La pasada elección del 2 de junio en México fue una aplastante derrota para la alianza opositora de derecha (PAN, PRI y PRD) que dejó a la oposición con 6 estados para gobernar, con 104 diputados y 41 senadores. Por su parte, Morena fortaleció su hegemonía, conquistando la mayoría de los puestos de elección popular, ganando la presidencia de la república y obtuvo la mayoría calificada en la cámara de diputados, aunque en la cámara de senadores les faltaron 3 senadurías para aprobar cualquier reforma.
La Alianza, apoyada por un sector del empresariado (incluidos algunos medios masivos de comunicación) y de otros sectores tradicionalmente conservadores de la sociedad mexicana, se apoyó en un grupo de académicos e intelectuales para impulsar la campaña de Xóchitl Gálvez. Buena parte de la campaña de la abanderada panista fue generar un discurso de miedo de que México se acercaba a un futuro desastroso (se llegó a la muletilla de que Claudia Sheinbaum era comunista, lo cual resulta falso), que se acabaría la “libertad” y la democracia. En el campo de las propuestas, fueron escasas, muy generales y en muchos casos se notaba un claro matiz neoliberal y pro empresarial.
Cuanto más se acercaba el día de la elección, la mayoría de las casas encuestadoras daban una cómoda ventaja de alrededor de 20 puntos a la candidata oficialista frente a su competidora. Sólo hubo una excepción, la empresa Massive Caller, que daba la victoria a Gálvez. El 2 de junio, a partir de las 8 de la noche hora de México, se dieron a conocer los resultados, los cuales dieron la victoria a Claudia Sheinbaum con el 60 por ciento de los votos válidos, mientas la alianza solo alcanzó el 30 por ciento. Este resultado dejó perplejo a los “intelectuales” de derecha por la magnitud de la derrota.
Entre las consecuencias más visibles, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) perdió el registro a nivel nacional (aunque sobrevivió como partido local en algunas entidades de la república), que viene siendo el corolario de un largo proceso de derechización y crisis que arrancó con el Pacto por México.
En los siguientes días, diferentes analistas no daban crédito a la votación, pero más increíble, fue la declaración de algunas y algunos, por ejemplo Denisse Dresser, que en televisión nacional declaró que “Me entristece saber que la mayor parte de mis compatriotas volvieron a colocarse las cadenas que les quitamos en los 80 y los 90”. La académica se colocó a sí misma como prócer de la libertad y culpó a la mayoría de los votantes por no elegirlos.
Esta actitud casi caricaturesca refleja una nula autocrítica y profunda incomprensión de la situación política nacional y de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de las mexicanas y mexicanos que apenas pueden llegar a fin de mes si cuentan con un solo trabajo. Primero, los empresarios y sus acólitos viven en una burbuja de privilegios y bonanza permanente, por lo que les son incomprensibles las necesidades y aspiraciones de la mayoría de la población. Para los potentados no se trata de sobrevivir, sino de aumentar sus ganancias y seguir derrochando. Sus condiciones de vida las ven como algo natural, algo que merecen per se y que la mayoría de las y los trabajadores debemos servirles porque es nuestra obligación.
Por otra parte, al invocar la defensa de la democracia, de las instituciones o contra la dictadura, creyeron haber encontrado la fórmula para enfrentarse al partido guinda, sin embargo, no se dieron cuenta que para la mayoría de las personas esos conceptos son abstractos y vacíos, que poco les dicen y que en nada mejoran sus condiciones de vida. Por el contrario, los programas sociales, a pesar de ser muy limitados y no acabar con las causas estructurales de la desigualdad, fueron un ligero alivio para millones de mexicanos y mexicanas a los que los sexenios previos al 2018 hundieron en la miseria y marginación.
Desde la alternancia pactada, el PRI y el PAN impusieron toda una serie de planes económicos y sociales que colapsaron los ingresos de la mayoría de la sociedad. El salario se congeló, la inversión en materia productiva que es la generadora de riqueza y es necesaria para satisfacer las necesidades de la población se desplomó, los apoyos al campo se redujeron al mínimo provocando que México dependa de otros países para alimentarse, se privatizó parte de Pemex causando que la gasolina sea más costosa.
En resumen, los partidos neoliberales promovieron la precarización de la mayoría de la población en pro de unos cuantos empresarios mexicanos y extranjeros. Para imponer tan salvajes medidas contra los interese de las clases populares, en la administración de Felipe Calderón (con total apoyo del priismo) y su “guerra contra el narco” se militarizó todo el país, generando cientos de miles de desaparecidos, asesinados, feminicidios, represión, etc. Basta recordar los funestos episodios de Atenco, Tlatlaya y Ayotzinapa que son auténticos ejemplos de una guerra de baja intensidad.
Asimismo, el desconcierto de los intelectuales de derecha se incrementa chocando con la realidad de que una campaña política no es solo cuestión de popularidad y de marketing. Por el contrario, la necesidad de un programa y una política que capte las aspiraciones de la población y que diga claramente cómo ejecutarlas, es fundamental. En este sentido, AMLO se reveló una vez más como lo que es, un viejo lobo de mar que, a punta de políticas sociales, mañaneras y de constantes demostraciones de fuerza política, logró colocar a su 4T como “la alternativa”.
La mayoría de la intelectualidad de derecha se encuentra atrapada por sus propios prejuicios clasistas. Sus esquemas mentales, al ser tan rígidos y partir de premisas falsas, los llevan a conclusiones alejadas de la realidad, pues si se preguntaran por la raíz de la pobreza y la desigualdad inevitablemente tendrían que cuestionar sus propios privilegios, algo que no está en sus cálculos. Por lo que vociferan en toda una serie de insultos e ideas poco originales, aunque muy aparatosas contra “los pobres” que no votaron por “su libertad” y “su democracia”.
Ahora, no debemos dejarnos confundir. El proyecto de la 4T no es tan sólido como aparenta, pues si bien, muchas de sus medidas impactaron en la vida de millones, como el aumento al salario mínimo, la extensión de las vacaciones, los programas sociales, la jubilación a millones de nuestros ancianos, entre otras, no resuelve la tremenda desigualdad económica y social del país, dado que ninguna de estas medidas apuntan a la cuestión estructural de estos males, que es el proyecto económico capitalista de nación, sino a hacerlo menos agresivo por un tiempo.
Pero, a su vez, la profundización de la subordinación a la economía de Estados Unidos, más allá de la retórica independentista, limita mucho los movimientos del gobierno mexicano, es decir, que si EEUU no crece, México tampoco lo hace. Por ende, si en la economía estadounidense se da una contracción económica, el futuro gobierno de Sheinbaum tendría que aplicar una austeridad fiscal aún más agresiva que la que aplicó AMLO y por tanto las condiciones de vida tenderían a empeorar.
Una salida de fondo para la clase trabajadora mexicana y demás sectores populares implica la organización de un partido independiente de todas las fuerzas del régimen político, socialista, antiimperialista e internacionalista, que lleve hasta el final las más profundas demandas de la población, como un aumento salarial por encima de la inflación, la desmilitarización del país, plenos derechos laborales, el alto a los mega proyectos y a la destrucción de la biodiversidad, etc. Demandas que ninguno de ambos bandos está dispuesto a llevar adelante ya que implicaría tocar los intereses de las clases dominantes, del empresariado y sus multimillonarias riquezas. |