de esta sociedad, y eso no sólo me dejó una herida en la autoestima contra la que sigo luchando (y poco a poco venciendo), sino también una profunda sensibilidad social, que analiza todos los patrones de injusticias, y que hoy me lleva a la certeza de que este mundo no es como debería, y que está en nuestras manos cambiarlo.
Gordas las ganas de luchar. A propósito de (h)amor8 gordo.
La realidad es que en el Estado Español, 1 de cada 20 adolescentes sufren un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), y 9 de cada 10 de ellos son mujeres, con una edad media de diagnóstico de 12 años y medio. Ahora no sorprende tanto que yo tuviera esos pensamientos de tan pequeña ¿no? ¿Qué influye en nosotras? ¿Qué hace que nuestro espejo y báscula sean una tortura? Y la pregunta más importante, ¿cómo podemos revertir los casos que ya existen y prevenir los que puedan llegar?
Si en los 2000s el cánon estético de delgadez extrema y pantalones de tiro bajo sin medio gramo de grasa abdominal nos llegaba por parte de familiares, revistas y series adolescentes, hoy nos llegan diferentes tipos de cánones también por las redes sociales, en diferentes formatos y puntos de vista con los que somos bombardeados de manera permanente.
Hay todo tipo de cryptobros que hablan del ‘valor’ de las mujeres según su recuento de relaciones sexuales, su físico y su comportamiento, otros tantos gymbros y gymsis que enseñan en sus redes sociales sus comidas estrictamente ‘saludables’ y sus entrenamientos en los que te enseñan a conseguir ‘el físico de tus sueños’ ensalzando el discurso de la meritocracia y siendo promocionados por empresas de suplementos alimenticios para el gimnasio.
Como estos, muchos más ejemplos de influencia directa a los más jóvenes, maquillaje, ropa, real fooding… Todos subordinados al capitalismo patriarcal, que convierte al maquillaje en un método para tapar ‘imperfecciones’ meramente humanas en vez de un método de expresión (muerte al clean look), o también como la ropa, que mide la clase social de quien la lleva, si es más cara, si es más barata, mientras las tejen niños en una fábrica de países subdesarrollados por un sueldo de miseria, y hacen más rica a la ahora heredera Marta Ortega hija del mayor explotador de nuestro país, Amancio Ortega.
La lógica es aplastante, tú consumes y se te jode la salud mental gracias a los roles de género y a los cánones de belleza y ellos se enriquecen, caiga quien caiga, como siempre. En un capitalismo voraz en la que cada vez somos más pobres, tenemos menos tiempo y peores condiciones de vida y con un avance de ideologías neoliberales y reaccionarias, todo esto se traduce en que entorno a un 20% de esos casos de TCA acaban en un intento de suicidio.
Y cuántas, cuantísimas veces pensé en esto de adolescente, y cuánto tiempo podría haber estado dedicándolo a vivir y a cambiar estas condiciones, en vez de sufriendo. Y cuánto tienen que sufrir las personas que lo intentan o lo consiguen y no tienen a su disposición la ayuda necesaria. No hay atención suficiente para todes, 6 psicólogos y 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes en este estado, y es prohibitivo acceder a ellos por la privada. No hay una educación pública de calidad que cuestione por qué hay bullers y cómo erradicarlos ni un análisis exhaustivo de la presión estética, ni una educación alimentaria y deportiva que fomente hábitos saludables, sino colegios en los que en educación física nos medían y nos pesaban a todos delante de toda la clase, y una cesta de la compra limitada por el sueldo de tus padres y la inflación.
¿Qué pasaría si peleáramos? ¿Si lo paráramos todo? ¿Si nos organizáramos desde abajo junto a todos los sectores oprimidos y la clase trabajadora, que somos quienes tenemos el freno de mano de la producción y dijéramos que no podemos más y que estamos dispuestas a darlo todo por vivir una vida que sí merezca la pena, que vivir atada a ser apta para este mundo, para gustar y ser mujeres perfectas nos consume?
La respuesta para mí es la siguiente: Que dejas de concebirte a ti misma como solamente un cuerpo, y que pasa a un plano menos relevante. Que das lo mejor de ti para no sólo conseguir más psicólogos, nutricionistas, educación, que ayuden con estos problemas…
Si no como un actor necesario para romper de raíz con un sistema que necesita paliar los síntomas de enfermedades que él mismo provoca, te ves a ti misma peleando por no formar parte del sufrimiento, peleando por que otras en tu situación (o en otras muchas y diversas) puedan romper con él, y enseñando los dientes por un mundo en el que no exista el sufrimiento que provocan las alianzas entre las opresiones y el sistema capitalista, con mejor relación contigo misma y con los demás, fuera de las lógicas del valor físico y del amor romántico.
Es evidente que un sistema que nos lleva a estas contradicciones, que nos hace querer ser perfectas para una pareja, o simplemente atractivas sexualmente, o parecernos a esas que pensamos que son exitosas, es un sistema de mierda. Y yo, al menos, aunque me gustaría que fuera para todes, no estoy dispuesta a seguir fustigando a mi cuerpo y a mi mente para subir en el ranking de valores y para adaptarme más o menos a los roles de género y estándares de belleza que usan para exprimirnos hasta la última gota de productividad que tenemos.
No quiero adaptarme, ni tampoco quiero autoimponerme estar más fuera de la norma porque eso sea transformador, quiero luchar colectivamente y con la estrategia del marxismo revolucionario para derrotar todo lo que me ha hecho pensar en algún momento que no valgo una mierda.
Soy un cuerpo, sí, a veces más delgado y otras no tanto, a veces más o menos peinada, a veces maquillada o sin maquillar, con ropa que me queda mejor o peor, y a veces me gusta lo que veo en el espejo y otras, la verdad, no tanto. Pero sobre todo soy una militante revolucionaria que pelea por un mundo en el que no haya espejos llenos de sufrimiento, en el que no haya hambre, crisis, guerras y desigualdades, y eso siempre me queda de la ostia. |