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4 de agosto de 2024 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
El peronismo en tiempos de (su) crisis: la Iglesia como “elemento de reserva”
Andrea Robles | @RoblesAndrea

Todo el mundo se pregunta hasta cuándo se puede soportar el plan motosierra de Milei contra los trabajadores y sectores populares. Su tradición combativa en nuestro país aún no despertó en toda su magnitud. No obstante, el descontento crece sin que haya una alternativa de contención política dentro del régimen tradicional de partidos. En especial por parte del peronismo, el partido por excelencia de la contención y el orden.

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Después de más de medio año de gobierno ultraderechista, el peronismo heredero del apoyo de poco menos de la mitad de los votantes en las últimas elecciones en las que prometió “enfrentar al fascismo” se declara ausente de una mínima resistencia seria al ajuste brutal sobre el pueblo trabajador. “Unión por la Patria” estaría buscando algún nuevo armado para empuñar. En el 50 aniversario de la muerte del general Perón aprovecharon para sentar posiciones. Cristina Fernández de Kirchner ataviada con su delicada cruz en el pecho volvió a insistir en la necesidad de “acuerdos básicos entre los principales partidos”, mientras la CGT, en palabras de Daer, manifestó que “El peronismo tiene que volver a ser un espacio político con una gran representación movimientista que le permita integrar a los vastos sectores mayoritarios de la sociedad para generar el poder necesario de transformar este país” [1]. Juan Grabois, el más allegado al Papa Francisco, se debate entre lo que le gustaría y lo que habría que aceptar en pos de la unidad del peronismo y por si da ya se postula para encabezar la lista de diputados y de candidato a presidente para el 2027 (sic) [2]. Por otro lado, el ultrareligioso y derechista peronista Guillermo Moreno, hace sus deberes para la “unidad”, reunió a economistas de Máximo Kirchner, Axel Kiciloff y Grabois y hasta de Sergio Massa y Ángel Pichetto, no se privó de halagar el nacionalismo de la vicepresidenta negacionista Victoria Villarruel. Es cierto que “El Peronismo anhela la unidad nacional y no la lucha”, señala una de las 20 Verdades del peronismo, pero que no se note tanto, la “unidad nacional” asemeja a una bolsa de gatos de un peronismo ajeno a los intereses populares.

La CGT y la CTA hace unos días anunciaron que convocarán a participar en la tradicional procesión en el día de San Cayetano para reclamar por “pan y trabajo”, junto a la UTEP y Grabois, vocero del Papa Francisco y miembro del “Servicio del Desarrollo Humano Integral” del Vaticano, para no confrontar con Patricia Bullrich y su protocolo policial, evitan la tradicional peregrinación desde Liniers. En lo que será mucho más un acto político que una manifestación de lucha contra el ajuste, el peronismo pareciera que solo atina a buscar canalizar la oposición a Milei a través de la “misericordia” de la Iglesia y de Dios para con los pobres, acentuado por los escandalosos recortes a los comedores y merenderos de la Ministra de Capital Humano del gobierno. La pregunta de Laura Di Marco en La Nación “La Iglesia Católica, ¿la verdadera oposición a Milei?”, es por demás pertinente y grafica que “Lo que hay en la oposición es un enorme vacío. Hay una frase que dice: “El universo no soporta el vacío”. ¿La Iglesia está llenando ese vacío?” [3].

El periodista Ignacio Zuleta escribe hace algunos años: “Argentina no tiene partidos políticos con signos vitales, vive una crisis del sistema que convierte a cada elección en una puja de cuentapropistas que alcanzan sus cargos en extrema debilidad” [4]. Como veremos más abajo el marxista italiano Antonio Gramsci planteó que la iglesia constituye el “elemento de reserva” en casos de necesidad como este, de “crisis orgánica”.

En su libro El Papa peronista, Zuleta toma nota de la exclusiva influencia internacional del prelado como hombre de Estado y, a nivel nacional, de las cinco décadas que lo reconocen como hombre de la política, con vínculos en todos los estamentos a la medida de un partido transversal. Llega a decir que la paz en las calles de los años de Macri en el gobierno fue por su influencia en las organizaciones sociales. Según Zuleta, Bergoglio asume como propia la hipótesis de que la desocupación y la exclusión son un fenómeno inherente sistémico del capitalismo del siglo XXI y que la tarea hacia adelante es asumir esa realidad y construir caminos para contener y auxiliar a los excluidos de la sociedad del descarte [5].

Pero estos propósitos no son nuevos. Vayamos para atrás para hacer un breve racconto del papel de la Iglesia católica y el surgimiento del peronismo tomando algunos acontecimientos relevantes del siglo XX para dar cuenta de la ligazón y los propósitos.

La política de la iglesia y la génesis del peronismo

Enemiga del “libertinaje” de la Revolución francesa, con la emergencia del capitalismo la Iglesia católica vio desplazado su poderío económico e influencia debido al liberalismo secular y, sobre todo, a las tradiciones obreras, anarquistas y socialistas, de por sí anticlericales. Históricamente es la institución del régimen capitalista más rica, conservadora y defensora de los sistemas de explotación gracias a su influencia religiosa y preceptos naturalizados durante muchos siglos.

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Pero para sostener ese rol y poderío la Iglesia a lo largo de toda su historia ha llevado a cabo transformaciones políticas, conviviendo en su interior con distintos sectores de la casta eclesiástica, conservadores o más proclives a los cambios de época. El capitalismo y la lucha de clases implicó un enorme desafío que la Iglesia católica dejó plasmado en encíclicas sociales, donde sentaron las bases para su adaptación a la evolución de los tiempos. En la Rerum Novarum (León XIII, 1891) ya reivindica la centralidad de la cuestión social, condenando a su vez la ideología de la lucha de clases, e igualmente la del individualismo liberal.

La oleada revolucionaria que emerge posteriormente a la Primera Guerra Mundial, el triunfo de la Revolución rusa y el peligro de su extensión frente a la crisis capitalista y el desprestigio de los partidos tradicionales provoca una “crisis orgánica”, como lo denomina Antonio Gramsci, uno de los intelectuales que mejor analizó la crisis de la democracia y el ascenso de Mussolini –del que se decía Perón profesaba sus simpatías–. En sus conocidos Cuadernos de la cárcel, dará cuenta de cómo el Estado burgués lleva a cabo adecuaciones en su funcionamiento como “Estado integral”, integral en su combinación algebraica entre coerción y hegemonía política, para ampliar su poder sobre la sociedad. Esta relación “orgánica” entre la sociedad política y la sociedad civil (partidos, clubes, iglesias, sindicatos, organizaciones sociales, etc.), o sea de instituciones “privadas” que organizan la hegemonía de la clase burguesa y a su vez en estrecha relación con el Estado [6], se dio de la mano del surgimiento de las burocracias de las organizaciones de masas, los sindicatos, como uno de los fenómenos más relevantes.

En nuestro país, como parte del continente, la Iglesia católica bendijo la colonización, con su expoliación y tortura. “La secularización en la sociedad argentina emprendida por la burguesía liberal que importó su modelo de Londres y su modelo cultural de París fue incompleta”, dice Horacio Verbitsky, en La Iglesia en la Argentina, un siglo de historia política (1884-1983). A diferencia de Brasil cuya Constitución proclamó, en 1891, que ningún culto o iglesia gozara de subvención oficial y la enseñanza fuera laica; de la ley uruguaya que otorgó el divorcio mutuo en 1907 y por la sola voluntad de la mujer en 1913, y en su constitución incluyó la separación de la Iglesia del Estado en 1919; y en Chile, en 1925; en Argentina, al contrario, en su artículo 2° deja en claro que sostiene al culto católico apostólico romano: “la burguesía modernizante no tenía respuesta para el desafío anarquista, socialista y sindicalista que se manifestó durante la primera década del siglo XX en Buenos Aires. La revolución bolchevique fallida en 1905 y la triunfal en 1917 le dieron una sensación de urgencia que la llevó a cerrar la brecha abierta con la Iglesia por las reformas secularizadoras que se detuvieron por décadas” [7], concluye Verbitsky.

En 1931, en el convulsionado período de entreguerras, el papa Pío XI, anunció la encíclica Quadragesimus Annus. La Iglesia católica asumía el doble carácter de la propiedad, individual y social. Ratificando su explícito rechazo al liberalismo y al marxismo, “afirmaba una tercera posición, de cooperación de capital y trabajo para el bien común, y un concepto de justicia social al que el peronismo daría existencia real en la Argentina” [8]. La necesidad de evitar huelgas y la lucha en las calles unificaba a los sectores integristas y liberales de la Iglesia ante la cuestión social. Coincidían que para derrotar el peligro de la revolución tenían que atender las necesidades materiales sin lo cual no era posible lograr el encuadramiento espiritual. En Argentina, la mimesis para conquistar a los trabajadores –parafraseando al papa Francisco, buscando “oler a ovejas”– llegó al punto de titular la portada del diario oficial del Episcopado argentino, El pueblo, el día del trabajador, el 1° de mayo de 1930: “Proletarios del mundo: ¡uníos en Cristo!” [9], parafraseando ni más ni menos que al Manifiesto comunista de Marx y Engels.

La ebullición social en nuestro país en el segundo lustro de la década de 1930 exigía la necesidad de atender los reclamos de los trabajadores. Ya no fomentar sindicatos católicos, conscientes de su debilidad numérica, sino de formar dirigentes en la doctrina social de la Iglesia, junto con el programa corporativo de conciliación de clases de Pio XI, que actuaran en las organizaciones existentes para tratar de disputar su conducción católica. Particularmente resaltaron la formación corporativa, de empleadores, trabajadores, profesionales, campesinos, bajo la inspiración de la acción católica, como alternativa “a la lucha y el desorden”. El Estado debía incorporarla al estatuto político de la Nación. En este sentido, esta “concepción orgánica de la sociedad”, el acento en la justicia social y la paz social, la propuesta de creación de organizaciones y prácticas corporativas, o la cooperación capital trabajo, “anticipa una década el molde en el que vaciará su movimiento el peronismo, y más que su doctrina, su práctica de la comunidad organizada” [10].

El cuerpo de ideas del nacionalismo católico alimentó al peronismo claramente [11]. Según Antonio Quarracino, el cardenal ultraconservador que acompañó el gobierno de Menen, mentor de Jorge Bergoglio como obispo y su mano derecha, Perón contó con el apoyo de la mayoría del clero por “la prédica de la justicia social, la atención prestada las clases más necesitadas, la importancia y la orientación nacional impresas al mundo obrero, la valoración de la tradición católica, la proclamación de una doctrina que abrevaba en las enseñanzas de la Iglesia y la presencia de caras nuevas en la escena política explican aquella simpatía” [12].

En 1943, las primeras intervenciones de Perón en la escena política nacional se dieron de la mano de la logia anticomunista “Grupo de Oficiales Unidos” (GOU) que llevó a cabo la llamada Revolución de 1943, el golpe militar que derrocó al gobierno del conservador Ramón Castillo. En los albores del movimiento y en condiciones excepcionales otorgó medidas como la reducción de la jornada laboral, la ley de despidos, se estatizaron los sindicatos. Por decreto la Iglesia católica logró la educación religiosa en las escuelas y con Perón en el gobierno se legalizó la norma. También, les asignó el doble de subsidios del Estado, sin que impidieran rispideces e incluso la confrontación. Hacia el final de su segundo gobierno, con sectores de la curia que no aceptaban menguar su poder ni el “cristianismo práctico justicialista” usado por su fundador, apoyaron su derrocamiento por el golpe militar de 1955, clerical-oligárquico-imperialista.

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En una de sus obras más renombradas, La Comunidad Organizada (1949), Perón afirmó:

La lucha de clases no puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda esperanza de fraternidad humana. En el mundo, sin lugar a soluciones de violencia, gana terreno la persuasión de que la colaboración social y la dignificación de la humanidad constituyen hechos no tanto deseables como inexorables. La llamada lucha de clases, como tal, se encuentra en trance de superación.

Perón pregonaba la convivencia pacífica entre capital y trabajo, naturalizando la violencia cotidiana de la explotación y opresión capitalista. En cambio, la "violencia" y su peligro surgen cuando la rebeldía de los explotados va más allá del “del trabajo a casa y de casa al trabajo”, el lema de Perón para el movimiento obrero como recordó el día que fue derrocado en 1945.

Al dejar el gobierno, pido una vez más a ustedes que se despojen de todo otro sentimiento que no sea el de servir directamente a la clase trabajadora. Desde anoche, con motivo de mi alejamiento de la función pública ha corrido en algunos círculos la versión de que los obreros estaban agitados. Yo les pido que en esta lucha me escuchen. No se vence con violencia; se vence con inteligencia y organización. Por ello les pido también que conserven una calma absoluta y cumplir con lo que es nuestro lema de siempre, “del trabajo a casa y de casa al trabajo”.

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Perón –a diferencia de lo que sostiene Grabois– jamás se inclinó por el cambio del sistema capitalista ni habló de socialismo. Una de las pocas veces que sí lo hizo fue a su retorno al país, después de 18 años de exilio, y del Cordobazo, cuando una amplia vanguardia enarbolaba las banderas del socialismo, o de la patria socialista en el caso de los sectores radicalizados del peronismo. En una entrevista televisiva, dialogaba sobre el tema:

El sistema nuestro que cambia con la evolución... y va determinado con formas sociales o de justicia social. Llamelé socialismo, y nosotros le llamamos justicialismo. Pero es todo un sistema que ya en Europa está en general, Rusia internacional y dogmático, hasta Dinamarca, que son monarquías socialistas... todo Medio Oriente son repúblicas socialistas, todo el África se está reestructurando sobre repúblicas socialistas... En Estados Unidos hay mucha gente que piensa en esa necesidad y eso que es el baluarte del demoliberalismo que todavía queda en el mundo” [13].

La Tercera posición, “ni yanquis ni marxistas”, y que engloba a los “amigos” en contexto del boom de posguerra: las burocracias estalinistas del mundo soviético, los Estados de bienestar europeo y los nacionalismos burgueses en los países semicoloniales, bajo la hegemonía estadounidense. “Como doctrina económica, el Justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía y‚ ésta al servicio del bienestar social” dice otras de las “verdades peronistas”. Solo por una defensa acérrima del sistema capitalista, bajo el manto de la “paz social”, se puede entender su aval al golpe de Pinochet del 11 de septiembre de 1973, pocos días después de sus declaraciones televisivas. O la creación de la Triple A y su respaldo, a los pocos meses, al golpe policial en Córdoba. Es decir, cuando la lucha de clases amenaza el capitalismo, el peronismo aplica todos los recursos del Estado, lo que Perón mismo llamó la “guerra contra el marxismo”, mientras se apoyó en la burocracia sindical y su propio prestigio frente a amplios sectores de masas para contenerlos dentro del régimen.

Durante, la dictadura militar de 1976, la colaboración de la Iglesia es conocida, aunque siempre hubo sectores del bajo clero que por su actividad en las villas y las barriadas obreras han sido perseguidos, y también víctimas –como en la masacre de los curas palotinos– durante la última dictadura. En nuestro país, la Iglesia católica ha sido inspiradora de la derecha nacionalista y el surgimiento de las organizaciones paramilitares antiobreras, el peso de la jerarquía eclesiástica se plasma en las Fuerzas Armadas donde posee su propio servicio castrense.

En los últimos tiempos, la sobreactuación de la iglesia y el Papa, del peronismo levantando cruces, viene a jugar su rol para aplacar la rebeldía, ante los flagelos del gobierno, como “elemento de reserva” [14] ante la falta de una oposición política prestigiada, algo creíble, que pueda cumplir el cometido.

Pastores “con olor a lobo y con olor a oveja”: por ahí no es

Hace unas semanas, ante el G7, el Papa afirmó que “para muchos la política hoy es una mala palabra… A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? No. ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?”. “Nuestra respuesta a estas últimas preguntas es: ¡no! ¡La política sirve!” [15]. El Papa habla de “política” para la paz social en defensa de un sistema capitalista que poco tiene para ofrecerle a las amplias mayorías, es política burguesa. En su proyección política internacional, el Papa tiene el cometido de mostrar a la Iglesia como más progresista que el papado anterior. Mientras aparece más de izquierda, tomando lo “social”, como un opositor al neoliberalismo, acá es antiderechos. A pesar de los flagelos que suman a las mujeres y diversidades, el oscurantismo llegó hasta la oposición al divorcio. No se puede olvidar la comunión que existió entre la Iglesia y el peronismo cuando la “marea verde” arrasó las calles. La iglesia una de las mayores propietarias, y “Francisco” Bergoglio, la figura más influyente de nuestro país en el mundo hablan de lo “social” en función de que la cosa no se desmadre. Sabemos por su trayectoria y la de la Iglesia que es pura “contención” y esto es bien “peronista”, con o sin carnet.

El peronismo, recostado en la figura del Papa y de la Iglesia, busca conducir la bronca con el gobierno nuevamente a un callejón sin salida, un engaño que naturaliza la violencia y opresión de los capitalistas, respetan la acción represiva del Estado. Quieren impedir la respuesta activa y organizada de una fuerza trabajadora que se organice y luche por sus intereses. Junto a las burocracias sindicales trabajan para evitar que los de abajo hagan política en función de que avancen por encima de su control y logren recuperar las conquistas perdidas, terminar con la división entre trabajadores.

La salida para los trabajadores, las mujeres y la juventud no va por el lado de la Iglesia. Es necesario rescatar las mejores experiencias para transformar la realidad, unir a todos los sectores de explotados y oprimidos, rebelándose ante la resignación o la opción del “mal menor” que nos ha traído hasta aquí. Levantando un programa que represente una alternativa para que la crisis la paguen los grandes empresarios, una clase minoritaria que se enriquece a costa de nuestras vidas.

Para eso hay que superar al peronismo, y construir un verdadero partido por y para una política de y para los y las trabajadores y el conjunto del pueblo pobre, que siga un camino independiente y revolucionario. Tomar las mejores tradiciones de su lucha y junto con la vanguardia constituir el eslabón de la avanzada de una resistencia que ponga freno a los atropellos de este gobierno reaccionario y hambreador y del régimen de cómplices es una tarea del ahora.

 
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