Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914 es una ambiciosa obra histórica centrada, como afirma el propio autor, no tanto en el por qué ocurrió la guerra mundial sino en el cómo fue que sucedió. Clark juega con la idea de que los principales líderes de las potencias imperialistas subestimaban la magnitud de la catástrofe que estaban a punto de desatar. En este libro, escrito con anterioridad a la guerra en Ucrania, afirma que:
… a cualquier lector del siglo XXI que siga el curso de la crisis del verano de 1914 le sorprenderá su cruda modernidad. […] De hecho, hasta podríamos decir que julio de 1914 está menos lejos de nosotros —es menos incomprensible— ahora que en la década de 1980. Desde el fin de la Guerra Fría, un sistema de estabilidad bipolar global ha dado paso a una serie de fuerzas más complejas e imprevisibles, entre ellas imperios en decadencia y potencias emergentes, una situación que invita a la comparación con la Europa de 1914 [1].
En tiempos de un convulsivo interregno como el que atraviesa la situación internacional hoy, comparaciones como estas deben ser tomadas en serio.
Comparaciones históricas
En Sonámbulos Clark trae una visión vívida del curso hacia la Primera Guerra Mundial. Un escenario signado por fuerzas complejas, escenarios sin resolución previsible, viejos imperios en decadencia y potencias emergentes que invita a las comparaciones con el presente. 1914 no cayó del cielo. Ya a principios de la década de 1890 había nacido la alianza franco-rusa y en 1904 surgiría la “Entente cordiale” entre Francia y el Reino Unido. La posición de Alemania, un “imperio tardío”, contrastaba con la del resto de las principales potencias al haber llegado tarde al reparto colonial. En 1904-1905 tendrá lugar la guerra ruso-japonesa. El Convenio anglo-ruso de 1907 terminará de polarizar el continente en dos bandos. Para ese entonces ya se había producido la primera crisis en torno a Marruecos. Unos años después, en 1911, la guerra estuvo a punto de estallar con la “crisis de Agadir”, luego de que Alemania enviase un buque a Marruecos “para defender los intereses del Imperio” ante la rebelión popular, provocando la reacción de Francia y de Inglaterra. No pasó a mayores. Sin embargo, pocas semanas después Italia atacó a la actual Libia, en ese entonces bajo control otomano. Al año siguiente, la descomposición del Imperio otomano motivaría el ataque de una coalición informal conformada por Bulgaria, Montenegro, Grecia y Serbia. Será la primera guerra de los Balcanes. En 1913 llegará la segunda, por el reparto del botín, que enfrentará a Bulgaria con Serbia, Grecia, Montenegro y Rumania.
Hoy, luego de décadas de globalización imperialista dirigida sin cuestionamientos por EE. UU., el escenario internacional aparece marcado por crecientes niveles de competencia geopolítica, comercial y militar entre potencias. La guerra en Ucrania marcó una novedad histórica en el siglo XXI al plantear nuevamente la irrupción de la guerra interestatal con el involucramiento de grandes potencias en ambos bandos: Rusia frente a la OTAN actuando por procuración detrás de las fuerzas ucranianas. Una guerra en la periferia de Europa que a más de dos años de su inicio aún carece de solución a la vista y que ha motivado una carrera armamentística que involucra a las principales potencias de Europa. Se ha afianzado el polo Rusia-China traccionando a varios países “emergentes” y potencias regionales como Irán. La “guerra comercial” entre China y EE. UU. –que trasunta una disputa mucho más amplia– se conjuga con las tensiones militares en torno al Mar de China Meridional y la isla de Taiwán [2]. El genocidio del Estado de Israel en Gaza plantea una amenaza creciente de guerra regional donde Irán se vea involucrado. Si bien no estamos aún frente a una tercera guerra mundial, las analogías con el período previo a 1914 están a la orden del día. Pero ¿qué tipo de comparación puede sernos más útil para pensar el presente?
En su libro, Clark analiza en detalle todas y cada una de las decisiones diplomáticas que adoptaron los gobiernos de las principales potencias europeas de la época, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Austria-Hungría, entre 1900 y 1914. No solo de ellas, sino también de Serbia y en menor medida de Italia y Bélgica. Ahora bien, en su monumental obra de reconstrucción histórica, a partir de mostrar la multiplicidad de actores tomando decisiones, la interacción entre ellos, sus rivalidades, divisiones internas, etc., se propone destacar el carácter contingente y de corto plazo de diversas decisiones que, al calor de la evolución de la situación, trazan el camino hacia la guerra mundial. Anderson, en sus comentarios a Sonámbulos, realiza dos señalamientos pertinentes a la hora de ir más allá de constatación de diversas similitudes en cuanto a la escalada de conflictos y a la creciente polarización. Ambos hacen a los fundamentos más estructurales de la Primera Guerra Mundial. El primero se relaciona a las brechas estructurales existentes en el orden anterior. El segundo refiere a la noción de imperialismo.
El agotamiento del orden de la Restauración
En el primer caso, Anderson le critica a Clark haber iniciado demasiado tarde el rastreo de los orígenes de la Gran Guerra separándola del legado de la Restauración neo-absolutista y las contradicciones que atravesaron el orden de europeo establecido por el Congreso de Viena (1814-1815) [3]. Para una comparación con el presente también es necesario situar las actuales tendencias militaristas en el marco de la “Restauración burguesa” de las últimas décadas. En nuestro artículo de 2011, “En los límites de la ‘Restauración burguesa’”, desarrollábamos esta analogía histórica retomando críticamente comparaciones similares realizadas por Daniel Bensaïd en su libro La discordancia de los tiempos y de Alain Badiou en De un desastre oscuro para dar cuenta de la contraofensiva del imperialismo una vez terminado el ascenso de masas de 1968-1981. La misma incluyó la implementación de toda una serie de “contrarreformas” económicas, sociales, y políticas en los países centrales, el llamado “Consenso de Washington” para la periferia, y tuvo su expresión más acabada en la restauración del capitalismo en los Estados obreros burocráticos donde se había expropiado a la burguesía durante el siglo XX.
Con la restauración del capitalismo en la ex URSS, Europa del Este, y sobre todo China, el capitalismo encontró una nueva “selva virgen” donde acumular capital. Pudo expandir enormemente la ley del valor e incorporar masivamente nueva fuerza de trabajo (aumentando la plusvalía absoluta en todo el mundo). El agotamiento de este fenómeno es el sustrato de muchas de las crisis que atraviesa el capitalismo hoy. China se transformó de una nación pobre, destino para la acumulación de capital de las potencias imperialistas, en una nación que compite en el mercado mundial por las oportunidades de acumulación de capital con EE. UU. y las grandes potencias. Por su parte, con la restauración la Federación Rusa sufrió el desmantelamiento de su industria y pasó a depender de la exportación de gas y petróleo, pero fue la heredera del arsenal de la URSS. Vista tempranamente como una amenaza, la política de EE. UU. y la OTAN –cuestionada por teóricos “realistas” como John Mearsheimer– fue la de expandirse hacia el Este europeo para “cercar” a Rusia sin ir a un enfrentamiento militar directo. La disputa comercial, geopolítica y las tensiones militares entre EE. UU. y China, por un lado, y la guerra en Ucrania, por otro, muestran el agotamiento de este orden.
Retomando al historiador Edward Ingram, Anderson identifica a la región de los Balcanes –cuyos desgarramientos y contradicciones son ampliamente analizados en el libro de Clark– como una brecha permanente en el orden europeo pos-1815 a la cual se exportó un belicismo que aparecía vedado en el centro del sistema pero que, sin embargo, rebotó en él con la Guerra de Crimea (1853-1856) [4] y, finalmente, con la Primera Guerra Mundial. Bajo el orden de la “Restauración burguesa”, Medio Oriente ocupó, de algún modo, un lugar similar al de los Balcanes en el sistema de Viena. No porque los propios Balcanes no hayan estado atravesados por inestabilidad y guerras en las últimas décadas (Bosnia en 1995, Kosovo en 1998-1999), sino porque fue Medio Oriente el destino privilegiado de exportación del belicismo vedado en el centro del sistema (Irak en 1990-1991 y en 2003 junto con Afganistán, el Líbano en 2006 y toda la serie de intervenciones militares en Siria, Libia, etc., luego de la Primavera Árabe). El hecho de que actualmente el Estado de Israel esté llevando adelante un genocidio a cielo abierto liquidando los vestigios de hegemonía que podían quedarle al imperialismo norteamericano –así como sus pretensiones de “normalizar” las relaciones entre el mundo árabe y el Estado de Israel [5]– es un claro índice de la profundidad de la crisis. El peligro de una guerra regional con el involucramiento directo de Irán –aliado de Rusia y China– le daría al conflicto una proyección global de consecuencias impredecibles.
La continuidad de la época imperialista
Lo que cruje detrás de la disputa entre EE. UU. y China, la guerra en Ucrania o el genocidio en Gaza, no son conflictos aislados sino el desmoronamiento del orden de la Restauración burguesa y la ausencia de un reemplazo a la vista. Esto se conecta con un segundo señalamiento de Anderson que queríamos destacar referido al imperialismo. En Sonámbulos, Clark explicita desde el inicio que su objetivo es explicar el cómo y no tanto el por qué se desató la Primera Guerra Mundial, dejando en segundo plano lo que caracteriza como causas remotas y terminantes: imperialismo, nacionalismo, armamentos, alianzas, altas finanzas, idea del honor nacional, mecánica de la movilización. El término “imperialismo” en particular no vuelve a aparecer en el texto.
Anderson vincula esta omisión a prejuicios e interpretaciones unilaterales del folleto clásico de Lenin Imperialismo, fase superior del capitalismo. Afirma que la atención de los intérpretes se ha centrado abrumadoramente en la competencia de las grandes corporaciones impulsadas por el capital financiero y por el control monopólico de los mercados periféricos y las materias primas, dejando de lado los elementos propiamente políticos desarrollados por Lenin en otros trabajos. Al respecto, el propio Lenin alertaba sobre las limitaciones del folleto, escrito para pasar la censura zarista: “no sólo me vi obligado a limitarme en forma estricta a un análisis de los hechos exclusivamente teórico, sobre todo económico, sino también a formular las pocas observaciones políticas indispensables con la mayor prudencia, con alusiones, en un lenguaje alegórico” [6].
Desde este ángulo, Anderson destaca la importancia de la noción de desarrollo desigual para comprender los desarrollos de Lenin sobre el imperialismo y el curso hacia la Primera Guerra Mundial. Durante las décadas anteriores a 1914, Alemania había dado un gran salto en el desarrollo de su economía, mucho más rápido que el de Inglaterra y Francia; algo similar sucedía con Japón respecto a Rusia. Es decir, no había crecimiento uniforme ni de empresas, ni de ramas de la economía, ni de Estados individuales. Frente a esto, decía Lenin que no hay ni puede haber otra manera de probar la fuerza real de un Estado capitalista que la guerra [7]. Así sucedió en 1914 y luego en la Segunda Guerra Mundial. El advenimiento de la época imperialista significó un cambio permanente en la estructura del capitalismo [8].
Hoy la política imperialista de integración mundial –la llamada “globalización”– basada en la subordinación de China y Rusia capitalistas a los intereses norteamericanos está profundamente cuestionada. Tanto China y Rusia objetan este orden unipolar. Cada una lo hace, por ahora, en los términos en los que EE. UU. le viene planteado el conflicto. En el caso de Rusia en términos directamente militares, en el caso de China aún en términos de “guerra” económica, aunque con crecientes tensiones en el terreno militar. Rusia, con su invasión a Ucrania, actúa como una especie de “imperialismo militar”, aunque no califique como país imperialista en el sentido preciso del término (no cuenta con proyección internacional significativa de sus monopolios y exportación de capitales; exporta esencialmente gas, petróleo y commodities; etc.). China, aunque no constituye una alternativa capaz de disputar con éxito la hegemonía mundial, ha desarrollado crecientes rasgos imperialistas, como puede verse en sus acuerdos financieros y comerciales a cambio de acceso privilegiado al saqueo de materias primas, sus intercambios de créditos por derechos de explotación de recursos en África y América Latina, su incipiente vocación de influir en las decisiones internas de países de la periferia, la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, entre otros aspectos.
Un horizonte del capitalismo actual
Si bien no estamos aún en un curso inmediato hacia una tercera guerra mundial, efectivamente, como afirma Clark, estamos ante una situación que invita a la comparación con la Europa de 1914. Autores como Michel Hardt y Sandro Mezzadra, apelando a la idea de gubernamentalidad de Foucault, proponen el concepto de “régimen de guerra” para captar la naturaleza del período actual, en tanto no hay a la vista una “transición hegemónica” como cuando las guerras mundiales marcaron el pasaje de la hegemonía global británica a la estadounidense. Afirman que: “la perturbación no presagia transferencia de poder; el declive de la hegemonía estadounidense simplemente inaugura un período en el que la crisis se ha convertido en la norma”. En cualquier caso, como analizáramos en otro trabajo en torno a las tesis de Maurizio Lazzarato, el escenario de una guerra que enfrente directamente –y no solo por procuración– a potencias mundiales está inscripto en el horizonte del capitalismo actual.
La pregunta sería hasta cuándo puede prologarse un período de este tipo sin llevar a una “prueba de fuerzas” entre potencias de consecuencias imprevisibles considerando la inaudita internacionalización del capital e integración de las cadenas de valor de las últimas décadas. En un reciente artículo, el ex-consejero del Departamento de Estado, Philip Zelikow señala que la existencia de un momento de máximo peligro. Solo en dos períodos EE. UU. se enfrentó a una situación de este tipo. El primero fue entre 1937 y 1941 y se resolvió con la entrada de EE. UU. a la Segunda Guerra Mundial. El segundo fue entre 1948 y 1962, cuando estaban implicadas la URSS y la República Popular China, en el cual no se llegó a la guerra. Su diagnóstico es que:
Estamos ante un período excepcionalmente volátil, dinámico e inestable de la historia mundial. Durante los próximos dos o tres años, la situación probablemente se estabilizará de forma más duradera en una dirección u otra: una guerra más amplia o una paz incómoda. Existe una seria posibilidad de una guerra mundial”.
En estos días vimos retroceder peligrosamente las llamadas “líneas rojas” de los miembros de la OTAN en la Guerra en Ucrania. Frente al virtual colapso de las fuerzas ucranianas, tanto Londres como París y ahora Washington y Berlín habilitaron la utilización de armas occidentales contra territorio ruso, lo que incluye el envío explícito de “instructores” militares a territorio ucraniano. El “máximo peligro” que señala Zelikov puede constatarse en cada una de estas decisiones.
En nuestro citado artículo de 2011 debatíamos con Daniel Bensaïd que la “Restauración burguesa” no era el inicio de nueva época sino, con sus características específicas, una tercera etapa [9] dentro de la época imperialista. Creemos que el escenario actual lo confirma, con todas las consecuencias que implica en cuanto a tendencias más generales a crisis, guerras y también revoluciones, aunque hasta ahora la lucha de clases se haya expresado principalmente en forma de revueltas. El militarismo y las guerras son hijos directos del capitalismo y el imperialismo. Desplegar un gran movimiento internacional para combatirlos, así como a todos y cada uno de los gobiernos que los impulsan, es cada vez más un problema de vida o muerte para la clase trabajadora y los pueblos oprimidos del mundo. |