El movimiento estudiantil fue el primero en enfrentar abiertamente la dictadura de Onganía en 1966. La lucha y organización de las y los estudiantes impactó sobre el movimiento obrero, construyendo una alianza que tendrá sus mayores expresiones en el Cordobazo y el Viborazo, levantamientos populares con los cuales se abrió una etapa revolucionaria en Argentina. Una generación militante vivió una ampliación de los horizontes de su subjetividad y dio algunos de sus primeros pasos en la universidad. Reflexionamos sobre sus peleas para traerlas al presente.
El golpe liderado por Juan Carlos Onganía en 1966 buscó quebrar el equilibrio entre las distintas facciones burguesas y la resistencia de los trabajadores. Como plantea Alicia Rojo, “el Onganiato consistió en un intento bonapartista, basado en el partido militar como garante del dominio burgués para lograr una salida a la crisis nacional apoyándose en los sectores del capital más concentrados” [1]. En ese clima de represión y ataques a las mayorías, pero también de distintas luchas, el movimiento estudiantil, la intelectualidad, y más en general las clases medias, protagonizaron un proceso de radicalización política. Del triunfo de la Revolución Cubana en 1959 se desprendió la prueba de que la transformación revolucionaria de la sociedad era posible. Por esto, la universidad fue uno de los primeros blancos de ataque de Ongania y al mismo tiempo el movimiento estudiantil, uno de los primeros en responder.
“El 29 de julio de 1966 el gobierno sancionó el decreto ley 16.912, por el cual se elimina el gobierno tripartito en las universidades, se anulan los Consejos Superiores y se transformaba a los rectores y decanos en interventores subordinados a las autoridades del Ministerio de Educación, el Gobierno (...) impuso sobre los claustros universitarios su sello autoritario. Procuró sujetar las universidades al poder político, constriñó la libertad académica y limitó la autonomía” [2]. Esta intervención agudizó el proceso de radicalización y dio lugar a las primeras luchas. El epicentro de la oposición a la intervención estuvo en la Universidad de Buenos Aires (UBA), dando lugar a la llamada “noche de los bastones largos”, que terminó con más de cien detenidos entre estudiantes y docentes. Este hecho tuvo repercusiones a lo largo del país.
Fue en el marco de estas luchas que la policía asesinó al estudiante Santiago Pampillón. Producido en Córdoba, este asesinato despertó la solidaridad del movimiento estudiantil en todo el país y fue de gran relevancia para la provincia. Las bases obreras impusieron paros de 10 minutos en varias industrias fundamentales y la CGT encabezó una campaña para la realización de un funeral masivo. Si bien la autonomía y el cogobierno no lograron ser recuperados, luego de las manifestaciones este proceso permitió a la nueva generación de estudiantes “forjar (...) diferentes repertorios de acción, como el “arte” de la lucha callejera para sortear los obstáculos represivos”. [3]
Para 1967 la lucha estudiantil menguó en todos los niveles ya que la dictadura logró imponerse. Sin embargo, en 1968 la situación cambió. Durante los primeros meses hubo movilizaciones de estudiantes universitarios en diferentes provincias. En La Plata y Córdoba vinculadas a la privatización y aumento de precios de los comedores universitarios. En marzo, los conflictos se profundizaron a partir de la imposición de nuevos estatutos por parte del gobierno, con cursos y exámenes de ingreso eliminatorios, aranceles y multas por aplazos, o el aumento de las horas de cursada obligatorias. Esta situación provocó nuevas protestas estudiantiles, acentuando la conflictividad que ya existía. Las protestas realizadas por este motivo fueron acompañadas por los estudiantes secundarios, los cuales también brindarían su apoyo en las manifestaciones impulsadas por estudiantes universitarios en mayo del mismo año. Las mismas se iniciaron en Buenos Aires y se replicaron en todo el país, lo que demostró una recuperación del movimiento. Esta se dio en consonancia al resurgimiento del sindicalismo opositor, que tendría una mayor apertura hacia la incorporación de la participación estudiantil en los procesos de lucha.
Ya en 1968, al llegar el aniversario de la Reforma Universitaria de 1918, el movimiento estudiantil y el obrero habían logrado una articulación fuerte. Ante esto la dictadura reforzó la seguridad en algunas casas de estudio y detuvieron a dirigentes estudiantiles. En junio estudiantes de Ingeniería y Arquitectura intervinieron la ciudad de Córdoba junto con trabajadores del SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor de la República Argentina) en apoyo a los obreros de la Empresa Kaiser que estaban en conflicto. La movilización fue reprimida por la policía, despertando un fuerte repudio. En paralelo, el tema de la Reforma cobraba cada vez más relevancia, ya que justamente el onganiato atacaba sus conquistas directamente: el cogobierno universitario con participación estudiantil, la autonomía de las universidades respecto a los gobiernos y la gratuidad de la educación pública.
Durante el mismo mes la Federación Universitaria Argentina (FUA) convocó a un paro, medida a la que el movimiento estudiantil cordobés se adhirió con un amplio apoyo desde diferentes centros de estudios. Al cumplirse dos años del golpe los estudiantes se sumaron al paro convocado por la CGT-A (Confederación General del Trabajo de la República Argentina). En este marco la huelga estudiantil tuvo un gran impacto, la cual también fue reprimida, produciéndose fuertes enfrentamientos entre los manifestantes y la policía.
Así, en lo que respecta al movimiento estudiantil, 1968 fue un año de quiebre para su ubicación frente a la dictadura de Ongania. El aniversario de la reforma fue el detonante que puso al estudiantado como “el sector de la llamada clase media, pequeña burguesía en términos marxianos, que más masivamente acompañó el proceso de luchas sociales, irreconciliables con las clases dominantes, que se desató masivamente desde el Cordobazo” [4]. Como también plantea Alicia Rojo: “Así, a partir de reivindicaciones de carácter tanto corporativo como político, el movimiento estudiantil comenzó a desarrollar acciones con un alto nivel de radicalidad y combatividad, en un enfrentamiento con la dictadura que adquirió de manera paulatina un carácter frontal, articulado alrededor de la defensa de la autonomía y el gobierno tripartito universitario, la lucha por un mayor presupuesto y en contra de la represión y avanzando hacia la incorporación de reivindicaciones de tipo social que lo irán acercando al movimiento obrero como se expresará abiertamente a partir del año 1969”.
El Cordobazo y la unidad Obrero-Estudiantil
Lo primero para hablar del Cordobazo de 1969 es dimensionar que implicó una verdadera rebelión popular, que abrió una etapa revolucionaria en el país. En Córdoba Capital decenas de miles combatieron y tomaron las 150 cuadras más importantes de la ciudad, enfrentando la represión con barricadas y echando a la policía que durante tres días perdió el control. Recién después de eso, con la llegada del ejército, se pudo retornar a cierta “normalidad”, que no era ya la normalidad previa a este acontecimiento. Como dice Eduardo Castilla, “La clase obrera, la juventud y el conjunto de la población, enfrentando la represión policial, se convirtieron en protagonistas de un hecho de indiscutible valor histórico. Un proceso de movilización donde éstas superan el control de sus direcciones burocráticas, enfrentando decididamente al poder político estatal y quebrantado, en esa dinámica, la legalidad del propio régimen. Ese tipo de acciones pueden implicar un giro en la historia; el punto de partida de una nueva temporalidad social y política. Y el Cordobazo lo fue”.
Este fue la expresión local de un proceso donde el movimiento obrero e importantes capas de la juventud protagonizaron un ascenso internacional, como se vió también en el Mayo Francés y otros procesos. Las jornadas en Córdoba estuvieron precedidas y fueron continuadas por un ciclo de movilizaciones en otras provincias con gran protagonismo de los estudiantes, uno de los cuyos puntos más altos fueron las manifestaciones de los estudiantes en Corrientes contra la privatización del comedor, donde cayó asesinado el estudiante Juan José Cabral. En Rosario, donde los asesinatos de los jóvenes Bello y Blanco dieron inicio al alzamiento obrero conocido como primer Rosariazo o el Tucumanazo, entre otros. Se puede decir que “estas luchas estudiantiles fueron la antesala de las que llevarán adelante los trabajadores y que desencadenarán el Cordobazo, dando inicio al ascenso obrero-popular que se constituyó en el ensayo revolucionario más importante que vivió la Argentina. Aún hacía falta que el movimiento obrero se dispusiera a confluir ampliamente con estos sectores medios y estudiantiles que comenzaban a radicalizarse; esto sucedería a partir del mayo cordobés” [5].
Con el Cordobazo, se da un salto en la alianza de trabajadores y estudiantes en la lucha contra la dictadura y en el cuestionamiento al capitalismo argentino. Según Mariano Millán, se puede calcular que en la jornada del 29 de Mayo los estudiantes eran aproximadamente un 30% del total de los manifestantes. Una acción inicialmente convocada por las organizaciones sindicales en el marco de un paro nacional (de 24 horas, que en Cordoba se estiró a 37) y que luego del asesinato del obrero metalmecánico y estudiante Máximo Mena, derivó en un levantamiento obrero-popular.
Ruth Werner y Facundo Aguirre sostienen que el proceso juvenil, y el que tuvo lugar entre los trabajadores, desarrollaron una imbricación, que se dió de modo tal que dieron el “tono de época” al conjunto de luchas del período e hicieron evidente la ampliación de los horizontes de la subjetividad obrera y popular. El movimiento estudiantil y la juventud en general desarrollaron una creatividad al calor de la lucha, de nuevos tejidos de solidaridad de clase, forjando nuevas herramientas para la acción. Como plantean Noel Argañaraz y Paula Schaller [6], “la creatividad desarrollada para la organización permitía cierta efectividad ante los obstáculos puestos por la dictadura. Prohibidas las marchas y las asambleas así como el funcionamiento de centros y federaciones, las asambleas se hacían “despistando” a las fuerzas de seguridad: con horas y lugares falsos para hacer que mientras la policía iba un sitio, las asambleas de cientos y cientos de estudiantes votaban en otro. También se hacían actos relámpagos que permitían agitaciones rápidas que luego se dispersaban para evitar detenciones”. El movimiento estudiantil, que había desarrollado en los años previos formas de coordinación para la acción, experimentaba duros enfrentamientos con el aparato represivo del Estado. A su vez, a través de un incipiente control de la lucha territorial en zonas de mayor peso estudiantil impactaba hacia afuera de la universidad y lograba la solidaridad activa de los trabajadores y los sectores populares.
Como parte de la situación que se abre a partir del Cordobazo, en 1970 se vive un año de mayor actividad y lucha obrera. Concentrándose en la provincia de Córdoba, en el año 1971 el nivel de actividad dio un salto, iniciado por el llamado del Plenario de Gremios de Córdoba a una primera huelga general regional. A fines de febrero, el interventor de la provincia, José Camilo Uriburu dijo en un acto “cortaré la cabeza víbora comunista que anida en Córdoba de un solo tajo”. Esta víbora eran los trabajadores insurgentes. Con esta provocación, la respuesta de los gremios ´fueun paro de repudio. El 12 de marzo se desarrollan distintas medidas de lucha, entre ellas un corte de ruta. Es en este corte que la policía asesina al jóven trabajador Cepeda, ocasionando una inmediata respuesta obrera y popular.
“La bronca se vuelve indignación y el movimiento obrero cordobés responde con un nuevo paro general para el lunes 15 de marzo. Fue un levantamiento obrero y popular que se extendió por los barrios, controlando 500 manzanas. Las imágenes del Cordobazo del 69 se repetían y multiplicaban”. Algunos ejemplos durante el Viborazo muestran la magnitud de la fuerza desplegada y de los frutos de la gimnasia de los años previos. Tras el asesinato de Cepeda, en Ingeniería se desarrolló una ocupación que contó con más de 1000 activistas que tomaron como rehenes al decano y a varios empleados administrativos. Al mismo tiempo fueron ocupados los edificios de Ciencias Económicas y el Hospital de Clínicas, por grupos de 1000 y 800 estudiantes respectivamente, registrándose también una batalla campal en el barrio Clínicas. Los estudiantes llegaron a controlar más de 40 manzanas con gomeras, piedras y barricadas, llamando al apoyo al resto de la sociedad, desplegando una logística de lucha que llegaba a abarcar barrios enteros, el movimiento estudiantil aplicó un despliegue logístico de coordinación entre las barricadas para enfrentarse a las fuerzas represivas. [7]
Toda esta audacia golpeaba subjetivamente en la conciencia del movimiento obrero. El día del Viborazo, según los números que sostiene Milán, delas 13000 personas, aproximadamente, reunidas al mediodía entre obreros, estudiantes y empleados públicos, se calcula que 1500 eran alumnos. Se producía una convergencia obrero estudiantil en el centro de la ciudad y al mismo tiempo, grupos de jóvenes jugaban un rol de “infantería ligera” en la batalla.
El desvío electoral y el rol del peronismo
Este levantamiento no sólo derrocó a Uriburu, el interventor provincial, sino también al presidente de facto Roberto Marcelo Levingston (que reemplazó a Ongania tras su renuncia en 1970 después del Cordobazo). Los militares, conscientes de que la dictadura había sido derrotada, convocaron el Gran Acuerdo Nacional. Es decir, el fin de las proscripciones, la veda política y la vuelta a las elecciones, con el aval de los partidos burgueses, tanto de la UCR como del peronismo. “El objetivo de este acuerdo era impedir que la lucha obrera y popular se filtrara a través de las notorias brechas ofrecidas por la crisis del dominio burgués" [8]. Es decir, evitar que se siguiera desarrollando el ascenso revolucionario mediante un desvío electoral y la normalización del país.
Empieza un recorrido que se extenderá hasta 1973, cuando efectivamente Peron vuelve a ser presidente. “La ideología de conciliación de clases del peronismo que abrazaba la gran mayoría de los trabajadores permitió valorizar la carta del retorno de Perón con la que contaba la burguesía argentina [9]”. Retorna “justamente, porque es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y que mediante la burocracia sindical controlaba a sus organizaciones. La burguesía y las FFAA se dan cuenta de que deben consentir el retorno peronista, admitir la nueva realidad impuesta por el giro de la situación a partir del ’69, aunque para el Partido Militar significara tener que retirarse a cuarteles de invierno como consecuencia del odio popular [10]”. El rol del peronismo será controlar y aplacar al movimiento obrero, para mantenerlo en los márgenes del capitalismo y la acción institucional.
Es importante señalar esto, ya que si bien es innegable la ampliación de los horizontes de la subjetividad que se vivió en esta época, con grandes potencialidades para el desarrollo de una política revolucionaria que apueste por el socialismo, la confianza en el peronismo de amplias franjas de los trabajadores fue una traba para una salida de este tipo. Al no romper con esta ideología de conciliación de clases, de negociación con los empresarios, los trabajadores no pudieron imponer una salida propia a la crisis. Sobre esto puede leerse en detalle abajo y volveremos en la conclusión. Pero antes, a modo de síntesis, queremos plantear cuales son los factores que explican el rol que jugó el movimiento estudiantil en el periodo.
Como plantean Argañaraz y Schaller [11], apenas asumió Onganía en 1966, el movimiento estudiantil se perfiló como el primer sector social en enfrentar una dictadura que contaba con amplio apoyo social, no sólo entre el empresariado, la Iglesia y los sectores medios, sino incluso entre la conducción del peronismo. Recordemos que al asumir Ongania, fue el propio Perón quien declaró desde el exilio: “Para mí, éste es un movimiento simpático porque se cortó una situación que ya no podía continuar (…) si el nuevo gobierno procede bien, triunfará. Es la última oportunidad de la Argentina para evitar que la guerra civil se transforme en la única salida [12]”. La temprana acción del movimiento estudiantil como vanguardia en la oposición al régimen fue uno de los factores que preparó las condiciones para el ascenso obrero y popular.
Esta temprana acción tiene distintas explicaciones. La primera, identificable a nivel nacional, es que la universidad fue uno de los primeros blancos de ataque de la dictadura. Como decíamos al comienzo, Ongania intervino las universidades en todo el país a partir de un decreto, puso fin a la autonomía y el co-gobierno universitario y prohibió la actividad política en su interior. Uno de tantos ejemplos de estos ataques los dan Bonavena y Millán: “El estatuto aclaraba en su séptimo artículo que se permitía el estudio de los conflictos sociales en forma científica, pero prohibía tajantemente ‘toda actividad que asuma forma de militancia, agitación, propaganda, proselitismo o adoctrinamiento de carácter político [13]’”. Esto llevó a una rápida respuesta del movimiento estudiantil con la toma de facultades en distintas universidades del país y la mencionada “noche de los bastones largos”. Este hecho inicial marcó la dinámica que adquirió la lucha a partir de allí, imponiéndose una tónica donde a cada golpe represivo se hacía frente con una mayor radicalización en la respuesta estudiantil y una la ampliación de sus alianzas sociales [14].
La segunda son los métodos de lucha y lazos de solidaridad que construyó el movimiento estudiantil en todo el país y en particular, durante la “gimnasia previa” al Cordobazo y el Viborazo, proceso durante el cual se desarrolló lo que Millán llama oscilación entre la lucha de calles y la lucha “académico–corporativa” durante los períodos de reflujo.
El primer período que establece el autor estuvo signado por grandes movilizaciones, como las del ingreso irrestricto [15] en 1970 y 1971. “A esta altura del proceso de movilización, ya se habían pronunciado a favor del movimiento los principales sindicatos cordobeses y también se conformó una Comisión de Padres del Ingreso (...), el movimiento estudiantil contaba con el apoyo obrero y de la población en general [16]” Hacia fines de abril del mismo año, la CGT cordobesa convocó un paro al que se plegaron los estudiantes. La medida de huelga fue acompañada de movilizaciones y marchas por la ciudad, que al ser reprimidas por la policía, terminaron en importantes enfrentamientos.
Durante estos momentos se desarrollaron, destaca el mismo autor, los cuerpos de delegados de los distintos cursos preparatorios y una coordinadora que los nucleaba, como novedad organizativa que surge al calor de la lucha. Esta era parte de la extensión de las formas democráticas de organización, y logró reunir, en el punto más alto de la huelga estudiantil, a 8000 estudiantes. La coordinadora aglutinaba, en un espacio asambleario común, no sólo las distintas organizaciones sino a los nuevos activistas que surgían al calor de la lucha, permitiendo una masividad en las deliberaciones, en las resoluciones y en las medidas de acción [17].
Si bien en 1970 la pelea por el ingreso irrestricto culminó en una derrota, durante este proceso y las luchas de los años anteriores, el movimiento estudiantil fortaleció dos elementos fundamentales que explican su posterior intervención durante el Viborazo: la solidaridad con los trabajadores y otros sectores y el desarrollo de espacios de debate y coordinación como método de lucha.
Tercero, cabe resaltar la importancia de que para comienzos del año 1971, en la antesala inmediata al Viborazo, el movimiento estudiantil cordobés había logrado una importante victoria: el ingreso irrestricto. Por primera vez desde el comienzo de la dictadura, lograba torcer una política del gobierno. Comenzaba nuevamente un proceso de movilización estudiantil que volvía a confluir con los trabajadores de los sindicatos clasistas y con los reclamos del sindicato de docentes universitarios. Además, la victoria fortaleció una importante actividad reivindicativa de los estudiantes, sobre todo en el terreno corporativo. Las victorias del movimiento estudiantil, evidentemente, influyeron subjetivamente, no solo sobre los propios estudiantes, sino también sobre los trabajadores, que vieron con simpatía las derrotas al enemigo común, construyendo la antesala de batallas superiores.
La lucha recién comienza
Retomar las heroicas acciones de los estudiantes y los obreros entre el ‘66 y el ‘71 tiene el objetivo de extraer lecciones para el presente. Como dice Emilio Albamonte en un reciente artículo: “El gobierno de Milei encarna uno de los clásicos planes para reestructurar el país alrededor del capital financiero, de los que ha hecho varios la burguesía en la Argentina. Hubo cuatro ciclos de este tipo. El segundo fue con Onganía a partir de 1966, que era una mezcla de conservadurismo social y liberalismo a pleno muy ligado a la política de EE. UU. Aquella reestructuración tiene muchos parecidos de familia con la que está encarando Milei”.
Pero no nos interesa en este artículo detenernos en las características del ataque, sino pensar las posibilidades de respuesta y resistencia. Cómo hemos desarrollado, el movimiento estudiantil fue uno de los primeros sectores que salió a hacerle frente. Pero en 1966 Onganía también atacó a importantes sectores de trabajadores, luchas muy duras que al quedar aisladas, fueron derrotadas. En 1967 tanto las peleas del movimiento estudiantil como del obrero sufren un reflujo, producto de esas derrotas, pero en 1968 hay un nuevo ascenso, primero del estudiantado, que finalmente estalla en 1969 con el Cordobazo y la apertura de la etapa revolucionaria. En 1971, con el Viborazo, se derrota la dictadura y se abre un desvío electoral con la llegada de Perón, recién en 1973.
La lucha de los estudiantes, los trabajadores, los sectores populares no es un ascenso automático y continuo. Momentos de derrota y reflujo se alternan con nuevos ascensos y nuevos reflujos. Y esta experiencia de lucha es la que forma a sectores militantes que sacan lecciones para nuevas peleas. Las derrotas, a su manera, educan, si se extraen las conclusiones necesarias. El camino al Cordobazo y el Viborazo estuvo pavimentado por un camino de derrotas. Pero ahí también se ampliaron los horizontes de la subjetividad, “estas experiencias han constituido a la clase obrera [18]: las herramientas con las que puede luchar, los enemigos a los que debe enfrentar, los aliados con los que puede contar, las derrotas que sufrió y las conquistas que logró, lo que fue capaz de alcanzar y lo que faltó para triunfar forman el material del que estamos hechos los trabajadores” [19]. Así se formó la vanguardia obrera y estudiantil que derrotó a la dictadura que empezó en 1966 y puso en vilo el orden capitalista.
La universidad pública vuelve a ser un blanco de ataque. Desde la Juventud del PTS buscamos retomar la tradición de ese movimiento estudiantil que se organizaba junto a los docentes de forma democrática en asambleas interclaustro. También poniendo en pie nuevas (y viejas) formas de organización, como los cuerpos de delegados, comisiones por carrera o comités. Esta es la forma de juntar fuerzas, de involucrar a quienes quieren defender la educación y enfrentar a Milei, para que puedan ser parte de discutir y votar cuales son las medidas de lucha que hay que tomar. A su vez, los estudiantes no podemos luchar solos, no somos los únicos atacados. }Ser parte de las asambleas barriales, apoyar cada conflicto de los trabajadores, cada pelea del movimiento ambientalista o feministas, enfrentar la avanzada represiva, hace a tejer lazos de solidaridad con distintos sectores. Como hemos desarrollado, en la unidad está la fuerza que tenemos. Esta perspectiva implica una pelea con las agrupaciones que dirigen los centros de estudiantes, tanto la Franja Morada, opuesta a toda organización democrática como los que dirige el peronismo, que apuesta a “esperar al 2027” y al recambio electoral. Los ataques son ahora, la respuesta no puede esperar.
Pero además de dar una pelea para ampliar los horizontes de la subjetividad en el sentido de las posibilidades de la lucha y la organización, hay una disputa política e ideológica. Hay que enfrentar el neoliberalismo recargado de Milei, pero también, las ilusiones en un “capitalismo regulado” que defiende el peronismo. Para la izquierda “además del desarrollo de la lucha y de la organización, es fundamental un programa propio de salida a la crisis que la vanguardia pueda tomar en sus manos. Tenemos que evitar un escenario donde nosotros luchamos ahora y después viene el peronismo para llevar todo nuevamente a un callejón sin salida”. Esto fue lo que faltó en los ‘70, la ampliación de los horizontes de la subjetividad, que en términos de lucha y organización fue muy alto, tuvo límites políticos para superar al peronismo. Con este objetivo hemos presentado los 10 puntos para unir al pueblo trabajador, la juventud y las mujeres contra Milei y el poder económico saqueador, para organizar una fuerza política revolucionaria y socialista. Este artículo es también para aportar a este desafío, y pensar qué rol puede jugar el movimiento estudiantil.