El mayor puerto agroexportador del mundo está paralizado por un paro nacional de miles de trabajadores y trabajadoras. Las multinacionales se quejan de la firmeza obrera. A su manera, reconocen quién hace funcionar esa poderosa maquinaria. Un debate sobre las “posiciones estratégicas” para derrotar el plan de Milei y el poder económico.
Los camiones varados son 15.000. Otros 12.000 tienen fecha de carga suspendida. El impacto es de miles de millones de pesos. Las demoras en las cargas de los granos, si se multiplica por la cantidad de barcos haciendo fila, suman U$S 10 millones. Está generando un impacto negativo no solo en la industria aceitera, sino también en toda la cadena de valor agroindustrial y en la economía nacional en general. Queremos que nos devuelvan la llave de casa.
La queja sale de los voceros de la Bolsa de Rosario y las grandes agroexportadoras.
En realidad nadie les robó “la llave de la casa”. Los gerentes pueden entrar a las plantas de Cargill o Dreyfus en sus lujosos autos. Caminar entre modernas máquinas. Hasta manejar un clark. Lo que no pueden es hacer funcionar ese enorme engranaje, uno de los más poderosos de la Argentina capitalista.
Les falta lo más importante.
Los hombres y mujeres que pueden hacerlo están en huelga. No se robaron ninguna llave. Simplemente votaron ir al paro. Más de 20 mil aceiteros están hace 5 días alrededor de esas gigantescas plantas; o en sus casas. No fichan, no producen. Para volver a hacerlo quieren que les paguen lo que “se merecen”.
Hablemos de la huelga nacional aceitera, de la fuerza obrera y sus posiciones estratégicas.
El monstruo del Paraná
Arranquemos desde el aire. Si uno se mete en el sitio marinetraffic.com, que sigue en tiempo real la circulación marítima internacional, puede enfocar esa franja celeste que une el río de la Plata con los puertos del río Paraná. Hoy está lleno de puntos de colores. Son los grandes barcos cerealeros (los “Panmax”) que navegaban hacia Puerto San Martín o Timbúes a recoger el “oro verde”. En estos días están varados por la huelga. Los puntos no se mueven. Si uno pone la función “intensidad”, la franja celeste se tiñe de rojo: significa que ese tramo de la “Hidrovía”, que incluye el tráfico de siderúrgicas, los frigoríficos y otros negocios "non sanctos", es una de los circuitos comerciales más calientes del planeta.
El Gran Rosario tiene hoy el segundo puesto en el ranking de nodos portuarios agroexportadores del mundo, apenas debajo de New Orleans (EE.UU). Comparte ese “podio” con puertos norteamericanos o brasileños, pero el polo rosarino reúne ese volumen en un solo clúster (empresas concentradas geográficamente).
Acompañado en menor medida por los puertos de Quequén y Bahía Blanca, es el “hall” del gigantesco complejo oleaginoso. En 70 km de costa se entrelazan 20 puertos privados y más de 30 plantas aceiteras. Incluye la planta de crushing más potente del mundo, la de Renova. Puede moler 32 mil toneladas por día. Esa red permite procesar y embarcar 50 millones de toneladas de productos derivados de la soja, por un valor de 20.000 millones de dólares por año. Y le permite a Argentina disputar la medalla de oro (plata o bronce) en el negocio de la agroindustria. Los famosos commodities. Primer puesto en aceite y harina de soja, segundo en maíz y sorgo, tercero en aceite y harina de girasol.
Entre enero y junio de 2024, Argentina exportó 38.176 millones de dólares. Es el cuarto valor más alto de la historia para el primer semestre. De este total, la agroindustria exportó el 60% del total.
Algunos hablan de “orgullo nacional”, pero en realidad la patria sojera no tiene bandera. El 90% del volumen exportado lo explican 10 empresas (Cargill, Dreyfus, Cofco, Bunge, Moreno, etc) y las 3/4 partes del negocio está en manos de transnacionales.
Podríamos seguir con números impactantes, pero suficiente ilustración. Bienvenidos al corazón del capitalismo argentino y engranaje clave en la agroindustria mundial. Ese que todavía mira desde arriba a otras joyas como Vaca Muerta, la gran industria de la Autopista Panamericana o el triángulo del litio. Heredero del “granero del mundo”, en los últimos 30 años vivió una revolución triplicando su capacidad productiva. Todos los gobiernos ayudaron a construir ese imperio: semillas modificadas, dragado de ríos, puertos sin control, construcción de la red logística, subsidios, devaluaciones.
Pero el gigante hoy está en silencio.
Ladrones, nunca héroes
Hagamos un paréntesis acá. Si uno sigue los titulares de los diarios estos días o escucha a Javier Milei, estamos ante auténticos “héroes”. Así los llamó el presidente en la última Exposición Rural: “estamos parados sobre los hombros de gigantes, héroes, que se levantan cada día para producir alimentos para 450 millones de personas”.
No queremos arriesgar a qué hora se despiertan los barones de la patria sojera. No tiene la menor importancia. La huelga demuestra que aunque despierten a las 4 de la mañana sería igual de improductivo. No son héroes de nada. De hecho el motivo del conflicto no es solo la negativa a pagar el salario que reclaman los aceiteros. Como dice la Federación obrera, “quieren hacernos pagar por su reclamo al gobierno para que devalúe, algo que afectará a trabajadores, desocupados y jubilados”.
Puede parecer un detalle menor de una historia muy oscura. Solo para tener una idea, la Bolsa de Rosario y el Centro de Exportadores de Cereales fueron auspiciantes del golpe de Estado de 1976. Las empresas entregaron las listas de activistas aceiteros, como en Vicentín o Molinos. Muchos fueron secuestrados y varios continúan desaparecidos. Martínez de Hoz disolvió la Junta Nacional de Granos y autorizó la construcción de sus puertos privados, que todavía hoy le permiten fraudulentas maniobras contables y comerciales. El coqueto salón de la Bolsa rosarina alojó tertulias de los jefes del II Cuerpo del Ejército. El último favor militar fue jugoso: en 1982, la nación se hizo cargo de las deudas privadas de Bunge & Born S.A, Molinos Río de La Plata y Vicentín. Cientos de millones de dólares que seguimos pagando.
Esa poderosa trama criminal sigue operando. El caso Vicentín mostró cómo realizan maniobras de facturación, estafas al Estado, especulan con productos esenciales e incluso son parte de una red que recorre toda la llamada Hidrovía Paraná-Paraguay, donde el 30% se comercializa “en negro” y gana peso el narcotráfico, como esos 1300 kilos de cocaína descubiertos en un solo operativo en un puerto de Vicentin.
Mientras en la Argentina hay 20 millones de pobres y 8 millones pasan hambre, estos tipos quieren aumentar la explotación obrera y ganar fortunas a costa del hambre de millones.
Son criminales, no héroes. Pero volvamos a la huelga.
La fuerza obrera
La huelga aceitera pone sobre la mesa la existencia de otra fuerza impactante. Los dueños de esa “llave” que perdieron los gerentes.
Ese complejo de plantas aceiteras, terminales portuarias, playas logísticas, rutas y autopistas no funciona sola. El último informe de la cámara empresaria habla de 80 mil trabajadores y trabajadoras a nivel nacional. Si enfocamos en el conflicto actual, la Federación Aceitera tiene 20 mil afiliados. El sindicato de San Lorenzo, que no está federado, suma miles de trabajadores en 17 plantas.
Son quienes manejan las palancas de un sistema productivo de última generación. Se encargan del mantenimiento y limpieza de esas plantas; la producción en sus distintas etapas (refinería, biodiesel, molienda, etc); el despacho, almacenaje y depósito de la producción; y buena parte de las tareas de cargas y transporte a puerto, etapa final del proceso.
Y no es cierto que los aceiteros son (o “fueron siempre”) privilegiados. Si en los 70 enfrentaron la persecución genocida, en los 90 sufrieron los golpes del neoliberalismo y en los 2000 la crisis. En el 2001 solo el 10% estaba bajo el convenio aceitero y los activistas tenían que reunirse clandestinamente. Fue entonces que los delegados combativos recuperaron comisiones internas y encabezaron distintas luchas, que permitieron el pase a convenio de miles de trabajadores. En 2013, ganaron el sindicato y luego la Federación. Ese día la “vieja” burocracia los estaba esperando y no precisamente con sanguchitos; fue a los tiros.
Volvamos al mapa. La necesidad del capital de construir ese poderoso nodo también fue creando otro “monstruo”. Una maquinaria de alta tecnificación y productividad. Pero, además, de gran concentración. Porque ese mismo punto geográfico que reúne la producción también permite la interacción permanente de miles y miles de trabajadores. No solo aceiteros, sino de otros 13 gremios (portuarios, recibidores de granos, camioneros, estibadores, rurales). Llegado el momento del conflicto, también facilita la organización y aumenta la eficacia de las medidas de fuerza.
Es el otro gigante que ha mostrado, a lo largo de los años, su fuerza poderosa. Lo hizo en la histórica huelga de marzo de 2015, cuando cientos de aceiteros pararon sus plantas 25 días y bloquearon los ingresos a las de San Lorenzo, cuyo sindicato no adhería a la medida. La otra, en la navidad de 2020, cuando ambas fuerzas se unieron. Hoy lo están haciendo de nuevo. Como cuenta Marco Pozzi, secretario general del sindicato rosarino, “lo que hicimos fue poner en marcha el mandato que nos dio un plenario nacional de 250 delegados. Porque hay algo que parece que muchos han abandonado y es la huelga como medida de lucha obrera” (Programa Casa Marx 7/8/24).
La nueva huelga está conmocionando a los dueños del “oro verde”. Los gerentes operan ante el gobierno, que quiere dólares para sus reservas. Los diarios publican sus “partes de guerra” día a día. Suenan los teléfonos en Nueva York, Pekín o Ginebra.
Hoy igual que ayer. Como decía Lenin, dirigente comunista, “las huelgas infunden siempre tanto espanto a los capitalistas precisamente porque comienzan a hacer vacilar su dominio. Las fábricas, las tierras, las máquinas, los ferrocarriles, son ruedas de un enorme mecanismo. Cuando los obreros se niegan a trabajar, todo este mecanismo amenaza con paralizarse". En estas épocas tenemos que sumar a otros grandes batallones de la clase trabajadora: desde las cadenas de logística hasta las escuelas, hospitales y grandes comercios. “Cada huelga recuerda a los capitalistas que los verdaderos dueños no son ellos, sino los obreros, que proclaman con creciente fuerza sus derechos. Y abre los ojos a los obreros, no sólo en lo que se refiere a los capitalistas, sino también en lo que respecta al Gobierno y a las leyes”.
Pero la lucha aceitera no muestra solamente la potencialidad de la huelga. Nos lleva un paso más allá: revela las posiciones estratégicas que detentan determinados sectores obreros en la economía.
Posiciones estratégicas
Para terminar de tener una dimensión real de la huelga nacional aceitera volvamos sobre una definición de John Womack, un investigador norteamericano de la historia obrera. Aunque a veces subestimando las fuerzas políticas y morales que se ponen en juego en una lucha, Womack se detiene en un punto interesante: ¿cuáles son los factores que influyen para que un grupo de trabajadores cierren una fábrica, desactiven una industria, o paralicen la vida económica de un país?
Así llega a la definición de posiciones estratégicas: “son cualesquiera que les permitan a algunos obreros detener la producción de muchos otros, ya sea dentro de una compañía o en toda la economía”. Entonces busca descifrar cómo se constituye el poder de determinados sectores de trabajadores. Dentro de una fábrica o una industria, pero también más allá de ellas. “A diferencia de otras, la del trabajo es fuerza no solo en el sentido positivo, sino también en sentido negativo, por lo que quita o resta a la producción cuando deja de operar, que es muchísimo en el caso de las posiciones industrial y técnicamente estratégicas".
El llanto patronal muestra eso. Las y los aceiteros son parte de la clase productora que hace funcionar el complejo agroindustrial más grande del mundo. Pero también es la que puede paralizarlo todo (está bien, tienen “la llave”, démosle la razón a los CEOs).
Ese poder creador se puede transformar en poder de fuego. En poder de daño (¿por qué no decirlo?).
Los aceiteros son conscientes de sus posiciones. A este cronista le tocó en suerte estar en un plenario de delegados aceiteros, en 2017, que incluyó una mesa de debates entre dirigentes peronistas, independientes y de izquierda. Muchos delegados hablaron sobre “la huelga general” y “nuestro peso estratégico”. Saben que esa riqueza de la que hoy se habla depende de su gigantesca fuerza de trabajo social, apropiada por los pulpos sojeros.
Podemos revivir aquella frase del Manifiesto comunista que asegura que “lo que la burguesía produce, por tanto, son sobre todo sus propios sepultureros”. La clase que, por su rol en la producción, tiene el potencial histórico de superar ese sistema. Pero además de sacudirlo desde sus entrañas, como estamos viendo.
No solo de pan vive el hombre
Antes de pasar a algunas conclusiones, queríamos detenernos en otro debate que meten los aceiteros: ¿qué es un salario mínimo, vital y móvil?
Este gobierno, todos los gobiernos, lo consideran una especie de piso miserable por debajo de lo que una persona no debería vender su fuerza de trabajo. Milei lo fijó este mes en 260 mil pesos. Un sueldo de indigencia. Los aceiteros tienen otro concepto: para ellos un salario mínimo tiene que permitir no solo comer bien, sino también vestirse bien, viajar, tener una casa cómoda, ir al cine o el teatro, tener unas vacaciones lindas con la familia. Lo llaman “las nueve necesidades”. Por eso, el salario mínimo aceitero lo calculan en 1.550.000 de pesos para un ingresante. No laburan por menos de eso. Como le cuentan dos delegados a La Izquierda Diario frente a la planta de Dreyfus, “no estamos dispuestos a un salario a la baja para mantener sus ganancias”.
La Nación e Infobae hablan de cuánto perdió Cargill o cuántos camiones espera Molinos. De millones perdidos en contratos. Nosotros nos preguntamos: ¿cuánto trabajo le quieren robar a los aceiteros? ¿Cuántas salidas con su familia, al cine o cenar, les quieren hacer perder? ¿Cuántas horas de descanso o amigos?
¿Las calcularon?
La huelga (y más allá)
La huelga aceitera es un caso testigo. La clase trabajadora, sus sectores que hoy están en lucha, la militancia, tenemos que seguirla y apoyarla. No es lo mismo si gana o no. Ni cómo gana.
Pero también deja planteadas otras cuestiones. Como dijo Daniel Yofra, dirigente de la Federación, “el 52% de los trabajadores está en la pobreza. La CGT no está haciendo nada. Se puede arrancar un paro general sin la CGT”.
Entonces la pregunta es: ¿cómo utilizar esas fuerzas y esas posiciones estratégicas para ayudar a despertar a otros sectores de la clase trabajadora? ¿Cómo contagiar esa bronca y disposición de lucha a quienes están aplastados por el peso de la burocracia; a esa juventud precarizada que ni sueña con acceder a esas “nueve necesidades”? ¿Cómo puede ser un faro que ayude a unir a quienes quieren enfrentar la motosierra y la licuadora, hasta tirar abajo todo el plan? ¿Qué pasaría si se coordinaran con los obreros ceramistas o del neumático que están en conflicto; con las docentes neuquinas, cordobesas o del mismo Rosario que están en huelga; con las organizaciones sociales que pelean contra el hambre?
No son preguntas nuevas. Son debates históricos del movimiento obrero internacional. Rosa Luxemburgo, otra dirigente comunista, fue una de las primeras en destacar el papel de las posiciones estratégicas, tomando los casos de los mineros o ferroviarios, para pensar la transformación de las huelgas sectoriales en huelga general. A Rosa le preocupaba cómo esas posiciones y métodos permitían sumar a los sectores más explotados y desorganizados de la clase trabajadora. Y cómo los revolucionarios alemanes podían contribuir a ello. Luego siguieron los debates sobre cómo una huelga podía atraer la simpatía y el apoyo de otros sectores sociales, tomando sus reivindicaciones, para encabezar una alianza obrera y popular capaz de vencer a los empresarios.
Los trotskistas nos jugamos por la gran huelga aceitera. La estamos apoyando, difundiendo y peleando por la unidad de todas las luchas. Estamos convencidos de que, en medio de la crisis social y política del país, es una oportunidad para mostrar la potencialidad de los trabajadores. No solo como clase productora, la que hace funcionar esos gigantes, sino también como la única que puede poner un “freno de emergencia” ante la barbarie a la que nos llevan la patria sojera y sus gobiernos. Todo ese poder de fuego, toda esa enorme fuerza social, tiene que conquistar su independencia política y proponerse una alternativa la catástrofe que trae la derecha pero también al fracaso decadente de un peronismo que se conforma con regular un poco a los Vicentin, los Cargill y los que saquean día a día nuestro país.