“Capitalismo y democracia son incompatibles.” Varios autores.
La idea que se suele tener de la democracia es, generalmente, muy superficial y limitada. Es la que nos transmiten los que realmente mandan y que no dejan de hacerlo. Son muy constantes en ese sentido, porque saben que si nos abandonan y por ahí se nos ocurre pensar por nuestra cuenta, corren el peligro de que nos demos cuenta de la impostura que estamos viviendo.
Yo creo que si le preguntamos a cualquier ciudadano/a si estaría dispuesto a que un grupo de gente muy preparada, muy culta y sabihonda, se hiciera cargo de su vida, tome por el o ella las decisiones más importantes sin responsabilizarse de las consecuencias, diría enérgicamente que no. Y lo curioso es que eso es lo que ciertamente sucede con la supuesta democracia que vivimos.
Los que toman las decisiones que atañen a nuestras propias vidas, sin que nosotros tengamos ni la más mínima intervención, son los directivos de las grandes empresas multinacionales y los grandes multimillonarios.
No lo hacen directamente, por supuesto, sino a través de los políticos que aparentemente elegimos para que nos representen. Y para que nos lo creamos disponen de enormes y diversos aparatos de comunicaciones, que utilizan desde hace muchísimos años cada vez más sofisticados y eficaces.
Construyeron algo así como un gran escenario para que actúen los políticos y los medios de comunicación, los periodistas y tertulianos bien recompensados, en una gran obra teatral que titularon democracia. Nosotros fuera del escenario, miramos ordenadamente y eso si, estamos autorizados a aplaudir.
Mientras tanto, ellos, los que mandan y ni siquiera conocemos, hacen su trabajo de apropiación de lo nuestro libres de exhibiciones innecesarias. En realidad dan las órdenes que cumplirán los que están a su servicio.
Cuentan también con organismos e instituciones apropiadas a sus fines e incuestionables por lo que dicen ser y para qué están, asunto que la realidad contradice.
Toda esta puesta en escena, además de hacernos vivir la ilusión de estar en democracia, nos ha convencido de otras dos cuestiones esenciales:
La primera es que la política es un asunto del que se encargan los políticos y lo mejor para nosotros es no meternos en cosas que no entendemos.
La segunda es que el capitalismo es un hecho de la naturaleza. No solo el mejor sistema de vida, sino el único posible. Intentar cambiarlo es como luchar contra la ley de gravedad (metáfora que usan desde siempre).
Como los que mandan tienen mucha experiencia y en verdad son inteligentes (que nadie piense en Milei o sus secuaces), permiten que algunos políticos aparezcan en el escenario como cuestionadores del sistema. Eso fortalece a la democracia que simulan y les da mayor credibilidad.
No obstante y por si acaso, saben cómo usar los antídotos: los incorporan poco a poco hasta hacerlos miembros de la gran familia o en caso de que los rebeldes lo sean en serio, les tiran todo el aparato represivo, los cercan y los destruyen. También suelen marginarlos de tal manera, que solo son visibles para una minoría inapreciable.
La democracia que queremos
Como nadie es perfecto, según Billy Wilder, siempre encontramos una rendija por donde respirar y pensar.
Para que no sea solo una intención, lo primero es juntarnos y organizarnos. Ellos no quieren eso. El mejor ciudadano, para los que mandan, es el individualista. No existe la sociedad, dicen ellos a partir de Margaret Thatcher, solo los individuos.
Nosotros sabemos que somos seres sociales. Entonces, lo primero es pensar juntos para actuar juntos coordinadamente. Para exigir juntos lo que nos corresponde y ellos nos quieren robar o nos roban: todos nuestros bienes comunes que privatizan o pretenden privatizar.
También para exigir la participación permanente en las decisiones que hacen a nuestra vida en común. Ser actores de nuestras vidas.
No queremos que nos representen, no necesitamos que nos representen, queremos que nos obedezcan para que la democracia sea, en verdad, del pueblo y para el pueblo.
Sabemos que el capitalismo es un sistema esencialmente injusto que se fundamenta en la explotación de muchos para beneficio de pocos. Y sabemos que no es un hecho de la naturaleza, que puede y debe cambiarse.
Sabemos también que la nueva sociedad que queremos, tenemos que construirla entre todos los que deseamos vivir con justicia, con otros valores opuestos a los del capitalismo. Lo que no sabemos es como va a ser, porque tenemos que ir construyéndola sin dogmas ni pautas establecidas, a partir de nuestra realidad y desde la izquierda.
Y sabemos, por una larga y dolorosa experiencia, que solo la lucha del pueblo salvará al pueblo. |