Conversamos sobre su primera aproximación al conflicto que como toda experiencia colectiva, afirma, es siempre imborrable. En un recorrido por algunos de los debates que atraviesan la cuestión Malvinas, le preguntamos sobre los enfoques historiográficos con los que conceptualmente se ha reconstruido la guerra. Hacia el final, recupera un hecho casi ignorado y signo inconfundible del carácter limitado del enfrentamiento promovido por la dictadura, cuando la CGT de Chubut y la regional Trelew de la misma organización reclamaron la incautación de todas las empresas británicas de la provincia.
LID: ¿Cómo fue tu aproximación al tema de Malvinas? ¿Cuál es tu primer recuerdo de la Guerra?
Pablo Bonavena [PB]: Haber vivido la etapa de la guerra resultó una experiencia personal muy significativa, que siempre me mantuvo cerca de la temática. Las situaciones colectivas que se desplegaron fueron acontecimientos imborrables. Los recuerdos más fuertes sobre esa guerra tienen consonancia con este tipo de hecho masivo. Por un lado, el pasaje del odio y el hastío a la dictadura, en 48 horas, a la euforia generalizada. Me refiero al contraste entre la situación creada en torno a la masiva protesta en Plaza de Mazo del 30 de marzo de 1982 y el anuncio de la recuperación de las islas bajo dominio británico. Por otro, a la tristeza general y el odio a la dictadura que despertó la rendición. Nunca presencié algo igual. La perfecta contrapartida de la euforia por ganar el último mundial de fútbol.
LID: En el último mes se sumaron distintos eventos, la visita de Cameron a las islas, la decisión de Londres de ampliar unilateralmente su control sobre el Mar Argentino, se especula con la construcción de un nuevo puerto en Malvinas. ¿En qué aspectos la política del gobierno actual continúa y se separa de los anteriores?
PB: La política del actual gobierno tal vez sea la que menos expectativas despierta sobre la profundidad de los reclamos argentinos por las islas. El presidente Milei no representa una perspectiva nacionalista. Más bien todo lo contrario. Hay aspectos declarativos que lo diferencian de dichos vertidos por gobiernos anteriores pero, claro está, aún no llegan a un alineamiento como el desplegado por el peronismo en el gobierno, cuando, para citar un hito, la Argentina ingresó como aliado extra-OTAN de los EEUU. Si bien no difiere con esa línea, es cierto que aún no llegó tan lejos, aunque es probable que recorra un sendero por el estilo.
LID: El historiador Federico Lorenz sostiene que hay una mirada dominante sobre la guerra y Malvinas que llama “porteñocentrismo”, que también se refleja en otros abordajes históricos. ¿Te parece que es así?
PB: Creo que, más bien, hay una mirada centrada en parámetros europeos como la idea de “soberanía” o “nacionalismo”. Tal vez, aunque nunca lo sopesé de manera sistemática, en mi contacto con investigadores o miembros de agrupaciones de excombatientes del interior se pueda percibir una carga nacionalista mayor que entre los “porteños”. No obstante, entiendo que tanto en el interior como en Buenos Aires circula una mirada muy “terrestre” sobre una zona y un conflicto situados en el mar. En tal sentido, me parece interesante el debate que instala el libro colectivo “Mar de guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur en la Guerra de Malvinas, 1982”, dirigido por Rosana Guber. Refiere a la cuestión de los prismas para mirar el problema. Allí se transita una espacialidad particular del conflicto, que choca con el discernimiento espacial que se torna un sentido común entre nosotros que nos invita a mirar de frente a la Pampa y de espaldas al mar. Federico Lorenz, a su modo, participa en algún sentido de la misma perspectiva.
LID: Volver sobre la guerra de Malvinas sigue siendo un punto de posiciones encontradas porque implica hablar del atropello británico pero también del gobierno militar, del terrorismo de Estado, de los usos de la guerra por parte de la Junta. En tu opinión ¿fue una guerra buscada por la Junta militar? ¿Cuáles fueron sus objetivos?
PB: La guerra fue un hecho inesperado por la dictadura. La recuperación de las islas generó una situación bélica que la tomó por sorpresa, opino, pues el gobierno de facto buscaba una negociación confiado en los aliados internacionales y la distancia entre gran Bretaña y las islas, factor que planteaba un desafío logístico “imposible” a la hora de guerrear. El objetivo inmediato de la incursión armada en Malvinas fue suturar el conflicto interno, iniciativa que mostró efectividad durante gran parte de la conflagración. Las controversias vienen de lo que muchos viven como una contradicción. La dictadura proimperialista protagonizó una fuerte acción anticolonial y, en democracia, el país participó de un ataque imperialista a Iraq. Esta tensión siempre mantiene vivo el debate. El gobierno militar desarrolló una acción por recuperar terreno bajo control colonial, postura que contrasta con la timorata política de los gobiernos posteriores o alineamientos como los del peronismo en los noventa. Por otra parte, el terrorismo de Estado no es una política exclusiva de las dictaduras. También se practica en democracia. La Triple A es una nefasta muestra del uso de ese recurso por parte de los partidos políticos de las burguesías. No hay que simplificar las posiciones si se pretende un debate riguroso.
LID: En uno de tus trabajos has escrito que un signo inconfundible del carácter limitado del enfrentamiento promovido por la dictadura, su incompatibilidad con una política seria contra el imperialismo, se hizo evidente a partir de la falta de cualquier tipo de acción sobre los intereses británicos. Recuperás un hecho casi ignorado, el ejemplo de la CGT de Chubut y la Regional Trelew de la misma organización reclamaron la incautación de todas las empresas británicas de la provincia. ¿En qué consistió? ¿Fue un caso aislado?
PB: En efecto, la dictadura, también los británicos, otorgaron un perfil limitado al choque armado. A pesar de las denuncias sobre el abastecimiento de combustible desde el continente, por ejemplo, el gobierno militar nunca se hizo eco. Tal como señalás, la CGT de Chubut y la CGT Regional Trelew pidieron embargar las empresas británicas, pero la propuesta no prosperó. Otros pedidos por el estilo también encontraron oídos sordos. Al contrario, el gobierno dictatorial siempre aclaró que no afectaría a los intereses británicos sobre el suelo continental. Éstos, siempre fueron y son protegidos por los sucesivos gobiernos que escinden el reclamo de la soberanía de los negocios y la lógica del capital imperialista.
Claro que la cuestión no es nueva. La consigna de no “meterse” con los intereses británicos tiene su historia. Veamos un caso tan importante como olvidado. En los últimos días de diciembre de 1973, el entonces gobernador de Santa Cruz, Jorge Cepernic, elaboró un proyecto de expropiación de la estancia “El Condor” de 650.000 hectáreas, propiedad de la corona británica. El gobierno de Perón, a través del ministro del interior, procuró terminar con la iniciativa, actitud compartida por la CGT Río Gallegos, que afirmó: “Perón con meridiana claridad explica que tan malos son los totalitarismos de izquierda como los de derecha. Constituiría un gravísimo error tratar de enfrentar el imperialismo inglés con el imperialismo estatal”. El proyecto fue votado negativamente por radicales y peronistas. Sólo sumó cuatro adhesiones; dos de los legisladores que avalaron la expropiación fueron asesinados, otro se encuentra desaparecido y el cuarto se exilió. Jorge Cepernic fue destituido. Históricamente, las burguesías locales trazaron una línea que nunca se cruza.
Acerca del entrevistado
Pablo Bonavena es investigador del Instituto Gino Germani de la UBA. Profesor de las carreras de sociología de la UBA y la Universidad Nacional de La Plata. Director de la Revista Cuadernos de Marte. |