Buenos Aires puede ser una ciudad muy cruel. Sobre todo cuando se convierte en un espejo del sistema en que vivimos.
Es capaz de encerrar, en pocas cuadras, dos escenas supuestamente lejanas.
Por ejemplo, una “extravagante cena oculta en Puerto Madero: por $ 240 mil, un viaje para comer entraña en el espacio y langostinos en la playa”. Así titular Clarín este sábado la reseña de Frenessí, un restaurante de Puerto Madero. “16 personas sentadas alrededor de la mesa. En las paredes se proyectan imágenes de relojes y edificios antiguos. Un camarero a quien no le conocemos el rostro (está enfundado en un mono negro y lleva puesta una máscara de gallina) picotea la cabeza de una de las comensales que filma un video que seguramente subirá a Instagram. La velada dura tres horas con un pequeño intervalo. Al concepto lo llaman cocina “tecnoemocional” porque fusiona la tecnología con gusto y olfato”. A las 20:30 una mujer elegante les pide a los comensales que avancen por un pasillo negro con luces azules. Al final hay una frase: “Pide un deseo”. “Hay que estar preparados para bailar música caribeña (con guirnaldas y anteojos de sol incluidos) o para sacarse fotos con los camareros disfrazados con capuchas de animales” (Vinómanos). Las salas tienen proyectores, cambian de temperatura y combinan la realidad con lo virtual. Por eso todos los críticos coinciden que lleva a los amantes del lujo “al límite los sentidos”.
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A pocas cuadras de allí, las vías de los ferrocarriles que van hacia el Norte del conurbano ya vieron pasar el último tren. Solo se escuchan los ruidos de la terminal de Retiro; siempre despierta. Las luces de una ambulancia iluminan el lugar. El grupo de la Red de Atención y los paramédicos del SAME caminan despacio. Hace media hora recibieron un aviso del 911. Se acercan al cuerpo de un hombre. A pesar del frío, su rostro no desprende vapor. Diez minutos después el médico informa a la central que no respira. El informe policial dirá que se desconoce la identidad del occiso. El Gobierno de la Ciudad informará, meticulosamente, que “dicha persona se encontraba con ropa de entrecasa y no evidenciaba con certeza una cronicidad de calle, por lo que no se pudo determinar que estuviese en esa situación. No poseía DNI ni pertenencias, colchón ni nada característico que demostrara que era una persona en situación de calle”.
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Puerto Madero es el barrio de la Ciudad con más viviendas vacías. Muchas tienen sistemas de "calefacción inteligente". El número de propiedades desocupadas en CABA creció un 45% en los últimos 5 años. A los ricos no les importa. Lo llaman “refugio de valor”.
En cambio, cada vez hay más personas que no tienen refugio. Según datos oficiales, en el primer trimestre del año la pobreza en la Ciudad aumentó en 198.000 hogares. Son 410.000 personas. A ese ritmo aumenta el hacinamiento y la pobreza energética: familias apretadas y endeudados para pagar los servicios.
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Jorge Macri llegó desde el Norte con su lema de “orden y limpieza”. A poco de asumir, mostró cómo sus patotas podían echar a los pobres de las vidrieras y ochavas de Recoleta o Retiro. No pudo con todos. Además del hombre “con ropa de entrecasa”, este fin de semana murió otro en la calle Pueyrredón 85, Almagro. Tenía “entre 45 y 50 años y se encontraba recostado en la vereda”. Otro “masculino”, de 35 años, “fue encontrado muerto en la vía pública, en avenida Cerviño al 3100, Recoleta”. El diario La Nación contó un equipo del gobierno porteño se había acercado tiempo antes pero se trataba de un grupo que “al momento del contacto se encuentran consumiendo alcohol y fumando”. No aclara el informe si había camareros vestidos de animales o salas que tiene cambios de temperatura. De hecho los forenses aseguran que no hay heridos ni signos de violencia porque se trataría de una muerte por hipotermia. No hay a familiares a quien contarles.
Hay quienes tienen lugar en las reseñas gourmet, otros con suerte aparecen en las crónicas policiales. Anónimos.
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Medianoche porteña. Una pareja deja el segundo champagne por la mitad y sale de Frenessí. Ríen. Ella viste un vestido escotado, él se aflojó la corbata por el calor. Los acompaña hasta la puerta la “música caribeña”. Pagan con tarjeta los 500 mil pesos que valen “la experiencia”. La propina es en efectivo.
En el semáforo de Avenida Libertador se cruzan una ambulancia del SAME que viene de Retiro. La escolta un patrullero. Los dejan pasar, respetuosos. Se miran con admiración. Aceleran.
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A pesar de la noche helada, la Ciudad de la Furia no duerme. Sigue encendida, deslumbrante, como símbolo de ese mundo feliz donde algunos gozan y otros se congelan.
La pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo vamos a soportar este sistema social? | 
