El 7 de abril de 1948 entró en vigencia la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, OMS. Desde entonces se celebra este Día Mundial con un lema diferente cada año. El de 2024 es Mi salud, mi derecho.
El espíritu que anima a todos los lemas y resoluciones de la OMS es que los Estados se encarguen de promover la salud, asegurar la seguridad global y servir a los más vulnerables. Pero ninguna declaración del organismo es vinculante, por lo que muchas veces han quedado como consignas vacías.
El hecho de no exigir a los Estados que se cumplan los objetivos sanitarios pautados ha sido y es la puerta de entrada al sector privado en salud, que aparece como un “remedio” a la desidia estatal. Un remedio cada vez más caro al que menos personas pueden acceder.
Actualmente 4500 millones de personas no tienen acceso a los servicios de salud esenciales. Esto significa que a nivel mundial el 50% de la población no tiene garantizada su salud; en América la situación es peor: el 65% de las personas no tienen una cobertura de calidad, ni agua potable, ni buena nutrición, ni aire limpio, ni urbanización, ni acceso a centros de salud, ni vivienda digna, ni trabajo estable. Porque la definición de salud de la misma OMS contempla no sólo la ausencia de enfermedad, sino un nivel esencial de condiciones de vida.
Lemas vacíos y olvidos convenientes
Pensemos que el lema de 1980 fue Salud para todos en el año 2000. Una frase muy linda, una declaración de esperanza, surgida luego de la Reunión de Alma Ata, URSS, de 1978. Aunque parezca extraño que un organismo como la OMS se haya reunido en el país soviético en plena Guerra Fría, la noticia es aún más interesante. Porque desde los años ‘50 la OMS venía estudiando el sistema de salud soviético que, para sorpresa de muchos, era el más avanzado del mundo y cuyos resultados no han podido ser superados. Finalmente, en 1978, en un encuentro patrocinado por la URSS, la reunión de la OMS asumió como propios los lineamientos centrales que el partido bolchevique había implementado en materia de salud desde los primeros años del Estado Obrero. Aunque con algunos olvidos. Veamos.
En 1917 la situación sanitaria en Rusia era crítica: un sistema de salud fragmentado, ineficiente, sin recursos; altas tasas de enfermedades infecciosas como el tifus y la tuberculosis; alcoholismo; una esperanza de vida que apenas superaba los cuarenta años y una altísima tasa de mortalidad infantil: de cada 1000 niños nacidos vivos, 270 morían en el primer año. Había 150 mil camas hospitalarias y tan solo 22.000 médicos y 40.000 enfermeros. La mayoría de los recursos estaban disponibles en las grandes ciudades, mientras que las zonas rurales no tenían acceso a un nivel mínimo de atención.
¿Qué sucedió en el siglo 20 para que Rusia se convirtiera en modelo sanitario a seguir? La Revolución de 1917. Nikolai Semashko, médico bolchevique y primer Comisario del Pueblo de la Salud, fue el ideólogo del sistema sanitario soviético. Estableció una serie de principios básicos para revertir la situación: atención primaria de la salud; promoción, prevención y atención médica universal y gratuita; campañas de vacunación; educación en prácticas saludables y programas de higiene; capacitación de profesionales y trabajadores de salud; participación de la comunidad junto a los trabajadores de salud en la definición de políticas sanitarias y su implementación.
En pocos años la esperanza de vida se duplicó. La tasa de mortalidad infantil bajó a 28 cada 1000 nacidos vivos. Se duplicaron los centros de atención, se llegó a casi dos millones de trabajadores de salud y la cantidad de camas hospitalarias llegó a más de un millón. Se implementó la vacunación gratuita y universal contra la viruela, la difteria, la tuberculosis y la poliomielitis. Se implementó un sistema comunitario de atención a ancianos y personas con discapacidad. Se construyeron sistemas de agua potable y alcantarillado y se crearon institutos de investigación de nuevas vacunas y medicamentos. Se dio plena importancia a las problemáticas de salud mental. Se legalizó el aborto y la gratuidad de los métodos anticonceptivos.
Todo esto fue posible gracias a la centralización del sistema de salud pública y la formación profesional de trabajadores y trabajadoras. Y a otro factor central: la expansión de la red de centros de atención sanitaria en los primeros años de la URSS requirió la expropiación de propiedades privadas. Las casas, hoteles, fincas y edificios ociosos se expropiaron sin pago y se adaptaron como centros de salud. Así también sucedió con el instrumental médico en manos privadas.
Semashko y su sistema cayeron en desgracia frente al stalinismo, porque se le criticó su poco interés por la salud individual y su demasiado énfasis en la salud colectiva. Pese a la política stalinista posterior y los ataques contra las mujeres o las personas con padecimientos mentales, la gran mayoría de los logros de los primeros años se mantuvieron por impulso mismo de las comunidades y los trabajadores.
Se entiende, así, que los principios que la OMS pretendió asimilar sin una política socialista y revolucionaria quedaron como buenas intenciones. Aunque no fue inocente este “olvido”.
Argentina, salud para algunos
El contraste entre el sistema sanitario implementado en los primeros años posteriores a la Revolución Rusa y el deteriorado sistema de salud en Argentina no puede ser mayor.
De la mano del Consenso de Washington, el Banco Mundial y la reforma del Estado de principios de los ‘90, el peronismo ideó y aplicó el plan Invertir en Salud que implicó flexibilización laboral en el sector, privatización, descentralización, desfinanciación y sistema de co seguros y medicina privada. Luego vinieron el Plan Federal de Salud de Néstor Kirchner y Ginés González García, los préstamos millonarios del Banco Mundial, la adhesión a la Cobertura Universal de Salud de Cristina Fernández y Juan Manzur, todos planes que continuaron con la descentralización del sistema público y el beneficio para empresas y laboratorios privados que tuvieron ganancias por 200%.
La década kirchnerista fueron 12 años sin inversión en infraestructura para el sistema sanitario, 12 años de precarización laboral con programas como Médicos Comunitarios, 12 años con sistemas de seguros como el Plan Remediar que sólo beneficiaron a los proveedores privados, 12 años sin inversión en los laboratorios de producción nacional.
Apenas asumido Macri, la Dirección de Enfermedades Transmisibles por Vectores sufrió el desmantelamiento y las consecuencias no se hicieron esperar: 2016 fue un año de aumento de los casos de dengue, zika y chikungunya.
El gobierno del Frente de Todos, con Alberto Fernández y Cristina Fernández a la cabeza, se adjudicaron un manejo ejemplar de la pandemia. Respuesta rápida, compra de vacunas, IFE (que a decir verdad fue insuficiente). Pero también la exigencia a los trabajadores de salud de un esfuerzo extra que no se vio compensado con mejoras en las condiciones laborales. La negativa rotunda a centralizar los recursos sanitarios bajo la órbita pública (recordemos que cuando esa idea siquiera asomó por el Ministerio de Salud, Claudio Belocopitt, dueño de Swiss Medical, puso el grito en el cielo y todo el gobierno obedeció sin chistar). Sin contar con que no se hizo nada por mejorar las condiciones de saneamiento ambiental de numerosos barrios populares. Y sin contar el desalojo violento de centenares de familias de Guernica que llevó adelante Axel Kicillof.
Milei demostró que todavía se podía atacar más a la salud del pueblo trabajador. No sólo fueron sus promesas de campaña la destrucción del sistema público a través de un plan de vouchers que financian la demanda pero no la promoción de la salud, sino que aplicó la motosierra en áreas sensibles. Por ejemplo, el presupuesto de Atención Sanitaria para la Comunidad tuvo un aumento de 3,3 % en relación al 2023 y Asistencia Sanitaria, un 1,5%, en un contexto donde la inflación fue de 211,4%. Lo relevante es que ambos ítems tienen influencia directa en la prevención de enfermedades transmitidas por vector, en este caso el mosquito.
En estos días el ministro de salud de la Nación, Mario Russo, dio una entrevista donde dijo dos cosas importantes. Primero recomendó usar pantalones largos para prevenir el dengue. Luego reconoció que estaban pensando en reducir las dificultades para importar repelentes. Más allá de la ridiculez evidente del primer comentario, es totalmente sintónico con el segundo. Traducido: lo mejor que puede hacer el gobierno es favorecer negocios de empresas privadas para nutrir al mercado y que cada cual compre lo que necesita. Ni hablar de las circunstancias ambientales que favorecen el aumento de mosquitos en estas latitudes, la sequía, los desmontes. Ni hablar de proporcionar campañas públicas de descacharrado, saneamiento ambiental, higiene urbana, repelentes, vacunación. Recuerda a lo que dijo Milei en Bahía Blanca luego del temporal, aquello de que confiaba en que los bahienses iban a salir adelante con sus recursos.
¿El resultado? Estamos en presencia de la peor crisis por dengue en la historia de Argentina.
Claro que La Libertad Avanza viene a gobernar sobre un terreno ya muy golpeado. Pero la mano del mercado desregulado, del capitalismo de amigos, de la descentralización y del sálvese quien pueda en salud de los últimos treinta años solo lleva a más contagios, sufrimientos y muertes evitables.
Los principios que con claridad revolucionaria pusieron en pie los bolcheviques hace más de un siglo demostraron que la salud en manos de las comunidades y de los trabajadores y profesionales organizados son la única respuesta posible y realista a los problemas de salud. Toda otra solución que venga de la mano del mercado y sus lacayos es un salvavidas de plomo.
Queda por pensar y escribir el lema propio de la clase trabajadora en materia de salud. Por supuesto que no vendrá de la mano de las burocracias que duermen la siesta sin interrupción ni del peronismo que especula y pide que le demos tiempo a Milei. Aunque una primera línea se está escribiendo hoy en las múltiples asambleas nacidas al calor de la lucha contra el DNU, la ley Ómnibus y el protocolo represivo. Asambleas que barrio a barrio se reúnen y discuten cómo enfrentar a la motosierra. Y también escribe parte de la historia la Posta de Salud y Cuidados, formada por enfermeras, médicas y médicos, trabajadores de salud mental, y también personas usuarias de servicios de salud, familiares, estudiantes, trabajadores de otras ramas que se han encontrado en las calles para enfrentar la represión y acompañar a los trabajadores en lucha.
Un capítulo diferente se está escribiendo en salud y en las condiciones de vida de millones. En el país que sufre "el mayor ajuste de la historia de la humanidad" la salida de la clase trabajadora no es ninguna utopía. |