En Utopías digitales: imaginar el fin del capitalismo [1], Ekaitz Cancela realiza un interesante análisis sobre el impacto de las tecnologías contemporáneas. Analiza la red de cables oceánicos, centros de datos y su respectiva financiarización, la inteligencia artificial y el sistema de crédito. Luego desarrolla cómo estas tecnologías promueven el calentamiento global y sobre el final desarrolla ejemplos como las ciudades digitales, el Estado-nación como software libre y un enfoque sobre las periferias revolucionarias. El ejercicio constante que propone Cancela es ilustrar cómo un uso diferente de estas tecnologías podría ayudar a la emancipación de la clase obrera. Para el prólogo de la edición argentina, realiza un interesante debate sobre la actualidad, poniendo en contradicción la palabra libertad con la perspectiva de Milei, a la que denomina neoliberalismo fase superior.
Las tecnologías digitales
En el primer capítulo el autor discute cómo los cables submarinos de fibra óptica, fundamentales para la conectividad global de internet, están profundamente arraigados en estructuras de poder que reflejan la dinámica colonial y capitalista del mundo. Estos cables, que transmiten una vasta cantidad de datos a través de los océanos, son en gran parte controlados por grandes corporaciones tecnológicas y han sido utilizados históricamente para perpetuar influencias y controles económicos por parte de potencias imperiales.
El ochenta por ciento de la inversión en la renovación de cables submarinos ocurrida durante los últimos años proviene de tan solo dos gigantes tecnológicos de Estados Unidos: Google y Facebook. En el momento de escribir estas líneas, la primera es propietaria o copropietaria de 99.399 kilómetros de tejido digital marino, mientras que la segunda ostenta 95.876 kilómetros. Sin duda, esta es la manera más pura en que se expresa el colonialismo en el breve siglo XXI, una conquista corporativa sobre las infraestructuras que subyacen a nuestras vidas que ha ocurrido de manera increíblemente rápida (p. 50).
Ekaitz también explora cómo funcionan los centros de datos, fundamentales para la infraestructura de Internet y que están inextricablemente ligados a la financiarización de la economía digital. De esta manera, analiza cómo estas infraestructuras facilitan la centralización del capital, la especulación con activos esenciales como la vivienda y la expansión de los mercados financieros en la vida cotidiana. A través de ejemplos de grandes centros de datos y la dependencia de empresas y servicios públicos de las plataformas de las Big Tech, se ilustra cómo estos centros son instrumentalizados para fortalecer la lógica capitalista, sacrificando derechos básicos y exacerbando la desigualdad. Los centros de datos se han convertido en herramientas esenciales para la expansión y profundización de la financiarización del mundo, funcionando como catalizadores que integran cada vez más aspectos de la vida social y económica bajo el dominio del capital especulativo.
Más adelante y continuando con un análisis sobre las tecnologías modernas, examina el impacto de los semiconductores y la inteligencia artificial, que moldea la economía global bajo la hegemonía del capitalismo. Ya en el cuarto capítulo, analiza el sistema neoliberal de crédito, basado en la competencia y el individualismo ha introducido el mercado de manera profunda en nuestras vidas
En efecto, nada de ello ocurre sin desatar un proceso turbulento. De manera dialéctica, mientras el proyecto neoliberal destruye los lazos colectivos e individualiza a los sujetos, este busca su estabilización mediante redes que ofrecen una falsa sensación de socialización. En muchos casos, como en el de plataformas de comercio electrónico à la Amazon, la inversión en criptomonedas o el uso de tecnologías financieras, ello ha tenido como objetivo la introducción de los mercados en nuestras vidas (p. 107).
Este capítulo analiza cómo el capitalismo tardío (fase avanzada del capitalismo, caracterizada por la expansión global, el aumento de la intervención estatal en la economía, la concentración del capital, la tecnologización avanzada de la producción, y las fluctuaciones económicas frecuentes), concepto acuñado por Ernest Mandel, utiliza las plataformas digitales y las tecnologías de la información para perpetuar un sistema de crédito que beneficia a unos pocos, aumentando la desigualdad y la competencia. A través de ejemplos diversos y sus impactos socioeconómicos, el capítulo critica la ingeniería social neoliberal no solo desde el plano material, sino su impacto ideológico y cultural.
Como se mencionó anteriormente, cada uno de estos capítulos contrapone ejemplos de reconfiguración de esta infraestructura tecnológica que permitiría que pasen de ser estas herramientas de control a un bien comunal que constituyera un paso crucial hacia la descolonización de la tecnología que podría apoyar la creación de una arquitectura de internet más democrático y equitativa, liberando a la tecnología de su uso predominante en la acumulación de capital y su función en el neoliberalismo global
Los centros informáticos de cálculo y procesado de los datos de toda la población deberían ser entendidos como recursos comunes que nos han sido robados y comercializados sin retornar nada a cambio, dando lugar a softwares al servicio del sistema de precios capitalista o engrosando los activos del sector inmobiliario (p. 61).
Por lo tanto, concluye que esto plantea la necesidad de repensar y reestructurar estos centros hacia un modelo que priorice lo público y lo comunitario sobre los intereses corporativos. Sobre esto se apoya en un interesante ejemplo en RDA (República democrática alemana) sobre cómo funcionó esto bajo socialismo:
[...] programa que la RDA introduciría en 1988 para simular el proceso de pensamiento creativo, pues abarcaba todo el proceso de resolución de problemas colectivos, desde el análisis del problema hasta la selección e implementación de la solución, incluyendo técnicas y metodología para interactuar con grupos de trabajo en distintas disciplinas. Incluso se dieron experimentos alternativos a Google a la hora de organizar el conocimiento, como un sistema estatal de librerías con un catálogo automático para categorizar los volúmenes. La capacidad de imaginar fue tan allá que incluso el significado social de la temprana informatización tuvo una perspectiva más innovadora que la posterior Word Wide Web, la distribución masiva de ordenadores personales de fácil uso y su enfoque hacia la interacción con los mercados de consumo (p. 88).
Este es uno de los varios ejemplos que muestra sobre cómo incluso con las contradicciones de diferentes Gobiernos, la capacidad de imaginar más allá y de reorganizar la producción y conocimiento por fuera del mercado es posible. Si bien luego aclara que este tipo de proyectos tecnológicos, que incluían el desarrollo de semiconductores y diversos sistemas informáticos, fracasaron debido a la escasez de recursos que poseía su dependiente economía, los menciona como ejemplos del tipo de creatividad que se puede llevar adelante en economías no capitalistas.
Utilizar estos ejemplos para ilustrar posibles alternativas no mercantiles tiene muchos límites porque a la vez traen aparejados múltiples problemas. La RDA no estuvo precisamente basada en un sistema de consejos obreros democráticos sino que se formó como una dictadura de un partido y una economía planificada burocráticamente y eso también explica algunos de los problemas principales que tuvieron estos proyectos.
Desautomatizar el calentamiento global
En el capítulo 5 y 6, Ekaitz se refiere al impacto que las tecnologías digitales, en su estado actual y bajo la gestión del capitalismo, no solo fallan en prevenir el deterioro ambiental, sino que activamente contribuyen a él. Critica la manera en que las grandes tecnológicas, mediante sus centros de datos y otras infraestructuras, contribuyen significativamente a la crisis climática al promover una economía que depende intensamente de recursos fósiles. Se aborda cómo estas tecnologías, aunque prometidas como soluciones al calentamiento global, en realidad lo aceleran al optimizar y expandir la extracción y consumo de recursos naturales. El texto sugiere la necesidad de repensar y reorientar las tecnologías hacia prácticas más sostenibles y menos destructivas. Las tecnologías digitales, en su estado actual y bajo la gestión del capitalismo, no solo fallan en prevenir el deterioro ambiental, sino que activamente contribuyen a él.
Es gracias a la nube que nuestros sueños más profundos se han convertido en problemas que debemos solucionar para asegurar que el capitalismo siga funcionando. Y que lo haga, además, mostrándose como el “paraíso terrenal” de nuestra existencia digital. En términos más prácticos, la nube es el espacio físico que almacena todos nuestros datos y los de las comunidades donde habitamos y nos relacionamos. Es, al mismo tiempo, la infraestructura que culmina el proceso de expolio de los recursos colectivos en la era digital y ponerlos al servicio de la explotación en el mercado [...] Un ejemplo sencillo: ver un video online en la nube durante diez minutos supone un consumo eléctrico equivalente al de un smartphone durante diez días. En otras palabras, el impacto ambiental es unas 1.500 veces mayor que el simple consumo de electricidad de un teléfono inteligente (p. 138).
En una presentación reciente también agregó “Medio litro de agua se consume en una sesión de GPT que utiliza entre 10 y 50 consultas”. De esa manera, el sistema capitalista, a través de la automatización y la tecnología, ha intensificado la destrucción del medio ambiente y el agotamiento de los recursos, y que estos métodos no son sostenibles ni viables a largo plazo.
Ante esto, el autor propone reorientar estas tecnologías hacia un modelo que fomente la sustentabilidad y el decrecimiento digital, en lugar de perpetuar la explotación y destrucción ambiental.
Una vez que entendemos que los centros de datos, los cables oceánicos, los chips, semiconductores, las fibras de 5G, los sistemas de crédito social y el resto de las capas que componen la stack tienen geografías y ecologías asociadas a ellas, entonces hemos de pensar en cómo desvincularlas de las lógicas de crecimiento capitalista. Tampoco podemos evitar terminar con nuestra concepción actual de la digitalización. En palabras de uno de los grandes teóricos del decrecimiento, la “desmaterialización radical” es el único horizonte posible para la humanidad (p. 149).
No nos detendremos a debatir las posiciones decrecionistas en este artículo, pero como señala Esteban Mercatante en este artículo, por más que se afirme que es mucho más que una postura negativa respecto del crecimiento económico, no termina de delinear una hoja de ruta coherente para subvertir las bases del capitalismo.
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Ekaitz Cancela, explica cómo el avance de la tecnología en la actualidad no está necesariamente centrado en la utilidad social. El capitalismo, en su etapa neoliberal, intenta solucionar sus crisis mediante la mercantilización viendo el centro en Silicon Valley. El autor no es fetichista de la tecnología, sino que ve como esas propias herramientas pueden ser utilizadas para la emancipación y la libertad. Pero aclara que la solución no es tecnológica, sino político y social.
Se refiere a la tecnología como un espacio vacío de poder algo que se llena de la voluntad popular de quitar la propiedad de las infraestructuras tecnológicas de las grandes corporaciones hacia el Estado a manos de la sociedad civil. En lugar de dejar todo ese conocimiento en un pequeño grupo de empresas privadas, el Estado puede poner al servicio del proletariado creando algo así como "tecnología rebelde".
El autor hace énfasis en darle más peso a la esfera de la libertad (creatividad, ingenio e innovación). Sostiene que la izquierda y las instituciones obreras asumieron que solo había una dimensión posible (la esfera de la necesidad) bajo el socialismo y nunca politizaron la libertad creativa y la imaginación de los ciudadanos, que según él, es un punto clave para ir hacia el final del capitalismo (p. 23).
A continuación presentaremos algunas críticas a puntos en particular del libro.
Reforma o revolución
Si bien el libro nos propone muchos ejemplos gráficos de cómo podría funcionar la tecnología dirigida con fines no mercantiles, el autor va y viene sobre cómo sería la misma. Por momentos, estas propuestas parecen quedar dentro de los márgenes del capitalismo con reformas del estado y apelando a una resistencia ciudadana, ya que no existen los ejemplos de la lucha de clases que pueden transformar la realidad. Hay una ausencia sobre el rol que la clase trabajadora puede jugar.
En los Grundrisse, Marx habla del "general intellect" para referirse al conocimiento y las habilidades acumuladas por la sociedad, manifestadas a través de las fuerzas productivas y la ciencia. En el capitalismo, este "general intellect" se incorpora en tecnologías que dominan la producción económica y la vida social, generando una subsunción creciente de este conocimiento al capital.
Esta cooperación no se limita solo a la física, sino que también incluye la cooperación intelectual y cognitiva, mediada por tecnologías derivadas de este "general intellect". Sin expropiar los medios de producción, que organizan ese conocimiento para obtener beneficios, esta cooperación es cada vez más apropiada por las grandes corporaciones tecnológicas.
Aquí es donde radica una de las principales críticas hacia el autor. Si todo ese conocimiento tecnológico está subsumido al servicio de los privados, cómo es posible y cuál es la hoja de ruta para salir de ahí?
En este punto el autor insiste sobre pelear desde los márgenes. Si bien da algunos ejemplos sobre cooperativas, la idea central se refiere más a un Estado que se vaya reformando:
[...] los Estados podrían invocar la soberanía tecnológica para exigir que no se transmita la información redundante o no necesaria para el correcto funcionamiento de las redes. De nuevo, ello supondría un doble movimiento en toda regla. De un lado, podrían exigirse estándares de protección sobre los datos de los ciudadanos y también que toda la información extraída pudiera aprovecharse de manera local por cooperativas, pequeñas empresas en propiedad de los trabajadores o directamente a través de entidades públicas (p. 56).
Desde el lado cooperativo, planteadas como empresas que deben actuar en el mercado sometidas a la tiranía de la ley del valor y forzadas por tanto a incurrir en la (auto) explotación, resulta inviable competir contra las grandes corporaciones con solo un grupo organizado de personas, por más numeroso que sea. Aunque la creatividad es esencial, no es suficiente por sí sola. El capitalismo, y más aún sus plataformas digitales, está altamente consolidado, lo que dificulta que las cooperativas puedan enfrentarse efectivamente a estas entidades.
Desde el lado de pelear por otro tipo de Estado (estrategia que pareciera sugerir el autor) en transición a otro tipo de sociedad, Ekaitz Cancela escribe que “Si estos cables fueran de utilidad pública, lo cierto es que sería posible garantizar los recursos digitales como bienes comunes" (p. 46). Esto está muy bien y si bien el autor durante todo el libro mantiene una visión descolonizadora, los ejemplos que da tienen una visión progresiva de descolonización. Pero realizar esta transformación no se puede hacer sin romper con el imperialismo de manera inmediata. Algo que no pueden lograr ciudadanos aislados y evidentemente tampoco lo han logrado los gobiernos reformistas, que el propio autor aclara luego. Este parece ser el vacío en el que cae el autor, entre la voluntad y lo que sería posible, y la necesidad política de construir una alternativa que modifique el control de la producción.
Marx es claro sobre la necesidad de expropiar a los capitalistas para llevar adelante dicha transformación.
Jamás podrá transformar la sociedad capitalista. A fin de convertir la producción social en un sistema armónico y vasto de trabajo cooperativo son indispensables cambios sociales generales, cambios de las condiciones generales de la sociedad, que sólo pueden lograrse mediante el paso de las fuerzas organizadas de la sociedad, es decir, del poder político, de manos de los capitalistas y propietarios de tierras a manos de los productores mismos [2].
Incluso el propio autor menciona la infraestructura de retroalimentación (p. 131) a la que hace referencia Morozov, sistemas y tecnologías digitales que recolectan y gestionan datos a gran escala, concentrando este conocimiento general en servidores para luego mejorar la eficiencia y coordinación, es decir, aumentar las ganancias.
Desafiar las dinámicas de Facebook, desarrollar redes soberanas alternativas desde el sector público y después colocarlas al servicio de las comunidades, no es solo una hermosa empresa para reimaginar el socialismo, sino la única forma de colectivizar el conocimiento y valorizar nuestras actividades humanas a fin de que sirvan al fin último de reproducirnos como sociedad sin exprimir el mundo en el que vivimos y a nosotros mismos (p. 134).
Cancela utiliza ejemplos como Decidim, una plataforma digital de software libre que fomenta la participación ciudadana, pero parece romantizar estos ejemplos al mostrar una comunidad organizada sin fines de lucro. Aunque son buenos ejemplos, ¿se puede realmente desafiar al mercado sin expropiar a gigantes como Microsoft, que compran proyectos como OpenAI para desarrollar plataformas masivas como GPT, con todos los problemas que un GPT privado trae?
A lo largo del libro pareciera ser esta la principal idea con la que el autor se convence: un Estado que soporte este tipo de proyectos. Si bien la mayoría de los ejemplos que menciona no funcionan bajo un Estado burgués, Ekaitz se entusiasma con algunos como pueden ser Arsat, la ciudad inteligente en Barcelona, entre otros. Pareciera tener cierta ilusión que sin romper este Estado y apelando a una soberanía popular puede reformarse para cambiar la situación.
[...] el Estado debe asegurar que estas infraestructuras, más allá de estar al servicio del Ejército y las grandes empresas, sirvan a instituciones u organizaciones cuyo objetivo sea asegurar mecanismos rápidos e inmediatos para que las comunidades se coordinen socialmente a fin de garantizar sus necesidades humanas (p. 74).
Sin embargo, ¿se puede realmente esperar que un Estado, que no solo apoya al capital sino que existe precisamente para salvaguardarlo, ofrezca alternativas anticapitalistas? Una cosa es utilizar la exigencia como una herramienta para elevar la conciencia de los trabajadores y enfrentar al capital, mostrando las injusticias del capitalismo. Otra muy distinta es pensar que el Estado, a través de reformas, puede resolver las propias contradicciones inherentes al capital.
Lo que Cancela pareciera proponer es algo así como el modelo de Allende “¿por qué ese socialismo “con sabor a empanada y vino tinto” que promulgaba Salvador Allende aún no ha llegado?” (p. 34) que intentó reformar mediante la nacionalización de algunas industrias y una planificación tecnocrática sin apelar a la participación de las masas, contradictoriamente a su idea de apelar a la descentralización y creatividad popular. Ese proyecto que intentó canalizar las tendencias revolucionarias de las masas en los marcos burgueses, ya sabemos cómo terminó.
El rol de los trabajadores
Una de las tesis del autor tiene relación con poner el eje en la ciudadanía y en organizaciones que busquen creativamente desafiar al sistema dejando de lado el rol de la clase trabajadora. El autor escribe:
En la actualidad, si bien cumplen una función fundamental, como parar países enteros en una huelga para detener una ofensiva capitalista de la talla de alguien como Javier Milei, estas instituciones creadas para la organización de la clase trabajadoras se muestran obsoletas, asumiendo posiciones tácticas defensivas y estrategias que terminan adaptándose a lo existente. [...] Las instituciones de la clase obrera no ofrecieron una existencia fuera de la fábrica y del supermercado, en el mejor de los casos de propiedad colectiva o comunitaria. Asumieron que solo había una dimensión posible bajo el socialismo. Nunca politizaron la libertad creativa. No existieron promesas de biografías vitales esperanzadoras o deseosas de futuros prometedores en esas esfera, donde el ser humano se recrea y desbloquea sus potencialidades revolucionarias, actividades productivas que generan un tipo de valor social que no solo encuentran su desarrollo en el ámbito de la economía (p. 23).
La idea de abandonar el rol central de los sindicatos (según el autor solo pelean a satisfacer demandas en la esfera de las necesidades como salario y empleo digno) en favor de apelar a la ciudadanía por fuera de su rol como trabajadores o a alternativas creativas ignora tanto la historia como la función crucial que estas organizaciones han tenido y continúan teniendo en la lucha de la clase trabajadora. Los sindicatos han sido históricamente la herramienta de la clase obrera para organizarse. Aunque en el último tiempo esta lucha ha sido muy limitada, esto no es un problema intrínseco de la forma sindical, sino de la dirección que ha asumido y en muchos casos también de la burocratización y la cooptación estatal. Estos deben pelear por las huelgas que serán una escuela de guerra para la revolución.
La politización de la libertad creativa y la promesa de futuros prometedores no están en contradicción con la existencia de sindicatos, sino que deben ser parte de una visión integral. Los sindicatos, y otras formas de organización en los espacios de trabajo, deben ser lugares donde se fomenten las discusión estratégica, donde la clase obrera pueda soñar y construir una sociedad nueva. La clave está en unir la lucha económica con la lucha política, entendiendo que la emancipación de la clase trabajadora no se logrará solo dentro de las paredes de las fábricas, sino en todos los aspectos de la vida social. Con una política no corporativa los sindicatos pueden ser una base para buscar alianzas con otros sectores sociales oprimidos y otras instituciones de autoorganización de las masas que históricamente fueron los consejos que se formaron de distintas formas en distintas revoluciones.
Una nueva estructura social posible tienen que buscar en todo caso alguna otra forma que agrupe a todos los sectores de trabajadores y a otros sectores oprimidos: los consejos.
Es necesario reconectar los sindicatos con una perspectiva revolucionaria, fomentando la democracia sindical y el control de las bases, para que se conviertan en verdaderos motores de cambio social. Abandonar los sindicatos es abandonar a la clase trabajadora organizada. En lugar de ello, debemos luchar por sindicatos que estén a la altura de las tareas históricas que enfrentamos, capaces de desafiar al capitalismo y construir una alternativa socialista desde abajo.
Por lo tanto, la tarea no solo es crítica sino también constructiva: es esencial luchar por recuperar y revitalizar estas organizaciones para la autoorganización y la autonomía de los trabajadores. La dinámica de las crisis y guerras puede, efectivamente, disolver la pasividad y catalizar nuevas revueltas, pero con un enfoque renovado hacia la autoorganización y la recuperación de los sindicatos, los trabajadores podrían fortalecer su capacidad para impulsar cambios revolucionarios con un programa socialista claro y bajo la dirección de un partido comprometido con la transformación social.
Ernest Mandel, un importante militante revolucionario del siglo XX escribió esto en relación a la conexión entre la propaganda socialista y la huelga general
Múltiples escaramuzas, junto a una continua propaganda socialista revolucionaria, preparan a la clase obrera para entrar en estas explosiones con una creciente conciencia de la necesidad de desafiar el sistema en su conjunto, de la necesidad de una lucha general, de una huelga general, de un reto contra el poder político así como social y económico de la clase dirigente [3].
La planificación socialista
Por último, el autor reivindica en varios fragmentos del libro ejemplos de descentralización a la vez que es crítico de los regímenes burocráticos a lo largo del siglo XX. Si bien en ningún momento desarrolla cuál sería ese esquema de planificación pertinente y cómo organizarlo, llama la atención que no mencione la propia crítica de Trotsky sobre la burocratización y la defensa de la democracia soviética.
Si bien es cierto que en muchos países donde tras la revolución se implementaron medidas de centralización económica dirigidos por regímenes autoritarios, como en el caso de la URSS con el estalinismo, China y Cuba, esta degeneración no es una consecuencia necesaria e inevitable de la centralización. En realidad, es resultado de procesos políticos específicos que suprimieron las tendencias alternativas y eliminaron la democracia soviética, un sistema político donde los trabajadores, organizados en consejos (soviets), ejercen el poder directamente, eligiendo y revocando delegados para la gestión del estado y la economía.
León Trotsky, en su obra La Revolución Traicionada, la democracia socialista y la libertad de los partidos soviéticos y sindicatos son necesarios para prevenir la burocratización y asegurar la vitalidad del proyecto socialista. Trotsky afirma que “La democracia soviética no es la demanda de una política abstracta, menos aún una moral abstracta. Se ha convertido en un asunto de vida o muerte para el país” [4]. Desde esta perspectiva argumenta que una planificación centralizada, cuando se implementa sobre una base democrática, puede ser una herramienta efectiva y equitativa para gestionar la economía en beneficio de todos.
Un sistema soviético que permita la libertad de tendencias y fomente un debate abierto y continuo sobre la planificación económica puede evitar muchos de los errores y excesos de una burocracia desconectada, como Leon Trotsky enfatizó en sus críticas a la degeneración burocrática de la Unión Soviética bajo Stalin. Trotsky abogaba por una verdadera “democracia soviética”, donde los consejos de trabajadores no solo discutieran y votaran sobre políticas, sino que también tuvieran poder ejecutivo real para implementar estas políticas y administrar directamente los aspectos de la economía y el estado.
Este enfoque garantizaría que la planificación económica no solo sea un acto burocrático desde arriba, sino una actividad participativa que involucre a toda la base trabajadora y otros sectores sociales orpimidos, asegurando que las decisiones reflejen las necesidades y aspiraciones reales de la población. Más allá de su viabilidad histórica, un sistema de planificación democrático y participativo podría permitir una movilización más efectiva de los recursos hacia objetivos socialmente útiles, como la transición energética, la salud pública y la educación. Tal sistema demostraría que la planificación socialista, lejos de ser un proyecto del pasado, es una respuesta esencial y relevante a las ineficiencias y desigualdades del capitalismo contemporáneo, proporcionando un modelo para una economía gestionada democráticamente que realmente sirve al interés público.
También, en "La economía soviética en peligro", Trotsky hace mención a este aspecto. Destaca que uno de los tres puntos claves para que una planificación socialista tenga éxito reside en “la democracia soviética, como sistema de regulación real por las masas de la estructura de la economía”. Esta idea subraya que la democracia soviética no es solo un principio abstracto, sino una herramienta práctica para asegurar que las decisiones económicas reflejen las necesidades y aspiraciones de la población trabajadora. Trotsky argumenta que sin una participación activa y continua de las masas en la gestión económica, la planificación centralizada tiende a degenerar en burocratización y despotismo.
Para Trotsky, la democracia soviética implica la existencia de soviets (consejos de trabajadores) que no solo discutan políticas, sino que también tengan poder ejecutivo para implementar y supervisar estas políticas, asegurando un control genuino y democrático de la economía.
Si bien no lo precisa, hay fragmentos del libro que darían la pauta que estaría de acuerdo con un sistema de ese tipo. Queda la pauta de cómo articular estos procesos centralizados y si además de la esfera de la libertad, los mismos servirán para la relevante tarea de organizar la producción.
Podrán existir muchos procesos descentralizados, donde cada cual puede participar de distintas iniciativas, recibiendo lo que necesita para ello en función de las conexiones que trace, pero todas ellas se enmarcarán dentro de una red integral, una metainfraestructura para organizar la esfera de las libertades bajo el socialismo (p. 33).
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En ’Utopías Digitales’, Ekaitz Cancela nos invita a reflexionar sobre el impacto y el potencial de las tecnologías en nuestra sociedad. A través de un análisis crítico, Cancela despliega un escenario donde la tecnología, lejos de ser una herramienta neutral, se convierte en un campo de batalla ideológico entre el capitalismo neoliberal y las posibilidades de otro futuro posible. El desafío que plantea el autor no es menor: reimaginar y reestructurar nuestras infraestructuras tecnológicas para que sirvan al bien común y no solo a los intereses del mercado. Sin embargo, mientras Cancela plantea alternativas audaces para subvertir la lógica capitalista en la gestión tecnológica, la obra oscila entre la reforma y la revolución, sin comprometerse plenamente con una ruta clara para la acción. Aunque enriquece el debate sobre cómo las tecnologías podrían servir a un modelo social más justo, el libro a veces deja al lector en la encrucijada de la especulación teórica sin un camino práctico hacia la realización de estas utopías. Este parece ser el vacío en el que cae el autor, entre la voluntad y lo que sería posible, y la necesidad política de construir una alternativa que modifique el control de la producción. Esto no resta valor a la importancia de su contribución al debate sobre la democracia tecnológica y la necesidad de un cambio sistémico. ’Utopías Digitales’ desafía a los lectores a no solo criticar el status quo, sino a imaginar y luchar por un futuro donde la tecnología sea parte de relaciones sociales emancipadoras en vez de opresoras. |