Publicamos a continuación para interés de nuestras y nuestros lectores una crítica del economista marxista británico Michael Roberts al recién publicado libro del premio nobel y economista Joseph Stiglitz, The Road to Freedom - Camino de Libertad (2024), discutiendo contra la idea de la posibilidad de un "capitalismo progresista".
El economista liberal de izquierda y ganador del premio Nobel (Riksbank), Joseph Stiglitz, ha publicado otro libro para proclamar los beneficios de lo que él llama ‘capitalismo progresista’. Camino de Libertad (The Road to Freedom) es un juego de palabras con el título del infame libro de Friedrich Hayek, Camino de Servidumbre (The Road to Serfdom), publicado en 1944, que afirmaba que la intervención del gobierno en la ‘libertad de los mercados’ causaría escasez y desajustes de recursos y, eventualmente, el fin de la democracia y la libertad en una dictadura al estilo de la Unión Soviética estalinista. John Maynard Keynes expresó su acuerdo con Hayek después de leer su libro. Le escribió a Hayek: “moral y filosóficamente me encuentro en acuerdo con prácticamente todo el contenido; y no solo en acuerdo, sino en un acuerdo profundamente conmovido.”
Pero Stiglitz ciertamente no está de acuerdo. Para él, la afirmación de Hayek de que los ’mercados libres’ significan libertad para el individuo realmente significa ’libertad para los lobos y muerte para las ovejas’ (Isaiah Berlin). Los mercados libres están diseñados para generar ganancias, no para satisfacer las necesidades sociales de la mayoría. “Las externalidades están por todas partes”, escribe Stiglitz. “Las externalidades negativas más grandes y famosas son la contaminación del aire y el cambio climático, que derivan de la libertad de las empresas y los individuos para tomar acciones que generan emisiones dañinas”. El argumento para restringir esta libertad, señala Stiglitz, es que hacerlo “ampliará la libertad de las personas en las generaciones futuras para existir en un planeta habitable sin tener que gastar una enorme cantidad de dinero para adaptarse a cambios masivos en el clima y el nivel del mar.”
Para Stiglitz, el enemigo de la libertad humana no es el capitalismo en sí, sino el ’neoliberalismo’, que ha generado una creciente desigualdad, la degradación ambiental, el afianzamiento de monopolios corporativos, la crisis financiera de 2008 y el ascenso de populistas de derecha peligrosos como Donald Trump. Estos resultados nefastos no fueron ordenados por ninguna ley de la naturaleza o leyes de la economía, dice. Más bien, fueron “una cuestión de elección, un resultado de las reglas y regulaciones que han gobernado nuestra economía. Estas han sido moldeadas por décadas de neoliberalismo, y fue el neoliberalismoel que tuvo la culpa.”
Stiglitz ha argumentado antes en libros anteriores que no es el capitalismo el que tiene la culpa, sino las decisiones de los gobiernos y sus patrocinadores corporativos de ‘cambiar las reglas del juego’ que existían en el período de posguerra del capitalismo gestionado. Las reglas se cambiaron para desregular; privatizar; aplastar a los sindicatos, etc. Pero Stiglitz nunca explica por qué la élite gobernante sintió la necesidad de cambiar las reglas del juego. ¿Qué pasó para que las reglas de posguerra se transformaran en las neoliberales?
En cualquier caso, Stiglitz reitera su llamado a la creación de un “capitalismo progresista”. Bajo las reglas de esta forma de capitalismo, el gobierno emplearía una gama completa de políticas fiscales, de gasto y regulatorias para reducir la desigualdad, controlar el poder corporativo y desarrollar los tipos de capital orientados a las necesidades sociales en lugar de las ganancias, como el ‘capital humano’ (educación), el ‘capital social’ (cooperativas) y el ‘capital natural’ (recursos ambientales).
¿Cómo puede alguien no ver eso, después del colapso financiero global de 2008, o los numerosos escándalos financieros subsiguientes; o el fracaso para detener o regular la producción y financiamiento de combustibles fósiles? La regulación no ha detenido las crisis regulares y recurrentes de producción bajo el capitalismo, ya sea en la imaginada ‘era progresista’ de 1945-75 o en la era neoliberal desde entonces. Stiglitz no tiene nada que decir al respecto.
Efectivamente, casi reconoce que sus propuestas políticas de gravar a los ricos, regular las finanzas y el medio ambiente, y aumentar el gasto público para lograr un capitalismo progresista probablemente no sean adoptadas por los gobiernos y las grandes empresas. Pero cuando se le preguntó si tal vez la única alternativa real para lograr la libertad humana es una transformación revolucionaria de la economía y la sociedad, respondió en una presentación en la LSE de su libro que las revoluciones son violentas y arriesgadas, y por lo tanto deberían evitarse en favor de un cambio gradual.
Su respuesta me recuerda al comentario de Geoff Mann en su excelente libro, A la larga Vamos a estar todos Muertos In the Long Run We are all Dead, "la izquierda quiere democracia sin populismo, quiere política transformadora sin los riesgos de la transformación; quiere revolución sin revolucionarios" (p.21). Stiglitz realmente hace eco de Keynes, quien dijo una vez: “En su mayor parte, creo que el capitalismo, si se administra sabiamente, probablemente puede ser más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo que se haya vislumbrado hasta ahora, pero en sí mismo es en muchos aspectos extremadamente objetable. Nuestro problema es idear una organización social que sea lo más eficiente posible sin ofender nuestras nociones de una forma de vida satisfactoria”.
¿Cómo podría la regulación y una mayor igualdad enfrentar el inminente desastre que es el calentamiento global mientras el capitalismo acumula rapazmente sin ningún respeto por los recursos y la viabilidad del planeta? Los programas de redistribución harán poco para esto. Y si se logra una mayor igualdad en la economía, ¿evitaría futuras caídas bajo el capitalismo o futuras Grandes Recesiones? Las economías más igualitarias en el pasado no evitaron estas caídas. El capitalismo progresista es un oxímoron en el siglo XXI. E incluso Stiglitz duda que sea posible lograrlo.