Rosario Escobar
| Dra. en Enseñanza de las Ciencias | Redacción de Ciencia y Tecnología |@mrosario.escobar
El doctorado inexistente de Milei en la Universidad de California, la terraplanista Lemoine en la Comisión de Ciencia y Técnica en Diputados y un refrito de los 90s al que nadie quiere volver.
El ingreso irrestricto y las contradicciones en la permanencia y la finalización de las carreras universitarias, así como el salto y el desgranamiento entre la educación media y la educación superior han sido objeto de debates y discusiones tanto desde las gestiones institucionales como desde organizaciones estudiantiles y las políticas propuestas por distintos espacios políticos. La continuidad y la posibilidad de seguir una carrera en investigación científica a través de becas se han ido acotando en los últimos años, conforme avanzó la crisis, y el vaciamiento principalmente a partir del segundo gobierno de CFK. Así, tenemos por ejemplo que, entre el año 2012 y 2021 la cantidad total de estudiantes universitarios creció alrededor de un 40%, pero el número de egresados no creció de igual manera, de hecho para el año 2021 la cantidad de egresados en relación al total de estudiantes disminuyó: pasó del 6% al 5,6%. [1]. El año 2024 en Conicet comenzó con despidos, desfinanciamiento, y la incertidumbre en relación a las asignaciones de becas: finalmente este año sólo se otorgarían 600 becas doctorales de las 1300 becas estipuladas y 300 becas de finalización de doctorado. Esto además se consiguió con varias jornadas de asambleas y movilizaciones que incluyeron la la toma de Conicet a dos meses del nuevo gobierno.
Ingresar al sistema científico a través de CONICET, el principal organismo público de ciencia y tecnología en Argentina, ya sea para iniciar una carrera como investigador o para obtener becas de posgrado y continuar estudios mientras se trabaja, requiere cumplir una serie de requisitos: títulos académicos, experiencia laboral relevante en el área, participación de concursos y congresos y la publicación de trabajos en revistas científicas internacionales. Los criterios de selección se vuelven cada vez más restrictivos en sintonía con el desfinanciamiento y vaciamiento del sector en los últimos años. Se trata ésta de una realidad diametralmente opuesta a la que el gobierno presenta a través de fake news que atacan de manera sostenida a este sector y en general a todos los trabajadores públicos: ningún científico queda exento del calificativo “ñoqui”. Por el contrario: cada vez es más difícil ser científica o científico en la Argentina .
El presidente Milei plagia el trabajo de investigadores de Conicet y se atribuye títulos de la UBA y doctorados inexistentes en la universidad de California. Mientras, los medios de comunicación y redes sociales rebalsan de figuras que promueven el oscurantismo como política de Estado, desde gurúes espirituales hasta líderes de organizaciones coercitivas y sanadores.
El caso de Lilia Lemoine, recuerda mucho a Jen Barber, la protagonista femenina de la serie de culto The IT Crowd. Lilia no necesitó cumplir con ninguna acreditación ni experiencia para asumir un rol destacado en la comisión de ciencia y técnica en la cámara de diputados (más allá de ser la cosplayer amiga del presidente “más famosa del mundo”). Como Jen, la diputada Lemoine hace pasar su dudosa experiencia en atención al cliente de Fibertel por conocimientos en ciencia y técnica. “Pensé que era un meme” era el comentario que circulaba por los grupos de whatsapp cuando en efecto, se confirmó su lugar en la comisión.
Milei plagió a un investigador de CONICET en su nuevo libro. Lo bueno es que, con esto, quedó saldada la discusión sobre la utilidad de las ciencias sociales en CONICET. Al menos a Milei, de utilidad le fueron.https://t.co/4VnlAJjp8m
Lilia es funcionaria pública de un espacio abiertamente misógino, machista, homofóbico y transfóbico y que aún así, como le gusta repetir a Adorni, está lleno de mujeres. ¿Así que vos te quejabas de que no había igualdad de derechos para mujeres? Acá tenés a una mujer como primera secretaria de la comisión de ciencia y técnica en Diputados. Una mujer de la que todos se puedan reír cada vez que en el Congreso intenta articular argumento: su impostura de seriedad e idoneidad no le alcanza para maquillar las enormes limitaciones en cada cosa que dice (como Jen), por lo cual se convierte instantáneamente en meme. Su nombramiento representa también una negación burda de los avances logrados en la lucha por la igualdad de género en ciencia, especialmente en un contexto donde los reclamos por mejores condiciones laborales para las mujeres continúan siendo espacios a conquistar: el famoso “techo de cristal”. En este escenario emerge Lilia, maquilladora, terraplanista, defensora de hombres, farandulera, con su credencial de Fibertel. Lejos de ser un gag, su posición resulta una clara provocación.
Cualquier análisis serio, político, científico de la situación actual no puede desestimar una variable de peso. Milei emerge a partir de un profundo descontento social preexistente: el fracaso de la gestión del profesor Alberto Fernández, del “gobierno de científicos” y sus filminas. El discurso del gobierno de científicos entró en contradicción con la pobreza, con el aumento de la precariedad, con la decisión política de ajustar en plena pandemia, privilegiando el pago de la deuda odiosa por sobre la vida, la salud y los derechos de las grandes mayorías.
Una política que intentó imponer la pasividad en todos los niveles a través de un falso sentido de cuidado por el prójimo, pero que fue insostenible para un sector amplio de jóvenes e informales que necesariamente tuvieron que salir a pedalear o a rappitendear en condiciones de precariedad extrema para poder parar la olla. El triunfo de Milei se fue gestando a través de una política en la que el discurso y las acciones concretas iban a total contramano, en las que el superávit de 45 mil millones de dólares no encontró correlación con el empobrecimiento de la población y la disparada inflacionaria en la era del superministro Sergio Massa.
Un refrito fuera de tiempo
Las aberraciones son singularidades que expresan profundas contradicciones, haciendo temblar los cimientos de lo conocido. El caso Lemoine sirve para discutir en profundidad qué ciencia y qué educación queremos y por las cuales luchamos. Si decimos que en Conicet no sobra nadie y estamos luchando para que no despidan a compañeros, la designación de Lilia justamente valida y legitima ese reclamo: si ese personaje está en la comisión de Ciencia y Técnica en Diputados, entonces, en efecto, ni en Conicet ni en la Universidad sobra ningún trabajador. Lemoine no necesitó ningún título, ninguna credencial, ni ningún tipo de prestigio para llegar a un lugar al cual, tal vez, jamás imaginó que llegaría, en el marco del debate de una ley que pasará a la historia por sus efectos devastadores en amplios sectores de la sociedad. Sin embargo, el fenómeno emerge a partir de una serie de causas y un contexto propicio. Entre la base social que todavía sostiene al gobierno seguramente nos encontraremos con las frustraciones de quienes quedan excluidos del sistema educativo y científico público. Más que de una juventud que se volvió de derecha por generación espontánea, se trata de un rechazo a un discurso que se intentó imponer con filminas y puestas en escena que contrastaban con la crítica realidad social impuesta a través de decisiones políticas concretas.
El problema de la ciencia en Argentina es estructural. Además de lo urgente como el vaciamiento, el presupuesto y los despidos, también hay que discutir objetivos: ¿una ciencia en pos de las demandas del sector privado más concentrado de la economía, o una ciencia en beneficio de las grandes mayorías? Ambos caminos son mutuamente excluyentes porque implican una configuración del sistema productivo sobre bases antagónicas. Una ciencia crítica, que cuestione el extractivismo y la transferencia tecnológica, que sea inclusiva, con perspectiva de género y sin precarización ni explotación, con educación de calidad y recursos tecnológicos avanzados, necesariamente deberá cuestionar los criterios de inclusión, expulsión y legitimación, así como la lógica productivista que no deja tiempo para otra cosa que no sea la producción de papers.
La película de los 90, las privatizaciones, los despidos y Cavallo mandando a lavar los platos a los científicos ya se vio. Pero si la original terminó como terminó en el estallido de 2001, el intento de remake de Milei tiene en contra un contexto internacional muy diferente al de la época del consenso de Washington: hoy la hegemonía de Estados Unidos se encuentra en crisis en el marco de la guerra comercial con China y de conflictos bélicos en Europa. De aquel experimento, una gran parte de la sociedad sacó sus lecciones y no tiene intenciones de volver. Estamos ante un nuevo escenario para la ciencia y el movimiento estudiantil en todo el mundo, un nuevo escenario con enfrentamientos bélicos de potencial nuclear, a la vez que una juventud enardecida contra la masacre en la franja de Gaza, enfrenta la brutal represión de la policía en las universidades más prestigiosas de Estados Unidos y todo el mundo.
La pedagogía de la crueldad de la que habla Martín Kohan, se expresa de distintas maneras: a través de la ridiculización, la burla, el festejo por las penurias de trabajadores, jubilados, mujeres, juventudes, el target predilecto del gobierno de Milei. Sin embargo, esta batalla cultural -si es que todavía cabe llamarla así-, también expresa la enorme debilidad de un gobierno, que no puede hacer pie en el movimiento popular e intenta imponerse ideológicamente por esos medios. El final de la película está por verse, pero por suerte, hay algo seguro: los noventas no vuelven más.