[El siguiente artículo fue originalmente publicado el 13 de enero del presente año en el sitio La Voce delle Lotte, sitio en italiano y parte de la red de diarios La Izquierda Diario]
Mientras el viento de la guerra en Oriente Próximo sigue soplando —aparentemente sin signos de detenerse—, el Estado de Israel se encuentra, hoy quizás como nunca antes en su historia, en el punto de mira del mundo. La ofensiva de la “tormenta de al-Aqsa” ha devuelto al debate público el sufrimiento del pueblo palestino con gran violencia, pero sobre todo el alcance militar de que dispone un Estado que, para el imperialismo occidental, siempre ha constituido el “primer y más importante aliado regional”. Aunque la movilización internacional que siguió a la atroz respuesta de las Fuerzas de Defensa de Israel a la ofensiva de los grupos armados de la Resistencia Nacional Palestina trató de plantear cuestiones importantes sobre el papel crucial que desempeña la profunda relación económica que la economía israelí mantiene con la economía de Occidente, en los últimos meses no hemos tenido a menudo la oportunidad de establecer un debate estructurado sobre cómo es esta economía en términos concretos. Tal debate no puede seguir dejándose de lado: el sufrimiento humano, un punto cada vez más expuesto en la dinámica de los conflictos armados, es innegable, y la reacción de indignación por parte de todos aquellos que en todo el mundo rechazan los atroces mecanismos de opresión colonial y racista es legítima; sin embargo, para esperar poner fin, o incluso ayudar a poner fin, a tan atroz forma de gestionar la sociedad, necesitamos comprender la naturaleza eminentemente material del funcionamiento del Estado de Israel. Esto pasa, necesariamente, por un estudio de su economía, de su desarrollo estatal y paraestatal y de la dinámica de clases que sostiene un Estado ideológicamente concebido en estado de sitio desde su concepción.
En este excursus, echaremos un vistazo histórico al desarrollo del Estado de Israel a través de la comprensión de cómo se ha constituido su economía, centrándonos en los sectores de la guerra y la seguridad, tan importantes monetariamente en relación con los demás sectores productivos del país: desde el principio, puede verse que la naturaleza colonial y racista de ese Estado, a través de la opresión de la comunidad árabe palestina (así como de millones de trabajadores inmigrantes) y de la explotación de los recursos de la tierra en la que vivía (y, al menos en parte, aún vive), así como de la mano de obra que esa comunidad oprimida es capaz de proporcionar, asumen una posición central para el correcto funcionamiento del engranaje económico del país. También lo son las profundísimas relaciones entre las industrias bélicas y los países de Occidente y los sectores israelíes de alta tecnología y de producción de armas y seguridad. En este marco, sin embargo, surgen grandes posibilidades y una multitud de contradicciones en las que pueden insertarse los actores revolucionarios —tanto “a nivel interno” como internacional— para sabotear el sistema de apartheid israelí y aspirar, un día, a conquistar una Palestina libre, obrera y socialista.
Este artículo llega tras una serie de momentos de confrontación y reflexión llevados a cabo por los círculos locales de La Voce delle Lotte, a través de iniciativas como “Marx en el espacio”, celebrada en Florencia en las mismas semanas en las que se abrió la actual fase del conflicto, y “De Palestina a la revolución árabe”, en Bolonia, en la que los compañeros debatieron junto a Brian Bean y Shireen Akram-Boshar, autora del ensayo “Palestine – A Socialist Introduction”.
Una mirada a los números: las cifras de la economía de guerra y seguridad israelí
La industria bélica israelí nació en la década de 1920 para suministrar armas y municiones a las milicias sionistas durante el Mandato Británico en Palestina. A mediados de la década de 1960 empleaba a unas 15,000 personas, en torno al 2% de la mano de obra israelí a tiempo completo; tras la Guerra de los Seis Días (1967), el apoyo gubernamental llevó estas cifras a su máximo histórico de 45,000 individuos, o el 5,5% de la mano de obra a tiempo completo, en 1975. Después de esta fecha, las cifras, tanto absolutas como relativas, fluctuaron en una tendencia descendente hasta establecerse en torno a las 35,000 a finales de la década de 1910. La salida de mano de obra cualificada de la industria bélica, especialmente rápida tras el periodo de austeridad iniciado en 1985, el final de la Guerra Fría y los Acuerdos de Oslo a principios de los noventa, impulsó dos sectores incipientes de la economía israelí: la informática y la seguridad. La burbuja de las puntocom y, más tarde, la guerra contra el terrorismo declarada por la administración de Bush hijo, garantizaron mercados y financiación para las dos industrias, hasta el punto de que se empezó a hablar de Silicon Wadi (“valle” en hebreo). En 2011, unas 25,000 personas trabajaban en seguridad. [1]
En 2006, las armas representaban el 25% de las exportaciones israelíes y el 10% del comercio militar internacional; entre 2008 y 2011, Israel, con 6,900 millones de dólares, fue el séptimo exportador mundial de armas en términos absolutos (dos puestos por debajo de Italia y dos por encima del Reino Unido), y el primero en términos de exportaciones per cápita (889.26 millones de dólares), superando con creces las de Estados Unidos (467.21 millones de dólares), primero en términos absolutos. En 2021, las exportaciones ascendieron a 11,300 millones de dólares, y siguieron situándose entre las diez primeras; ese mismo año, las empresas israelíes de ciberseguridad absorbieron el 40% de las inversiones mundiales en el sector. Hoy en día, las exportaciones de productos de ciberseguridad alcanzan los 3,000 millones de dólares, el 5% del total mundial, situándose en segundo lugar después de Estados Unidos. Además de la financiación para investigación que recibe de la UE en el marco de los programas Horizonte Europa 2020 y 2027, Israel mantiene vínculos con empresas y universidades de distintos países europeos; en Italia colabora con Finmeccanica y, entre 1990 y 2010 aproximadamente, firmó 130 proyectos conjuntos de investigación con diversas universidades italianas. [2]
Para entender cómo Israel ha logrado hacerse con una posición de liderazgo tanto en el mercado armamentístico, donde los demás productores han sido países del G7 o de tamaño continental, como en el de la ciberseguridad, donde otros países que también han entrado recientemente en las cadenas de valor de la alta tecnología (por ejemplo, Irlanda, Taiwán, India) no pueden presumir de tal supremacía, [3] es necesario recorrer y analizar la evolución de su economía política como Estado colonial en Palestina y avanzada imperialista entre el Norte de África y Oriente Próximo.
Dos características esenciales de la economía política de Israel ya se vislumbraban en el año de la fundación del Estado, 1948, emergiendo del periodo del mandato británico (1920-1948): una configuración corporativista de facto, de colaboración e interpenetración entre las cúpulas políticas, empresariales, sindicales y militares; una estratificación social y una segregación ocupacional sobre una base étnica. Las bases de la concertación entre las élites se sentaron en la década de 1930, cuando la Agencia Judía (embrión de la futura burocracia gubernamental) y la Histadrut (abreviatura de “Federación General de Trabajadores de la Tierra de Israel”), el principal sindicato, establecieron una división funcional de funciones y poderes: la primera era responsable de atraer y administrar la inversión extranjera directa (principalmente británica, estadounidense y alemana), y la segunda de organizar y disciplinar a la mano de obra inmigrante judía.
Hasta los años 80, la economía israelí tenía la apariencia de una economía desarrollista mixta, en la que el Estado, mediante empresas públicas y el control de los precios, los tipos de cambio y la concesión de créditos, dirigía un desarrollo industrial financiado en gran parte por las reparaciones de posguerra pagadas por Alemania Occidental; la planificación era promovida por la Histadrut, cuya expresión política, el Partido Laborista de David Ben Gurion, dominaba las instituciones. El sindicato amplió sus funciones paraestatales, que ya durante la fase del Mandato Británico habían dotado a la organización de una estructura profundamente diferente a la de la mayoría de los sindicatos del mundo. Entre estas instituciones del mandato, fundadas y coordinadas por la Histadrut, se encuentran el banco Hapoalim y la empresa Hevrat Ovidim (respectivamente “banco” y “empresa” “de los trabajadores”) y la oficina de obras públicas conocida como Solel Boneh, una empresa de construcción fundada en 1921, precisamente en el contexto del primer congreso del sindicato. [4] El mundo empresarial estaba muy polarizado, en continuidad con el periodo anterior a 1948: en la cúspide de las cadenas de valor había un pequeño número de conglomerados estatales y privados dominantes, cuya acumulación de capital, como campeones nacionales, estaba coordinada y apoyada por las políticas gubernamentales; estos conglomerados estaban rodeados por una miríada de pequeñas empresas, que compensaban su menor intensidad tecnológica y competitividad recurriendo a mano de obra palestina barata (de la que hablaremos más adelante). [5]
El primer gobierno del Likud: el inicio de la liberalización y la promesa de mercados exteriores (años 70))
Jonathan Nitzan y Shimshon Bichler resumen la parábola del Estado desarrollista israelí con la expresión “crisálida estatal”: [6] una fase inicial de proteccionismo y dirigismo estatista incuba y desteta el capital nacional dominante, y es sucedida por desregulaciones y privatizaciones funcionales a la transnacionalización de la propiedad de ese mismo capital, permitiéndole entrar en cadenas de valor mundiales e interceptar más eficazmente la inversión extranjera (similar a lo ocurrido en las economías de industrialización tardía de Asia Oriental, como Corea del Sur y Taiwán). El cambio de fase se produjo como resultado de dos acontecimientos interconectados: por un lado, la crisis económica de los años setenta, desencadenada por la vertiginosa subida de los precios del petróleo tras la guerra del Yom Kippur; por otro, la formación en 1977 del primer gobierno sin participación laborista, dirigido por el Likud, un partido empeñado en deshacerse de todo rastro de planificación, tachado de “socialista”.
Según Nitzan y Bichler, “en su imaginación, [los políticos del Likud] simplemente estaban eliminando los grilletes del gobierno de una economía por lo demás competitiva. Sin embargo, lo que hicieron en la práctica fue desregular una economía de guerra oligopolística, invitando de hecho al capital dominante a tomar el control”. [7] En 1999, el 55% de la capitalización bursátil de Tel Aviv estaba directa o indirectamente en manos del capital dominante, formado por conglomerados estatales y sólo cinco grandes grupos privados (Israel Discount Bankholdings, Ofer, Koor, Dankner Group, Arison Holdings). La neoliberalización se intensificó a partir del Plan de Estabilización de 1985 (lanzado por un gobierno laborista), y permitió un relativo repunte de la acumulación de capital (la tasa media anual de crecimiento del PIB, que había caído del 9,8% en 1950-70 al 4,5% en 1970-90, volvió a subir al 5,6% en la década 1990-2000), provocando, por otro lado, un aumento considerable de la desigualdad y la pobreza, y sin invertir ni detener el descenso estructural de la tasa de crecimiento (3,2% anual de media en 2000-10, 3,6% en 2010-18). [8]
La relación entre la economía y la articulación colonial del Estado de Israel
Como Estado-nación colonial, Israel presenta una sociedad cuya estratificación étnica y contradicciones conexas son especialmente evidentes. En la cúspide de la jerarquía de razas y clases se encuentran los judíos asquenazíes, inmigrantes procedentes de Europa Occidental y Oriental entre finales del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, y de Rusia tras la caída de la URSS; principales autores y beneficiarios de la Nakba, dominan la burguesía y las clases medias, formando la base social del sionismo liberal. Los Mizrahi, inmigrantes judíos procedentes de los países del Norte de África y Oriente Medio en 1948-67, constituyen actualmente la mitad de la población judía y la mayoría de la clase trabajadora; históricamente han sido discriminados por los laboristas asquenazíes y se han alineado ideológicamente con el sionismo religioso del Likud, considerado un vector probable de ascenso social en detrimento de los palestinos, por lo que apoyan de forma mayoritaria la construcción de asentamientos en los territorios ocupados. [9] Un segmento significativo de la población judía (en torno al 10%) está representado por los ultraortodoxos (chredì/haredì), que presentan tasas de pobreza especialmente elevadas, [10] Confinados a los sectores más precarios y de menor valor están los palestinos con ciudadanía israelí, los que no fueron expulsados en 1948. Sus comunidades, sometidas al régimen militar hasta 1966, fueron expropiadas del 72% de sus tierras entre 1948 y 1962, con dos efectos: la creación de un proletariado al que se subcontrataron actividades en la agricultura, la construcción y la producción de productos semiacabados; el fraccionamiento de los territorios palestinos en numerosos pequeños enclaves aislados (1,5 millones de personas viven en el 3,5% de la tierra), para impedir la difusión de formas organizadas de resistencia y garantizar la dependencia de la economía israelí (un modelo exportado posteriormente a Cisjordania y Gaza). [11] En el peldaño más bajo están los palestinos de los territorios ocupados y los trabajadores migrantes.
La Guerra de los Seis Días (1967) extendió el control militar israelí al Golán, Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza y el Sinaí (evacuado en 1982), junto con millones de palestinos. Durante las décadas de 1970 y 1980, los territorios ocupados recibieron un trato comparable al de los anexionados en 1948, quedando reducidos a depósitos de mano de obra inmigrante no cualificada muy barata, zonas de expansión para los asentamientos de colonos, mercados de exportación exclusivos para los productos israelíes (que siguen siendo los segundos más importantes después de Estados Unidos). Se aplicó una política de “des-desarrollo”, que asfixió el tejido económico palestino a cambio de los salarios más altos percibidos en Israel, como lo demuestra el hecho de que entre 1970 y 1985 el crecimiento del PIB en los territorios ocupados no se correspondiera con un aumento global de la ocupación. [12]
El descontento popular estalló durante la década de crisis y austeridad de los años ochenta, con la primera Intifada (1987-1993). La movilización de un componente esencial de la mano de obra para la economía, y la inestabilidad asociada de regiones cruciales para la seguridad de la estructura del Estado, llevaron a los dirigentes israelíes a buscar una nueva “fórmula que permitiera a Israel evitar gobernar a los palestinos, sin volver a las insostenibles fronteras anteriores a la guerra del 67”. [13] Además de la represión inmediata de las protestas (en 1988 Yitzhak Rabin, entonces ministro de Defensa, ordenó a las tropas “romper los huesos” de los palestinos [14]), la estrategia israelí se articuló en torno a tres ejes: en primer lugar, pacificar los territorios ocupados mediante la cooptación de la resistencia palestina, que se concretó en los Acuerdos de Oslo (1993) con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y en el nacimiento de la Autoridad Nacional Palestina (ANP, 1994). Israel ha subcontratado, desde el 94, los servicios sanitarios y educativos de Cisjordania, así como todas las funciones de seguridad en la llamada Zona A, a la Autoridad Nacional, que, para Rabin, debía “mantener a los palestinos bajo control “sin el Tribunal Supremo y sin B’tselem [la principal organización israelí de defensa de los derechos humanos]”. [15] En segundo lugar, se redujo drásticamente la dependencia de la mano de obra palestina, sustituida progresivamente por emigrantes (regulares e irregulares) procedentes principalmente de algunos países del sudeste asiático (Pakistán, India, Bangladesh, Tailandia, Filipinas), con los que además fue posible firmar acuerdos oficiales gracias a la distensión diplomática resultante del final de la Guerra Fría y de los Acuerdos de Oslo; por último, como resultado de las dos políticas anteriores, se alcanzó al máximo grado posible una situación de hafrada (“separación, apartheid”) entre ciudadanos judíos y palestinos. Esta situación, paralela a la expansión de los asentamientos (los colonos pasaron de 100,000 a casi 500,000 entre 1990 y 2010), se ha dado con la continuación de la expropiación de tierras, la circunscripción física de los espacios (gracias al muro de separación, los puestos de control, las carreteras exclusivas para colonos), el despliegue de sistemas de vigilancia a distancia y la externalización del gobierno directo de la población palestina a terceros (la ANP en Cisjordania, Hamás en Gaza, y ONG occidentales y empresas privadas que gestionan puestos de control fijos en las zonas B y C desde 2005). [16]
Dos primeras décadas (1967-87) de empleo "vago”, [17] interesado principalmente en explotar el excedente de mano de obra de los palestinos, condujo a una fase de resistencia generalizada en los territorios ocupados (que se manifestaría inicialmente en forma de la primera intifada, y que sentaría las bases de la segunda y de la eventual toma del poder por Hamás en la Franja de Gaza en 2007). La respuesta estratégica israelí durante los últimos treinta años ha sido coherente con la “lógica de la eliminación”, [18] esencialmente genocida, que sustenta el etnoestado, ha tenido como objetivo, por un lado, maximizar la disponibilidad de territorio físico y el control sobre la población palestina y, por otro, minimizar la responsabilidad del Estado hacia la propia población. [19]. Este proyecto se puso en práctica adoptando una perspectiva “tecnosolucionista”. [20], apoyarse en el desarrollo de nuevas tecnologías de vigilancia, integradas en una “matriz de control”, [21] cuyo modelo de seguridad podría rentabilizarse exportando sus componentes técnicos e ideológicos.
Bajo asedio, en expansión: la proyección internacional de la economía de guerra
Un rasgo específico de la naturaleza colonial de Israel es la ambigüedad "constitutiva" de sus fronteras territoriales, entrelazada con las vicisitudes demográficas del Estado. Tras la anexión de los territorios palestinos en 1948, Israel protagonizó invasiones/ocupaciones en 1956-7 (Sinaí), 1967 (Golán, Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza, Sinaí), 1982 y 2006 (sur del Líbano). Esta expansión no lineal de los territorios bajo control israelí está relacionada con la doble y contradictoria dinámica de sometimiento y expulsión de una población colonizada, los palestinos, y con el papel de policía imperialista que desempeña el proyecto sionista entre el Norte de África y Oriente Próximo, encajonado entre Estados que le son históricamente hostiles. Por tanto, Israel se percibe a sí mismo como forzado a una lucha perpetua por la supervivencia geopolítica contra un enemigo tan externo como interno; una percepción que fomenta la soldadura interclasista en una “nación en armas” [22], induce la búsqueda de una potencia protectora y fomenta la industria bélica y la “diplomacia armamentística”. [23].
A principios de la década de 1950 se produjo la consolidación de la industria bélica israelí, surgida bajo el Mandato y formada inicialmente por laboratorios y departamentos estatales (que empleaban exclusivamente mano de obra judía): Israel Military Industries (IMI, 1933), especializada en municiones, en 2018 absorbida por Elbit Systems; Israel Weapon Industries (IWI, 1933), especializada en armas de fuego (por ejemplo, el subfusil Uzi), ahora parte del conglomerado surcoreano SK Group; Rafael (1948), especializada en investigación y desarrollo de sistemas de defensa; Israel Aerospace Industries (IAI, 1958), especializada en satélites, sistemas de defensa aérea (por ejemplo. la Cúpula de Hierro, desarrollada conjuntamente con Rafael) y drones (aeronaves pilotadas a distancia, APR); Elbit Systems (1966), una asociación público-privada que evolucionó hasta convertirse en un grupo privado especializado en ciberseguridad y vigilancia [24]. En el mismo lapso se produjo una transición del mecenazgo del Reino Unido, ocupado en gestionar el desmantelamiento de su imperio formal, al de Francia: además de la convergencia de intereses en la contención de los exmandatos franceses de Siria y Líbano, se produjo un nuevo acercamiento ideológico debido al estallido de la Guerra de Liberación de Argelia (1954-1962); ambos Estados se encontraron en la tesitura de tener que gobernar y reprimir a pueblos indígenas cuya sustitución habían iniciado implantando colonos de estirpe europea, sin tener en cuenta que los numerosos judíos argelinos hacía tiempo que habían sido declarados ciudadanos franceses e integrados en el aparato administrativo colonial. Hasta 1967, Francia fue el principal proveedor de ayuda militar y armamento de Israel, contribuyendo de forma decisiva a su programa nuclear con transferencias de tecnología y conocimientos; dicho apoyo fue correspondido, por ejemplo, durante la crisis de Suez de 1956, cuando Israel invadió el Egipto nasserista junto a Francia y Gran Bretaña.
Una base de población recluta pequeña, en comparación con la de los países vecinos, combinada con un amplio acceso a los recursos del centro imperialista, incentivó a las fuerzas armadas a centrarse en la superioridad organizativa y tecnológica, mediante la inversión en investigación y desarrollo y la formación de personal. Prueba de ello es el nacimiento, en 1960, del primer programa de informática militar del país, nueve años antes de su introducción en los planes de estudio de las universidades civiles. Posteriormente, en la segunda mitad de la década de 1990, la unidad se escindió y adoptó el nombre de Escuela de Profesiones Relacionadas con la Informática, una institución que desde entonces acoge a unos 300 soldados al año. No en vano, en 1998, el 35% de los nuevos empresarios habían recibido formación en investigación y desarrollo durante el servicio militar. [25]
La Guerra de los Seis Días (1967) marcó una ruptura en las relaciones exteriores de Israel. La Francia gaullista, en proceso de acercamiento a las antiguas colonias tras perder Argelia, se mostró reacia a continuar con el suministro de armas a Israel, que fue rescatado por la ayuda (civil y militar) de EEUU, empeñado en convertirlo en su propia avanzadilla en Oriente Próximo, junto al Irán del Sha (un papel, el israelí, aún más reforzado tras la revolución islámica iraní de 1979) [26]. Estos acontecimientos exacerbaron un dilema al que se enfrentaban los dirigentes políticos y militares ya en los años cincuenta: adoptar una política industrial encaminada a la autosuficiencia en la producción bélica, como defendía el Director General del Ministerio de Defensa, Shimon Peres, o especializarse en aquellos nichos en los que la producción israelí disfrutaba de ventajas comparativas (y que permitirían la integración y la interoperabilidad con los sistemas de armas de la potencia protectora), como proponía el General Rabin. Impulsados por el riesgo de aislamiento internacional como consecuencia de la actitud más tibia de Francia, los partidarios de la autosuficiencia estimularon la inversión en proyectos como los tanques de la clase Merkava (“carroza de fuego”, hoy comprometidos en primera línea de la ofensiva de Gaza); sin embargo, la grave situación vivida en la Guerra del Yom Kippur puso de manifiesto la duradera (y endémica) dependencia de la ayuda estadounidense en situaciones de emergencia. La condicionalidad de esta ayuda (una media de 3,000 millones de dólares anuales entre 1973 y 2010) fue aprovechada por Estados Unidos para integrar la economía israelí en determinados sectores de la estadounidense, mediante asociaciones y empresas conjuntas, impidiendo al mismo tiempo la comercialización de productos potencialmente competidores. Israel goza del privilegio, excepcional entre los beneficiarios de la ayuda estadounidense, de utilizar parte de ella para compras a terceros proveedores, pero lo cierto es que la mayor parte debe gastarse en productos estadounidenses (se trata, de hecho, de una subvención a la industria estadounidense); la reticencia en el desembolso de los fondos también puede utilizarse para disuadir a los productores israelíes de realizar inversiones contrarias a los intereses de los estadounidenses. En los años 80, con la fase neoliberal, junto con las armas y los conocimientos técnicos, también se importó de EE.UU. un renovado interés por la iniciativa privada y el libre mercado. [27].
A finales de la década, un proceso que se había iniciado en los años setenta llegó a su madurez, y los sectores armamentístico y de alta tecnología empezaron a adquirir el carácter polifacético y transnacional que tienen hoy en día. En 1987, año en que se canceló el proyecto estatal del avión de combate Lavi, casi terminado, con la aprobación de Pérez, la escuela de la especialización y la complementariedad triunfó finalmente sobre la de la autosuficiencia. Poco después, la contracción del mercado mundial de armamento debida al final de la Guerra Fría indujo a la industria armamentística israelí a diversificarse, adaptando sus productos a una demanda no estrictamente militar, especialmente en materia de seguridad y vigilancia. Con el tiempo, estos dos puntos de inflexión produjeron sectores estratificados: el núcleo central oligopolístico está formado por conglomerados estatales y privados, productores de especialidades históricas (por ejemplo, Uzi y Merkava) y/o necesitados de grandes inversiones en capital fijo y variable, como satélites, antiaéreos, drones, sistemas de vigilancia y seguridad; dependiente de los pedidos y la financiación de este núcleo se encuentra una galaxia difusa de pequeñas y medianas empresas y start-ups, centradas en el diseño de componentes individuales de hardware y/o software de alta tecnología (por ejemplo, óptica) complementarios a los productos de los conglomerados nacionales y/o extranjeros.
A su vez, las empresas más grandes obtienen una parte no desdeñable de sus beneficios de los componentes para productos estadounidenses, la prestación de servicios (por ejemplo, formación policial) y la mejora y el mantenimiento de los sistemas de armamento existentes. Paralelamente, una serie de productos israelíes se han introducido, como ya se ha mencionado, en ámbitos como la vigilancia de fronteras privadas y nacionales, la ciberseguridad y la seguridad de eventos públicos. Como resultado, las nuevas tecnologías, desarrolladas en colaboración con personal estadounidense, británico, francés, alemán e italiano, se diseñan a menudo para un doble uso, militar y civil, lo que es tanto un efecto como una causa del considerable grado de interpenetración entre estos dos componentes de la sociedad israelí. Una primera prueba de ello es que son las fuerzas armadas y las universidades (que a menudo ofrecen instalaciones a los reservistas) las que forman a la mano de obra altamente cualificada que necesitan las empresas y que, para favorecer la transferencia de conocimientos y competencias, se fomentan las redes de contactos personales y las “puertas giratorias” entre los distintos sectores (normalmente unidireccionales: de las fuerzas armadas y/o la universidad al sector privado). Una segunda prueba, más plagada de consecuencias, es la estrecha colaboración entre el sector privado, el ejército y los servicios secretos, especialmente en el ámbito de la informática, como demuestra el caso del programa de espionaje Pegasus del NSO Group, que se vende a gobiernos extranjeros (como México) y se utiliza contra los palestinos de los territorios ocupados y los ciudadanos israelíes. [28].
Antes de convertirse en un eslabón de las cadenas de valor estadounidenses (al igual que Corea del Sur y Taiwán en el caso de los semiconductores) Israel desempeñó, a través de su industria bélica, el papel de gregario en las operaciones de contrainsurgencia de Estados Unidos en el Tercer Mundo, suministrando armas y entrenamiento a regímenes y milicias de Guatemala, Nicaragua, Chile, Argentina, Irak e Irán, por citar algunos. También actuó como intermediario por debajo de la mesa entre Sudáfrica (por cuyo régimen de apartheid los dirigentes israelíes expresaron explícitamente su admiración) y la administración Reagan, interesada en mantener relaciones secretas con el país sancionado internacionalmente. [29] La distensión que siguió al final de la Guerra Fría y al inicio de la vía diplomática de Oslo permitió a las exportaciones militares israelíes dar un salto cualitativo, penetrando en los mercados de los futuros fundadores de los BRICS, históricamente hostiles al proyecto sionista, en particular Brasil e India (con China y Rusia detrás).
Israel ha logrado así transformarse de proveedor de armas a regímenes del Tercer Mundo, a menudo aislados internacionalmente, cuyas exportaciones ascendían al 0,8% del total mundial en los años 80, en exportador de productos de alta tecnología a las grandes potencias, alcanzando el top 10 en el nuevo milenio. [30] En este contexto, no se puede ignorar cómo la creciente despreocupación de la diplomacia armamentística israelí, que a través de suministros militares permite tejer lazos políticos y económicos, suscita no pocas inquietudes en Washington, cuando se utiliza para diversificar alianzas a través del acercamiento cordial a potencias como China y Rusia, lo que también podría implicar importantes transferencias tecnológicas en caso de venta de productos que incorporen componentes estadounidenses. [31]
Dos últimos factores a considerar en la evolución del complejo industrial militar y de seguridad son la revolución en los asuntos militares (RMA por sus siglas en inglés) y la guerra contra el terrorismo. La llamada revolución consiste en un cambio del horizonte táctico y estratégico estadounidense, que prefigura y se esfuerza por implementar la integración horizontal de todos los elementos del aparato militar en una red descentralizada, flexible y adaptable, posibilitada por las nuevas tecnologías de comunicación y procesamiento de datos. El banco de pruebas de este tecnooptimismo fue precisamente la guerra contra el terrorismo, en su doble articulación de invasión de Afganistán (2001) e Irak (2003), y de penetración en la sociedad de los sistemas de vigilancia cibernética. La retórica y las prácticas de la lucha contra el terrorismo, promovidas por EEUU, fueron abrazadas (entre otros) por China, India y Rusia, interesados en reprimir a sus respectivas comunidades musulmanas. [32] En este panorama de conflictos asimétricos y creciente securitización, las empresas israelíes se encontraron en una posición ideal, dada, por un lado, su especialización en alta tecnología, informática y cibernética, y, por otro, las décadas de experiencia sionista en el perfeccionamiento de una matriz de control sobre la población palestina, cuya representación como crisol de terroristas servía de prototipo ideal perfecto del enemigo omnipresente; una construcción ideológica necesaria para justificar, en nombre de la seguridad, el desarrollo de aparatos de vigilancia cada vez más omnipresentes. Por citar algunos de los ejemplos más significativos: arquitecturas como el muro de separación y las cámaras de vigilancia en Cisjordania, o la barrera que rodea Gaza, sirven de referencia para la militarización de la frontera entre Estados Unidos y México, o para la gestión de la mayoría musulmana de Jammu y Cachemira en la India de Narendra Modi; el mercado de los aviones no tripulados está controlado casi en un 70% por empresas israelíes, que venden aviones de bombardeo y ejecución selectiva a Estados Unidos, y aviones de vigilancia a la agencia europea Frontex. Los territorios ocupados en su totalidad son tratados por las fuerzas armadas israelíes como un laboratorio en el que probar nuevas armas, cuyo uso continuado sobre el terreno, en su mayoría contra civiles, es exhibido por los exportadores como garantía de calidad. [33]
El alcance internacional de la industria de la muerte impone la necesidad de una acción internacionalista
La adopción generalizada de armamento y sistemas de vigilancia cibernéticos y remotos, como los drones pilotados a distancia en los bombardeos, la automatización parcial de los puestos de control o los sistemas de reconocimiento facial en las ciudades palestinas, es justificada por las autoridades ante la opinión pública (y los compradores potenciales) como una solución más humana a un conflicto que, de otro modo, sería insoluble: menos riesgo para los autores, resultados más precisos, menos peligro y menos molestias para los sometidos. Los hechos desmienten esta propaganda: tales tecnologías sólo contribuyen a deshumanizar a sus víctimas. [34]
El destacado papel de las armas y la vigilancia en la economía israelí es producto de la tarea histórica del Estado sionista de guarnición imperialista en la región; una tarea que, como hemos visto, tiene ramificaciones globales. El desmantelamiento de esos sectores, al igual que el desmantelamiento de Israel y la construcción de una Palestina socialista, es por necesidad una empresa internacionalista: Israel exporta el 80% de sus armas (un porcentaje que no tiene comparación: los principales estados productores europeos exportan alrededor del 0,5%, EEUU el 20%), [35] y sus programas de investigación y desarrollo dependen de la financiación y colaboración norteamericana y europea. Por lo tanto, no sólo es esencial la movilización de las masas palestinas, norteafricanas y de Oriente Medio, sino también la implicación de los segmentos de la población activa israelí no integrados (a menudo como racializados) en el bloque sionista, [36] así como la construcción de un movimiento obrero politizado y combativo en Europa Occidental y Norteamérica, capaz de imponer tanto el cierre de las industrias bélicas nacionales como el cese de toda colaboración con Israel.
Traducción: Óscar Fernández
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