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14 de abril de 2024 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Táctica y estrategia de la contención: el peronismo y la resistencia contra Milei
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo
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“Una vez que la pasta de diente sale del pomo, no la podés volver a meter”. La metáfora borgeana le pertenece a Guillermo Moreno, panelista estrella en Duro de Domar. El ex interventor del Indec recibe hoy los aplausos y elogios de un progresismo desolado y en crisis. Aparece, junto al nacionalista y antisemita Santiago Cúneo, como una suerte de faro para una fracción del kirchnerismo que masca bronca e impotencia. Postales típicas de un peronismo en crisis y declinación.

La “pasta” serían, en este caso, multitudes saliendo espontáneamente a protestar. El razonamiento no es nuevo. Hace tiempo, en 1944, Juan Domingo Perón sentenciaba que las “masas más peligrosas” eran las “inorgánicas”, aquellas no encuadradas bajo representación sindical o dirigidas desde el Estado. En aquel entonces, el líder de un naciente movimiento político apostaba a convertir a la clase trabajadora en pilar de un nuevo régimen orientado a terciar frente al imperialismo en favor del empresariado nacional.

La metáfora de Moreno atiende a la orientación estratégica del alicaído peronismo actual. Golpeado por la derrota electoral, el movimiento camina en conjunto hacia su derecha. Apuesta, globalmente, a impedir la extensión y el desarrollo de la lucha de clases; a intentar que “la calle” sea territorio solo del burocratizado sindicalismo que encabeza la CGT. En el mejor de los casos, se trata de transformar la movilización en una serie de acciones aisladas, que diluyan la energía del movimiento de masas.

En el marco de una fragmentación y crisis general, mientras sus gobernadores también aplican el ajuste, la apuesta global del peronismo es que el gobierno avance en su plan, se desgaste e intentar un retorno por vía electoral dentro de 2 o 4 años, llegando al gobierno de un país arrasado. En esta ecuación, los trabajadores, los sectores medios y populares son, necesariamente, el pato de la boda. Lo que necesitamos es una estrategia alternativa, que sirva verdaderamente para derrotar el plan de guerra de Milei, el FMI y las grandes patronales.

Vandorismo de bajas calorías

El miércoles pasado, en Casa Rosada, la CGT presentó su “Agenda para un nuevo contrato social”. El pomposo título acompaña un programa que propone, entre otras cosas, la búsqueda de consensos para alcanzar “una legislación laboral adecuada a las características de la sociedad actual”. Paolo Rocca y Marcos Galperin aplauden.

Por estas horas, la CGT se ofrece como herramienta política del peronismo; como vocera de un movimiento político en crisis, fragmentado y tensionado entre los perdedores de la última gestión y quienes nunca lograron concentrar el poder suficiente para crear el “otro peronismo”. De un lado, Cristina, Massa y Kicillof; del otro el cordobés Llaryora. En el medio, una gama infinita de chicanas, cruces y negociaciones.

Sin embargo, este jueves, la central sindical convocó a un nuevo paro nacional el 9 de mayo. Llamado con un mes de antelación, se ignora aún si tendrá carácter activo. Pocos días antes, el 1° de Mayo, habrá una movilización. La decisión grafica el peso que empieza a adquirir la conflictividad social: las conducciones de las centrales sindicales toman nota, a su manera. La decisión de llamar al paro –a horas del gesto dialoguista hacia el gobierno– responden a un creciente malestar social. Esta semana tomó forma en el potente paro de la UTA, que sacudió el AMBA el jueves, evidenciando la fuerza social de un sector estratégico de la clase trabajadora. Ese malestar también hace eclosión en numerosas luchas y reclamos: clases públicas y marchas universitarias; acciones y movilizaciones de las organizaciones sociales contra el ajuste a los más humildes; luchas contra los despidos en el Estado y sectores privados; numerosos conflictos por condiciones laborales y salario, donde la negativa gubernamental a homologar determinadas paritarias tensiona relaciones con el mundo sindical.

Si la CGT actúa –en cierta medida– como “partido” es porque la política se empieza a escribir en las calles. Sin embargo, el paro no altera la estrategia global de la cúpula sindical, que consiste en luchas aisladas por gremio, que habilitan a Gobierno y patronales a golpear a cada sector por separado. No se presenta como una herramienta para unir y fortalecer la multiplicidad de luchas en curso. Para las conducciones sindicales burocráticas, la medida de fuerza es el complemento necesario de sus negociaciones con el poder político. Vandorismo de bajas calorías, montado en la bronca obrera y popular.

La conducción sindical apuesta a repetir lo ocurrido el 24 de enero: un paro controlado y limitado, destinado a negociar con el poder. Eso explica la ausencia de medidas de acción frente al tratamiento parlamentario de la nueva Ley Ómnibus. O para intentar imponer la anulación completa del megaDNU. Derrotar el plan de guerra de Milei implica responder globalmente; la CGT elige no hacerlo.

De cara al 9 de mayo hay un combate abierto por impedir que se repitan escenas del 24E. Tiene que ser una herramienta para apoyar y unir las peleas en curso; un paso en la preparación de un plan de lucha y una verdadera huelga general hasta derrotar el conjunto del plan ajustador.

El “giro doctrinario”

La orientación programática de la CGT no escapa a la orientación global del peronismo. Derrotado en las urnas, giró hacia sí mismo, iniciando un proceso de catarsis que se extiende hasta el presente. Allí, en un cruce continuo de chicanas y rumores, emergen los debates acerca de la necesaria “modernización” que requeriría el espacio para no devenir una “fuerza testimonial”.

La discusión desborda las ya difusas fronteras partidarias. Alcanza al mundo de la politología. En lo que parece un aporte conceptual y un consejo, José Natanson, escribe en El Dipló de abril que “ideológicamente tildado en el último tramo del gobierno de Cristina (los últimos años felices), el peronismo, bajo la conducción efectiva del kirchnerismo, ha perdido su brújula programática (…) tiene que encarar, por usar una frase canónica, una ‘actualización doctrinaria para la toma del poder’...”.

Ese “giro doctrinario” está en curso. Hace dos meses, Cristina Kirchner bocetó la partitura de la “música más maravillosa” a los oídos patronales, al hablar de “actualización laboral”. Miguel Pichetto, ese ángel colaboracionista del oficialismo, aplaudió. La CGT se sintió empoderada para ofrecer su propia reforma laboral, en contraposición a aquellos proyectos delineados por el oficialismo o por sus cómplices de la UCR.

En El kirchnerismo desarmado, Alejandro Horowicz describió la “alfonsinización de la política” como la “exacta admisión de los límites del orden político que no se transgrede”. En el libro –publicado en 2023– la definición aplicaba al peronismo de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa. A un peronismo que, habiendo prometido dejar atrás la herencia de ajuste macrista, profundizó en soluciones conservadoras que ahondaron en “la estabilización del orden existente”.

El peronismo gobernante aceptó no transgredir el orden impuesto por el FMI y el capital financiero internacional. Se abocó, consciente, a la aplicación del programa de ajuste diseñado en Washington. En el último tramo de gestión, Sergio Massa se convirtió en garante activo de ese programa. Actuó con aval explícito de Cristina Kirchner y el conjunto de esa fuerza política.

No existe salida a la crítica situación actual sin romper con el régimen del FMI, que empuja a un programa constante de ajuste fiscal, destinado a "honrar" una deuda odiosa e ilegal. Si no podía ofrecer otro proyecto desde la cúpula del poder estatal, el peronismo menos aún puede hacerlo en el llano. Hoy en la oposición, traslada la “alfonsinización de la política” a la sociedad civil. Acepta no transgredir el orden político y social que intentan Milei, el FMI y el poder económico. Accede, quejoso, a discutir sobre reformas laborales e “industrias del juicio”. Se “moderniza” haciendo propia parte de la agenda del gran capital.

Una estrategia de defensa pasiva

Hace dos siglos, el teórico militar Carl Von Clausewitz definió que “la forma defensiva de la guerra no es un mero escudo, sino un escudo que va acompañado por golpes asestados hábilmente” [1]. La definición, como se ha hecho innumerables veces, puede traducirse al campo de la lucha de clases.

Ante la guerra ofensiva desatada por Milei, Paolo Rocca y las grandes patronales, el peronismo y la CGT apelan a una defensa pasiva (un absurdo teórico para Clausewitz), donde los golpes no se frenan o se devuelven en dosis homeopáticas. Frente a los despidos masivos en el Estado, la conducción de UPCN ofrece negociar cesantías por dependencia, dividiendo fuerzas al infinito. Frente al intento de reforma laboral, la CGT responde ofreciendo la propia, atendiendo exigencias del gran capital.

Se efectuaron, es cierto, algunos golpes. En las calles, el paro nacional del 24 de enero ofició de respuesta al ajuste salvaje. Puesto por la CGT en la perspectiva de negociar con Milei, diluyó su efecto potencial. En el Congreso, la derrota parcial del DNU 70/23 resultó otro golpe. El peronismo, deseoso de no hacer olas, eligió no continuar ese camino, permitiendo la vigencia del DNU. Se trató de golpes parciales, sin continuidad; parte de una estrategia pensada en términos electorales largos, pero no para frenar o derrotar el ajuste feroz que agobia al pueblo trabajador a diario.

Esa defensa pasiva es inescindible de la estrategia global del peronismo. Atento a su concepción de conciliación de clases, en los marcos del régimen del FMI, teme aportar –aunque sea por accidente– al despliegue de la lucha de clases. Discursivamente sigue apostando a una fantasmal burguesía “nacional”. En la realidad, intenta un diálogo con la clase capitalista que lideran Rocca, Galperin y cía.

De conjunto, sus múltiples alas terminan actuando como factores de gobernabilidad de Milei. De un gobierno sin partido –como mostró el affaire Zago-; sin gobernadores; incapaz de ofrecer política sanitaria frente a la epidemia del dengue; sin otro “control de la calle” que la pura acción represiva. Una gestión que se sostiene, por sobre todo, gracias al apoyo de la gran burguesía local, el capitalismo financiero y el imperialismo norteamericano.

Mediante esta estrategia, el partido de Cristina, Massa, Kicillof, Llaryora, Héctor Daer, Moyano y Juan Grabois opera como un factor más del inestable orden que sostiene a Milei. Sea negociando porciones del ajuste –como la reforma laboral o las privatizaciones–; sea limitando la resistencia a Milei a luchas aisladas y sin continuidad; sea lanzando candidaturas para 2025 mientras se eluden los combates en curso. Mientras tanto, se profundiza la miseria que padecen las masas populares.

Esa estrategia global condiciona cualquier resistencia seria al ajuste. Limita las respuestas y, al mismo tiempo, induce a la desmoralización. Es necesario construir otra. Distinta, opuesta por el vértice.

El camino de la huelga general

En las rústicas palabras de Moreno, “la pasta” empieza a salir. Ejemplifiquemos. El masivo paro de choferes en el AMBA significó un cimbronazo. Graficó la potencia social de un paro de transporte; transformó al conurbano en involuntario protagonista de un feriado. Concitó la simpatía de millones de usuarios y usuarias. El movimiento estudiantil comenzó a salir a escena: con clases públicas, asambleas y marchas masivas. Se enfrenta a los límites que imponen rectores y direcciones gremiales. La Franja Morada, histórica burocracia en centros y federaciones, opera como parte de esos mecanismos de freno. No sorprende: es la juventud del partido que propone una reforma laboral para esclavizar obreros. La lucha contra los despidos persiste, a pesar de las traiciones burocráticas. Lo mostraron este viernes por la tarde los despedidos y despedidas del Estado, de GPS-Aerolíneas y de otros sectores. Convergieron en las calles con asambleas barriales, el sindicalismo combativo, organizaciones de desocupados y la izquierda. Recibieron el áspero hostigamiento policial, pero marcaron la agenda de una pelea que continúa.

Frente al plan de guerra que encabezan Paolo Rocca, Galperin y el gran capital y el FMI, la estrategia del peronismo conduce a la desmoralización y a la impotencia. Es preciso construir otra, que apueste a la masificación y radicalización de la lucha de clases. Que responda a la ofensiva oficial con golpes contundentes, como parte de un plan de lucha para derrotar el plan de Milei. Que combata la fragmentación, apostando a unir y coordinar a los sectores que empiezan a moverse y a aquellos que entrarán a la lucha en el tenso período que se acerca. Que en cada pelea apueste a superar las divisiones corporativas que imponen multiplicidad de burocracias gremiales y sociales.

Esa estrategia requiere apostar al más amplio desarrollo de la autoorganización democrática. Hacia el 9 de mayo está planteado pelear por asambleas en cada lugar de trabajo y en las barriadas obreras y populares. Para que los trabajadores y las trabajadoras discutan por qué objetivos pelear y como continuar los combates hasta derrotar a Milei. Para intentar impedir que la conducción de la CGT lo utilice en sus negociaciones con el Gobierno. En las universidades, tanto el paro como la Marcha Educativa del 23 de abril, plantean la misma pelea al movimiento estudiantil.

Hay que unir activamente la fuerza de cientos de miles o millones de trabajadores y trabajadoras; de la juventud estudiantil y trabajadora, ocupada y desocupada; del movimiento de mujeres; de todos y todas los que salen a la lucha por múltiples demandas. Así podremos construir el camino de la huelga general.

Una huelga general donde la clase trabajadora paralice nacionalmente la actividad económica. Donde se haga evidente que el país funciona gracias a la actividad diaria de millones de trabajadores y trabajadoras. Donde cientos de miles salgan a las calles y las rutas en todo el territorio nacional para mostrar el poder de la movilización masiva. Una gran lucha nacional que, incrementándose, suelde la unidad entre las diversas capas de la fragmentada clase trabajadora: efectivos, contratados, informales, desocupados. Que, en simultáneo, una al movimiento obrero con el movimiento estudiantil, el movimiento de mujeres y demás sectores en lucha. Se trata del único método que puede derrotar efectivamente el plan de ajuste de Milei, el FMI y las grandes patronales.

En el despliegue de ese enorme proceso de lucha, en el caótico conjunto de peleas diversas y múltiples, se puede desarrollar una nueva conciencia política entre las masas trabajadoras y el pueblo pobre. La acción precede a la conciencia; aporta a su desarrollo. Esta debe ser la apuesta. Eso permitirá que la derrota del plan Milei se convierta en el punto de partida de una gran lucha revolucionaria de masas, que avance a cuestionar la dominación capitalista del país.

Una nueva fuerza política socialista de la clase trabajadora

La declinación estratégica del peronismo es muy profunda. Atado a su estrategia de conciliación de clases y respetando los marcos del régimen del FMI, condujo al país al desastre económico en su última gestión estatal. Hoy, desde el llano, impide el despliegue de una resistencia potente, facilitando el camino de la derecha y las grandes patronales. Esto ocurre cuando –más allá del desgaste de la base electoral del Gobierno– existe en el país un 44 % de la población que votó contra Milei. Si una porción significativa de esas casi 12 millones de personas se movilizara seriamente, el plan del gobierno se haría insostenible.

Es urgente construir una nueva fuerza política que plantee un horizonte distinto. Un gran partido socialista de la clase trabajadora, que combata activamente contra la conciliación de clases. Que trabaje constantemente por elevar la conciencia política de explotados y oprimidos, planteando el objetivo de terminar con la decadencia que impone el sistema capitalista. Que pelee activamente por la autoorganización democrática en cada lugar.

Ese partido puede empezar a desarrollarse a partir de los miles y miles de luchadores y luchadoras que están entrando en escena. En la vanguardia que comprende, entre otros sectores, las asambleas barriales y de la cultura; las luchas contra los despidos; las duras peleas por el salario. A esos sectores que salen a pelear en defensa de la educación pública; por las libertades democráticas y contra la represión; por la defensa activa de derechos conquistados como el aborto.

Hoy, parte de esa vanguardia empieza a nuclearse alrededor de las peleas en curso. Lo hace apostando a desarrollar la solidaridad activa con las luchas contra los despidos y contra el ajuste. Prepara, para avanzar, un Encuentro donde debatirá democráticamente como continuar la pelea de conjunto.

Ese partido puede empezar a emerger, también, entre cientos de miles de votantes y simpatizantes del Frente de Izquierda Unidad, que pueden sumarse a las diversas peleas en curso.

La energía y las fuerzas del PTS-Frente de Izquierda están puestas en proponerles a todos ellos y ellas la urgente tarea de empezar a construir esa gran fuerza política socialista de la clase trabajadora. Ese combate se libra diariamente. Desde la actividad militante de miles de compañeros y compañeras trabajadoras, que batallan cada día en sus lugares de trabajo. Desde la de miles de compañeras y compañeros que militan diariamente en el movimiento estudiantil. Desde las bancas de diputados nacionales que ocupan Myriam Bregman, Nicolás del Caño, Christian Castillo y Alejandro Vilca. Desde la actividad de decenas de dirigentes y referentes políticos, gremiales, estudiantiles y del movimiento de mujeres. Desde La Izquierda Diario, Ideas de Izquierda, Armas de la Crítica, la editorial (CEIP-IPS), El Círculo Rojo y el conjunto de los medios destinados a difundir nuestras ideas.

La tarea es urgente. Necesaria. Tómala también en tus manos.

 
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