El sábado 29 de junio pasado tuvimos la oportunidad de asistir a la puesta en escena de la obra Suburbia en Casa Marx, seguida de un posterior intercambio y debate entre el público y los actores.
Esta actividad forma parte de un ciclo de obras de teatro, impulsado por un grupo de artistas integrado por Julieta Tabbush, Leo Mellado, Mica Araujo, Raúl Toscani y Sebastián Fanello.
La obra, de gran impacto visual, emocional y político-ideológico, cuenta con una notable puesta en escena y grandes actuaciones –que incluyen un intenso despliegue de fuerza física– de Leo Mellado, Manu Maritano y el autor y director Sebastián Fanello. Nos recuerda aquello del “Teatro de la crueldad” de Antonin Artaud: pone al espectador ante situaciones límite, que obligan a pensar; y con pensar, no hacemos referencia a la elegancia del razonamiento ordenado (sin dudas necesaria en otros contextos) sino al magma de la intuición y la emoción.
Esto no implica, sin embargo, una exclusividad en la obra de la interpelación desde lo emocional: las referencias a Perlongher y las críticas –con un agudo sentido del humor– de los enfoques típicos del “neoliberalismo progresista” (identitarismos posmodernos compatibles con el capitalismo) se entrelazan sin forzamiento alguno con los diálogos y las acciones que nos van contando la historia de los personajes “Sodoma” y “Gomorra”, que tratan de sumar un tercer integrante (que será bautizado como “Sade”) a la banda –tan legendaria como acechada por la policía– de “los putos vengadores”. En esa combinación de expresión artística y mensaje político-ideológico, posiblemente resida la potencia mayor de Suburbia.
A través de esa historia, la obra ofrece un conjunto de reflexiones sobre la potencia antisistema de la homosexualidad, las tentativas del capitalismo para transformarla en un nuevo objeto de consumo y la miseria que impone la sociedad actual a las relaciones entre las personas, especialmente para los varones, a quienes esta obra convoca a salirse del lugar que nos fue asignado.
Pero, al mismo tiempo, se propone dar una discusión más amplia: esas tentativas de normalización que impone el sistema abarcan el conjunto de los lazos sociales y personales: los amigos se transforman en contactos en un celular o likes en una red social, la gente se despersonaliza, la estupidez y la crueldad (no la de Artaud, sino la del fetichismo de la mercancía) se generalizan y el mundo se hace más y más invivible.
Si bien la obra sugiere la necesidad de mirar al pasado (los años ’70 y ’80, pero también los ’90 y su contracultura resistente en la Argentina menemista), se aleja de una mirada melancólica. El “suburbio” no es un gueto ni un grupo de autoayuda. Es una trinchera, desde la que se lucha y se resiste, contra una sociedad que explota a la clase trabajadora y oprime a quienes no encajan en sus normas.
En síntesis, Suburbia es, al mismo tiempo, un grito de guerra y un paso más en la batalla.