La falacia del antiestatismo libertariano. No quieren “menos Estado”, quieren un Estado fuerte que garantice el orden del mercado. Editorial de “El Círculo Rojo”, programa de La Izquierda Diario que se emite todos los jueves de 22 a 24 por Radio Con Vos 89,9.
"Soy el que destruye el Estado desde adentro", le dijo Javier Milei a una periodista de un portal liberal de los Estados Unidos, en esa entrevista de la que todos nos reímos cuando con un gritito bastante agudo dijo “Amo… ser el topo” que puede hacer un trabajo de zapa contra el Estado desde el corazón del mismo Estado.
Bueno, esa es una de las más grandes falacias de Milei y de los libertarianos en general, y en estos siete meses quedó más que demostrado.
Más allá de la coyuntura que siempre trae novedades (ahora el tratamiento de la Ley Bases, la primera ley aprobada del Gobierno; la disputas con el FMI; la crisis del plan económico; etc), cada tanto es bueno tomar cierta distancia y tratar de descifrar o desenmascarar las grandes operaciones político-ideológicas en el debate público. Y la gran mentira sobre la relación entre libertarianismo y Estado es una de esas operaciones.
¿Por qué? Porque, bueno, Milei (y los libertarianos en general) vendieron bien la idea de que ellos están contra la “opresión” del Estado sobre los ciudadanos. Que lo único que quieren es un “Estado mínimo”, “débil” que deje de intervenir en la vida de las personas para que puedan desarrollar su actividad “libremente”.
Para esto se basaron en elementos reales: la crisis del “Estado benefactor” y la crisis de esa especie de “estatismo blando” que pretende mostrarse como alternativa al neoliberalismo, pero que al no modificar sustancialmente las bases del neoliberalismo fracasa una y otra vez; se basaron en que los sistemas impositivos regresivos rigen desde hace mucho tiempo y generan la percepción real de que Estado pone trabas o exige obligaciones que luego no retribuye con servicios de calidad. Y más en general, todo esto derivado en ese “doble discurso” que decía “el Estado te salva” mientras en la realidad dejaba a cada vez más personas bastante a la deriva. Todo esto es el aspecto de verdad de las elaboraciones del libro coordinado por Pablo Semán.
Ahora, tanto desde el punto de vista “teórico”, como histórico y práctico, es una gran mentira que los libertarianos no quieren al Estado.
Desde el punto de vista ideológico o teórico, en un trabajo que se titula La acción humana. Tratado de economía, el economista austríaco Ludwig Von Mises, uno de los máximos referentes intelectuales de Javier Milei, escribió: “El Estado, es decir, el aparato social de fuerza y coacción no interfiere en su funcionamiento (en el funcionamiento del mercado, NdR). El Estado crea y mantiene así un ambiente social que permite que la economía de mercado se desenvuelva pacíficamente”. Esto lo escribió poco después de ser asesor de un gobierno de tipo fascista en Austria en la década del 30’ del siglo pasado. Y el muy buen libro La opción por la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo de Pierre Dardot, Christian Laval y otros, recientemente publicado por la editorial Tinta Limón, contiene muchas afirmaciones de este tipo de parte de todo el arco de referentes del libertarianismo que constantemente nombra Milei.
Desde el punto de vista histórico, es conocido que la
aplicación de las doctrinas del shock tuvo lugar en Chile entre los años 1974 a 1976, es decir, bajo la dictadura de Augusto Pinochet y con el asesoramiento presencial de Milton Friedman que visitó el país en 1975 y que creía que mediante una de las dictaturas más sangrientas podía construirse una "sociedad libre".
Con toda esta evidencia, lo que estos ultraliberales no pueden explicar es por qué, si la sociedad organizada o regida por el mercado es casi la forma “natural” de funcionamiento que debería tener toda sociedad moderna, necesitan de un Estado fuerte que intervenga permanentemente (con la utilización de la coerción y la fuerza) para “garantizar” que funcione porque recibe cuestionamientos de parte de los sindicatos, las organizaciones colectivas o simplemente la opinión pública. Es decir, si es la sociedad más “armónica” que puede existir ¿por qué recibe impugnaciones constantes?
Les doy una pista, camaradas libertarianos: es probable que la sociedad que ustedes proponen sea una forma completamente anárquica e irracional de organización de la producción, que genera crisis permanentes, desigualdades inenarrables y desperdicio disparatado del trabajo humano, y que precisamente por eso provoca constantes cuestionamientos. Muy probablemente por eso se sienta todo el tiempo en peligro, un poco paranoica (como paranoicos son ustedes que están hechos a su imagen y semejanza) y recurra ¡ay! al Estado para que les garantice un orden.
Finalmente, desde el punto de vista práctico, lo que presenciamos en estos casi siete meses no fue una “retirada del Estado”, sino una intervención feroz del Estado, de una Estado fuerte en favor de los más poderosos.
¿Qué otra cosa sino eso, es el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI)? El otro día lo escuchaba a Carlos Cachanosky (miren a quien estoy citando, una economista recontraliberal) acá en Radio Con Vos, en el pase con Ernesto Tenembaum y Reynaldo Sietecase, decía que la propuesta del RIGI que tiene beneficios impositivos y de todo tipo sólo para las inversiones mayores 200 millones de dólares viola el principio elemental liberal de “igualdad ante la ley” porque “discrimina” a eventuales inversores menores. Esto entre empresarios, pero pensemos en las personas de a pie.
Pero no es solo el RIGI, gran parte de las políticas contenidas en el DNU que está vigente o la hoja de ruta económica tienen la misma característica ¿Qué otra cosa es la licuación de los haberes jubilatorios para generar recursos fiscales que después se traducen en beneficios fenomenales a empresas o en pago de deuda a bancos usureros? ¿Qué otra cosa es la restitución de Ganancias sobre el salario y la baja de impuestos a los que más tienen?
Obvio que todo esto tiene su reflejo en la represión y en el intento de crear un Poder Judicial adicto (con una Corte propia), es decir, más intervención del Estado en este caso para generar un “régimen especial” contra la protesta que, lógicamente, generan estas medidas.
Pero ojo, la política hacia la protesta no es sólo de represión, también es cooptación, arreglo con dirigentes sindicales, habilitando los acuerdos paritarios de unos mientras se le niegan a otros, con el flujo de fondos para obras sociales y medidas de ese tipo con recursos materiales o institucionales ¿qué maneja quién?, acertaron, el Estado. Todo para evitar que la movilización masiva ponga límites a su plan y hasta ahora con algunos grandes sindicatos lo están logrando.
En síntesis, lo que presenciamos en estos siete meses no fue el topo contra el Estado, el destructor del Estado desde adentro, el minarquista con credo liberal; lo que presenciamos hasta ahora fue lisa y llanamente libertarianismo de Estado.